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sábado, 15 de agosto de 2020

Quid est ueritas?

¿Qué es la verdad? Dicen que le preguntó Poncio Pilatos a Jesús, el llamado Cristo, en el pretorio. Y éste guardó silencio: no supo qué contestar.  Su silencio nos ensordece. ¿Qué es la verdad? Nos seguimos preguntando nosotros: pregunta sin respuesta donde las haya.

 Cristo y Pilatos: ¿Qué es la verdad? (Nikolai Nikolaevich Ge, 1898)

Hay quien en la propia pregunta ha encontrado una respuesta. Pero esto sólo es válido para una de las muchas lenguas babélicas, el latín, si es que el gobernador y Jesús hablaron en latín y no en arameo, griego o hebreo. Si Pilatos le pregunta en latín qué es la verdad, le diría: Quid est ueritas?  A lo que Jesús no responde, pero si reordenamos las letras de la pregunta podemos obtener otra frase latina que podría ser la respuesta a dicha pregunta: Est uir qui adest: (La verdad) es el hombre aquí presente. Algunos le atribuyen este anagrama a san Jerónimo sin mayor fundamento. Resulta ingenioso, pero falso. Jesús no supo qué contestar y guardó silencio ante una pregunta retórica. Para Jesús la verdad es una revelación divina que él encarna, porque se cree posesor de ella, pero Pilatos, más griego e ilustrado, busca la verdad de verdad, desligada de cualquier dimensión teológica. 
 
Si desnudamos la pregunta, al final sólo nos queda el qué, el quid de la cuestión, que lo pone todo en tela de juicio. Al final nos queda la pregunta desnuda que se hacía Sócrates: τί ἐστιν; (¿Qué es…?) 

Malamente podía preguntarse un griego por la verdad, como sin embargo hacía Pilatos, porque para un griego la verdad es a-létheia, un des-cubrimiento, un des-velo, es decir, el acto de quitar el velo que cubre algo, la verdad para un griego es un término que se define no por lo que es, sino por lo que no es, y desde luego no es la realidad, entretejida de apariencias como está: no es lo que parece. 

No hay, pues, más verdad que el descubrimiento de la mentira de la realidad que se nos impone matemáticamente desde arriba y no es verdad. La única verdad que nos hace libres es el descubrimiento, apocalipsis o revelación de la mentira que nos constituye. Veritas uos liberabit.

martes, 24 de marzo de 2020

Del lavado de manos

Pilatos se lava las manos: uidens autem Pilatus quia nihil proficeret sed magis tumultus fieret accepta aqua lauit manus coram populo dicens innocens ego sum a sanguine iusti huius; uos uideritis. (Mateo 27, 24). En el relato del evangelio según san Mateo leemos que Pilatos, después de condenar a muerte a Jesús porque así lo reclamaba el pueblo, se lava las manos diciendo que él es inocente "de la sangre de este justo" refiriéndose a Jesús. De este modo simbólico, lavándose las manos, expiaba la culpa de condenar a un hombre que él no consideraba culpable. Sin duda, creía que condenándolo a muerte se ensuciaba con el derramamiento de su sangre, y procedía por eso mismo al acto higiénico y catártico de lavarse las manos de esa sangre simbólica pero real. 

Pilatos lavándose las manos, Fernando Gallego (1480-c.1488)

Nadie quiere asumir la culpa, que es la versión moral de la causa. Y como nadie quiere asumirla, la culpa, o mejor dicho la culpabilidad, como prefieren decir los políticos y los economistas porque es palabra más altisonante y rimbombante que culpa, que sólo tiene dos sílabas y es vocablo llano, mientras que culpabilidad tiene cinco y además es palabra oxítona, la culpa, decía, se quedó, como suele decir la gente, soltera, como la tía Hortensia. 

El gesto de Pilatos de lavarse públicamente las manos después de condenar a muerte a Jesús como le pedía el populacho, sirve para exculparse, como si lavarse las manos contribuyera no sólo a su limpieza física sino también a su pureza moral. La vinculación entre el acto de lavarse las manos y la expiación de la culpa está arraigada en muchas religiones, incluido el cristianismo. Algo tiene el agua que sirve para higiene de las manos, que arrastra consigo las impurezas del polvo y la suciedad. En ese sentido, el agua en el cristianismo sirve también para “borrar” la mancha del pecado original del recién nacido en el sacramento del bautismo, pero ha de ser el agua bendita, esto es, bendecida de la pila bautismal. 

En el Islam, la otra gran religión monoteísta, por su parte, la ablución de manos es necesaria antes de la oración, tanto en el plano físico como en el espiritual. 

Por lo que se refiere a la simbología de la mano, hay que decir que para los romanos, como advierte Juan Eduardo Cirlot en su Diccionario de Símbolos (Editorial Siruela, Madrid 1998): "La manus simboliza la autoridad del pater familias y la del emperador; por ello aparece rematando algunos signa de las legiones en vez del águila." En relación con la autoridad del cabeza de familia, están bajo su mano los hijos, hasta que se emancipan, esto es, se liberan de su "manus", y su esposa, que pasaba a estar bajo su absoluta dependencia, de donde procede el origen como se sabe de nuestra expresión "pedir la mano". 

En particular, la enseña del manípulo del Ejército romano era una mano abierta colocada en la parte superior de un asta. Posteriormente fue complementado con un estandarte (uexillum) o placa metálica con el nombre de la unidad. La mano abierta serviría para realizar el juramento de fidelidad de los legionarios al centurión.

Frente a la simbología del lavado de manos y de tener las manos limpias, está la contraria de las manos sucias. Jean Paul Sartre escribió en 1848 la obra de teatro Les mains sales (Las manos sucias), donde plantea el dilema entre la ética y la política, es decir, entre las convicciones morales y los intereses. En la obra, el joven Hugo asesina a instancias del partido a Hoederer, líder comunista sospechoso de traición, cuya figura, sin embargo,  es rehabilitada con el tiempo, mientras que Hugo, el héroe, pasa a convertirse en un villano que debe pagar por su crimen cometido en el pasado. El texto de Sartre se abre a muchas interpretaciones, como toda obra literaria, pero quizá la que se impone es que nadie se libra de sus acciones, de su responsabilidad, que es la versión laica de la culpabilidad, sobre todo si tiene las manos manchadas de sangre. Sartre ha escrito que hay que mancharse las manos y que no se puede hacer política sin mancharse las manos... de sangre. 

Al parecer hay hasta un Día Mundial de la Higiene de Manos (Global Handwashing Day, en la lengua del Imperio el 15 de octubre) que presenta el hábito del lavado de manos como el principal símbolo de la higiene social: la salud está en tus manos.  

Después de ver y escuchar este vídeo sobre el lavado higiénico y saludable de las manos descubro que llevo sesenta años lavándome mal las manos, pero me digo que nunca es tarde para aprender algo nuevo. Ya sabéis, no te acostarás sin saber una cosa más.