La Ministra de
Defensa, doña Margarita Robles, visitó en Navarra el
acuartelamiento de Aizoáin para expresar sus condolencias y
trasladar su “cariño y solidaridad” a la familia y a los
compañeros del cabo don Francisco Pérez Benítez de 35 años de
edad que falleció a
última hora del viernes 23 de abril en
la Clínica Universidad de Navarra como consecuencia de una
“trombosis
de senos cerebrales con trombocitopenia y hemorragia cerebral”.
A
preguntas de los periodistas, doña Margarita Robles señaló que “en
principio” y con los informes médicos en la mano que se han
elaborado “parece que no hay ninguna duda” de que la causa de la
muerte “fue la administración de la vacuna”. El cabo, en efecto,
habría fallecido como resultado de
la inoculación del suero de la empresa farmacéutica AstraZeneca
contra la enfermedad del virus coronado el pasado 7 de abril a raíz
de la cual había comenzado a sentirse mal.
La
Ministra contó que le habían comentado “la ilusión” con la que
el cabo había recibido la vacuna. Con esta declaración daba a
entender que nadie le había obligado a hacerlo, sino que él se
había prestado voluntaria- e ilusionadamente, sin prescripción
facultativa médica, a la inoculación. De esta forma, despejaba
dudas Margarita Robles sobre la responsabilidad de quién le había
mandado vacunarse al cabo: nadie, porque la inoculación no es
obligatoria, sino voluntaria, por lo que, se deduce, tiene más valor
el sacrificio individual.
La Ministra, en la misma declaración, también subraya
la importancia de seguir vacunándose, pese “a los momentos duros y
dolorosos”. Se arrogaba así ella, que es la Ministra de la Guerra, como se denominaba antes al Ministerio que regenta, el punto de vista de la Medicina, y
decía: “Desde el punto de vista médico hay que seguir
vacunándose, hay que animarse y que todo el mundo se vacune”. Con
la mención de la “vacuna” se refería a lo que algún periódico
del ruedo ibérico denominó “el fármaco anglosueco”, el preparado de los laboratorios AstraZeneca, fabricantes de Crestor, las estatinas que reducen el colesterol, que no es tan fiero como lo pintan (el colesterol, me refiero), ni tan perjudicial para la salud como decían, sino bastante saludable, pero el Crestor hay que tomarlo de por vida, y como contrapartida te enferma de diabetes. Y con lo de "todo el mundo" incluye, a las personas jóvenes que no tienen riesgo
porque están fuera de peligro. La intención autoritaria y totalitaria
de la vacuna quiere extenderse también a los niños, tiernos angelitos, que
parecían hasta ahora estar exentos de esa necesidad.
Traigo aquí a colación de esto una estupenda viñeta de la Mafalda de Quino, que quiere vacunarse contra "el despotismo", que sería sin duda la mejor de las vacunas. Ella y sus amigos prestan su brazo a la jeringuilla de la enfermera estupefacta para que les inmunice contra el más peligroso de todos los viruses. Quizá habría que sustituir la palabra "despotismo", que procede del griego δεσπότης
(despótēs), que significaba "señor, amo, dueño, soberano", que emplea Quino y suena ya un poco arcaica, por "autoritarismo" o "totalitarismo", de rabiosa modernidad.
Parece que en este
caso se impone algo así como el dicho popular “Al que le toca le
tocó”. Lógicamente es una posibilidad que le toque a uno si uno
decide entrar en el sorteo. Es como la lotería. Si no quieres que te
toque, no juegues. Nadie te obliga. Pero si decides participar, puede
recaer en ti por muy poco probable que sea estadísticamente el
Premio Gordo, porque como suele decirse tienes una papeleta que podría resultar premiada. Lo que está claro, al margen de la estadística, es que si no entras en el sorteo no
te va a tocar.
Pero, en todo caso,
no parece haber razones suficientes para que una persona joven, en
buen estado de salud, decida libremente jugar a la ruleta rusa, y entrar en un
sorteo que puede resultar mortal. Por eso no se entiende, yo al menos
no lo entiendo, la obstinación de la Ministra en afirmar que hay que
seguir vacunándose contra viento y marea como si la vacuna fuera beneficiosa o inocua y
estuviera lejos de ser perjudicial como ha demostrado en el caso que nos ocupa.
“Queríamos estar
hoy aquí para transmitir nuestro agradecimiento, nuestro cariño, y,
al mismo tiempo, pues para dar ese toque (sic) de que al virus lo tenemos
que vencer y que la mejor manera de vencerlo, aunque haya momentos
duros y dolorosos, es, precisamente, vacunarse.” Ha dicho la
Ministra, como si el suero de AstraZeneca fuera el Santo Grial o el
Cordero de Dios que quita los pecados del mundo.
¿A qué se refiere
con la expresión “momentos duros y dolorosos”? Quiere, sin duda,
con esta fórmula abarcar por un lado los efectos secundarios
adversos, o daños colaterales, como pueden ser dolores de cabeza,
mareos, fiebre, diarreas y demás molestias que suelen desaparecer
pasadas unas horas o al cabo de unos días de la inoculación, pero
también a la muerte del inoculado, que sería estadísticamente poco
frecuente y bastante rara, pero que puede suceder, y de hecho ha
sucedido, lo que es obviamente más doloroso para los seres queridos
por la pérdida de una vida humana que conlleva.
No entiendo yo cómo
puede nadie animarse a la inoculación después de esto que le ha
pasado al cabo, que llevaba siete años en Navarra y estaba a punto
de ser padre dentro de cuatro meses, y cuya vida se ha visto truncada
por la administración del suero.
En el caso de los
militares, estas pérdidas de vidas humanas parece que son gajes del
oficio, que pueden suceder en el desarrollo de cualquier ejercicio, maniobra o actividad bélica en el desempeño de su función, bien sea
accidentalmente como consecuencia del manejo de las armas, que carga el
diablo, o por el desarrollo de alguna misión humanitaria de pacificación y defensa de los derechos humanos,
como llaman ahora a las escaramuzas guerreras.
En el caso del militar
que nos ocupa no estamos ante ninguno de estos dos supuestos. Él se
había vacunado voluntariamente. La Ministra (y a través de ella la
clase política en general) insiste en “el toque” que viene a
darnos de que la solución a una enfermedad igual de letal o menos que la Gripe
(según la OMS) es ponerse vacunas experimentales que pueden matar a
gente joven y sana como el interfecto, porque es un
sacrificio que exige la Causa Sanitaria. No sé si decir que ha dado su vida
por España o por una causa aún mayor que esa, como sería la del
bien de la Humanidad. En todo caso, la vieja retórica militar lleva a decir cosas
como: “Gloria y honor a los que dieron su vida por la Patria”, es
decir, por las Ideas.
Destaca en el
discurso de la Ministra, desde mi punto de vista la insistencia de
“que al virus lo tenemos que vencer”. ¿Por qué? Porque hay una
guerra implícita y explícita, y el enemigo es el virus, y en esa lucha las
únicas armas de que disponemos son las supuestas vacunas. La guerra
sigue adelante. El cabo ha sido el chivo expiatorio, que los antiguos
griegos llamaban “pharmakós”, de donde le viene el nombre a la
industria armamentística que está detrás de esta guerra. La industria
farmacéutica, probablemente la más poderosa del mundo, no está
interesada en curar ninguna enfermedad, sino en hacer que se
conviertan en crónicas.
Creían,
en efecto, los griegos que la muerte del “pharmakós” sanaba y
redimía a la ciudad entera, y que su sacrificio merecía la pena, a lo que vino a añadirse el ideal cristiano del martirio, que daba así algún sentido además a la vida que se ofrecía voluntariamente, porque había muerto por "algo". La muerte vendría así a dar un sentido determinado y heroico a la vida.
¿Qué
es lo que hay detrás de esta historia? Un sacrificio individual, un buco emisario que se ha prestado voluntariamente al experimento en
aras del fetiche de la Sanidad Pública. Iba a decir salud en vez de Sanidad, pero la salud es otra
cosa. Y esa Causa Sanitaria es una cruenta divinidad que exige estas eventuales inmolaciones en sus altares.
Pero no nos engañemos con lo de
“voluntariamente”; cuando la voluntad de uno es la misma que la
del Gran Dictador, voluntariamente es lo contrario de libremente.