miércoles, 3 de noviembre de 2021

Hechos, no probabilidades

    Cuando muere de repente un joven 'en buen estado de salud', es decir, sin ningún antecedente conocido hasta la fecha, al muy poco tiempo de haber recibido un pinchazo de la vacuna contra la enfermedad del virus coronado, y estar oficialmente inmunizado; cuando muere un joven que, prestándose voluntaria- y desinteresadamente a la inoculación,  pretendía salvar su vida y la de los demás, se dice que no hay por qué establecer una relación de causa a efecto entre lo uno y lo otro, que puede tratarse de una casualidad y no necesariamente de causalidad, con lo que la sedicente vacuna queda exonerada de toda responsabilidad, como ya están exentos los laboratorios que la crearon. Es cierto: no hay por qué caer en la falacia del 'post hoc ergo propter hoc' creyendo que lo que sucede antes es causa siempre de lo que viene después, que pasa así a ser su consecuencia.

    Los efectos clínicos adversos posteriores a la vacunación registrados podrían ser, en efecto,  casualidades, y no causalidades. Podrían en realidad  deberse a otros factores. Pero hay que tener en cuenta un criterio no poco importante, que es el tiempo transcurrido entre la inyección salvífica y la presentación del cuadro clínico adverso y contraproducente. Si vemos que el número de efectos adversos (por ejemplo infartos de miocardio e ictus) aumenta considerablemente en los primeros días posteriores a la inoculación y luego declina, parece una señal de que podría estar causalmente relacionado.

Centro de vacunación en Transilvania (Rumanía), castillo del conde Drácula.

    Pero esa misma lógica que no quiere buscar la causa porque no cree en ella y no quiere responsabilidades,  que sirve para salvar la maltrecha reputación de las vacunas, no se aplica en el sentido contrario: si no es la causa de la muerte, ¿hemos de suponer que es la causa de que la inmensa mayoría de los que se han inoculado, como predican los gobiernos y los medios a su servicio, haya salvado el pellejo y siga con vida a fecha de hoy?

    El presidente del gobierno español, por ejemplo, llegó a afirmar que gracias a las medidas draconianas que impuso su gobierno en plena pandemia (encierros, toques de queda, cuarentenas, mascarillas quirúrgicas, distancias personales, prohibición de reunirse personas no convivientes...) y que luego han sido consideradas anticonstitucionales porque se aplicó el “estado de alarma” y no el “estado de excepción” previsto en la constitución, se habían salvado doscientas mil vidas en nuestro país: una hipótesis indemostrable que se basa en un a todas luces exagerado e interesadamente improbable cálculo de probabilidades que se justificaba porque las medidas salvaban vidas que de lo contrario habrían peligrado.

 

    La vacunación de la población, la censura mediática y la imposición de un nuevo documento de identidad que demuestre que uno ha recibido la pauta completa de vacunación para poder hacer ciertas cosas que antes hacía sin ningún problema y que van, según los sitios, desde tomarse un café en un bar hasta poder trabajar, recibir un trasplante o viajar han creado una doble ciudadanía: ciudadanos de primera clase que pueden hacer esas cosas porque han recibido la gracia divina de la bendita inoculación y ciudadanos de segunda clase o capitidisminuidos, que deberían tener la decencia de segregarse de la comunidad voluntariamente, según Noam Chosmky, o ser recluidos como si de prisioneros se tratara porque son peligrosos para la comunidad: de hecho son el enemigo público número uno: el peor terrorista habido y por haber. 

 

    Si una persona se ha vacunado -y lo han hecho cientos de millones en todo el mundo- ¿ha salvado por eso su vida? ¿Es la vacuna la causa de que siga con vida y no se haya muerto de la misteriosa enfermedad contagiosa? ¿Cómo sabemos que la vacuna ha impedido que contraiga la enfermedad y que se vaya al otro barrio? Es más, cada vez hay más personas vacunadas que contraen la enfermedad. Se dice que es lógico (?) porque cada vez son más los vacunados, y no solamente son más, sino que son la mayoría aplastante de los que contraen la supuesta enfermedad o síndrome del virus coronado, y la mayoría los que se mueren supuestamente de él, y que en todo caso contraen la enfermedad en forma leve, casi sin síntomas, y que si no lo hubieran hecho, enfermarían gravemente y se pondrían al cabo de la muerte... Pero no lo sabemos. Reconozcamos que la hipótesis de que la vacuna salva vidas es indemostrable porque no sabemos qué hubiera sido de las personas que se han vacunado si no lo hubieran hecho. Sí sabemos, sin embargo, que algunos que sí lo hicieron han enfermado gravemente al poco tiempo y han muerto. Y no sólo algunos, sino muchos, demasiados ya, son los que enfermaron gravemente y fallecieron. Y eso son hechos con los que hay que contar y de los que hay que dar cuenta, no probabilidades indemostrables.

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