La estatua
de Jesucristo más famosa del mundo, el Cristo Redentor enclavado en
el cerro Corcovado de 30 metros de envergadura con sus brazos
abiertos a la ciudad de Río de Janeiro en actitud protectora, se
iluminó el otro día como por arte de magia para hacerse eco de una vergonzosa campaña publicitaria de propaganda proyectando el lema VACINA SALVA en portugués y VACCINE SAVES en
la lengua del Imperio, of course, para que lo entienda el mundo entero, a la mayor gloria de la industria farmacéutica, que no pretende curar a la humanidad ni salvarla de ningún mal, sino asegurar que su mal sea crónico y perdure en el tiempo por los siglos de los siglos convirtiendo a los pacientes en clientes fidelizados. El
mensaje era “la vacuna salva” y trataba de concienciar a la
población de la virtud salvífica, más que milagrosa, de la
vacunación contra la enfermedad del virus coronado. Se promovía así
la idea de que la humanidad debe salvarse de una enfermedad mortal
que ocasiona estadísticamente pocas muertes a través de un suero redentor utilizando la
imagen icónica de Jesucristo que nos recibe con los brazos
abiertos.
Ya en enero
dos trabajadores sanitarios recibieron las primeras dosis de la
vacuna a los pies de la misma estatua como señal del inicio de la
inoculación brasileña. Desde entonces el proceso de inyección del
suero ha continuado imparable hasta la fecha y continuará si alguien
o algo no le pone remedio y lo impide, que no parece que vaya a ser
el caso.
Lo más sangrante de todo esto es cómo se utiliza la imagen de Cristo para adoctrinar a la población sobre las virtudes del suero, pero no sus
palabras, que son lo más auténtico que nos ha quedado de él, más auténticas, desde luego, que cualquier
utilización y manipulación de su imagen que pretenda representar al
verbo encarnado.
Es más, las palabras que salieron de su
boca, tal y como nos han llegado, contradicen, desde luego, el mensaje que nos transmiten
las autoridades sanitarias. Es posible, además, que sean palabras
propias del verbo encarnado, habida cuenta de que han sido recogidas por los cuatro
evangelistas. Cito por la traducción que manejo de Nácar-Colunga:
“El que halla su vida, la perderá, y el que la perdiere por amor
de mí, la hallará” (Mateo 10;39), “Pues quien quiera salvar su
vida, la perderá, y quien pierda la vida por mí y el Evangelio, ése
la salvará” (Marcos 8; 35) "Porque quien
quisiere salvar su vida, la perderá; pero quien perdiere su vida por
amor de mí la salvará" (Lucas 9;24), y “El que ama su vida,
la pierde; pero el que aborrece su vida en este mundo, la guardará
para la vida eterna” (Juan, 12;25). Cuando dice que quien pierda su
vida por Él la salvará, se refiere sin duda a que Él, Nuestro Señor Jesucristo, es nuestro
Salvador, y a que no hay otra salvación posible, por lo que la vacuna no puede arrogarse dicha sacrílega pretensión.
Al otro lado del charco, la Torre del Rin de Düsseldorf (der Rheinturm),
Alemania, que es el edificio más alto de la ciudad con 240 metros de
altura, con su imponente aspecto de gigantesca jeringuilla a modo de símbolo fálico que amenaza penetrarnos, se diría, por salva sea la parte, también ha proyectado una leyenda luminosa recientemente
haciéndose eco de la vergonzosa campaña propagandística de la Organización Mundial de la Salud donde se establecía en la lengua de Goethe la siguiente falsa ecuación
matemática: IMPFEN=FREIHEIT, o, lo que es lo mismo:
VACUNA=LIBERTAD.
Se trata de una nueva metáfora, más laica que la
brasileña, desde luego, que equiparaba la inyección a la salvación,
que establece que la inoculación es la libertad, lo que nos recuerda
a otra metáfora de la reciente historia alemana: A la entrada del
campo de exterminio de Auschwitz figuraba el oporbioso ARBEIT MACHT FREI:
El trabajo libera, que viene a ser otra falsa ecuación matemática: TRABAJO=LIBERTAD.
Las dos metáforas alemanas que estamos analizando son dos definiciones poéticas obvia- y lógicamente falsas de lo que
es la libertad. La libertad, desde luego, no consiste en el trabajo ni tampoco en una
inyección experimental de vaya usted a saber qué, que todavía no
lo sabemos, autorizada provisionalmente deprisa corriendo
y mal por razones que no están nada claras pues ni la mortalidad del
síndrome es tan grande como nos han hecho creer, sino bastante
modesta, ni carecemos tampoco de tratamientos curativos, que los hay
y no son pocos a estas alturas, como para justificar dicho pinchazo, por lo que parece bastante descabellada la campaña
desatada.
La vacuna no es la salvación, como dicen los brasileños, ni la libertad tampoco como preconizan los alemanes. Esas palabras no son sinónimos como quieren hacernos creer perversamente. La vacuna ni siquiera es, más modestamente, la solución de un problema sanitario, sino la auténtica enjundia de un problema creado a propósito donde no lo había.