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sábado, 22 de junio de 2024

schola, scholae

    Dos lecturas ahora que se acaba el curso, llegan las notas y los medios de comunicación hablan de los que han sacado las mejores calificaciones en la EBAU, EVAU, PAU, Selectividad o como quiera que se llame. Los padres eufóricos celebran que sus criaturas han sacado buenas notas y han aprobado, y hablan de su futura orientación académica y profesional.  Poco importa que sus hijos sean, la mayoría de las veces, amebas sin interés ni sentido crítico ni cultura. Lo que cuenta son las notas. Y los padres, orgullosos de sus hijos, compiten entre sí para demostrar lo buenos que son sus hijos y lo bien que van en la escuela o en el instituto. Unos niños masificados, adoctrinados, homologados por el mismo rasero. Y unos padres convencidos de que la escuela es un lugar donde se imparte cultura... Son viejas y falsas creencias, difíciles de erradicar. 
 
 escola scuola escuela școală école school Schule
 
    Por eso es interesante volver a leer a Ivan Illich y su “La sociedad desescolarizada”, publicado originalmente en 1970, pero sin olvidar tampoco a un autor injustamente olvidado, anterior a él, Giovanni Papini, que en 1914 publicó “Cerremos las escuelas”, un texto cáustico y provocador, que se revela más actual que nunca y que expresa con décadas de antelación un malestar cada vez más agudo y propone una solución extrema a un problema hecho crónicamente insoluble. Una propuesta radical que aún hoy podría suscitar debate si alguien tuviera el valor de expresar tal disidencia: cerrar las escuelas, pero no por el período vacacional, sino indefinidamente. 
 
 Escuela y retórica progresista - G.Papini 
 
    Pero, ¿qué han hecho los niños, los adolescentes, los jóvenes para que, desde los seis a los diez años, a los quince, a los veinte y a los veinticuatro años, los encerréis tantas horas del día en vuestras prisiones blancas para hacer sufrir su cuerpos y dañar sus cerebros? ¿Con qué pretextos traicioneros os permitís disminuir su placer y su libertad en la época más bella de su vida y comprometer para siempre la frescura y la salud de su inteligencia? 
 
    No saquéis la artillería pesada de la retórica progresista: las razones de la civilización, la educación del espíritu, el avance del conocimiento... Sabemos con absoluta certeza que la civilización no surgió de las escuelas y que las escuelas entristecen los ánimos en vez de levantarlos y que los descubrimientos decisivos de la ciencia no surgieron de la enseñanza pública sino de la investigación desinteresada y quizás loca y solitaria de hombres que a menudo no habían ido a la escuela o no enseñaban allí. 
 
 
    Sabemos igualmente y con la misma certeza que la escuela, siendo por necesidad formal y tradicionalista, ha contribuido muy a menudo a petrificar el conocimiento y a retrasar con un obstruccionismo obstinado las revoluciones y reformas intelectuales más urgentes. No es, por su naturaleza, una creación, un trabajo espiritual sino un simple organismo e instrumento práctico. No inventa los conocimientos sino que se enorgullece de transmitirlos. Y ni siquiera desempeña bien este último papel, porque los transmite mal o al transmitirlos impide la mayor parte de las veces la formación de otros conocimientos nuevos y mejores secando y distorsionando los cerebros receptores
 
    Las escuelas, por tanto, no son más que reclusorios para menores educados para satisfacer necesidades prácticas y puramente burguesas. Para los profesores es sobre todo la razón de ganarse el pan, la carne y la ropa con una profesión considerada "noble" y que también ofrece tres meses de vacaciones al año y algún pequeño beneficio de vanidad. Añádase a esto el placer sádico de poder aburrir, intimidar y atormentar impunemente al final de la vida a unos miles de niños o jóvenes. Nadie -salvo en discursos- piensa en la mejora de la nación, en el desarrollo del pensamiento y menos aún en lo que se debería pensar más: el bien de los hijos. 
 
    El hombre, en los tres sexenios decisivos de su vida (de seis a doce, de doce a dieciocho, de dieciocho a veinticuatro), necesita libertad para vivir. Libertad para fortalecer el cuerpo y preservar la salud, libertad al aire libre: en las escuelas se arruinan los ojos, los pulmones, los nervios (¡cuántos miopes, anémicos y neurasténicos pueden maldecir con razón a las escuelas y a quienes las inventaron!). Libertad para desarrollar su personalidad en una vida abierta a diez mil posibilidades, en lugar de la artificial y restringida de clases y colegios. Libertad para aprender realmente algo, porque no se aprende nada importante de las clases sino sólo de los buenos libros y del contacto personal con la realidad. En la que cada uno encaja a su manera y elige lo que más le conviene en lugar de someterse a esa manipulación seca y uniforme que es la enseñanza. 
 
 
    En las escuelas, sin embargo, tenemos el encierro diario en aulas polvorientas y llenas de vientos -la inmovilidad física más antinatural- la inmovilidad del espíritu obligado a repetir en lugar de buscar -el esfuerzo desastroso por aprender muchas cosas inútiles con métodos imbéciles- y el sistemático ahogamiento de cada personalidad, originalidad e iniciativa en el mar negro de programas uniformes. 
 
    Hasta los seis años el hombre es prisionero de padres, niñeras e institutrices; de los seis a los veinticuatro está sometido a padres y profesores; desde los veinticuatro años es esclavo del cargo, del jefe de sección, del público y de su mujer; entre los cuarenta y los cincuenta años está mecanizado y osificado por los hábitos (más terribles que cualquier amo) y sigue siendo sirviente, esclavo, prisionero, presidiario y títere hasta su muerte. 
 
    ¡Dejad al menos a la infancia y la juventud disfrutar de un poco de anarquía higiénica! La única excusa (nunca suficiente) para este larguísimo encarcelamiento escolar sería su reconocida utilidad para los hombres del futuro. Pero sobre este punto hay suficiente acuerdo entre las mentes más ilustradas. La escuela hace mucho más daño que bien a los cerebros en desarrollo. 
 
    (La continuación del texto puede leerse en ¡Mamá, no quiero volver al cole!)
oOo 
Dos chistes escolares:

La maestra a toda la clase: 
-Hoy vamos a impartir Educación Sexual. 
Una niña alza la mano y pregunta: 
-Señorita, ¿podemos salir al patio de recreo las que ya follamos? 
 
Comentario: Las formas arcaicas de represión sexual prohibían que se hablara de ello: era pecado, tabú, estaba vedado. Las más modernas y vigentes hablan de ello, por el contrario, constantemente, lo han domesticado y convertido en una disciplina educativa (“educación sexual”). Hay que practicar el sexo, dicen ahora, con las medidas profilácticas convenientes, por supuesto, de ahí la impertinencia de la niña desmandada “que ya folla” por su cuenta y riesgo, y que tiene un conocimiento práctico que hace inútil la explicación teórica de la unidad didáctica que pretende explicarles la maestra.
 

Una maestra progresista y comprometida con la mejora de la educación le pregunta a un niño en clase:
-A ver, Jaimito, ¿cómo desearías que fuera y te imaginas tú la escuela ideal y perfecta? 
-¡Cerrada a cal y canto, señorita!
 
 

lunes, 11 de septiembre de 2023

¡Mamá, no quiero volver al cole!

    Ahora que comienza el curso escolar con la operación de "vuelta al cole" conviene releer a Giovanni Papini (1881-1956), que se adelantó en su libro ¡Cerremos las escuelas! (1914), a los teóricos de la antipedagogía como Ivan Illich y su La sociedad desescolarizada (1970), y a darle la razón a ese niño que todos llevamos dentro y que llora porque no quiere volver al cole.

    Un Giovanni Papini, especialmente cáustico y provocador, escribe un texto que cien años después resulta de plena vigencia y expresa un malestar hoy en aumento, cuando la enseñanza, reconvertida en educación, como se denomina al adoctrinamiento más pernicioso que se camufla de liberación, se ha vuelto obligatoria desde los seis hasta los dieciséis años, y se considera un logro social irrenunciable, hablándose incluso de alargar la obligatoriedad hasta los dieciocho años, que es la mayoría de edad, y de hacer obligatoria la enseñanza preescolar de 0 a 6 años, sin que pocas voces tengan el coraje de poner en cuestión y expresar su disconformidad.

 
    La escuela enseña muchas cosas inútiles, que luego hay que desaprender para aprender muchas otras cosas uno mismo. Enseña muchísimas cosas falsas o cuestionables y cuesta mucho esfuerzo luego librarse de ellas, y no todo el mundo lo consigue. 
 
 
    (...) Casi nunca enseña lo que un hombre tendrá que hacer realmente en la vida, para lo cual se requiere entonces un largo y arduo noviciado autodidacta. Enseña (pretende enseñar) lo que nadie puede enseñar nunca: pintura en las academias; gusto en las escuelas de letras; pensamiento en las facultades de filosofía; pedagogía en los cursos normales; música en los conservatorios. Enseña mal porque enseña las mismas cosas a todos de la misma manera y en la misma cantidad sin tener en cuenta la infinita diversidad de ingenio, raza, extracción social, edad, necesidades, etc. 
 
    No se puede enseñar a más de uno. No se aprende nada de los demás salvo en conversaciones entre dos, donde el que enseña se adapta a la naturaleza del otro, explica, ejemplifica, cuestiona, discute y no dicta desde arriba. 
 
    Casi todos los hombres que han hecho algo nuevo en el mundo o no fueron nunca a la escuela o huyeron pronto de ella o fueron "malos" estudiantes. (Los mediocres que consiguen en la vida una carrera honorable y regular y tal vez alcanzan cierta fama han sido a menudo los 'primeros' de la clase). 

 
    La escuela no enseña precisamente lo que más se necesita: en cuanto uno ha aprobado sus exámenes y obtenido sus diplomas, tiene que vomitar todo aquello de lo que se ha atiborrado en esos banquetes forzados y empezar de nuevo. Si queda algo de inteligencia en el mundo, hay que buscarla entre los autodidactas o los analfabetos. 
 
    Hay que cerrar todas las escuelas. De la primera a la última. Jardines de infancia y guarderías; colegios e internados; escuelas primarias y secundarias; gimnasios y liceos; escuelas técnicas e institutos técnicos superiores; universidades y academias; escuelas de oficios; escuelas superiores, facultades y universidades de ciencias aplicadas; escuelas politécnicas y escuelas normales. (...)
 

    Todo se asentará y calmará con el tiempo. La gente encontrará formas de saber (y de saber mejor y en menos tiempo) sin tener que sacrificar los mejores años de su vida en los bancos de las cuasiprisiones gubernamentales. Habrá más hombres inteligentes y más hombres de genio; la vida y la ciencia progresarán aún mejor; cada uno se las arreglará por su cuenta y la civilización no se ralentizará ni un segundo. 
 
    Habrá más libertad, más salud y más alegría. El alma humana por encima de todo. Es lo más precioso que cada uno de nosotros posee. Queremos salvarla al menos cuando está desplegando sus alas.
     Extraído de ¡Cerremos las escuelas!, Giovanni Papini.

domingo, 5 de marzo de 2023

¡No enseñéis a los niños!

(Variaciones sobre el tema “Non insegnate ai bambini” del imprescindible Giorgio Gaber)



Maestros, no les enseñéis a los niños esa
lección sabida y consabida, por favor.
Y no les inculquéis a los pupilos vuestros,
señor maestro, señorita, no señor,
lo que a vosotros os inculcaron: la moral
y unos ideales, viejos trastos obsoletos,
para amueblar su cabeza: no les enseñéis.
haciéndolos maleducados a fuerza y golpe
de educación. Y no les programéis, robots,
para el futuro porque el porvenir está
igual que espada de Damoclés que cuelga siempre,
o zanahoria por delante o trampantojo
muy lejos todavía, tanto que nunca llega.
No les enseñéis a los chiquillos los adjetivos
calificativos de “bueno” y “malo” de las cosas
y las personas. Saben ellos, bien lo saben,
sin que se lo digáis vosotros, lo que es bueno
y lo que es malo. No les enseñéis, maestros,
lo que a vosotros os enseñaron: los prejuicios,
las ideas establecidas. Sed, más bien, vosotros
sus amigos, los amigos de los niños. Si
queréis enseñarles algo, enseñad el arte
de la magia, o sea, la poesía. Permitid,
en cambio, que ellos os enseñen a vosotros
a vosotros que os creéis muy sabios y muy listos,
porque tenéis colgado un título en la pared
lo que ellos saben y vosotros olvidasteis..
Dejad que ellos os enseñen a vosotros
ellos, los niños, pues tenéis que aprender muy mucho
de ellos, aunque os parezca que es mentira. Sí,
dejad que ellos os enseñen a olvidar
todas las cosas que vosotros aprendisteis.


 

sábado, 4 de junio de 2022

Currículo oculto

    La escuela nos ha inculcado, como quien no quiere la cosa y como la vieja zorra embustera de la fábula, un currículo oculto. ¿Qué es el currículo oculto? Es un concepto pedagógico de enorme interés, aunque parezca mentira. Consiste en imbuirnos subliminalmente unos contenidos que no figuran en los programas oficiales y que no se reconocen como tales, por ejemplo, la uniformidad, la competitividad deportiva fruto de la examinación y la constante evaluación,  la aceptación acrítica de la sumisión, la justificación sagrada de la autoridad como jerarquía y de la moral, es decir, de la norma, basadas no ya en la gracia de Dios sino en la gracia democrática, diríamos, del pueblo, que jamás se cuestiona, y sobre todo el sometimiento a los horarios y calendarios impuestos, así como a la segmentación del ocio  (no en vano a los recreos los han llamado con ridículo eufemismo ”segmentos de ocio”) y el trabajo, lo que supone el fomento del aburrimiento consustancial a toda institución educativa que se precie tanto pública como privada.


    Donde más se nota la existencia de un currículo oculto es en la obligación y el control más o menos escrupuloso de la asistencia de los alumnos a clase por parte de los llamados centros educativos -ya no centros de enseñanza, como aquellos antiguos Institutos Nacionales de Enseñanza Media (INEM), sino de Educación Secundaria (IES) como los llaman ahora-, que los escolarizan manu militari hasta la edad obligatoria de los dieciséis años a la fuerza. Ya se habla incluso de ampliar la escolarización tanto por abajo desde los cero años en las guarderías hasta la mayoría de edad a los dieciocho. De hecho cuando oímos una expresión como "edad escolar" no nos extraña, nos parece lo más normal del mundo que haya una edad de la vida humana, la infancia y la adolescencia, asociadas al aprendizaje y a  la escuela, la edad de estar recluidos obligatoriamente en un centro escolar. Olvidamos lo que significaba la scholé griega: libertad, vida no sujeta al trabajo, juego, lo mismo que su calco semántico latino ludus: ocio. 

    Da igual el programa, da igual lo que se enseñe o no se enseñe, ya sabemos que no se aprende nada. Si la escuela ha reducido el analfabetismo, por ejemplo, ha sido a costa de ahogar el gusto y el interés por la lectura al hacer de lo que constituía un placer voluntario una obligación. Es curioso cómo la institución compagina o sustituye los exámenes tradicionales por la tarea o el deber -los famosos deberes contra los que se revuelven algunos padres- de leer un libro y "hacer un trabajo" sobre él. 
 
 

     Lo importante de los centros educativos es que los niños estén allí acuartelados a tiempo parcial y subordinados a un horario y a un calendario escolares impuestos desde arriba por el ministerio correspondiente del gobierno, es decir, dependiendo del reloj y el almanaque con sus días rojos y negros que les mandan y sus período lectivos y vacacionales. Algunos centros educativos no difieren mucho de los presidios, con puertas cerradas, rejas, muros y celosías, y con profesores que cubren muchas veces su horario lectivo con las llamadas "guardias de recreo o de patio", para vigilar como si fueran gendarmes o guardias de la porra que los pequeños no se escapen del recinto escolar o no se peguen entre ellos e inflijan malos tratos. 
 
    Y es que la vieja zorra embustera que es hoy la escuela democrática no pretende inculcar solamente unos valores confesables y constitucionales incluidos en las programaciones de las llamadas asignaturas de antaño o materias curriculares y unidades didácticas de ahora con sus ejes transversales y demás mandangas y monsergas de competencias incompetentes -¡qué fárrago terminológico, que palabrería especializada en no decir nada!-, sino también, y sobre todo, otros menos respetables y más crípticos, que no críticos, subyacentes en todo caso a la propia institución, pero que son los que verdaderamente interesan: eso es el currículo oculto, nuestro curriculum uitae.

 
     
    Algo parecido ha sucedido con las llamadas actividades extraescolares -una vez acabado el paréntesis que ha durado dos años de la pandemia-, cada vez más prolíficas al haber aumentado los años de escolarización entendida como reclusión obligatoria. Es necesario que los colegios que se precian organicen a porfía, al modo de las agencias de viajes, actividades que se desarrollen fuera del encierro de las aulas, de manera que las actividades escolares o académicas propiamente dichas  vengan a ser sólo un pretexto, es decir un texto que se antepone o pone por delante, para las otras, que son las que realmente interesan, porque suponen una "salida" de la rutina escolar, un simulacro de liberación que, como el fin de semana o las vacaciones, pueda hacer más tolerable la vuelta a la normalidad, la semana laboral/escolar,  y la clausura de las clases, de modo que los alumnos y las alumnas, como dicen ahora para visiblizar el sexo femenino, como si no estuviera incluido en el genérico o no marcado que es el masculino, puedan cantar en los autobuses la cantilena aquella de "Qué buenos son, qué buenos son los padres escolapios (o salesianos,  o qué buenas son, para el caso, las madres teresianas, o los profes y las profas del colegio, si de la enseñanza privada-concertada pasamos a la pública),  qué buenos y buenas son, que, acabada por ahora la pandemia, nos llevan de excursión". 


    El sistema tampoco quiere ya viejos profesores casposos que den lecciones magistrales ex cathedra, abusando de un verbalismo hoy en día tan denostado por las nuevas tecnologías y métodos de exposición audiovisuales e informáticos, sino vídeos y powerpoints. Por eso las autoridades gubernativas han venido optando por prejubilarlos. El sistema prefiere modernos showmen, pedagogos lúdicos y alternativos y progresistas; jóvenes psicólogos que entiendan al niño -y a la niña- y se pongan en su lugar y que, en el colmo de los colmos, se sientan responsables del fracaso escolar de sus alumnos -y alumnas- y entonen el mea culpa, mea maxima culpa,  y eduquen a sus padres, si hace falta, para lo que crean, oh aberración pedagógica, las “escuelas de padres o de adultos”. 
 
    La escuela democrática de hoy pretende convertir al ciudadano en un policía de sí mismo, y es que la represión en la era democrática que vivimos, la buena represión, digamos, es, como la buena educación de antaño, la que no se ve, la que no se nota, la que casi pasa inadvertida, la auto-represión y el auto-control, lo que no quiere decir obviamente que no exista la represión, sino todo lo contrario: existe y muy mucho, mucho más que antes, más interiorizada que nunca, por eso no se nota, porque para eso existe, para que no se note. Su eficacia radica en su invisibilidad y en que no procede de fuera, sino de dentro de nosotros mismos: se trata de una autoexigencia y autoimposición que nos lleva por el camino de la depresión y la amargura. Por eso hay que denunciar el currículo oculto. Para que se vea.
 

domingo, 15 de mayo de 2022

¡Sigue a tu líder!

    Se oye a veces decir a los psicólogos, esos psicagogos o modernos embaucadores de almas, que hay líderes  negativos y positivos. Al calificar a unos de buenos y a otros de malos estamos dando por sentado que los líderes son intrínsecamente neutros, o sea que no son de por sí ni buenos ni malos, sino todo lo contrario, y es mentira, porque eso es mucho suponer y dar por supuesto. 

   La matanza de los inocentes, Rosario de Velasco (c. 1936)

     Es curioso cómo palabras en principio vacías se impregnan de connotaciones positivas o negativas según el caso. Por ejemplo, si cotejamos dos clases de líderes distintos  "pedagogos" con "demagogos", vemos que la primera palabra significa etimológicamente en griego conductores (-agogos) de niños -pedagogo era el nombre del esclavo griego generalmente que llevaba al patricio romano al colegio, es decir, al matadero de almas-  y la segunda, conductores del pueblo, pero cualquier hablante del español sabe que la connotación del pedagogo es positiva (a pesar de que el más célebre sea el culpable de la matanza de los inocentes, Herodes, según sugirió Mairena) y el matiz que tiene el demagogo es claramente peyorativo: el político que, elegido por el pueblo en régimen democrático representativo, engaña fraudulentamente al pueblo no representando su voluntad soberana, lo manipula y lo lleva por el mal camino de la sumisión, del palo y tentetieso, es decir, como hacen todos los políticos profesionales.


    La palabra líder, como se sabe, es un anglicismo, proviene del inglés leader “conductor”, y este término procede, a su vez, del verbo to lead “conducir”. En alemán se dice Führer, que es el calco semántico de “leader”, y ya sabemos todos, por el ejemplo histórico que conocemos, que no puede haber un Führer, o sea un líder, bueno. Los líderes son, por definición, negativos, esencialmente perversos porque no saben a dónde nos conducen, porque no saben a dónde van, y sin embargo ellos creen saberlo a pie juntillas y estar en posesión de la verdad. En el colmo de los colmos, llegan a decirnos que el mal que nos infligen es por nuestro propio bien. 


   Sigue a tu leader, sigue a tu Führer, y, haz como dicen que hizo él, suicídate. No esperes al Mesías que ya vino una vez y lo crucificaron. No hay Maestros, sólo psicólogos de poca monta, fúnebres psicompompos que nos dejan peor que estábamos, pasándonos encima la factura de sus honorarios. No hay guías espirituales ni gurús, gurúes o guruses válidos.  No hay salvación: la única salvación es no esperar ninguna salvación: una salus uictis: nullam sperare salutem, que cantó Virgilio en latín. Sólo hay una salvación para los vencidos: no esperar ninguna salvación.

lunes, 21 de febrero de 2022

Aprender a desaprender (y II)

Dos propuestas: Frente a la inmensa tarea del aprendizaje que nos propone el sistema de enseñanza o educativo que quier alargarse a toda la vida, hay que reivindicar la tarea del largo desaprendizaje para liberarnos del lastre de lo que hemos aprehendido. Por otra parte, frente a la propuesta de emprendimiento que nos inculca el sistema capitalista de producción que padecemos, reclamamos el desprendimiento. Hay que ser emprendedor, nos dicen para ocultar la vergüenza que les da decir que hay que ser empresario.
 
Creación de sentimiento de culpa: La religión católica nos hacía creer que teníamos lo que nos merecíamos, que éramos pecadores, estigmatizados como estábamos por el pecado original más los que luego nosotros cometíamos, y culpables -mea culpa, mea maxima culpa-, según la terminología cristiana, o responsables, según la religión laica imperante hoy en día, de nuestra propia desgracia por causa de nuestra poca inteligencia, capacidades o esfuerzo. Logran así que nosotros, en vez de rebelarnos como deberíamos hacer contra el sistema y romper las cadenas que nos subyugan, nos volvamos contra nosotros mismos, anulando nuestro amor propio, cayendo en la depresión y en la inhibición de nuestro sentido crítico y acción, y acabemos yendo al piscólogo o al pisquiatra para que resuelva "nuestro" problema con sesiones de psicoterapia, psicoanálisis y toda suerte de fármacos antidepresivos. Nos han hecho además sentirnos responsables de nuestra propia salud en el colmo del delirio sanitario. 
   
Cartel del Gobierno Nacional (de Paraguay)
 
Del sentido de la historia: La historia de la humanidad no tiene ningún sentido, es un sinsentido, como nuestra propia vida. Ni la sociedad ni la ciencia avanzan hacia ninguna meta por ningún camino. Nosotros  tampoco. 
 
Una paradoja: Antoine de Saint Exupéry en El principito escribió que lo esencial era invisible a los ojos. Es verdad. Yo me digo: Si quieres ver, cierra los ojos.

Muriendo lentamente. Nos estamos muriendo nosotros y las cosas continuamente, deshaciéndonos sin cesar. Ahora mismo. Convirtiéndonos en otro, en otra cosa. La ilusión en que nos hacen vivir es un matrimonio entre la fe en el futuro y en el pasado, la historia, y el continuo pasar que está fuera de la realidad. Entenderlo es sentirlo. Para entenderlo y sentirlo habría que romper la ilusión de nosotros mismos, tan falsa pero tan poderosa.
 
Una cosa es la realidad, el nombre propio y nuestro personaje real, y otra la verdad. Lo único que se puede decir de la realidad, a parte de la tautología perogrullesca de que es real, como su nombre indica, es que es falsa, porque si fuera verdadera no necesitaría pedirnos, como hace a cada paso, que creamos en ella: no necesitaría de nuestra fe para poder existir y proclamar su verdad. Eso es lo que nos hace por lo menos desconfiar de ella y por lo más sospechar que no es verdadera. 
 
 
 
 
Por otra parte, creo que todos guardamos más o menos el vivo recuerdo en algún lugar de nuestra memoria de cuando siendo niños vimos por primera vez nuestra propia imagen reflejada en un espejo, y alguien o algo nos dijo: "¡Ése eres tú!". Lo que yo recuerdo de ese momento es mi estupefacción y mi rechazo: "No, ese no soy yo". O mejor: "Yo no soy ese" (es decir, yo tampoco soy el que creo que soy). No sé quién soy, pero desde luego no soy ese que veo al otro lado del espejo, mi propia imagen.

Uno no se libera nunca definitivamente de la ilusión del engaño, y nunca llega, por lo tanto, a la verdad sobre sí mismo ni, huelga decirlo, sobre lo demás tampoco, primero porque no hay verdad (en la realidad) y segundo porque yo, como persona real que soy, soy conservador por esencia y también necesito creer que soy el que soy y que me llamo como me llamo, aunque en mi fuero interno sepa, como mi niño antiguo, que no soy ése, que no es verdad que yo sea el que soy



Odi et amo. El llamado delito de odio, del que tanto se oye hablar últimamente, es una amenaza contra la libertad de expresión. Se han tipificado determinados ejercicios de la libertad de expresión como “delitos de odio”, como si el odio fuera de por sí un delito, como si no fuera la otra cara del amor, como nos recordaba Catulo en su célebre odi et amo. Bajo la acusación de “discurso del odio” se esconde, camuflada de buenos sentimientos, la vieja censura inquisitorial, ese intento totalitario que quiere privarnos de la libertad de pensar y de sentir y de decir lo que sentimos y pensamos. Ambos, odio y amor, amor y odio, son sentimientos muy humanos, dos caras de la misma moneda. Y así como antaño se reivindicaba el amor libre, deberíamos proclamar ahora la urgencia del odio igualmente libre y despenalizado.
 
La penalización del odio responde al nuevo paternalismo de Estado basado en el consumo y la ilusión de libertad de elección: frente al capitalismo salvaje en que nos hemos instalado confortablemente existe un proteccionismo moral y cultural reforzado por las redes (anti)sociales, en las que puedes mentir, engañar publicitar y vender a tu propia madre pero no enseñar un pezón o decir que las vacunas no son tales vacunas, sino experimentos genéticos de nula eficacia o seguridad.



Declaran ilegales los discursos que incitan al odio y los penalizan para fomentar el amor al sistema, y para que el mensaje contestatario llegue al menor número de gente posible y puedan contener la infección.

Políticamente incorrecto. Hay un discurso políticamente correcto que se basa en un sistema de verdades oficiales que se repiten obsesiva- y machaconamente a modo de mantras perniciosos en los medios de conformación de masas, en la escuela y demás instituciones académicas, que están coartando la libertad de expresión.  De hecho la palabra “libertad” se está convirtiendo en un término maldito: nadie menciona a la bicha, porque todos dan por sentado que no hace falta mencionarla, que hay libertad, que existe, como dicen ellos, igual que Dios. Y es precisamente, dime de qué presumes y te diré de qué careces, aquello que nos falta.

domingo, 20 de febrero de 2022

Aprender a desaprender (I)

Frente al empeño de algunos pedodemagogos o demopedagogos modernos, da lo mismo como se quiera llamarlos,  de enseñarnos a aprender, he aquí una pequeña contribución en sentido contrario para aprender a desaprender lo enseñado y aprendido.

Lo que más le conviene a cualquiera. Liberarse uno del peso de las conveniencias.

Ideas del tiempo: Hay dos imaginaciones igualmente falsas del tiempo: la cíclica y la lineal: la cíclica responde al ritmo natural, circular, repetitivo del eterno retorno de lo mismo que sin embargo nuna es exactamente lo mismo, propio de las sociedades agrícolas y de la tradición oriental en la que el ser humano nace y renace constantemente como ave Fénix de sus propias cenizas; la imaginación del tiempo lineal, por su parte, procede de la cultura judeocristiana, y se fundamenta en la imagen de una línea recta que fluye desde el pasado atravesando  el presente inasible hacia el futuro. Pero el tiempo de verdad no es ni lo uno ni lo otro: ni un círculo ni una línea recta, vanas figuras geométricas. Reconozcámoslo: no tenemos ni idea de lo que es el tiempo. Cuando nos hacemos una idea de él, ya no es lo que era: el pájaro ha volado y escapado de la jaula.


Cultura. La cultura, igual que el ministerio que lleva o llevaba su nombre,  es un invento del gobierno, como escribió Rafael Sánchez Ferlosio, para crear un ministerio y un ministro, esencialmente incultos, que lleven su nombre, a fin de entretenernos, anestesiarnos y amodorrarnos.

Capitalismo: El modo de producción capitalista no se define por su capacidad de producir riqueza sino, más bien, por su afán de destruirla. Si se considera que la mayoría de las mercancías que se producen hoy en el mundo dentro de seis meses estarán en el contenedor de la basura se comprende enseguida que el capitalismo no fabrica mesas, coches, ordenadores, lavadoras etcétera sino “obsolescencias” que pronto será "residuos". El consumidor que se empeña durante seis meses en usarlos como si fueran mesas, coches, ordenadores y lavadoras acaba él mismo siendo consumido por el deseo de sustituirlos lo antes posible por sus llamadas actualizaciones. En consumidor consumido, convertido él mismo en un residuo marginal de un sistema económico de producción que no produce, valga la redundancia, mesas, coches, ordenadores, lavadoras etcétera sino ideas, que son su verdadera producción, es decir, basura escatológicamente pura. 

Éxito y fracaso. Son cosa de los negocios y de las empresas y empresarios, no cosa nuestra. Nuestra vida no puede considerarse ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario.
 
  
No todos somos demócratas. Un presidente del gobierno, de cuyo nombre no quiero acordarme, ha dicho que no sé qué desafío afectaba a la democracia misma. Y añadió: por tanto, nos concierne a todos. Ahí está la mentira. La mayoría -eso es la democracia- no somos todos. Lo que concierne a la democracia puede referirse a la mayoría, pero no a todos. ¡Qué afán totalitario tienen hasta los más demócratas! Pero no todos somos demócratas. Algunos, hay que decirlo,  somos ácratas y no demócratas. Nunca podemos ser todos porque continuamente estamos entrando y saliendo más. Nunca podremos ser buenos súbditos porque esos son los que se dejan contar, los que se están quietos, estabulados, firmes, sumisos, reducidos al número de su documento nacional de identidad, constreñidos a ser lo que son y nada más que lo que son, prietas las filas de votantes y contribuyentes. 

Infantilización: La publicidad nos trata como si fuésemos menores de edad en todos los sentidos de la palabra, incluido el de débiles mentales que necesitan la tutela del Gran Hermano. Si nos tratan como si fuéramos niños o preadolescentes, nosotros, por hipnosis sugestiva, tendemos a responder como tales. Eso es lo malo. Nos infantilizan y nosotros, encima, nos lo creemos.


 
Chantaje emocional: Apelan, más que a nuestra reflexión racional, a la emotividad, practicando la vieja técnica del chantaje emocional que pretende provocar un cortocircuito en el análisis lógico y una disonancia cognitiva, logrando, de paso, inculcarnos ideas, prejuicios, temores o compulsiones que inducirán a los comportamientos que esperan de nosotros.

Promoción de la ignorancia y la mediocridad: La calidad de la enseñanza obligatoria que se imparte al alumnado y la ciudadanía es mediocre y paupérrima, cada vez más, vertiginosamente más, al tiempo que aumenta el tiempo de escolarización obligatoria. Desde los medios de conformación de masas, se impone, además, la moda de ser estúpido, vulgar, chabacano, grosero e inculto. Es lo que está mandado, lo que Dios, o sea el Estado manda.

jueves, 20 de enero de 2022

La metáfora pedagógica del Buen Pastor

  
    Denuncia Emmánuel Lizcano en su libro Metáforas que nos piensan. Sobre ciencia, democracia y otras poderosas ficciones que el mundo en el que vivimos es una pura simulación, y que la realidad, por lo tanto, es igualmente ficticia. Vivimos en un mundo de representaciones, en una magnífica ficción que, como todos creemos en ella, se ha hecho real, se ha realizado, lo que no quiere decir, por otra parte, que sea verdadera: es falsa, como todo simulacro, una ilusión, un engaño.

    Uno de los mecanismos más potentes que tiene el lenguaje que utilizamos y que nos utiliza a nosotros es la creación y empleo de metáforas que son tanto más eficaces cuanto más nos pasan desapercibidas. Cuando usamos una metáfora y no una simple comparación, estamos viendo una cosa como si fuese otra, o desde la perspectiva de otra, porque una metáfora es una transferencia, una traslación que conlleva otro punto de vista. Cambiar de metáfora es cambiar de perspectiva. No nos referimos sólo a las poéticas, figuras estilísticas o retóricas, sino sobre todo a las políticas y cotidianas, aparentemente inofensivas si no fuesen falsificadoras. 



    Hay metáforas que están tan generalizadas que ya no nos damos cuenta de su condición metafórica; son las que Lizcano denomina “metáforas que nos piensan”, porque creemos que estamos usando una figura estilística o retórica y resulta que es una idea que está incrustada en nuestro cerebro y condicionando nuestro pensamiento y nuestra forma de razonar. Creemos que estamos diciendo algo muy original y resulta que estamos repitiendo una idea inculcada como si fuese un mantra, idea que, a modo de espejo cóncavo, deforma la realidad distorsionándola de una forma esperpéntica y valleinclanesca. El lenguaje no es un simple espejo que refleja la realidad, sino el poderoso artefacto taumatúrgico que la crea y la recrea.

    La crítica de estas metáforas que utilizamos inconscientemente a veces y que nos utilizan a nosotros, sus supuestos usuarios, permite socavar creencias muy arraigadas, cuestionar cantidad de cosas que damos por sentadas, desenmascarar ficciones que creemos certidumbres.


Estatuilla de mármol del Buen Pastor


    Leyendo a Pedro García Olivo, por ejemplo, encuentro una de esas metáforas: la del profesor como pastor, es decir, como educador, en el sentido de formador de la personalidad holística, integral del alumnado. El maestro y el profesor no son según esta metáfora 
meros transmisores de conocimientos, alguien que enseña algo, sino alguien que trata de formar y modelar la personalidad de sus pupilos a modo de Pigmalión que vela por su seguridad y aun por su salvación, o el alquimista que se empeña en sacar oro de donde no lo hay. 

    La metáfora pedagógica del profesor como pastor del rebaño es una ficción, una falsedad que interesa que sea real desde el momento en que se define a este como educador y no como mero enseñante, pero que puede desmontarse, y que García Olivo desmonta habitual- y lúcidamente como buen antipedagogo que es contraponiéndole otra y proponiéndonos por lo tanto un cambio de perspectiva: el profesor no es el pastor del rebaño, el Buen Pastor según la mitología cristiana que salva a la oveja descarriada, no; el profesor es, mercenario a sueldo del Estado y/o del Capital, él también, parte y no la menos importante sino pieza fundamental por cierto del sistema,  es el perro guardián del rebaño y también y por lo tanto, sin embargo, nos guste o nos disguste, un borrego más.
 
    Recordemos el proverbio georgiano de que la oveja siempre temió al lobo, ese peligro indefinido que acechaba lejos del rebaño y del redil, pero fue finalmente el pastor, el Buen Pastor, quien la llevó al matadero a sacrificarl. Al final se reveló que el Buen Pastor era de alguna forma el mítico lobo lengedario, el matarife, el enemigo de los corderos que so pretexto de criarlos y cuidarlos, para lo que les inculca el miedo a la libertad a fin de que acepten el redil y el rebaño, acabará sacrificándolos. 
 

    Quizá no esté de más tampoco recordar a Blanquita, la cabra de aquel buen pastor que era el señor Seguín, que prefirió una noche de libertad a toda una vida atada mediante una soga a una estaca.

 

lunes, 27 de septiembre de 2021

ADVERSVS PAEDAGOGOS

Psicagogo, del griego ψυχαγωγός (psychagogós), es un compuesto de ψυχή (psyché) «alma» pero también «mente» y ἄγωγός (agogós) «conductor, director, guía».

Está hecho a imagen y semejanza de demagogo, de δῆμος (demos, «pueblo») «conductor del pueblo», y pedagogo, de παιδός (paidós, «niño») «conductor del niño». 

El -agogo es el experto que sabe a dónde hay que llevar al pueblo, al niño y el alma. Psicagogo, como hiperónimo, engloba a los hipónimos demagogo y pedagogo. 

Psicagogo era en la antigüedad un epíteto del dios griego Hermes en su calidad de guía de los espíritus de los difuntos en su viaje al reino de los muertos. 


Hermes guiando las almas de los pretendientes muertos a los infiernos, Jan Styka (1858-1925)

Los pedagogos son, pues, psicagogos que han menospreciado la enseñanza, desarrollando el concepto compensatorio y fraudulento de “inteligencia emocional”. 

El sacerdocio psicopedagógico o pedopsicagógico, tanto monta, se consagra al culto del logro de la felicidad imposible y a la aceptación de la realidad. 

Los psicopedagogos han sustituido en la escuela semilaica de hoy a sacerdotes y curas de almas, desempeñando la labor de confesores y directores espirituales. 

Han desterrado de la enseñanza el despertar de la inteligencia, fomentando la afectividad y el pensamiento positivo bobalicón del sonríe y el mundo te sonreirá. 

Han desarrollado una jerga vacía de contenido, un lenguaje políticamente correcto e inclusivo, cuyo envoltorio retórico oculta la más absoluta e inane vacuidad. 

La calidad del proceso de enseñanza y aprendizaje se ha resentido sobremanera, reduciéndose a educación y a mero adoctrinamiento que embota el sentido crítico. 

¿Pública o privada? Para unos la educación debe estar en manos del Estado, para otros de la familia. Nadie cuestiona el qué, sino sólo quién debe impartirla. 

La psicopedagogía se impone a la docencia o transmisión tradicional de los conocimientos: importa más el despropósito de "aprender a aprender" que los saberes. 

La pedopsicagogía apuesta por una enseñanza no memorística, olvidando que sin el desarrollo de la memoria no puede haber proceso de aprendizaje ni enseñanza. 

No es grave que el niño cometa faltas ortográficas o tenga pocos conocimientos teóricos y vocabulario, con tal de que sobrelleve feliz su reclusión y socialice. 

Departamentos de Orientación. Su existencia en los centros educativos ha mermado el sentido natural de orientación y fomentado el desnorte o pérdida del norte. 

 Las almas en el Aqueronte  Adolf Hiremy-Hirschl (1889)

No perdamos de vista a dónde conduce Hermes psicagogo y psicompompo las almas de los mortales: al reino de los muertos, esto es, a la aceptación de la Realidad.
 
La hipótesis de la escuela como herramienta y motor de cambio social ha resultado falsa: la educación no transforma, sino que consolida el estado de las cosas. 

El papel que desempeña la escuela en el entramado social de reproducción del sistema la convierte en un instrumento más de dominación al servicio del Poder. 

La función esencial de la escuela es el adoctrinamiento profundo; sin embargo escandaliza más la catequesis superficial sea nacionalista, sexual o religiosa. 

¿Enseñar a pensar? A nadie le hace falta que le enseñen a pensar ni qué tiene que pensar, basta con que le dejen pensar libremente, libre la mente de ataduras. 


La función de la escuela es domesticar simultáneamente a grandes contingentes de población aún no conformada, hacinados en aulas, para que entren por el aro. 

Contra la asignatura de Economía, la moderna catequesis laica y apostolado de la nueva religión del Capital, que fomenta el espíritu emprendedor y empresarial. 

Hemos asistido religosamente, y así nos va ahora, al entronamiento dictatorial de la economía mercantil neoliberal en la enseñanza y la educación obligatorias. 

¿Qué es lo que te enseñan en la escuela? Te enseñan a aprender, entre el aburrimiento y la mansedumbre gregaria del aborregamiento, a obedecer sin rechistar. 

En el centro educativo donde yo trabajaba sustituyeron el bronco timbre que señalaba el principio y final de las clases por música amable con idéntica función. 

Los ciudadanos que produce el sistema educativo creen participar en la toma de decisiones políticas cuando lo único que hacen es ir cada cuatro años a votar. 

La escuela fomenta la inteligencia artificial en detrimento de la natural generando robots obedientes y trabajadores que obran de manera mecánica sin emoción. 


Miles de profesores soportan malamente una profesión cuyo único sentido es imponer la obediencia ciega y la sumisión total que demanda el sistema educativo. 

Hay profesores que, rebelándose contra su labor tradicional, se convierten en sumisos animadores socioculturales, lo que no tiene nada de malo... ni de bueno.

sábado, 28 de agosto de 2021

¿Qué es eso de la ESO?

    Tres citas, para empezar: “Mi abuela quería que yo tuviera una educación, por eso no me mandó a la escuela” (Margaret Mead, antropóloga); "Yo era inteligente hasta que llegué a la escuela" (Facundo Cabral, cantautor); y “¿Cómo no despreciáis esa educación de ahora y no buscáis quienes pongan fin a vuestra ignorancia?” (Platón pone la pregunta en boca de Sócrates en su diálogo "Clitofonte").


    Lamenta Sócrates en la cita de Platón que los padres, que ponen tanto empeño en "ganarse la vida", es decir, en ganar dinero, como si ambos términos 'dinero' y 'vida' fueran sinónimos y no antónimos, no se preocupen de los hijos que van a heredar sus bienes adquiridos con dinero, y se conformen con ofrecerles la educación reglamentada que ellos mismos han recibido y que para la época consistía en γράμματα, es decir, letras y números, μουσική música y γυμναστική o educación física, con término más moderno, sin plantearse qué era esa educación y para qué les había servido su recepción. 
 
    Nadie se cuestiona lo que considera perfecto. Nadie se plantea adónde lo ha llevado la paideia y adónde, por lo tanto, llevará a sus hijos el día de mañana, como suele decirse. Nadie se pregunta tampoco cuál es el sentido de la vida que está llevando, centrada básicamente en torno a τὰ χρήματα, lo crematístico, es decir, con palabra corriente y moliente, el dinero, el arte de ganar dinero, y de convertir no sólo todas las cosas en dinero, sino también la propia vida que así se prostituye al vil metal. 


    Había ya comenzado en la Atenas de Periclés el precio de las cosas a sustituir a su valor, convirtiéndose el dinero en el único dios verdadero y demiurgo del mundo, como ya denunció Aristófanes en su comedia "Pluto", despojando a los seres humanos de su humanidad y valores propios. Y había ya empezado a entronizarse la economía, la palabra es invento griego igual que la democracia, y a confundirse con la política, a la que acabará desbancando, incluyéndose en el propio currículo de la educación como materia indispensable para la formación de la ciudadanía. Lamenta Sócrates que los atenienses pongan todo su empeño en conseguir dinero y no en preguntarse qué es el dinero, ver para qué sirve y cuál es la calificación moral de su uso.

    La educación nada tiene que ver con los grados que establecen los adjetivos ordinales de “primaria” y “secundaria”. Esos adjetivos pueden cuadrarle más al aprendizaje o a la enseñanza, pero no a la educación, que no los admite, como tampoco admite el epíteto de “obligatoria”, como sucede en el ominoso y abominable acrónimo español de ESO (Educación  -que no Enseñanza, ojo- Secundaria Obligatoria). 
 
    Quizá haya que decirlo para que nadie se llame a engaño: La escuela -incluyendo todas las instituciones académicas en la denominación genérica- no tiene nada que ver con la educación, salvo que digamos que la educación es lo que se imparte y se aprende en la escuela, cosa que es mentira, y entonces deberíamos preguntarnos qué es lo que se aprende en la escuela, en qué consiste el currículo oculto, no tanto los programas, que sólo sirven para que aprendamos las respuestas antes de que se nos ocurra formular las preguntas.


    Ya hace tiempo Iván Illich escribió que había que liberar a la educación de la escuela, para poder aprender fuera de sus rígidos compartimentos estancos espaciales, que son las (j)aulas, y las celdas temporales, que son los horarios y calendarios escolares, y fuera de sus planes de estudios, programas o currículos saturados de información "que hay que saber". Aunque la exigencia memorística ya no forme parte de la escuela moderna, los nuevos modelos educativos no han cambiado la filosofía que los inspira, que es el funcionamiento de la máquina examinatoria que expide y expende, digo bien, títulos baratos.

    Los niños nacidos en este tercer milenio, los llamados mileniales son maleducados por los medios de formación de masas, por las redes sociales cibernéticas, por los juegos electrónicos, por su familia y por su grupo de amigos, y no tanto ya por los medios de formación de masas tradicionales como la televisión, aunque todavía sea uno de los más influyentes, pero son maleducados sobre todo por la educación primaria y secundaria obligatorias que reciben y que algunos consideran incluso que son una necesidad ineludible sin plantearse para qué ni para quién. 
 
    La escuela que conocemos y padecemos hoy, fruto de una sociedad basada en la engañifa del mito del progreso y de la explotación ilimitada de la naturaleza, incluidas todas las cosas y personas, burocratizada hasta la extenuación, no deja de ser una fábrica de producción de alumnos para el consumo y de funcionarios llamados maestros y profesores.

    La escuela no ha muerto, como soñó Everett Reimer en su libro publicado entre nosotros en 1974, donde recogía sus conversaciones con el pensador austriaco Iván Illich. En la "Escuela ha muerto. Alternativas en materia de educación" (Barral editores, Barcelana 1974) escribía: "La única forma de corregir esto es liberando la educación de las escuelas, de forma que la gente pueda aprender de verdad sobre la sociedad donde vive". 

    Sócrates, si es verdad que ha muerto porque era mortal como postulaba el célebre silogismo que lo condenó a la pena capital para toda la eternidad (aquel peripatético 'todo hombre es mortal, Sócrates es hombre, luego Sócrates es mortal'), sonreiría satisfecho oyendo estas palabras desde su tumba.