viernes, 19 de noviembre de 2021

Sacrificios humanos: la razón de la sinrazón del sacrificio (I)

    Aunque se quiere relativizar la importancia de los sacrificios humanos desde la óptica moderna y relegarlos a una pre-historia bárbara y salvaje, a un pasado más o menos remoto, legendario e inmemorial que se pierde en la noche brumosa de los tiempos, conviene replantearse la cuestión: ¿Hubo alguna vez sacrificios humanos? Y otra pregunta algo más inquietante: ¿Los hay?

    Podemos distinguir dos modalidades de ritos sacrificiales. La primera, los rituales de carácter cruento, donde se sacrifica a una víctima cuya sangre es ofrecida a la divinidad o a las instancias superiores, entiéndase, los ideales abstractos que ocupan su lugar, por ejemplo los millones de pavos que se sacrifican en los Estados Unidos el Thanksgiving Day con motivo del Día de Acción de Gracias, por referirnos al mundo actual. La segunda clase serían los sacrificios incruentos, que son una sublimación de los primeros y que aunque no conlleven derramamiento de sangre pueden ser tanto o más crueles que los cruentos.

 

 Suovetaurilia, sacrificio de un cerdo, un cordero y un toro. 

    Los sacrificios cruentos, en época histórica grecorromana, tenían como víctimas a los animales y entre estos los más codiciados fueron cabras, cerdos, ovejas, caballos y toros. Las vísceras se quemaban y ofrecían a los dioses y la carne se consumía entre los asistentes, salvo en el caso del holocausto en que se quemaba la víctima entera y se ofrendaba toda a las divinidades, o a cualquier otro ideal, como el de la Pureza de la Raza Aria en el caso nazi que se ha hecho proverbial entre nosotros a la hora de emplear este término.

    Si bien es cierto que al final de la república romana los cultos y ritos tradicionales entraron en franca decadencia porque la sociedad se había vuelto más escéptica, quizá por influencia de ideas griegas, como las del filósofo Epicuro, que no negaba la existencia de los dioses pero decía que no se ocupaban de los asuntos humanos, de lo que se deducía que los hombres tampoco debían ocuparse de los divinos, no por ello dejaron de realizarse sacrificios y de consumirse la carne de los animales inmolados. Simplemente se hacían con ocasión de otras 'divinidades', ideales abstractos o celebraciones. Para que haya un sacrificio es necesario que haya un destinatario sobrenatural. Si no hay tal destinatario, no hay sacrificio. Ese destinatario eran los dioses de antaño, y son los ideales abstractos de hoy, la reencarnación de los antiguos dioses. 

 

 

Sacrificio de Isaac, Tiziano Vecellio c. (1543) 

     La 'communis doctrina' considera que el sacrificio humano cruento no está históricamente atestiguado en la Grecia y Roma antiguas, pero sí aparece como motivo en los mitos, que son propiamente preliterarios y prehistóricos, y en la literatura que se hace eco de ellos, y que de alguna manera viene a sugerirnos que esa prehistoria sigue aún viva en nuestra historia, y que los sacrificios humanos, aunque no sean cruentos, no dejan de ser crueles y estar a la orden del día. Veamos dos ejemplos.

    El sacrificio humano cruento en el mundo griego aparece, por ejemplo, mencionado ya en la Ilíada de Homero, cuando Aquiles decide separar a un grupo de doce prisioneros troyanos para sacrificarlos como ofrenda fúnebre en la tumba de su amadísimo Patroclo, a los que degüella personalmente.

    El espíritu del sacrificio lo encontramos también en la inmolación de Ifigenia, a la que su propio padre, el rey Agamenón sacrificó para que la flota griega pudiera hacerse a la mar y partir hacia la guerra de Troya, cuando se hallaba varada porque el rey había ofendido a Ártemis dando caza a una cierva a ella consagrada, y la diosa había castigado la partida de la armada griega haciendo que no soplara ningún viento favorable. La diosa finalmente se apiadará de su víctima y la sustituirá por una cierva, lo que sugiere que el sacrificio animal es un sustituto del humano.

  

Sacrifico de Ifigenia, Domenichino (1609)

     El espíritu del sacrificio humano es inherente también al judeocristianismo: recuérdese el sacrificio de Isaac a manos de su padre Abraham por mandato divino, detenido en último extremo no por desacato del padre a la voluntad de Dios sino por la divina intervención de un ángel del Señor, dándole a entender que bastaba con la intención, y que no era preciso llegar al acto. En uno u otro caso, lo que define al sacrificio es que se hace en aras de un ideal abstracto, llámese Dios o, más llanamente, la Causa, cualquier otra abstracción. 

       Habría que distinguir entre el sacrificio forzoso y la ofrenda voluntaria, pero a menudo es difícil establecer la diferencia. ¿Hasta qué punto, por ejemplo, los yihadistas islámicos que se autoinmolan lo hacen voluntariamente o por coacción ya sea física o psicológica? Es difícil trazar el límite fronterizo entre lo uno y lo otro, máxime desde la cultura occidental cristiana que tiene una actitud contradictoria ante el sacrificio que parece por un lado rechazarse pero por otro es glorificado en la figura de Jesucristo, por ejemplo, que murió, es decir, se sacrificó para salvarnos a todos nosotros, pecadores.

    El sacrificio de niños, incluso de recién nacidos, fue bastante practicado dentro de la cultura púnico-fenicia mediterránea. Es el caso de los tofets, en los que restos de niños se han interpretado como el contenido de urnas funerarias, lo que hace que algunos crean que los sacrificios de niños en Cartago, la actual Tunicia, solo son un mito realzado por el talento literario de Flaubert en su novela Salambó. Sin embargo, la mención de votos en las inscripciones indica que había un culto, y la presencia de restos infantiles y de animales, echa por tierra la interpretación fúnebre, y parece dar a entender que, en efecto, se realizaron sacrificios de niños a Moloch. 

Sacrifico a Moloch, ilustración de Charles Foster (1897)

    A las dos preguntas que nos hacíamos al principio de esta entrada deberíamos contestar que los sacrificios humanos han existido siempre, y no sólo pre-históricamente, sino precisamente en época histórica, aquí y ahora mismo, hoy mismo, sin ir más lejos, que es siempre, todavía, como cantó el poeta, más que nunca. Se nos exige constantemente, desde nuestra más tierna infancia, el sacrificio del presente en aras del día de mañana. Y ese sacrificio, aunque no conlleve derramamiento de sangre, no deja de ser una crueldad exigida por Moloch, en cuyas aras inmolamos nuestra vida, la matamos, convirtiéndola en existencia, es decir, en su futuro.

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