En
el prólogo de “La sociedad del cansancio” reflexiona Byung-Chul Han, el filósofo coreano que escribe en aelmán, sobre el mito de
Prometeo y el águila, y afirma que el águila que devora el hígado en
constante crecimiento del titán no es un enemigo externo, sino “su alter ego, con el cual está en guerra”. Vista así, la relación del águila
y Prometeo es una relación de autoexplotación: Prometeo es Prometeo y es también el águila
que engulle su hígado, que, por su parte, se regenera para poder seguir siendo
devorado día tras día: Prometeo es a la vez la víctima y el verdugo de sí mismo.
Prometeo, Theodoor-Rombouts (1597-1637)
¿Hará falta traer a cuento aquí una vez más aquello de Horacio de Quid rides? Mutato nomine, fabula de te narratur; o sea: ¿De qué te ríes? Cambiado el nombre, la
historia habla de ti mismo? No, no hace falta, creo yo. Donde se dice Prometeo y el águila pongamos
nuestro nombre propio, y veamos enseguida cómo el sufrimiento que creíamos
ajeno nos atañe más de lo que parecía a simple vista, nos resulta enseguida muy
entrañable, en el verdadero sentido de la palabra, porque nace de nuestra propia entraña, porque esa historia es
nuestra propia historia, nuestra autobiografía.
En algunas versiones del mito de Prometeo el ave que devora las entrañas del titán
no es un águila sino un buitre Un buen ejemplo es este óleo sobre tela
titulado Prometeo encadenado (ca. 1883) del pintor chileno Pedro Lira (1845-1912):
Si
en el siglo pasado la sociedad era disciplinaria y represiva,
según la apreciación de Foucault, la actual del siglo XXI es permisiva. Hemos pasado de ser sujetos de obediencia
a ser sujetos de rendimiento, en expresión de Byung-Chul Han, convirtiéndonos en emprendedores, lo que no
quiere decir que seamos libres. Hace bien el autor en recordarnos la etimología
de “sujeto”, del latín sub-iectus,
es decir, “sometido, subyugado” a nosotros que vivimos bajo
una ilusión de libertad. Byung-Chul Han hace hincapié en que
el sistema democrático y neoliberal de dominación vigente, más sutil que los regímenes
dictatoriales anteriores, "en lugar de
emplear el poder opresor, utiliza un poder seductor, inteligente (smart),
que consigue que los hombres se sometan por sí mismos al entramado de dominación".
El
paso de sujeto de obediencia (Foucault) a sujeto de rendimiento (Byung-Chul
Han) no es una liberación, como podría parecer a primera vista, sino todo lo
contrario: El sujeto de rendimiento sigue disciplinado, ha superado esa fase,
pero en la superación se ha encontrado con una enfermedad: la depresión. El
individuo ya no sigue un modelo autoritario y prohibitivo exterior a él, sino
que él mismo se autoimpone la obligación de ser él mismo, entrando en lo
que Alain Ehrenberg llama “la fatigue d’
être soi-même”, el cansancio de ser uno mismo.
Según
Byung-Chul Han lo que causa la depresión no es sólo esa fatiga de ser uno el
que es, sino también la exigencia de rendimiento, llegando a ser uno un “animal laborans” un
ser que se explota a sí mismo, voluntariamente, sin coacción externa. Volvemos
a Prometeo y el águila, nuestro alter ego.
Byung-Chul Han
El
sujeto de rendimiento, que somos los hombres y mujeres asimiladas a los hombres
del siglo XXI, está libre de un dominio
externo que lo obligue a trabajar o incluso lo explote. Es dueño y soberano de
sí mismo. De esta manera, no está sometido aparentemente a nadie, o, mejor
dicho, está sometido a alguien, al
dictador más difícil de desenmascarar: a sí mismo.
El
exceso de trabajo y rendimiento se agudiza y se convierte en autoexplotación.
Esta es mucho más eficaz que la explotación por otros, pues va acompañada de un
sentimiento de libertad. El explotador es al mismo tiempo el explotado sin ser consciente de su dualidad. Víctima
y verdugo ya no pueden diferenciarse. Vivimos en una fase histórica
particular, en la que la propia libertad genera coerciones.
Para
Karl Marx, el trabajo conducía a la alienación. Por eso decía que el trabajo era
una autodesrealización. En nuestra época, el trabajo se presenta en forma de
libertad y autorealización. Me (auto)exploto, pero creo que me realizo. Esta autoexplotación es más eficaz
que la explotación ajena a la que se refería el marxismo, porque va acompañada
de una ilusión –falsa como todas- de libertad. La lucha de clases sigue existiendo, pero esta vez dentro de cada individuo, como ya descubrió el psicoanálisis.
El capitalismo convertido en neoliberalismo convierte a su vez al trabajador en emprendedor -empresario es término ya obsoleto- que se explota a sí mismo en su empresa, y se hace amo y esclavo de sí mismo. Nos sentimos libres mientras nos esclavizamos. Somos esclavos que se creen libres. Esta libertad imaginada impide la resistencia, la revolución. Este proceso no requiere nuestra obediencia, sino el desarrollo de nuestros gustos personales y personalidad individual propia. Cada uno se somete al sistema de poder mientras se comunique y consuma, o incluso mientras pulse el botón de «me gusta» en Facebook o en Twitter. El poder inteligente no nos obliga a callarnos. Más bien todo lo contrario: nos anima a opinar continuamente en el smartphone y las redes sociales, a dar rienda suelta a nuestra libertad de expresar cualquier sandez que nos pase por la cabeza, a compartir, a participar, a comunicar nuestros deseos, nuestras necesidades, y a contar sin pudor alguno nuestra vida, esa farsa que todos llevamos a cabo (Arthur Rimbaud). Quizá no esté mal, como conclusión, recordar aquí al viejo maestro cordobés, a Séneca: Nulla seruitus turpior est quam uoluntaria. Ninguna esclavitud es más vergonzosa que la voluntaria.
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