-Madre mía, cáseme,
que me pica el chiriví.
-Hija mía, ráscale (*),
que también me pica a mí.
*variante: Si te pica, ráscate.
Se trata de un diálogo entre una madre y una hija. La hija le pide a la madre que le busque marido porque tiene calenturas, a lo que esta le contesta que se procure satisfacción a sí misma porque ella, que está casada, se supone aunque podría estar viuda igualmente, tiene el mismo problema, lo que implica que el matrimonio no es la solución del mal que ambas padecen. Para algo tan sencillo como el deseo sexual no es necesario buscar un remedio institucional como el matrimonio, que a la larga puede ser más problemático que resolutivo: a pequeños problemas no deben buscarse grandes remedios cuando hay soluciones más sencillas al alcance de la mano. Tiene bastante la coplilla de protesta femenina contra el matrimonio en la respuesta desengañada de la madre.
En cuanto al lenguaje de esta cuarteta anónima de la tradición oral, destaca el término, no documentado por otra parte, “chiriví”, de carácter más bien expresivo, que alude al coño.
En cuanto a la estrofa, se trata de una cuarteta con rima abab, formada por cuatro octosílabos, o más exactamente heptasílabos oxítonos. Bien es verdad que los versos primero y tercero acaban en palabra proparoxítona (cáseme, ráscale), pero no por ello se consideran hexasílabos, ya que se pronuncian (casemé, rascaté) con un acento secundario que determina el ritmo, que es el de un dímetro trocaico cataléctico, por lo que funcionan como oxítonos.
Una variante asturiana presenta el mismo diálogo entre la madre y la hija (la “fía” en bable), con la aparición del diminutivo “paxarín”, el pajarito, como metáfora afectiva para referirse al coño: “–Madre, you quiero casame / que me pica el paxarín. / –¡Arráscalo, fia del alma, / que tamién me pica a mí!”
Nos encontramos, en ambos casos, ante una preciosa supervivencia de una canción que era ya conocida en el siglo XVI, que fue glosada en el Cancionero del Bachiller Jhoan López. La versión que allí se recoge dice así: Madre, la mi madre, / que me come el quiquiriquí. / Ráscatele, hija, y calla, / que también me pica a mí.
Y a continuación se glosa del siguiente modo: –Madre, no sé que me ha dado / que no lo puedo sufrir, / deste mal he de morir / si no es presto remediado; / nunca por nadie ha pasado / tanto mal como por mí. / –Ráscatele hija. / –¿Qué m’aprovecha el rascar / que más lo hago encender? / Otra cosa es menester / para haberle de curar, / y no se ha de dilatar / porque estoy fuera de mí. / Dadme otro medio mejor; / dejémonos de esas cosas: / las uñas son enconosas / y acrecientan el dolor; / dadme otro rascador / cual convenga para mí.
En esta otra variante la hija desesperada le pide a la madre que le procure un novio no el matrimonio, y recibe de la madre una respuesta más deslenguada: -Madre, me busque usté un novio / que me pica el chapirí. / -Cállate, hija del demonio, / también me pican a mí / los cuatro pelos del coño.
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