miércoles, 16 de febrero de 2022

El 'green pass' o la alegoría del semáforo verde.

    Que lo verde sea lo autorizado y lo rojo lo que no lo está no deja de ser una convención como otra cualquiera, y es por lo tanto arbitraria como cualquier convención. Se cuenta que en China se trató durante la Revolución Cultural de invertir el significado y de hacer que la luz roja del semáforo diera paso libre y la verde prohibiera el paso a vehículos y peatones, basándose en que el rojo era el color del partido y de la bandera comunista y, por lo tanto, el color nacional, pero parece que el intento fue caótico porque la gente no sabía muy bien a qué atenerse, y unos, apegados a la tradición, funcionaban según la antigua convención, y otros, más jóvenes, seguían las directrices de las nuevas ordenanzas del Partido.


     Que el rojo sea el color de la prohibición se justifica argumentando que es el color de la sangre, y el derramamiento de sangre es señal de peligro. Es además el rojo uno de los primeros colores que se ve en el espectro, el más llamativo, mientras que el verde, que se asocia en política al ecologismo, y en lenguaje sanitario a los quirófanos, resulta más relajante. Quizá por eso al salvoconducto -es un decir- que se han sacado de la manga -es otro decir- gobiernos como el italiano, imitando los colores de los semáforos, le dicen, ávidos de anglicismos, “green pass”, o sea, “pase verde”, como si fuese un semáforo que se pone verde y que nos da paso y vía libre. 
 
Unos ciudadanos muestran el pasaporte covid para acceder a un recinto.

   La fotografía de arriba muestra un hecho, hasta ahora insólito, como si fuera lo más normal del mundo. El comentario del periódico de donde está tomada, completamente falso, dice: “El certificado covid europeo muestra su utilidad para la salud y la economía.” El certificado covid europeo es el green pass de los italianos.  Utilidad para la salud no le veo yo ninguna, porque los poseedores de dicho documento pueden contraer la enfermedad y contagiarla como todo quisque (o más). Que se le llame "pasaporte sanitario" entre nosotros tampoco tiene mucho sentido. Si sanidad es sinónimo de salud, cosa que dudo, no debería llamarse así, a no ser que entendamos lo de sanitario como “expedido por el Ministerio de Sanidad”: un certificado burocrático que dice que el poseedor ha recibido una o dos o tres inyecciones hasta la fecha, lo que no quiere decir que no sea contagioso y que esté sano o que esté más sano que alguien que no lo haya hecho, pero tiene acceso libre. Tampoco le veo yo la utilidad para la economía, por mucho que lo diga el periódico.

     Tanto el nombre -pase, paso- como el color -verde- que evoca el green pass son una regulación del tráfico. Y ya sabemos lo que ocurre en las ciudades donde hay semáforos que regulan el tráfico: se organiza el caos sobre ruedas. Se preguntaba, a propósito de esto, Chicho Sánchez Ferlosio si se ha puesto el guardia a dirigir el tráfico a despecho de los semáforos porque se ha formado un embotellamiento fuera de lo común o se ha formado un embotellamiento fuera de lo común porque el guardia se ha puesto a dirigir el tráfico a despecho de los semáforos. Adivina la respuesta. 

    Lo que quieren los gobiernos es controlar nuestro paso como si fueran un semáforo. Controlan así nuestra obediencia, nuestra sumisión, y por eso utilizan esos colores: rojo prohibición, verde vía libre.


    Quizá lo más sensato es que no hubiera semáforos reguladores del tráfico por respeto a los daltónicos, que no distinguen el color rojo del verde (por lo que no sé si la Dirección General de Tráfico que se encarga de organizar el caos en nuestras carreteras les concederá el permiso de conducir) o que, de haberlos en los lugares peligrosos, por ejemplo en los cruces de caminos,  sólo tuvieran un color que no fuera ni el rojo ni el verde, sino el ámbar de la precaución, o, mejor dicho, del cuidado. Cuando uno llega a ese punto tiene que tener cuidado. Simplemente.

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