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miércoles, 6 de diciembre de 2023

Mensajes a la contra (I)

Siempre hay algún fetiche abstracto que salvar: el Alma de su eterna condenación, la Vida de la muerte, o el Planeta, a costa de nuestro concreto sacrificio.
 
 
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¿No es sorprendente encontrar en esta sociedad tan agnóstica el mismo espíritu de sacrifico que exigía antaño la Iglesia bajo capa ahora científica ecológica?

 

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John Kerry, el zar del clima, dijo que diez mil millones de humanos al ritmo que vamos en el año 2050 no son sostenibles para el planeta. A buen entendedor...

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Los pedagogos rara vez amplían el acervo mundial de conocimientos; mucho más a menudo se oponen a su aumento de manera violenta e implacable.” (H.L. Mencken)

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La cuestión de la existencia de Dios (o del virus, que viene a ser lo mismo) no puede negarse realmente: existen, pero su realidad -ideal- no implica su verdad.

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La industria de fabricación de armamento no da abasto contribuyendo a la creación de empleo, falta de mano de obra que cubra la creciente demanda del producto.

Satanás despertando a sus legiones, Estella Canziani (1913)
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miércoles, 28 de junio de 2023

"No se sacrifican"

    “Los jóvenes de hoy día… no se sacrifican”. Oí sin querer que le decía por la calle una señora a otra con un amargo reproche. Yo hubiera querido meterme en su conversación y razonarle a la señora: “No estoy yo tan seguro de eso, señora mía. Sí que se sacrifican, creo yo, y probablemente más que nunca." Pero ¿qué entendemos por sacrificarse? Ah, ese es probablemente el quid de la cuestión. 

    Sacrificarse significa matarse y, por lo tanto, morir por algo o por alguien. "Sacrificar(se)" quiere decir "hacer(se) sagrado". Bien lo sabemos todos cuando decimos cosas como que hubo que “sacrificar”  al perro para dar a entender, por ejemplo, que hubo que matarlo para que no sufriera. El sacrificio es la consagración de la muerte como dadora de sentido a la vida: uno decide dar un significado a su existencia y se inmola. Su vida, que, si podía preciarse de algo, era precisamente de no tener ningún sentido, resulta así revalorizada, redimida.


    Así que, sí que se sacrifican, señora mía, quizá no por las mismas cosas por las que se sacrificó usted en su mocedad, pero sí por otras, como, por ejemplo, por un cuerpo de gimnasio, es decir, digno de exhibirse semidesnudo en verano en una playa, o por unas calificaciones sobresalientes, o por cualquier otra cosa. Los tiempos cambian que es una barbaridad, como decía el otro, pero no la naturaleza humana, que siempre ha gustado de sacrificios en aras del futuro, o sea, de la muerte.

    Sólo hace falta verlos cómo sudan la gota gorda levantando pesas, nadando infatigablemente en la piscina, pedaleando en la bicicleta estática o corriendo -haciendo 'running', dicen ellos- en la cinta de correr, entrenando en cualquier deporte o educación física que llaman ahora o culturismo, hipérbole de la cultura. 
 
 
    Sólo hace falta verlos cómo empollan sin ningún sentido crítico los apuntes que les endilgan en la facultad o el instituto y que les obligan a asimilar para, como se decía en sus tiempos, señora mía, “ser algo o alguien el día de mañana”, día que como algunos sospechamos no llega nunca porque no existe o, mejor dicho, porque sólo existe hoy en la mención que hacemos de él.

    "No fuera malo, señora mía, que no se sacrificaran. No sería malo porque eso significaría que estaban un poco más vivos de lo que están."
 

jueves, 25 de mayo de 2023

Pareceres (XX)

96.- Sacrificar es según la Academia, en primer lugar: Ofrecer a una divinidad algo o a alguien en su honor, generalmente destruyéndolos o matándolos. Y en segundo lugar: Matar un animal, especialmente para el consumo. En aras del ideal que creemos que debe ser la vida, que es nuestra moderna divinidad, solemos sacrificar -es decir, hacer sagrada, o lo que es lo mismo para el caso, matar- nuestra propia vida cotidiana corriente y moliente. ¿Dispuestos a sacrificarnos por nosotros y por los demás? Resultado: dictaduras, brutalidad, campos de concentración y exterminio, conformismo, violencia, la historia universal en marcha.

97- NO A LA GUERRA. ALTO EL FUEGO. La gente no quiere la guerra. Ni siquiera los traficantes de armas, que sólo codician el dinero. Son las propias armas las que están pidiendo a gritos la guerra, o sea, una intervención humanitaria, en medio de esta tensa espera y silencio ensordecedor.


98.- El grafitero urbano deja su artística firma en la pared porque se considera, suponemos, un artista. Pero ¿qué dicen las pintadas, su obra? ¿Qué significan esos gritos en forma de garabatos? ¿Qué comentan las paredes? Su obra no es más que su firma. ¡El nombre del que lo escribió! Cuando uno se dedica a estampar su nombre propio compulsivamente por todas partes para afirmar así su personalidad, el refrán escolar reza: “el nombre de los burros aparece por todas partes”. ¿Qué dicen los jóvenes? Nada: sólo: aquí estoy yo: esta es mi firma: una celebración egoísta de mi individualidad masificada. Su firma no está ligada a ningún producto comercial: no es una marca de tejanos, por ejemplo: el único producto comercial es ellos mismos: Yo, Sociedad Anónima o, mejor, Sociedad Limitada.

 
99.- Hay quien dice que es preferible animar a un equipo deportivo que a un ejército armado empeñado en vencer o morir matando. Ninguna objeción a algo tan sensato en principio, si no fuera porque ambas cosas son lo mismo. Los gritos de ¡España! ¡España! fomentan el afán competitivo, el fantasma de la identidad nacional, la lucha por la hegemonía, el espíritu de la victoria y la derrota que arma a los ejércitos para defender esa misma patria que se corea en los estadios deportivos. Puede que sea más civilizado celebrarlo en un campo de juego que en uno de batalla, sólo que así como el estadio es visto como un campo de batalla donde luchan disputándose la Copa de la Victoria, las selecciones nacionales de España y Marruecos, pongamos por caso, no podemos evitar que el frente de combate donde pugnan, por ejemplo, israelíes y palestinos, pueda ser visto con la misma ligereza que un campo más de balompié.

100.-  Nueva refutación del movimiento procedente de la antigua India milenaria, que viene a sumarse a la clásica griega de: El móvil no se mueve ni en el lugar en el que está ni en el que no está. Glosa de Nagarjuna: “El móvil que se ha movido ya no se mueve, y el móvil que va a moverse no se mueve tampoco todavía. ¿Dónde pues el movimiento del móvil que ya no se mueve o que todavía no se ha movido?”

lunes, 14 de marzo de 2022

"Hay que hacer + sacrificios"

    Carme Chaparro, periodista, escritora, presentadora -así se autodefine en su perfil de ístagran, recalcándolo en la lengua del Imperio por si fuera poco y alguien no lo entendiese: journalist, author, anchor- nos explica en su cuenta de tuíter, con un ícono de la bandera de Ucrania y otro de la paloma picassiana de la paz, cómo con cada grado de calefacción los europeos estamos dándole dinero a Putin “para masacrar a Ucrania”, y pone bajo su texto una fotografía de dos cadáveres supuestamente ucranianos ensangrentados. Sentencia que no vale donar comida o ropa, que hay que hacer algo más. Quiere que nos sintamos responsables de la masacre, por lo que concluye su mensaje con la siguiente reflexión: “Hay que hacer + sacrificios”. Ni siquiera escribe “más”, sino que utiliza el signo matemático de la suma para abreviar su mensaje tuitero del 10 de marzo. Coincide la  periodista, escritora, presentadora con nuestro Presidente del Gobierno, el señor Sánchez, doctor en economía, que, partidario como es de sancionar a Rusia por la invasión de Ucrania, sentenció que esas sanciones exigirán sacrificios a los españoles.

 

    Viene así a sumarse este texto aireado en sus redes sociales a la campaña que desató el señor Borrel, el Alto Representante de la UE para la Política Exterior, en su intervención en el parlamento europeo afirmando que Europa debe “recortar el cordón umbilical (sic) que une a nuestra economía con la rusa”, y pidiendo “un esfuerzo individual en recortar el consumo de gas (…) igual que cuando nos ponemos una máscara para combatir el virus”. 

    Carme Chaparro finaliza su piopío espetándonos con un lenguaje soez: “Baja la calefacción, estúpido”. Supongo que el mensaje va dirigido al que tiene calefacción en casa o en la oficina o va asiduamente al supermercado. ¿Qué les diría a los sintecho que duermen en la calle entre cartones y a los que no disponen de ella o a los que no pueden pagarla como no pueden pagar el recibo de la luz? 

    Lo curioso es que, por lo visto, el gas que se consume en España procede de Argelia, y no de Rusia, como reconoce la propia Carme Chaparro, que dice que sólo el diez por ciento del gas que consume España procede de Rusia. El señor Borrel también ha aclarado que su recomendación de bajar la calefacción para boicotear a Rusia iba no tanto para los españoles como para el resto de los europeos, que dependen en gran medida, casi en un cincuenta por ciento, del gas ruso. 


    La periodista/escritora/presentadora habla de “la calefacción que tenemos en casa, en la oficina o en el supermercado”, como si todos los europeos tuviéramos calefacción en casa, o trabajáramos en una oficina, o nos pasásemos la vida consumiendo en el supermercado. Hay mucha gente aquí en Europa, y en España sin ir más lejos, que no puede pagar la calefacción, que no tiene trabajo y que no frecuenta los supermercados porque no tiene dinero. Pero ella, además de istarnos al sacrificio, a hacer + sacrificios de los que hacemos, nos increpa llamándonos estúpidos.

    Nos tiene acostumbrados a este lenguaje insultante y al empleo de consignas institucionales como: “Quédate en casa, ¡coño!”, donde no se sabe muy bien si ese 'coño' es una mera interjección, como parece, o una orden que las altas istancias de su personalidad le dan al subcosciente para reprimirlo entre las piernas. También ha resucitado en sus redes sociales el leitmotiv istitucional del beso de la muerte: “El beso a una amiga puede ser el beso de la muerte a su madre”. 

    En suma, en esta locura salvavidas que nos ha entrado, si antes había  que atrincherarse en casa como estrategia contra el virus, ahora hay que bajar la calefacción para que se hunda la economía rusa, tal es nuestra contribución individual a una guerra justa y santa contra la pérfida Rusia.

    Otra mujer, Ana Botín, predica con el ejemplo y airea en la prensa que hay pequeñas cosas como bajar la calefacción de su casa a 17 grados que "los consumidores" -obsérvese con qué término la banquera nos define a todos- podíamos hacer. 

    ¡Qué enternecedora esa señora que en el apellido lleva su familiar e inevitable penitencia! Los consumidores lo mejor que pueden hacer con el consumo es consumirse, algo que va implícito en su propia condición como en la de ella hacerse con el botín, y cada vez deben hacerlo a mayor velocidad porque así lo exigen las interacciones impuestas por el sistema económico y político que ya sólo se sostiene y activa con la velocidad y cantidad de las transacciones y la saturación vital de imágenes que procesan los dispositivos para que los destinatarios de los mismos puedan sentirse también "activos". Desde las altas instancias se trata de que la oferta no decaiga, y desde las bajas que dicha oferta sea el sustancioso alimento que se demanda.

viernes, 19 de noviembre de 2021

Sacrificios humanos: la razón de la sinrazón del sacrificio (I)

    Aunque se quiere relativizar la importancia de los sacrificios humanos desde la óptica moderna y relegarlos a una pre-historia bárbara y salvaje, a un pasado más o menos remoto, legendario e inmemorial que se pierde en la noche brumosa de los tiempos, conviene replantearse la cuestión: ¿Hubo alguna vez sacrificios humanos? Y otra pregunta algo más inquietante: ¿Los hay?

    Podemos distinguir dos modalidades de ritos sacrificiales. La primera, los rituales de carácter cruento, donde se sacrifica a una víctima cuya sangre es ofrecida a la divinidad o a las instancias superiores, entiéndase, los ideales abstractos que ocupan su lugar, por ejemplo los millones de pavos que se sacrifican en los Estados Unidos el Thanksgiving Day con motivo del Día de Acción de Gracias, por referirnos al mundo actual. La segunda clase serían los sacrificios incruentos, que son una sublimación de los primeros y que aunque no conlleven derramamiento de sangre pueden ser tanto o más crueles que los cruentos.

 

 Suovetaurilia, sacrificio de un cerdo, un cordero y un toro. 

    Los sacrificios cruentos, en época histórica grecorromana, tenían como víctimas a los animales y entre estos los más codiciados fueron cabras, cerdos, ovejas, caballos y toros. Las vísceras se quemaban y ofrecían a los dioses y la carne se consumía entre los asistentes, salvo en el caso del holocausto en que se quemaba la víctima entera y se ofrendaba toda a las divinidades, o a cualquier otro ideal, como el de la Pureza de la Raza Aria en el caso nazi que se ha hecho proverbial entre nosotros a la hora de emplear este término.

    Si bien es cierto que al final de la república romana los cultos y ritos tradicionales entraron en franca decadencia porque la sociedad se había vuelto más escéptica, quizá por influencia de ideas griegas, como las del filósofo Epicuro, que no negaba la existencia de los dioses pero decía que no se ocupaban de los asuntos humanos, de lo que se deducía que los hombres tampoco debían ocuparse de los divinos, no por ello dejaron de realizarse sacrificios y de consumirse la carne de los animales inmolados. Simplemente se hacían con ocasión de otras 'divinidades', ideales abstractos o celebraciones. Para que haya un sacrificio es necesario que haya un destinatario sobrenatural. Si no hay tal destinatario, no hay sacrificio. Ese destinatario eran los dioses de antaño, y son los ideales abstractos de hoy, la reencarnación de los antiguos dioses. 

 

 

Sacrificio de Isaac, Tiziano Vecellio c. (1543) 

     La 'communis doctrina' considera que el sacrificio humano cruento no está históricamente atestiguado en la Grecia y Roma antiguas, pero sí aparece como motivo en los mitos, que son propiamente preliterarios y prehistóricos, y en la literatura que se hace eco de ellos, y que de alguna manera viene a sugerirnos que esa prehistoria sigue aún viva en nuestra historia, y que los sacrificios humanos, aunque no sean cruentos, no dejan de ser crueles y estar a la orden del día. Veamos dos ejemplos.

    El sacrificio humano cruento en el mundo griego aparece, por ejemplo, mencionado ya en la Ilíada de Homero, cuando Aquiles decide separar a un grupo de doce prisioneros troyanos para sacrificarlos como ofrenda fúnebre en la tumba de su amadísimo Patroclo, a los que degüella personalmente.

    El espíritu del sacrificio lo encontramos también en la inmolación de Ifigenia, a la que su propio padre, el rey Agamenón sacrificó para que la flota griega pudiera hacerse a la mar y partir hacia la guerra de Troya, cuando se hallaba varada porque el rey había ofendido a Ártemis dando caza a una cierva a ella consagrada, y la diosa había castigado la partida de la armada griega haciendo que no soplara ningún viento favorable. La diosa finalmente se apiadará de su víctima y la sustituirá por una cierva, lo que sugiere que el sacrificio animal es un sustituto del humano.

  

Sacrifico de Ifigenia, Domenichino (1609)

     El espíritu del sacrificio humano es inherente también al judeocristianismo: recuérdese el sacrificio de Isaac a manos de su padre Abraham por mandato divino, detenido en último extremo no por desacato del padre a la voluntad de Dios sino por la divina intervención de un ángel del Señor, dándole a entender que bastaba con la intención, y que no era preciso llegar al acto. En uno u otro caso, lo que define al sacrificio es que se hace en aras de un ideal abstracto, llámese Dios o, más llanamente, la Causa, cualquier otra abstracción. 

       Habría que distinguir entre el sacrificio forzoso y la ofrenda voluntaria, pero a menudo es difícil establecer la diferencia. ¿Hasta qué punto, por ejemplo, los yihadistas islámicos que se autoinmolan lo hacen voluntariamente o por coacción ya sea física o psicológica? Es difícil trazar el límite fronterizo entre lo uno y lo otro, máxime desde la cultura occidental cristiana que tiene una actitud contradictoria ante el sacrificio que parece por un lado rechazarse pero por otro es glorificado en la figura de Jesucristo, por ejemplo, que murió, es decir, se sacrificó para salvarnos a todos nosotros, pecadores.

    El sacrificio de niños, incluso de recién nacidos, fue bastante practicado dentro de la cultura púnico-fenicia mediterránea. Es el caso de los tofets, en los que restos de niños se han interpretado como el contenido de urnas funerarias, lo que hace que algunos crean que los sacrificios de niños en Cartago, la actual Tunicia, solo son un mito realzado por el talento literario de Flaubert en su novela Salambó. Sin embargo, la mención de votos en las inscripciones indica que había un culto, y la presencia de restos infantiles y de animales, echa por tierra la interpretación fúnebre, y parece dar a entender que, en efecto, se realizaron sacrificios de niños a Moloch. 

Sacrifico a Moloch, ilustración de Charles Foster (1897)

    A las dos preguntas que nos hacíamos al principio de esta entrada deberíamos contestar que los sacrificios humanos han existido siempre, y no sólo pre-históricamente, sino precisamente en época histórica, aquí y ahora mismo, hoy mismo, sin ir más lejos, que es siempre, todavía, como cantó el poeta, más que nunca. Se nos exige constantemente, desde nuestra más tierna infancia, el sacrificio del presente en aras del día de mañana. Y ese sacrificio, aunque no conlleve derramamiento de sangre, no deja de ser una crueldad exigida por Moloch, en cuyas aras inmolamos nuestra vida, la matamos, convirtiéndola en existencia, es decir, en su futuro.

viernes, 7 de mayo de 2021

La mejor de las vacunas

    La Ministra de Defensa, doña Margarita Robles, visitó en Navarra el acuartelamiento de Aizoáin para expresar sus condolencias y trasladar su “cariño y solidaridad” a la familia y a los compañeros del cabo don Francisco Pérez Benítez de 35 años de edad que falleció a última hora del viernes 23 de abril en la Clínica Universidad de Navarra como consecuencia de una “trombosis de senos cerebrales con trombocitopenia y hemorragia cerebral”.

    A preguntas de los periodistas, doña Margarita Robles señaló que “en principio” y con los informes médicos en la mano que se han elaborado “parece que no hay ninguna duda” de que la causa de la muerte “fue la administración de la vacuna”. El cabo, en efecto, habría fallecido como resultado de la inoculación del suero de la empresa farmacéutica AstraZeneca contra la enfermedad del virus coronado el pasado 7 de abril a raíz de la cual había comenzado a sentirse mal.

    La Ministra contó que le habían comentado “la ilusión” con la que el cabo había recibido la vacuna. Con esta declaración daba a entender que nadie le había obligado a hacerlo, sino que él se había prestado voluntaria- e ilusionadamente, sin prescripción facultativa médica, a la inoculación. De esta forma, despejaba dudas Margarita Robles sobre la responsabilidad de quién le había mandado vacunarse al cabo: nadie, porque la inoculación no es obligatoria, sino voluntaria, por lo que, se deduce, tiene más valor el sacrificio individual.

    La Ministra, en la misma declaración, también subraya la importancia de seguir vacunándose, pese “a los momentos duros y dolorosos”. Se arrogaba así ella, que es la Ministra de la Guerra, como se denominaba antes al Ministerio que regenta, el punto de vista de la Medicina,  y decía: “Desde el punto de vista médico hay que seguir vacunándose, hay que animarse y que todo el mundo se vacune”. Con la mención de la “vacuna” se refería a lo que algún periódico del ruedo ibérico denominó “el fármaco anglosueco”, el preparado de los laboratorios AstraZeneca, fabricantes de Crestor, las estatinas que reducen el colesterol, que no es tan fiero como lo pintan (el colesterol, me refiero), ni tan perjudicial para la salud como decían, sino bastante saludable, pero el Crestor hay que tomarlo de por vida,  y como contrapartida te enferma de diabetes. Y con lo de "todo el mundo" incluye, a las personas jóvenes que no tienen riesgo porque están fuera de peligro. La intención autoritaria y totalitaria de la vacuna quiere extenderse también a los niños, tiernos angelitos, que parecían hasta ahora estar exentos de esa necesidad.

    Traigo aquí a colación de esto una estupenda viñeta de la Mafalda de Quino, que quiere vacunarse contra "el despotismo", que sería sin duda la mejor de las vacunas. Ella y sus amigos prestan su brazo a la jeringuilla de la enfermera estupefacta para que les inmunice contra el más peligroso de todos los viruses. Quizá habría que sustituir la palabra "despotismo", que procede del griego δεσπότης (despótēs), que significaba "señor, amo, dueño, soberano", que emplea Quino y suena ya un poco arcaica, por "autoritarismo" o "totalitarismo", de rabiosa modernidad.

 

     Parece que en este caso se impone algo así como el dicho popular “Al que le toca le tocó”. Lógicamente es una posibilidad que le toque a uno si uno decide entrar en el sorteo. Es como la lotería. Si no quieres que te toque, no juegues. Nadie te obliga. Pero si decides participar, puede recaer en ti por muy poco probable que sea estadísticamente el Premio Gordo, porque como suele decirse tienes una papeleta que podría resultar premiada. Lo que está claro, al margen de la estadística, es que si no entras en el sorteo no te va a tocar.

    Pero, en todo caso, no parece haber razones suficientes para que una persona joven, en buen estado de salud, decida libremente jugar a la ruleta rusa, y entrar en un sorteo que puede resultar mortal. Por eso no se entiende, yo al menos no lo entiendo, la obstinación de la Ministra en afirmar que hay que seguir vacunándose contra viento y marea como si la vacuna fuera beneficiosa o inocua y estuviera lejos de ser perjudicial como ha demostrado en el caso que nos ocupa.

    “Queríamos estar hoy aquí para transmitir nuestro agradecimiento, nuestro cariño, y, al mismo tiempo, pues para dar ese toque (sic) de que al virus lo tenemos que vencer y que la mejor manera de vencerlo, aunque haya momentos duros y dolorosos, es, precisamente, vacunarse.” Ha dicho la Ministra, como si el suero de AstraZeneca fuera el Santo Grial o el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo.

    ¿A qué se refiere con la expresión “momentos duros y dolorosos”? Quiere, sin duda, con esta fórmula abarcar por un lado los efectos secundarios adversos, o daños colaterales, como pueden ser dolores de cabeza, mareos, fiebre, diarreas y demás molestias que suelen desaparecer pasadas unas horas o al cabo de unos días de la inoculación, pero también a la muerte del inoculado, que sería estadísticamente poco frecuente y bastante rara, pero que puede suceder, y de hecho ha sucedido, lo que es obviamente más doloroso para los seres queridos por la pérdida de una vida humana que conlleva.

  

    No entiendo yo cómo puede nadie animarse a la inoculación después de esto que le ha pasado al cabo, que llevaba siete años en Navarra y estaba a punto de ser padre dentro de cuatro meses, y cuya vida se ha visto truncada por la administración del suero.

    En el caso de los militares, estas pérdidas de vidas humanas parece que son gajes del oficio, que pueden suceder en el desarrollo de cualquier ejercicio, maniobra o actividad bélica en el desempeño de su función, bien sea accidentalmente como consecuencia del manejo de las armas, que carga el diablo, o por el desarrollo de alguna misión humanitaria de pacificación y defensa de los derechos humanos, como llaman ahora a las escaramuzas guerreras.

    En el caso del militar que nos ocupa no estamos ante ninguno de estos dos supuestos. Él se había vacunado voluntariamente. La Ministra (y a través de ella la clase política en general) insiste en “el toque” que viene a darnos de que la solución a una enfermedad igual de letal o menos que la Gripe (según la OMS) es ponerse vacunas experimentales que pueden matar a gente joven y sana como el interfecto, porque es un sacrificio que exige la Causa Sanitaria. No sé si decir que ha dado su vida por España o por una causa aún mayor que esa, como sería la del bien de la Humanidad. En todo caso, la vieja retórica militar lleva a decir cosas como: “Gloria y honor a los que dieron su vida por la Patria”, es decir, por las Ideas.

    Destaca en el discurso de la Ministra, desde mi punto de vista la insistencia de “que al virus lo tenemos que vencer”. ¿Por qué? Porque hay una guerra implícita y explícita, y el enemigo es el virus, y en esa lucha las únicas armas de que disponemos son las supuestas vacunas. La guerra sigue adelante. El cabo ha sido el chivo expiatorio, que los antiguos griegos llamaban “pharmakós”, de donde le viene el nombre a la industria armamentística que está detrás de esta guerra. La industria farmacéutica, probablemente la más poderosa del mundo, no está interesada en curar ninguna enfermedad, sino en hacer que se conviertan en crónicas. 

    Creían, en efecto, los griegos que la muerte del “pharmakós” sanaba y redimía a la ciudad entera, y que su sacrificio merecía la pena, a lo que vino a añadirse el ideal cristiano del martirio, que daba así algún sentido además a la vida que se ofrecía voluntariamente, porque había muerto por "algo". La muerte vendría así a dar un sentido determinado y heroico a la vida.

    ¿Qué es lo que hay detrás de esta historia? Un sacrificio individual, un buco emisario que se ha prestado voluntariamente al experimento en aras del fetiche de la Sanidad Pública. Iba a decir salud en vez de Sanidad, pero la salud es otra cosa. Y esa Causa Sanitaria es una  cruenta divinidad que exige estas eventuales inmolaciones en sus altares. 

    Pero no nos engañemos con lo de “voluntariamente”; cuando la voluntad de uno es la misma que la del Gran Dictador,  voluntariamente es lo contrario de libremente.