sábado, 19 de febrero de 2022

Contra los profesores (y II)

     Amós Comenio, en efecto, fue un obispo, teólogo y pedagogo del siglo XVII, uno de los fundadores y responsables de la moderna educación y su cacareado sistema educativo. Versado en el arte de la alquimia, aplicó el concepto de esta al proceso de la ilustración, hasta el punto de que la naturaleza religiosa de la educación y la fe que políticos y economistas depositan en ella, dedicándole enormes sumas de dinero público, es tan evidente que su carácter de piedra filosofal de nuestro sistema político, económico y social corre el peligro de pasar inadvertido. Su dogma fundamental, su idolatría, es que el proceso educativo aumenta el valor del ser humano, capitalizándolo y conduciéndolo hacia una vida mejor y un horizonte constante de progreso. No estamos hablando de la educación religiosa, sino de la naturaleza religiosa inherente a toda educación por muy laica que como ahora se pretenda. 


 
Magister: Veni, puer, disce sapere. (Ven, niño, aprende a saber)
Puer: Quid hoc est sapere? (¿Qué es eso de saber?)
Magister: Omnia, quae necessaria, recte intellegere, recte agere, recte eloqui. (Entender correctamente, obrar correctamente y decir correctamente todo lo que es necesario)
Puer: Quis me hoc docebit? (¿Quién me lo enseñará?)
Magister: Ego, cum Deo. (Yo, con Dios)
Puer: Quomodo? (¿Cómo?)
Magister: Te per omnia ducam, tibi omnia ostendam, tibi omnia nominabo. (Voy a conducirte por todo, a enseñarte todo, a nombrarte todo).
Puer: En! Adsum! Duc me, in nomine Dei. (¡Venga! ¡Aquí estoy! Condúceme, en el nombre de Dios).


    ...Y entonces el maestro comienza a enseñarle al niño el abecedario y empieza así su alfabetización, dentro de una liturgia escolar que agrupa a niños y niñas por edades, a veces también por sexos, en un recinto consagrado a ese fin, el aula, dentro de un centro penitenciario, donde son adoctrinados por personal cualificado... Y lo primero que el niño aprende es el curriculum oculto del sistema educativo, una mentira: extra scholam nulla salus: fuera del recinto escolar no hay salvación; que lo que no se enseña en la escuela carece de valor y lo que se aprende fuera de ella no vale la pena aprenderlo. Y también que hay dos mundos: el real al que está abocado y al que un día entrará, mal que le pese, y el sagrado, en el que se le encierra “para que aprenda”, en el que todo es “por su bien”, es decir, para que se prepare para el siempre incierto día de mañana y para pasar por el aro como domada fierecilla.

    Comenio diseñó el mapa educativo por el cual, hasta hoy, nuestras sociedades continúan orientándose y rigiéndose. La vida se configura como una escuela permanente en un constante proceso de enseñanza y aprendizaje, como dicen ahora los pedagogos; y el ser humano, como un homo educandus, un animal que ha de ser educado “para que aprenda... a aprender”.
 
      Cuando entré por primera vez en la sala donde se congregan los profesores antes de empezar las clases (denominadas hoy con 'corrección' lingüística 'Salas de Profesores y Profesoras'), comprobé que allí, en lo que yo creía en mi ingenuidad que era un templo de sabiduría, se decían las mismas tonterías que en la calle,  el nivel intelectual era paupérrimo, y su conversación giraba en torno a reivindicaciones salariales, siempre insuficientes para un trabajo tan ímprobo, y a los alumnos, que eran unos auténticos zoquetes. 
 
    Había básicamente dos modelos de profesores: el autoritario y conservador, de índole tradicional, enemigo de los medios audiovisuales y de las nuevas tecnologías, que dictaba sus lecciones magistrales ex cathedra y que estaba ya cuando yo empecé ya en franca decadencia, y el mayoritario o democrático y progresista, que pactaba con los alumnos todas las medidas y que se consideraba uno más, en el que yo milité, y que me parece tan execrable como el otro o más, que de entrada se presenta como 'profe guay'.
 
Profesores con faldas contra los estereotipos sexistas... ¡y con mascarilla!
 
     Los profesores más jóvenes que he conocido en estos últimos tiempos, procedentes todos ellos de las canteras de la ESO, eran en su mayoría, además de prepotentes y arrogantes como los viejos, extremadamente sumisos a las ideas dominantes y creídos. Los más creídos son, después de todos, los que más creen, en el sentido de que tienen fe en su misión profesional de apostolado laico. No son los profesores autoritarios de antaño ni tampoco los progres, sino los colegas de hoy, que resultan al fin y a la postre tan repelentes como aquellos porque disfrazan su condición de lobo bajo la piel del cordero. Consideran que ellos no tienen que enseñar los rudimentos de sus respectivas materias, sino que su principal tarea es formar a los alumnos integralmente para lo que es preciso adoctrinarlos. Están convencidos de ser educadores en lugar de enseñantes o docentes.
 
    El peor recuerdo, sin embargo, que conservo de mi dedicación a la enseñanza no es el trato con los alumnos curso tras curso ni tampoco con los colegas, sino la creciente burocracia que exige la administración a través de la inspección a los profesores, que ha ido aumentando según pasaban los años hasta extremos increíbles,  y los requisitos cada vez más imperiosos de las sucesivas reformas educativas,  una burocracia que se ha digitalizado con la entrada de las nuevas tecnologías en las aulas en los últimos años, lo que en lugar de resolver el problema lo ha complicado más todavía y agravado.

1 comentario:

  1. Embozados y presurosos marchan por las calles como si obedecieran a una misteriosa llamada, atentos a las señales que regulan sus movimientos parecen no querer salirse de la ruta programada, por si no fuera poco el cansino acostumbramiento, para que afloren las emociones y el entusiasmo, como contrapeso y refuerzo organizan eventos, militares y deportivos, para esa existencia que el Dinero necesita competitiva y agitada.

    Las más pequeñas criaturas libres de la Educación, los jubilados libres del Trabajo y los jóvenes ociosos sin Ocupación vagan sin remedio alrededor del Infierno donde la Autoexplotación campa a sus anchas por un fuego publicitario que les deja sin entrañas.

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