El final de la novena carta de
Gayo Plinio Cecilio Segundo, más conocido como Plinio el Joven, contenida
en el libro V de sus Epístolas y dirigida a Sempronio Rufo, concluye así con
una estupenda reflexión sobre cómo a menudo juzgamos las causas e intenciones
humanas según el éxito o fracaso que conlleven, con independencia de sus
bondades morales intrínsecas: Est omnino iniquum, sed usu receptum, quod honesta consilia uel
turpia, prout male aut prospere cedunt, ita uel probantur uel reprehenduntur.
La cita viene a decir algo así
como: "Es algo completamente
injusto, pero aceptado por el uso, el que las decisiones honestas o
vergonzosas, según resulten mal o bien, son así aprobadas o bien
censuradas".
La reflexión de Plinio viene a
decir que es una cosa muy indigna (omnino
iniquum), aunque está desgraciadamente muy extendida por la costumbre y consagrada
por la práctica (usu receptum), hacer juicios de valor (honesta consilia uel turpia) en función de si las cosas resultan mal
(male) o favorablemente (prospere) a nuestros intereses, es decir, en función de su
desenlace.
En una competición deportiva, por
ejemplo, un equipo ha podido jugar mejor que su rival donde se
celebra el encuentro, en el campo que se ha convertido así en campo de batalla, y a pesar de ello haber obtenido menos tantos,
lo que sucede a menudo en el balompié donde utilizamos el anglicismo "gol", que procede de 'goal', que propiamente significa objetivo, meta, portería. ¡Gol! ¡Hemos metido un gol! ¡Gol de España! El objetivo de ese estúpido juego inglés es que entre el balón en la portería del equipo contrario, y el gol es lo que decide el resultado, independientemente de lo bien o mal que se haya pasado y botado el balón. En la clasificación sólo
figura el resultado final de los tantos que se han marcado, no la belleza de
las jugadas ni la coordinación de los movimientos entre los jugadores ni el
dominio efectivo de la pelota.
En una guerra como la civil española,
por poner un ejemplo de la historia del pasado siglo XX y por saltar del deporte a la política, aunque todas las
guerras son civiles de algún modo, no puede decirse que fuera más
honesta la causa del bando nacional ganador que la del republicano derrotado,
sin embargo algunos tienden a pensar, sin más miramientos, que los que ganaron
eran mejores y que por eso les sonrió la victoria, lo cual es erróneo. En este
caso, como en el de Catón de Útica, que se suicidó al conocer el triunfo de
Julio César en la guerra civil contra Pompeyo, era más noble, moralmente más
justa, la “uicta causa” (la causa vencida) que la “uictrix” (vencedora), aunque
a los dioses les pareció mejor la primera, porque a ellos sólo les interesa el
resultado del combate, el juicio final, y por eso le concedieron la victoria al
dictador.
Suicidio de Catón de Útica, Jean-Paul Laurens (1863)
Desgraciadamente, a la mayoría democrática de nosotros, saltando de la política a la economía, sólo parece importarle el deselance medido en términos económicos de déficit o superávit, debe o haber, triunfo o fracaso, y no el proceso proseguido. Lo mismo sucede con el viaje: ya no importa el camino, sólo la meta. Si pensamos así, nos perdemos el viaje. Intentaremos que no pase nada durante el trayecto, que dure lo menos posible, que lleguemos lo más pronto que podamos a nuestro destino, que es la meta, como si eso fuera lo más importante, y de esa forma el destino se come el viaje, y los destinos turísticos a los turistas, dado que ya no hay viajeros…
Lo mismo sucede con la vieja polémica de
los medios y los fines: si lo que importa es el fin, cualquier medio que usemos
para alcanzarlo será lícito y lo justificará, que diría Maquiavelo. Y no es así. O, al menos, como
decía Plinio, si es así, que así suele ser, desgraciadamente, la mayoría de las veces, es algo
completamente inicuo que revela que en el mundo no hay la mínima justicia.
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