sábado, 24 de junio de 2023
¿Para qué servía el pasaporte sanitario?
miércoles, 16 de febrero de 2022
El 'green pass' o la alegoría del semáforo verde.
Que lo verde sea lo autorizado y lo rojo lo que no lo está no deja de ser una convención como otra cualquiera, y es por lo tanto arbitraria como cualquier convención. Se cuenta que en China se trató durante la Revolución Cultural de invertir el significado y de hacer que la luz roja del semáforo diera paso libre y la verde prohibiera el paso a vehículos y peatones, basándose en que el rojo era el color del partido y de la bandera comunista y, por lo tanto, el color nacional, pero parece que el intento fue caótico porque la gente no sabía muy bien a qué atenerse, y unos, apegados a la tradición, funcionaban según la antigua convención, y otros, más jóvenes, seguían las directrices de las nuevas ordenanzas del Partido.
Unos ciudadanos muestran el pasaporte covid para acceder a un recinto.
La fotografía de arriba muestra un hecho, hasta ahora insólito, como si fuera lo más normal del mundo. El comentario del periódico de donde está tomada, completamente falso, dice: “El certificado covid europeo muestra su utilidad para la salud y la economía.” El certificado covid europeo es el green pass de los italianos. Utilidad para la salud no le veo yo ninguna, porque los poseedores de dicho documento pueden contraer la enfermedad y contagiarla como todo quisque (o más). Que se le llame "pasaporte sanitario" entre nosotros tampoco tiene mucho sentido. Si sanidad es sinónimo de salud, cosa que dudo, no debería llamarse así, a no ser que entendamos lo de sanitario como “expedido por el Ministerio de Sanidad”: un certificado burocrático que dice que el poseedor ha recibido una o dos o tres inyecciones hasta la fecha, lo que no quiere decir que no sea contagioso y que esté sano o que esté más sano que alguien que no lo haya hecho, pero tiene acceso libre. Tampoco le veo yo la utilidad para la economía, por mucho que lo diga el periódico.
Tanto el nombre -pase, paso- como el color -verde- que evoca el green pass son una regulación del tráfico. Y ya sabemos lo que ocurre en las ciudades donde hay semáforos que regulan el tráfico: se organiza el caos sobre ruedas. Se preguntaba, a propósito de esto, Chicho Sánchez Ferlosio si se ha puesto el guardia a dirigir el tráfico a despecho de los semáforos porque se ha formado un embotellamiento fuera de lo común o se ha formado un embotellamiento fuera de lo común porque el guardia se ha puesto a dirigir el tráfico a despecho de los semáforos. Adivina la respuesta.
Lo que quieren los gobiernos es controlar nuestro paso como si fueran un semáforo. Controlan así nuestra obediencia, nuestra sumisión, y por eso utilizan esos colores: rojo prohibición, verde vía libre.
Quizá lo más sensato es que no hubiera semáforos reguladores del tráfico por respeto a los daltónicos, que no distinguen el color rojo del verde (por lo que no sé si la Dirección General de Tráfico que se encarga de organizar el caos en nuestras carreteras les concederá el permiso de conducir) o que, de haberlos en los lugares peligrosos, por ejemplo en los cruces de caminos, sólo tuvieran un color que no fuera ni el rojo ni el verde, sino el ámbar de la precaución, o, mejor dicho, del cuidado. Cuando uno llega a ese punto tiene que tener cuidado. Simplemente.
miércoles, 3 de noviembre de 2021
Hechos, no probabilidades
Cuando muere de repente un joven 'en buen estado de salud', es decir, sin ningún antecedente conocido hasta la fecha, al muy poco tiempo de haber recibido un pinchazo de la vacuna contra la enfermedad del virus coronado, y estar oficialmente inmunizado; cuando muere un joven que, prestándose voluntaria- y desinteresadamente a la inoculación, pretendía salvar su vida y la de los demás, se dice que no hay por qué establecer una relación de causa a efecto entre lo uno y lo otro, que puede tratarse de una casualidad y no necesariamente de causalidad, con lo que la sedicente vacuna queda exonerada de toda responsabilidad, como ya están exentos los laboratorios que la crearon. Es cierto: no hay por qué caer en la falacia del 'post hoc ergo propter hoc' creyendo que lo que sucede antes es causa siempre de lo que viene después, que pasa así a ser su consecuencia.
Los efectos clínicos adversos posteriores a la vacunación registrados podrían ser, en efecto, casualidades, y no causalidades. Podrían en realidad deberse a otros factores. Pero hay que tener en cuenta un criterio no poco importante, que es el tiempo transcurrido entre la inyección salvífica y la presentación del cuadro clínico adverso y contraproducente. Si vemos que el número de efectos adversos (por ejemplo infartos de miocardio e ictus) aumenta considerablemente en los primeros días posteriores a la inoculación y luego declina, parece una señal de que podría estar causalmente relacionado.
Centro de vacunación en Transilvania (Rumanía), castillo del conde Drácula.
Pero esa misma lógica que no quiere buscar la causa porque no cree en ella y no quiere responsabilidades, que sirve para salvar la maltrecha reputación de las vacunas, no se aplica en el sentido contrario: si no es la causa de la muerte, ¿hemos de suponer que es la causa de que la inmensa mayoría de los que se han inoculado, como predican los gobiernos y los medios a su servicio, haya salvado el pellejo y siga con vida a fecha de hoy?
El presidente del gobierno español, por ejemplo,
llegó a afirmar que gracias a las medidas draconianas que impuso su
gobierno en plena pandemia (encierros, toques de queda, cuarentenas, mascarillas quirúrgicas, distancias personales, prohibición de reunirse personas no
convivientes...) y que luego han sido consideradas anticonstitucionales
porque se aplicó el “estado de alarma” y no el “estado de
excepción” previsto en la constitución, se habían salvado
doscientas mil vidas en nuestro país: una hipótesis indemostrable
que se basa en un a todas luces exagerado e interesadamente
improbable cálculo de probabilidades que se justificaba porque
las medidas salvaban vidas que de lo contrario habrían peligrado.
La vacunación de la población, la censura mediática y la imposición de un nuevo documento de identidad que demuestre que uno ha recibido la pauta completa de vacunación para poder hacer ciertas cosas que antes hacía sin ningún problema y que van, según los sitios, desde tomarse un café en un bar hasta poder trabajar, recibir un trasplante o viajar han creado una doble ciudadanía: ciudadanos de primera clase que pueden hacer esas cosas porque han recibido la gracia divina de la bendita inoculación y ciudadanos de segunda clase o capitidisminuidos, que deberían tener la decencia de segregarse de la comunidad voluntariamente, según Noam Chosmky, o ser recluidos como si de prisioneros se tratara porque son peligrosos para la comunidad: de hecho son el enemigo público número uno: el peor terrorista habido y por haber.
Si una persona se ha vacunado -y lo han hecho cientos de millones en todo el mundo- ¿ha salvado por eso su vida? ¿Es la vacuna la causa de que siga con vida y no se haya muerto de la misteriosa enfermedad contagiosa? ¿Cómo sabemos que la vacuna ha impedido que contraiga la enfermedad y que se vaya al otro barrio? Es más, cada vez hay más personas vacunadas que contraen la enfermedad. Se dice que es lógico (?) porque cada vez son más los vacunados, y no solamente son más, sino que son la mayoría aplastante de los que contraen la supuesta enfermedad o síndrome del virus coronado, y la mayoría los que se mueren supuestamente de él, y que en todo caso contraen la enfermedad en forma leve, casi sin síntomas, y que si no lo hubieran hecho, enfermarían gravemente y se pondrían al cabo de la muerte... Pero no lo sabemos. Reconozcamos que la hipótesis de que la vacuna salva vidas es indemostrable porque no sabemos qué hubiera sido de las personas que se han vacunado si no lo hubieran hecho. Sí sabemos, sin embargo, que algunos que sí lo hicieron han enfermado gravemente al poco tiempo y han muerto. Y no sólo algunos, sino muchos, demasiados ya, son los que enfermaron gravemente y fallecieron. Y eso son hechos con los que hay que contar y de los que hay que dar cuenta, no probabilidades indemostrables.
jueves, 30 de septiembre de 2021
¡Muéstreme su pase sanitario!
La foto no está trucada. Las propias agencias de verificación lo reconocen. Muestra un cartel de la nueva película de cine holandesa "Mi mejor amiga Ana Frank" donde puede leerse diagonalmente, en mayúsculas negras sobre franja blanca, en neerlandés: "voor ongevaccineerden verboden", lo que en román paladino significa: “prohibido para los no vacunados”.
Las agencias de verificación se han apresurado enseguida a investigar, y a desmentir la noticia, pese a que la imagen no está manipulada: “Una foto del cartel de una película holandesa sobre Ana Frank se está difundiendo en las redes sociales. Afirma que los no vacunados no pueden ver la película. Esto es falso.”
¿Es verdad o es falso, como dicen las agencias de verificación, que no puedes ir al cine a ver esta película o cualquier otra si no estás vacunado?
La afirmación es a la vez verdadera y falsa. En los Países Bajos se prohíbe la entrada al cine a las personas no vacunadas que no acrediten documentalmente que están libres de la mácula del pecado vírico mediante el green pass, pasaporte sanitario, certificado QR o como quiera llamarse al invento, o documento equivalente, porque se supone, y es demasiado suponer, que si has recibido los pinchazos reglamentarios estás libre de contagio tanto por activa como por pasiva y media.
La exigencia del salvoconducto se hace extensiva a los restaurantes o a cualquier espectáculo público cultural o deportivo. El gobierno holandés dice que las personas que no estén vacunadas o que no puedan demostrar que han pasado la infección pueden hacerse las pruebas correspondientes de forma gratuita, demostrando así el ejecutivo de ese país, que es como los periodistas llaman al gobierno, que no grava económica- y directamente a sus súbditos que no estén vacunados-¡menos mal, dentro de lo malo malo, faltaría más-!, aunque no por ello deja de hacerlo a través de los impuestos indirectos con que se pagan las pruebas y las vacunas y no por ello deja de obligarles a demostrar que están libres de pecado, es decir, de la mácula del virus.
Parece que hay una razón sanitaria de tipo médico detrás de esta segregación, pero no la hay, porque el hecho de estar vacunado no demuestra per se que uno esté libre del virus coronado, como se está viendo en países como Israel, pionero en la vacunación, donde hasta su propio gobierno lo ha reconocido, y donde ya van por la cuarta comunión de la dosis. Y suma y sigue. La razón es otra, es política, los fines de esta medida de apartheid son el control social. No tiene nada que ver, por lo tanto, con la salud.
La segregación de los no vacunados, que se justifica por su supuesto peligro de contagio, no tiene ningún sentido desde el punto de vista médico y epidemiológico si la vacuna cumple su función. Los certificados de vacunación y la propia vacunación son absurdos. Si la vacunación fuera efectiva no necesitaría ningún documento acreditativo, demostraría su eficacia por sí sola, lo que, por cierto, no se está viendo.
La polvareda que ha levantado la cartelera de “Mi mejor amiga Ana Frank” es grande en las redes sociales, por mucho que quieran taparla los verificadores. Enseguida, y no sin razón, se ha comparado la segregación de los que no quieren o no pueden vacunarse contra el virus coronado por cualquier razón con la exclusión de los judíos bajo el nacionalsocialismo, y esto, precisamente, en una película sobre Ana Frank, la niña judía que se escondió de los nazis con su familia y conocidos durante algo más de dos años en una casa trasera de Ámsterdam, pero que finalmente fue descubierta y murió en el campo de concentración de Bergen-Belsen, de lo que nos dio cuenta en su famoso diario.
Hay quien comenta, estableciendo con razón ciertos paralelismos: "La historia se repite". Las comparaciones se establecen con la estrella judía, la estrella amarilla que los judíos estaban obligados a llevar como marca distintiva en su solapa durante el nacionalsocialismo, y, en segundo, lugar con el pasaporte o salvoconducto sanitario, instaurado en algunos países europeos a imagen y semejanza del Gesundheitspass nazi.
viernes, 28 de mayo de 2021
Contra el pasaporte sanitario
En Charleroi la ciudad más importante de la Valonia, la Bélgica de habla francesa, un sencillo cartel propagandístico anima a los ciudadanos a inocularse “para comer mañana en el restaurante, me vacuno”, estableciendo un período hipotético irracional: si cumplo el requisito, puedo comer mañana en el restaurante, es decir, puedo recuperar mi vida anterior a la (falsa) pandemia; si no lo hago, no.
El sector de la hostelería se preocupa ante esta consigna difícil de digerir que exige a los clientes la obligación de presentar un pasaporte "verde" -que a modo de semáforo te da vía libre-, pase sanitario o salvoconducto de vacunación, en realidad certificado de buena conducta cívica, para acceder al comedor, lo cual introduce una discriminación significativa. Cuesta trabajo imaginar a un chef o al dueño de un restorán pidiendo el certificado de vacunación, quizá en forma de código QR en el adminículo imprescindible que es el móvil o celular, a sus clientes para autorizarles la entrada y servirles una comida.
El
sitio web dedicado a lanzar dichas proclamas se llama jemevaccine.be -"be" es abreviatura de Bélgica, aunque podría ser repetido múltiples veces la onomatopeya del balido de las ovejas camino del matadero.
En todos los eslóganes publicitarios de propaganda que han elaborado
aparece como un talismán la palabra “mañana”. Además del
citado mensaje han sacado estos otros: “Para
volver al festival mañana,
me vacuno”, “Para ver a mis allegados cuando quiera mañana,
me vacuno”, “Para quedar con mis amigos mañana,
me vacuno” y también: “Para respirar mejor mañana,
me he vacunado hoy”. Como decía Lope, “¡Oh
dulces desvaríos! / Siempre mañana, y nunca mañanamos”. ¿Por qué no nos preguntamos por qué no podemos hacerlo hoy mismo y hemos de esperar al incierto día de mañana? ¿Qué o quién nos lo impide?
La campaña es sintomática de un totalitarismo delirante que avanza a pasos gigantescos con la complicidad de los que se prestan como cobayas humanas al experimento. La propaganda del Régimen nos promete un futuro halagüeño de vino y rosas que en realidad es una vuelta al pasado sólo para los que se vacunen. No hace falta decir que es un chantaje. Comprobar el estado de vacunación de una persona plantea serias cuestiones de violación de la privacidad de su historial médico, y además plantea la cuestión de quién debe supervisar dicho requisito. ¿Se nos pide a los ciudadanos que nos controlemos los unos a los otros, convirtiéndonos en policías del prójimo? ¿Será la policía la encargada que se limita, como siempre, a hacer el trabajo sucio de cumplir órdenes sin cuestionárselas?