Denuncia
Emmánuel Lizcano en su libro Metáforas que
nos piensan. Sobre ciencia, democracia y otras poderosas ficciones
que el mundo
en el que vivimos es una pura simulación, y que la
realidad, por lo tanto, es igualmente ficticia. Vivimos en un
mundo de representaciones, en una magnífica ficción que,
como todos creemos en ella, se ha hecho real, se ha realizado, lo que
no quiere decir, por otra parte, que sea verdadera: es falsa, como
todo simulacro, una ilusión, un engaño.
Uno
de los mecanismos más potentes que tiene el
lenguaje que utilizamos y que nos utiliza a nosotros es la creación y
empleo de metáforas
que son tanto más eficaces cuanto más nos pasan desapercibidas. Cuando
usamos una metáfora y no una simple comparación, estamos viendo una cosa
como si fuese otra, o desde la perspectiva de otra, porque
una metáfora es una transferencia, una traslación que conlleva otro
punto de vista. Cambiar de metáfora es cambiar de
perspectiva. No nos referimos sólo a las poéticas, figuras estilísticas o
retóricas, sino sobre todo
a las políticas y cotidianas, aparentemente inofensivas si no fuesen
falsificadoras.
Hay
metáforas que están tan generalizadas que ya no
nos damos cuenta de su condición metafórica; son las que Lizcano
denomina “metáforas que nos piensan”,
porque creemos que estamos usando una figura estilística o retórica
y resulta que es una idea que está incrustada en nuestro cerebro y
condicionando nuestro pensamiento
y nuestra forma de razonar. Creemos que estamos diciendo algo muy
original y resulta que estamos repitiendo una idea inculcada como si
fuese un mantra, idea que, a modo de espejo cóncavo, deforma la realidad
distorsionándola de una forma esperpéntica y valleinclanesca. El
lenguaje no es un simple espejo que refleja la realidad, sino el
poderoso artefacto taumatúrgico que la
crea y la recrea.
La crítica de estas metáforas que utilizamos
inconscientemente a veces y que nos utilizan a nosotros, sus
supuestos usuarios, permite socavar creencias muy arraigadas,
cuestionar cantidad de cosas que damos por sentadas, desenmascarar
ficciones que creemos certidumbres.
Leyendo a Pedro García Olivo, por ejemplo, encuentro
una de esas metáforas: la del profesor como pastor, es decir, como
educador, en el sentido de formador de la personalidad holística,
integral del alumnado. El maestro y el profesor no son según esta
metáfora
meros transmisores de conocimientos, alguien que
enseña algo, sino alguien que trata de formar y modelar la
personalidad de sus pupilos a modo de Pigmalión que vela por su seguridad y aun por su salvación, o el alquimista que se empeña en sacar oro de donde no lo hay.
La metáfora pedagógica del profesor como pastor del rebaño es una ficción, una falsedad que interesa que sea real desde el momento en que se define a este como educador y no como mero enseñante, pero que puede desmontarse, y que García Olivo desmonta habitual- y lúcidamente como buen antipedagogo que es contraponiéndole otra y proponiéndonos por lo tanto un cambio de perspectiva: el profesor no es el pastor del rebaño, el Buen Pastor según la mitología cristiana que salva a la oveja descarriada, no; el profesor es, mercenario a sueldo del Estado y/o del Capital, él también, parte y no la menos importante sino pieza fundamental por cierto del sistema, es el perro guardián del rebaño y también y por lo tanto, sin embargo, nos guste o nos disguste, un borrego más.
Recordemos
el proverbio georgiano de que la oveja siempre temió al lobo, ese
peligro indefinido que acechaba lejos del rebaño y del redil, pero fue
finalmente el pastor, el Buen Pastor, quien la llevó al matadero a
sacrificarl. Al final se reveló que el Buen Pastor era de alguna forma el mítico lobo
lengedario, el matarife, el enemigo de los corderos que so pretexto de criarlos y cuidarlos, para lo que les inculca el miedo a la libertad a fin de que acepten el redil y el rebaño, acabará sacrificándolos.
Quizá no esté de más tampoco recordar a Blanquita,
la cabra de aquel buen pastor que era el señor Seguín, que prefirió una
noche de libertad a toda una vida atada mediante una soga a una
estaca.