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domingo, 31 de marzo de 2024

¿Resurrección? No, gracias.

    En el monte Athos conviven más de dos mil monjes en sus monasterios diseminados por la montaña sagrada. No hay allí ninguna mujer ni monja. La única presencia femenina que se consiente y venera es el ícono de la Virgen María, madre de Dios y de toda la humanidad. 

    El pope de larga barba entreverada de canas, después de persignarse y besar piadosamente la devota imagen en la iglesia, conduce al visitante, forzosamente varón, a una cámara secreta donde le asegura que va a ver un espectáculo al que no está acostumbrado.

    En unas toscas estanterías de madera se alinean, en efecto, cientos de calaveras humanas. 
    -Son los cráneos de los monjes fallecidos en el Monte Sagrado -le dice al peregrino. -Llevan escrito su nombre en la frente y la fecha de su muerte como marca de su singularidad. 




    El visitante, que nunca había visto algo así, ni siquiera una sola calavera hamletiana, no da crédito a sus ojos. El pope enciende una candela. Después de yacer tres años en el cementerio contiguo, le explica al peregrino, se desentierran los restos, se separa el cráneo del resto de la osamenta. Los huesos de piernas y brazos se amontonan en otras estanterías, todos juntos y entremezclados. A los cráneos se les quita el polvo. Se lavan con vino tinto, según el eco ancestral de una costumbre que hunde sus raíces en un rito pagano de la Grecia clásica.

    Una vieja historia cuenta que un monje llamado Macario entró una vez al osario a media noche con una candela encendida, y pronunció en voz alta: Χριστός ανέστη (Christós anésti), que en griego significa “Cristo ha resucitado”. El jubiloso grito resonó entre las mudas calaveras. Parecía romper con su sordo eco como una ola contra las rocas y escollos de la realidad que poco a poco va erosionando. Daba testimonio el fraile de una fe inquebrantable en la resurrección de la carne, y en que aquellos muertos no estaban muertos del todo, porque la muerte no era un estado definitivo, sino un tránsito hacia una nueva vida, que era la verdadera. 


    Y todos los huesos entonces, al oír aquellas dos palabras, se removieron como por arte de magia, crujieron y contestaron al unísono: αληθώς ανέστη (alithós anésti),  que quiere decir: “En verdad, ha resucitado”. Desde entonces, los creyentes ortodoxos se saludan  el Domingo de Resurrección con esas mismas palabras: "Cristo ha resucitado", dice uno, y el otro le responde: "En verdad ha resucitado". 

    El visitante sale del osario atribulado, pensando que, aunque Cristo no haya resucitado histórica- y efectivamente nunca, a fuerza de repetir una y mil veces “Christós anésti” parece que se hace real lo que no es verdad: una mentira que se repite tanto parece así verificarse. 
 
   No hay en efecto ninguna certeza de que Cristo haya regresado al tercer día del reino de las sombras de la mansión de Hades y triunfado sobre la muerte, pero todos los años por las mismas fechas de pascua se repite la misma letanía: Cristo ha resucitado. En verdad ha resucitado.
 


    El peregrino casualmente se llama Χρήστος (Chrístos). Su nombre propio suena igual, aunque se escriba distinto, que Χρίστος, el nombre del Ungido o Elegido, por lo que para evitar confusiones que incurran en la blasfemia religiosa, el nombre del Mesías se acentúa en la última sílaba Χριστός (Christós), mientras que el de nuestro peregrino descreído, que es un nombre de varón muy común en Grecia, se acentúa en la primera .

     La Pascua ortodoxa es una de las festividades religiosas más importantes del país heleno. En ella se celebra la resurrección periódicamente anual de Cristo y la llegada de la primavera, con el paso del invierno al buen tiempo. 
 
    La iglesia cristiana ortodoxa griega, en lugar de centrarse en la pasión y muerte de Cristo como hace la católica, concede mayor importancia a la resurrección, por lo que es habitual felicitarse la Pascua y desearse una feliz resurrección. La palabra griega para "resurrección" es Ανάσταση (anástasi), compuesta de Ανά “aná, de nuevo” σταση “stási, postura erguida, acción de estar en pie”.
 

    El humor del dibujante Arcás nos regala una viñeta preciosa por lo irreverente que resulta de una anónima tumba con una inscripción epigráfica que es toda una declaración jurada. La lápida dice que si existe la resurrección de los muertos, el declarante expresa su deseo de renunciar a ella y por lo tanto no quiere ser reanimado.

martes, 30 de enero de 2024

Renovarse o morir

    El cartel oficial de la Semana Santa sevillana 2024 incendia las redes; elaborado por el pintor Salustiano García, presenta un Cristo resucitado twink, término que en el argot gay de la lengua del Imperio se refiere a un joven que apenas ha superado la mayoría de edad, adolescente por lo tanto, atractivo, esbelto y carente de vello corporal.  El pintor ha utilizado a su hijo Horacio como modelo, y en la presentación del cartel ha dicho que presenta a un Cristo "joven y bello, como metáfora de pureza y porque, me remito a Platón, belleza y bondad son la misma cosa". 
 
 
     El cartel no deja indiferente a nadie. Desde los que lo consideran blasfemo y más propio de la celebración del día del orgullo gay que de la tradicional semana santa sevillana y recogen firmas para su retirada porque no representa lo que dice representar, hasta los que dicen que es una obra de arte digna del renacimiento y les gusta por esa misma transgresión que supone. Parece que lo que importa es opinar, da igual que sea a favor que en contra. Mientras nos entretengamos en discutir sobre la conveniencia o inconveniencia del cartel, no vamos a discutir el anuncio que yace por debajo: la santificación de la semana.
 
    A fin de cuentas, ya lo dice el refrán, renovarse o morir, paremia esta que señala la saludable necesidad de realizar cambios generalmente radicales en diversos aspectos de las apariencias de las cosas para que lo sustancial no muera precisamente. 
 
    Podemos relacionar la frase con aquel apotegma de Giovanni di Lampedusa: Es necesario que todo cambie si queremos que todo siga igual. 
 
    Y lo que viene a decir este cartel es que si queremos mantener la tradicional Semana Santa sevillana hay que presentarla de un modo radicalmente diferente, que atraiga a las nuevas generaciones por su imagen iconoclasta. Pero repárese en la contradicción que hay en los términos de esta expresión: imagen iconoclasta, imagen rompedora, etimológicamente, de imágenes: rompe la imagen tradicional proponiendo una radicalmente distinta, pero no deja de ser un collar para el mismo perro, una imagen nueva para la misma y vieja cosa.
 
    Resulta sin embargo que no hay imágenes nuevas, porque ya está todo inventado. E incluso hay imágenes viejas de san Sebastián y del propio Jesucristo más rompedoras que las que propone el artista sevillano de su Cristo resucitado, como estos cristos completamente desnudos de Miguel Ángel Buonarroti: el crucifijo del Santo Espíritu, 'in puris naturalibus'.
 
    o el Cristo della Minerva portador de la cruz, mármol originalmente desnudo pero que se exhibió tras el concilio de Trento con una taparrabos de bronce cubriendo sus partes pudendas:
 
 

lunes, 19 de septiembre de 2022

Bendiciendo las armas

    El Papa defiende la entrega de armas a Ucrania para su "legítima defensa", consagrando de este modo la política belicista de la Unión Europea, que en poco más de medio año ha destinado la friolera de 2.600 millones de euros, que se dice pronto, a tal fin, ya que como razonaba, es un decir 'razonaba', el señor Josep Borrell, jefe de la diplomacia europea, “Las guerras se ganan con armas”, como si fuera posible, humanamente hablando con el corazón en la mano, 'ganar una guerra'. 

    Resulta chocante que un cristiano, y no uno cualquiera, sino precisamente el vicario de Cristo, justifique el uso de las armas. Quizá no sea tan chocante si en lugar de ver en él al vicario de Cristo, vemos al vicario, es decir al que hace las veces,  de un personaje histórico nacionalista judío -y no cristiano-, demasiado humano, que se llamó Jesús, el Nazareno. 

    No es la primera vez que Su Santidad se alinea de este modo con la política institucional del engendro de la U.E. Ya lo hizo poniéndose de parte de la industria farmacéutica y bendiciendo la hostia que se veía así consagrada de la supuesta vacuna contra el virus coronado que él veía como un "acto de amor", de lo que dábamos cuenta en este arcón en El Papa no tiene razón.  

    No es extraño, pues, que ahora el romano pontífice se ponga de parte de la industria armamentística justificando su existencia y bendiciendo el uso de las armas  "en legítima defensa" de uno mismo, de su patria y de todo lo que uno ama.

     Hay suficientes indicios en la lectura de los evangelios que justifican el uso de las armas, en los que puede haberse inspirado Su Santidad para defender el derecho a la legítima defensa armada de los ucranianos, lo que le ha llevado a bendecir la guerra de Ucrania como si de una cruzada se tratara contra el infiel, como tantos de sus antecesores en el pontificado. 
 
 

    Un dicho puesto en boca de Jesús afirma: No penséis que he venido a poner paz en la tierra; no vine a poner paz, sino espada (Mateo 10, 34). Hay quien opina que no hay que entender este dicho, que contradice el espíritu cristiano de irenismo y amor universales, en sentido literal, que “espada” quiere decir otra cosa distinta de lo que dice, como por ejemplo, división, cizaña o enfrentamiento no sangriento, pero que contradiga precisamente la figura idealizada de Jesús, el llamado Cristo de la fe, que es una elaboración fundamentalmente paulina, es uno de los argumentos a favor de la historicidad de la proclama.

    Téngase en cuenta también que el Imperio envió una cohorte romana, compuesta entre cuatrocientos y seiscientos legionarios al menos, al mando de un tribuno, como refiere Juan 18, 12, para detener al Nazareno: La cohorte, pues, y el tribuno y los alguaciles de los judíos se apoderaron de Jesús y le ataron. No parece muy congruente desplegar una fuerza militar tan desproporcionada en un territorio ocupado para detener a un hombre rodeado de una banda de seguidores pacíficos y desarmados. 

     En Lucas 22, 36, aconseja Jesús a los discípulos que compren una espada: Y les añadió: Pues ahora el que tenga bolsa, tómela, e igualmente las alforjas, y el que no la tenga, venda su manto y compre una espada. Y más adelante, (Lucas, 22,49): Viendo los que estaban en torno de Él lo que iba a suceder, le dijeron: ¿Herimos con la espada?

    Como escribe Gonzalo Puente Ojea en su “El Evangelio de Marcos. Del Cristo de la fe al Jesús de la historia”, edit. Siglo XXI (Madrid, 1992): La impresión neta de que Jesús y los suyos iban armados para una contienda, y no excluían la posibilidad de violencia, se impone por sí misma

    Uno de los discípulos le corta una oreja con la espada al servidor del Sumo Sacerdote. Allí Jesús no hace ninguna condena del uso de la violencia, se limita a curar al herido. El clero judío estaba bien avenido con el poder imperial romano por entonces. Jesús se limita a decir prudentemente: Dejadles, no haya más

Expulsión de los mercaderes del Templo, El Greco (1600)
 
     No olvidemos otro episodio que narran los cuatro evangelistas, que es la expulsión de los mercaderes y cambistas del templo, donde Jesús usando un látigo de cuerdas y haciendo uso de la violencia expulsa a todos del Templo. 

    Su Santidad afirma que Es más que lícito entregar armas a otros países para que se defiendan. Se refería a la invasión rusa de Ucrania y a los países que han enviado armamento al Gobierno de Kiev. Para el romano Pontífice es moralmente aceptable: Los ucranianos están protegiendo su país. No solo es lícito, es también una expresión de amor a la patria. Quien no se defiende, quien no defiende alguna cosa, no la ama. En vez de eso, quien defiende, ama

    No obstante, también, dando una de cal y otra de arena, pide como buen cristiano al Gobierno de Zelenski que abra las puertas al diálogo para zanjar cuanto antes esta guerra, cuyo relato ha venido a sustituir en el imaginario colectivo al cuento aquel de la pandemia, cuyo final "está ya a la vista", según declaración del ceo de la OMS.

    Declarar el fin, por otra parte, de la pandemia es reconocer que la ha habido, que ha habido de hecho una pandemia como tal, lo que, si bien desde el principio era mentira no ha dejado, sin embargo, de ser real, como el protocolo que se aplicó ad hoc, que nos llevó a situaciones como esta que refleja la icónica fotografía de los dos ancianos plastificados y embozados besándose, que puede resumir la pesadilla vivida durante dos años largos. 

   

 Ahora reconocen que estamos en las postrimerías de lo que se denominó 'plandemia', que se acabó lo que se daba, pero lo que se acabó es el cuento de la pandemia, que ha sido sustituido rápidamente por este otro de la guerra de liberación de Ucrania de la ocupación del malvado zar y déspota de Rusia.

miércoles, 3 de agosto de 2022

Mitología comparada: Heraclés y Cristo.

    En cuanto al mito de Cristo, se puede hacer mitología comparada y establecer algún paralelismo con  la figura heroica de Hércules, al que los griegos denominaron Heraclés, un personaje hoy en día totalmente desacreditado en el sentido de que no es objeto, que yo sepa, de ninguna fe ni culto, y que sólo en la historia del arte (literatura, pintura y escultura básicamente) encuentra  lugar en nuestro mundo.  

    Hijo de Dios. Tanto Hércules o Heraclés como el Cristo son hijos de un dios todopoderoso: hijo de Zeus, en el caso del héroe griego, y por lo tanto semidiós,  hijo de Jehová, Yahvé o Dios en el de Cristo. Ambos son, además, hijos de una virgen: Alcmena en el primer caso y María en el segundo. Ambas mujeres llegaron vírgenes a la procreación de sus primogénitos. En el caso de María se trataría de una unión espiritual, mientras que en el caso de Alcmena, que todavía no había consumado su matrimonio con su esposo Anfitrión,  de una unión carnal: Zeus se presentó ante ella bajo el aspecto de Anfitrión, simulando que era su marido que volvía de la guerra. 

 Hércules Farnesio, copia romana en mármol del original de bronce de Lisipo (320 a. C.).


    Ascensión a los cielos: Tras su muerte, tanto Heraclés como Jesús fueron ascendidos al Olimpo y al Reino de los Cielos, respectivamente. La apoteosis de ambos es, obviamente, favorecida por su condición heroica, es decir, de hijos de un dios y de una mortal.  En el caso del griego, su glorificación se produjo cuando el héroe iba a ser incinerado pero Zeus decidió salvarlo de sus llamas y ascenderlo al Olimpo en un carro de caballos. Por su parte, la ascensión de Jesucristo se produce tras su resurrección del reino de los muertos al tercer día de su óbito. 

martes, 2 de agosto de 2022

O Jesús o Cristo.

    Hay que distinguir entre Jesús, el personaje histórico, y el Cristo de la fe, entre el Jesús de carne y hueso y el mito que se fraguó sobre él y que suele denominarse el Cristo ("ungido" en griego), en el que creen hoy muchos millones de cristianos. Vamos a tratar, pues, de analizar el nombre compuesto «Jesucristo», para distinguir el personaje histórico del mitológico o legendario. 
 
    Jesús es un personaje histórico de cuya existencia cabe poca duda aunque no se sepa mucho de él: se sabe que nació en el año 6 después de Cristo, paradójicamente, que no nació en Navidad (24 de diciembre era la fiesta de la Natiuitas Solis, solsticio de invierno), que no nació en Belén, sino en Nazaret, que tuvo varios hermanos (Santiago, por ejemplo) y que fue, como Juan el Bautista, un predicador que repetía que había que prepararse para la llegada del Reino de Dios, convencido como estaba de que se acercaba el fin del mundo, una profecía que obviamente, dos mil años después, no se ha cumplido todavía.
 
    Se separó de Juan Bautista (parece que hubo rivalidad entre ellos) y formó su propia secta. Algo que resulta obvio pero que hay que decirlo porque suele pasar desapercibido es que Jesús no es cristiano, sino judío. Su intención nunca fue crear una iglesia, sino preparar al pueblo de Israel para el advenimiento del Reino de Dios, un proyecto político y espiritual, que él creía inminente. Fue condenado a muerte por los romanos acusado de sedición. Sobre su cruz se clavó el rótulo INRI, acrónimo de Iesus Nazarenus Rex Iudaeorum: Jesús Nazareno rey de los judíos
 
    Parece ser que reclamó cuando entró en Jerusalén el trono de David. Su crítica se dirigía al sector judío más romanizado (y por lo tanto menos fundamentalista y fanático, más tolerante y colaborador con la dominación romana), porque se apartaban de la religión tradicional judía, un monoteísmo de pueblo escogido centrado en Jehová o Yavéh. Los judíos esperaban un Mesías, un salvador enviado por Dios, que siguen esperando, porque no reconocen a Jesús más que como un profeta. 
 
 
Cristo crucificado o de San Plácido, Velázquez (1632)  
 
    Que los romanos lo consideraban peligroso o al menos subversivo lo prueba el hecho de que fue detenido por una cohorte, esto es, por la décima parte de una legión (entre 400 y 600 legionarios romanos al mando de un tribuno) y por el hecho de que algunos de sus seguidores iban armados, como San Pedro, que portaba una espada. Es célebre el episodio en que le pregunta al maestro si saca ya la espada y éste le dice que todavía no. 
 
    Su predicación no es muy original. Se dirige sólo a los judíos, para que vuelvan a su religión tradicional. Una vez muerto el maestro, san Pablo, verdadero creador del mito de Cristo y fundador del cristianismo, hará de esta secta judaica una religión universal, fuera del estrecho marco original. La palabra griega "católico" quiere decir, precisamente, universal. Todo el que quiera puede ser cristiano: no es imprescindible ser judío ni, en el caso de los varones, estar circuncidado. Pero para el Jesús histórico sí lo era. 
 
    Predicó el amor a los inimici, a los enemigos personales judíos, pero nunca a los hostes o enemigos públicos, es decir, a los romanos, por ejemplo; no se trata de un amor universal, sino de un odio frente al enemigo común, que eran los invasores del pueblo de Israel. En ningún momento condenó la violencia, que él utilizó para expulsar a los cambistas del templo, por ejemplo. 
 
    Parece que Jesús se oponía directamente a la dominación romana, lo que los evangelistas han disimulado y falseado, aunque en los propios Evangelios hay vislumbres de esto: “Y viendo los que estaban con él lo que iba a pasar, dijeron: “Señor ¿herimos con la espada?” La impresión neta de que Jesús y los suyos iban armados para una contienda, y no excluían la posibilidad de violencia se impone por sí misma. 
 
    Lo cierto es que fue condenado a la cruz y murió. Los cristianos creen que resucitó, pero eso forma parte del mito de Cristo, no de la realidad del personaje histórico, de Jesús, que murió y pasó como tantos más a la mayoría, como decían los griegos, con un eufemismo para referirse a la muerte. La resurrección de Jesús no puede considerarse un hecho histórico, sino algo que sólo se produjo en la imaginación alucinada de sus seguidores: un mito, por lo tanto. 
 
    El mito cristiano se basa en que el propio Jesús se ofreció como cordero de Dios («agnus Dei»), es decir, como sacrificio, autoinmolándose para salvar a los hombres, lo que no cuadra muy bien con las últimas palabras del Jesús histórico (Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?) que revelan, más bien, el fracaso de su empresa. 
 
    La imposibilidad de encajar el Jesús histórico y el Cristo de la fe constituye una evidencia interna de la altísima probabilidad de que haya existido un mesianista llamado Jesús que anunció la inmediata instauración en Israel del reino mesiánico de la esperanza judía en las promesas de su Dios. El martirio inesperado de Jesús que concluyó con su crucifixión debería haber descalificado su pretensión de ser un mesías -y tal fue la reacción inicial de sus díscípulos, que sintieron el fracaso de su proyecto. En los Evangelios Jesús profetiza constantemente. Cuando acierta, lo hace ex eventu (pasión, muerte, resurrección), pero la mayoría de sus predicciones, como la de la inminencia del final de los tiempos, han resultado fallidas. 
 
    Uno de sus dichos con más fundamento histórico pudo ser, cuando le preguntaron si era lícito pagar el tributo a los romanos: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. La pregunta era una encerrona, si decía que no era lícito, los romanos caerían sobre él porque estaría alentando a la insumisión fiscal; si decía que era lícito, sus seguidores lo tacharían de cobarde. Entonces salió del paso dando una respuesta ambigua. Señala la moneda que tenía la efigie del César. Pregunta quién está allí representado. Le responden que el César de Roma. Entonces contesta. «Pues dádselo a él». Pero a Dios había que darle lo que era de Dios, es decir, según su concepción: la tierra prometida de Israel, su pueblo elegido. 
 
    ¡Qué diferentes e incompatibles son el Jesús histórico y el Cristo de «la fe de nuestros mayores»! En esa contradicción entre el uno y el otro radica quizá el éxito del mito. Si hubiera que quedarse con uno de ellos ¿con quién nos quedaríamos? ¿con el líder guerrillero y visionario que dijo literalmente «No creáis que he venido a meter paz en la tierra. No he venido a meter paz, sino espada» (Mateo, 10, 34), donde, por cierto, algunos han traducido mal a veces «cizaña» por «espada» para suavizar la violencia del dicho? ¿o con el maestro espiritual pacifista que predica el amor universal y la paz? 
 
      
 
    Os dejo con la pregunta en el aire y con una hermosa canción del cantante canadiense Rufus Wainwright, Agnus Dei («cordero de Dios»), que interpeta magistralmente al piano en directo en un concierto en Central Park, cuya letra está basada en la liturgia cristiana. El cantante considera, no sin razón, esta canción una canción pacifista contra la guerra, una canción siempre muy oportuna, ahora mismo, por ejemplo, cuando hay tantas guerras en el mundo. La letra dice en latín, : «Agnus Dei / qui tollis peccata mundi, / dona nobis pacem»: Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo, danos la paz. Divinas palabras, que diría Valle Inclán.
 
    Un libro fundamental y muy recomendable sobre el tema, del que he sacado todo lo anterior, es «El mito de Cristo», de Gonzalo Puente Ojea, publicado por Siglo Veintiuno de España, Madrid, 2000.

viernes, 21 de mayo de 2021

Dos metáforas de la inyección

    La estatua de Jesucristo más famosa del mundo, el Cristo Redentor enclavado en el cerro Corcovado de 30 metros de envergadura con sus brazos abiertos a la ciudad de Río de Janeiro en actitud protectora, se iluminó el otro día como por arte de magia para hacerse eco de una vergonzosa campaña publicitaria de propaganda proyectando el lema VACINA SALVA en portugués y VACCINE SAVES en la lengua del Imperio, of course, para que lo entienda el mundo entero, a la mayor gloria de la industria farmacéutica,  que no pretende curar a la humanidad ni salvarla de ningún mal, sino asegurar que su mal sea crónico y perdure en el tiempo por los siglos de los siglos convirtiendo a los pacientes en clientes fidelizados. El mensaje era “la vacuna salva” y trataba de concienciar a la población de la virtud salvífica, más que milagrosa, de la vacunación contra la enfermedad del virus coronado. Se promovía así la idea de que la humanidad debe salvarse de una enfermedad mortal que ocasiona estadísticamente pocas muertes a través de un suero redentor utilizando la imagen icónica de Jesucristo que nos recibe con los brazos abiertos.

 


    Ya en enero dos trabajadores sanitarios recibieron las primeras dosis de la vacuna a los pies de la misma estatua como señal del inicio de la inoculación brasileña. Desde entonces el proceso de inyección del suero ha continuado imparable hasta la fecha y continuará si alguien o algo no le pone remedio y lo impide, que no parece que vaya a ser el caso. 

 


    Lo más sangrante de todo esto es cómo se utiliza la imagen de Cristo para adoctrinar a la población sobre las virtudes del suero, pero no sus palabras, que son lo más auténtico que nos ha quedado de él, más auténticas, desde luego, que cualquier utilización y manipulación de su imagen que pretenda representar al verbo encarnado. 

    Es más, las palabras que salieron de su boca, tal y como nos han llegado, contradicen, desde luego, el mensaje que nos transmiten las autoridades sanitarias. Es posible, además, que sean palabras propias del verbo encarnado, habida cuenta de que han sido recogidas por los cuatro evangelistas. Cito por la traducción que manejo de Nácar-Colunga: “El que halla su vida, la perderá, y el que la perdiere por amor de mí, la hallará” (Mateo 10;39), “Pues quien quiera salvar su vida, la perderá, y quien pierda la vida por mí y el Evangelio, ése la salvará” (Marcos 8; 35) "Porque quien quisiere salvar su vida, la perderá; pero quien perdiere su vida por amor de mí la salvará" (Lucas 9;24), y “El que ama su vida, la pierde; pero el que aborrece su vida en este mundo, la guardará para la vida eterna” (Juan, 12;25). Cuando dice que quien pierda su vida por Él la salvará, se refiere sin duda a que Él, Nuestro Señor Jesucristo, es nuestro Salvador, y a que no hay otra salvación posible, por lo que la vacuna no puede arrogarse dicha sacrílega pretensión.


    Al otro lado del charco, la Torre del Rin de Düsseldorf
(der Rheinturm), Alemania, que es el edificio más alto de la ciudad con 240 metros de altura, con su imponente aspecto de gigantesca jeringuilla a modo de símbolo fálico que amenaza penetrarnos, se diría, por salva sea la parte, también ha proyectado una leyenda luminosa recientemente haciéndose eco de la vergonzosa campaña propagandística de la Organización Mundial de la Salud donde se establecía en la lengua de Goethe la siguiente falsa ecuación matemática: IMPFEN=FREIHEIT, o, lo que es lo mismo: VACUNA=LIBERTAD. 

    Se trata de una nueva metáfora, más laica que la brasileña, desde luego, que equiparaba la inyección a la salvación, que establece que la inoculación es la libertad, lo que nos recuerda a otra metáfora de la reciente historia alemana: A la entrada del campo de exterminio de Auschwitz figuraba el oporbioso ARBEIT MACHT FREI: El trabajo libera, que viene a ser otra falsa ecuación matemática: TRABAJO=LIBERTAD.

    Las dos metáforas alemanas que estamos analizando son dos definiciones poéticas obvia- y lógicamente falsas de lo que es la libertad. La libertad, desde luego, no consiste en el trabajo ni tampoco en una inyección experimental de vaya usted a saber qué, que todavía no lo sabemos, autorizada provisionalmente deprisa corriendo y mal por razones que no están nada claras pues ni la mortalidad del síndrome es tan grande como nos han hecho creer, sino bastante modesta, ni carecemos tampoco de tratamientos curativos, que los hay y no son pocos a estas alturas, como para justificar dicho pinchazo, por lo que parece bastante descabellada la campaña desatada. 

    La vacuna no es la salvación, como dicen los brasileños, ni la libertad tampoco como preconizan los alemanes. Esas palabras no son sinónimos como quieren hacernos creer perversamente. La vacuna ni siquiera es, más modestamente, la solución de un problema sanitario, sino la auténtica enjundia de un problema creado a propósito donde no lo había.

sábado, 15 de agosto de 2020

Quid est ueritas?

¿Qué es la verdad? Dicen que le preguntó Poncio Pilatos a Jesús, el llamado Cristo, en el pretorio. Y éste guardó silencio: no supo qué contestar.  Su silencio nos ensordece. ¿Qué es la verdad? Nos seguimos preguntando nosotros: pregunta sin respuesta donde las haya.

 Cristo y Pilatos: ¿Qué es la verdad? (Nikolai Nikolaevich Ge, 1898)

Hay quien en la propia pregunta ha encontrado una respuesta. Pero esto sólo es válido para una de las muchas lenguas babélicas, el latín, si es que el gobernador y Jesús hablaron en latín y no en arameo, griego o hebreo. Si Pilatos le pregunta en latín qué es la verdad, le diría: Quid est ueritas?  A lo que Jesús no responde, pero si reordenamos las letras de la pregunta podemos obtener otra frase latina que podría ser la respuesta a dicha pregunta: Est uir qui adest: (La verdad) es el hombre aquí presente. Algunos le atribuyen este anagrama a san Jerónimo sin mayor fundamento. Resulta ingenioso, pero falso. Jesús no supo qué contestar y guardó silencio ante una pregunta retórica. Para Jesús la verdad es una revelación divina que él encarna, porque se cree posesor de ella, pero Pilatos, más griego e ilustrado, busca la verdad de verdad, desligada de cualquier dimensión teológica. 
 
Si desnudamos la pregunta, al final sólo nos queda el qué, el quid de la cuestión, que lo pone todo en tela de juicio. Al final nos queda la pregunta desnuda que se hacía Sócrates: τί ἐστιν; (¿Qué es…?) 

Malamente podía preguntarse un griego por la verdad, como sin embargo hacía Pilatos, porque para un griego la verdad es a-létheia, un des-cubrimiento, un des-velo, es decir, el acto de quitar el velo que cubre algo, la verdad para un griego es un término que se define no por lo que es, sino por lo que no es, y desde luego no es la realidad, entretejida de apariencias como está: no es lo que parece. 

No hay, pues, más verdad que el descubrimiento de la mentira de la realidad que se nos impone matemáticamente desde arriba y no es verdad. La única verdad que nos hace libres es el descubrimiento, apocalipsis o revelación de la mentira que nos constituye. Veritas uos liberabit.