Frente
al empeño de algunos pedodemagogos o demopedagogos modernos, da lo
mismo como se quiera llamarlos, de enseñarnos a aprender, he aquí una
pequeña contribución en sentido contrario para aprender a
desaprender lo enseñado y aprendido.
Lo que
más le conviene a cualquiera. Liberarse uno del peso de las conveniencias.
Ideas del tiempo: Hay dos
imaginaciones igualmente falsas del tiempo: la cíclica y la lineal:
la cíclica responde al ritmo natural, circular, repetitivo del
eterno retorno de lo mismo que sin embargo nuna es exactamente lo mismo, propio de
las sociedades agrícolas y de la tradición oriental en la que el ser
humano nace y renace constantemente como ave Fénix de sus propias
cenizas; la imaginación del tiempo lineal, por su parte, procede de la cultura
judeocristiana, y se fundamenta en la imagen de una línea recta que
fluye desde el pasado atravesando el presente inasible hacia el futuro. Pero
el tiempo de verdad no es ni lo uno ni lo otro: ni un círculo ni una
línea recta, vanas figuras geométricas. Reconozcámoslo: no tenemos ni idea de lo
que es el tiempo. Cuando nos hacemos una idea de él, ya no es lo que era: el pájaro ha volado y escapado de la jaula.
Cultura.
La cultura, igual que el ministerio que lleva o llevaba su nombre, es un
invento del gobierno, como escribió Rafael Sánchez Ferlosio, para
crear un ministerio y un ministro, esencialmente incultos, que lleven
su nombre, a fin de entretenernos, anestesiarnos y amodorrarnos.
Capitalismo: El modo de
producción capitalista no se define por su capacidad de producir
riqueza sino, más bien, por su afán de destruirla. Si se considera
que la mayoría de las mercancías que se producen hoy en el mundo
dentro de seis meses estarán en el contenedor de la basura se
comprende enseguida que el capitalismo no fabrica mesas, coches,
ordenadores, lavadoras etcétera sino “obsolescencias” que pronto será "residuos". El
consumidor que se empeña durante seis meses en usarlos como si
fueran mesas, coches, ordenadores y lavadoras acaba él mismo siendo
consumido por el deseo de sustituirlos lo antes posible por sus llamadas actualizaciones. En
consumidor consumido, convertido él mismo en un residuo marginal de
un sistema económico de producción que no produce, valga la
redundancia, mesas, coches, ordenadores, lavadoras etcétera sino
ideas, que son su verdadera producción, es decir, basura escatológicamente pura.
Éxito y
fracaso. Son cosa de los negocios y de las empresas y empresarios, no cosa nuestra. Nuestra vida
no puede considerarse ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario.
No todos
somos demócratas. Un presidente del gobierno, de cuyo nombre no
quiero acordarme, ha dicho que no sé qué desafío afectaba a la
democracia misma. Y añadió: por tanto, nos concierne a todos. Ahí
está la mentira. La mayoría -eso es la democracia- no somos todos.
Lo que concierne a la democracia puede referirse a la mayoría, pero
no a todos. ¡Qué afán totalitario tienen hasta los más
demócratas! Pero no todos somos demócratas. Algunos, hay que
decirlo, somos ácratas y no demócratas.
Nunca podemos ser todos porque continuamente estamos entrando y
saliendo más. Nunca podremos ser buenos súbditos porque esos son
los que se dejan contar, los que se están quietos, estabulados,
firmes, sumisos, reducidos al número de su documento nacional de
identidad, constreñidos a ser lo que son y nada más que lo que son, prietas las filas de votantes y contribuyentes.
Infantilización: La publicidad nos trata como si fuésemos menores de edad en todos los sentidos de la palabra, incluido el de débiles mentales que necesitan la tutela del Gran Hermano. Si nos tratan como si fuéramos niños o preadolescentes, nosotros, por hipnosis sugestiva, tendemos a responder como tales. Eso es lo malo. Nos infantilizan y nosotros, encima, nos lo creemos.
Infantilización: La publicidad nos trata como si fuésemos menores de edad en todos los sentidos de la palabra, incluido el de débiles mentales que necesitan la tutela del Gran Hermano. Si nos tratan como si fuéramos niños o preadolescentes, nosotros, por hipnosis sugestiva, tendemos a responder como tales. Eso es lo malo. Nos infantilizan y nosotros, encima, nos lo creemos.
Chantaje emocional: Apelan,
más que a nuestra reflexión racional, a la emotividad, practicando
la vieja técnica del chantaje emocional que pretende
provocar un cortocircuito en el análisis lógico y una disonancia cognitiva, logrando, de paso,
inculcarnos ideas, prejuicios, temores o compulsiones que inducirán
a los comportamientos que esperan de nosotros.
Promoción de la ignorancia
y la mediocridad: La
calidad de la enseñanza obligatoria que se imparte al alumnado y la ciudadanía
es mediocre y paupérrima, cada vez más, vertiginosamente más, al tiempo que aumenta el tiempo de
escolarización obligatoria. Desde los medios de conformación de
masas, se impone, además, la moda de ser estúpido, vulgar,
chabacano, grosero e inculto. Es lo que está mandado, lo que Dios, o sea el Estado manda.
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