Mostrando entradas con la etiqueta Sartre. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Sartre. Mostrar todas las entradas

martes, 13 de julio de 2021

Higienismo a ultranza (I)

    El establecimiento institucional de un “nuevo” régimen -que en realidad es más viejo que el catarro y no deja de ser el mismo perro con distinto collar, en este caso sanitario- basado en el terror fomentado por lo que podríamos denominar un higienismo a ultranza de la seguridad pública ha hecho posible la práctica destrucción de las relaciones humanas. Esto ha sido posible desde el momento en que gestos tan entrañables como darse la mano, abrazarse o besarse han sido catalogados potencialmente como mortalmente peligrosos, y se han recomendado sustitutos como reverencias orientales o choque de codos. Se ha propiciado, en lugar de la comunicación presencial, la televideofónica, supuestamente más segura, que a veces llamamos “virtual” porque es un sustituto de la “real”, lo que ha fomentado la instalación de redes inalámbricas y de difusión de la Red Informática Universal, que alejándonos nos acerca a los demás, o que acercándonos a los demás nos aleja del peligro que supone su contagio o, lo que es lo mismo, su contacto. 
 
 
Litografía de Paul Colin (1949)
 
    Esta ideología sin ideología que algunos han llamado higienismo securitario se ha fundamentado en la desconfianza en uno mismo y en los demás, y ha sido difundida por reputados virólogos, como el asesor de la canciller alemana, que afirmó con una sinvergonzonería rayana en el más puro cinismo: “Lo mejor sería que nos comportásemos como si estuviésemos contagiados y quisiésemos evitar la transmisión de la enfermedad”. ¿Cómo puede uno engañarse a sí mismo y a los demás emulando al Enfermo Imaginario de Molière, fingiéndose apestado cuando no lo está y no tiene ningún síntoma ni por asomo?
 
    Pero no acaba ahí la cosa, porque al mismo tiempo que el virólogo recomendaba eso, decía contradiciéndose a sí mismo que también había que ver la cosa al revés y considerar que los enfermos, no ya imaginarios sino reales, ya sea en acto o en potencia más bien aristotélica, eran los otros. Se diría que estaba Christian Drosten, tal es el nombre del responsable, parafraseando el célebre “l'enfer c'est les autres” de Jean Paul Sartre con un “le virus c'est les autres” (el virus son los otros). Es decir nos está invitando a vernos a nosotros mismos simultáneamente, con una grave distorsión de la realidad, como enfermos que pueden contagiar a los demás que están sanos, y como sanos a la vez que pueden ser contagiados por los demás, que están enfermos. 
 
 
    Es como si estuviéramos uniendo al triple lema de Orwell (la guerra es la paz, la libertad es esclavitud, la ignorancia es fuerza), un cuarto eslogan exitoso: la salud es una enfermedad grave que debe ser tratada lo antes posible porque es, además, contagiosa y mortal. 
 
    El Poder, auxiliado por científicos a sueldo de los laboratorios farmacéuticos como el susodicho, después de haber jugado la baza del miedo sembrando el pánico entre la población del planeta, utiliza ahora las cartas del resentimiento afirmando que los viejos son las víctimas de los jóvenes irresponsables que no siguen las medidas recomendadas por las autoridades sanitarias que velan por nuestra salud enfermándonos a todos y cada uno de nosotros. 
 
    Con ochenta y noventa años la gente ya no se muere de vieja, sino de la enfermedad del virus coronado, como si la vida pudiera continuarse indefinidamente si no fuéramos puestos en peligro constantemente por la amenaza potencial que suponemos nosotros mismos y nuestros congéneres viralizados. 
 
 

 
    El Poder afirma ahora que los que se han dejado inyectar van a ser o ya lo son víctimas de los que no, lo que viene a revelar por otra parte que la inyección no inmunizaba en absoluto. 
 
    Lo que quiere el Poder a toda costa es sustituir el resentimiento vertical del pueblo contra el gobierno en una desconfianza horizontal mutua entre el pueblo dividido entre sí. Es el viejo principio de inspiración maquiavélica del divide y vencerás. Es como si de pronto se hubiera trasladado la lucha vertical entre lo de arriba y lo de abajo, al enfrentamiento horizontal entre los de abajo, dividiéndonos entre los que se sentarán en el Juicio Final a la izquierda de Dios padre y los que se sentarán a la diestra del Señor, entendidas en un sentido muy amplio que va más allá de la política tradicional de los políticos que sólo aspiran a sucederse en el poder para que cambie el gobierno y pueda seguir el sistema igual, garantizando la alternancia. 
 
    La salud se ha convertido en la enfermedad de nuestros días: todos somos pacientes y víctimas de un higienismo a ultranza. Pacientes en acto, como los ingresados en hospitales y unidades de cuidados intensivos, o en sus propios hogares, donde son atendidos en el mejor de los casos por médicos teleoperadores; y pacientes en potencia todos los demás. No somos enfermos imaginarios, sino enfermos bien reales. ¿No es esto un delirio colectivo, una histeria sin precedentes, una paranoica y gravísima psicosis?

martes, 24 de marzo de 2020

Del lavado de manos

Pilatos se lava las manos: uidens autem Pilatus quia nihil proficeret sed magis tumultus fieret accepta aqua lauit manus coram populo dicens innocens ego sum a sanguine iusti huius; uos uideritis. (Mateo 27, 24). En el relato del evangelio según san Mateo leemos que Pilatos, después de condenar a muerte a Jesús porque así lo reclamaba el pueblo, se lava las manos diciendo que él es inocente "de la sangre de este justo" refiriéndose a Jesús. De este modo simbólico, lavándose las manos, expiaba la culpa de condenar a un hombre que él no consideraba culpable. Sin duda, creía que condenándolo a muerte se ensuciaba con el derramamiento de su sangre, y procedía por eso mismo al acto higiénico y catártico de lavarse las manos de esa sangre simbólica pero real. 

Pilatos lavándose las manos, Fernando Gallego (1480-c.1488)

Nadie quiere asumir la culpa, que es la versión moral de la causa. Y como nadie quiere asumirla, la culpa, o mejor dicho la culpabilidad, como prefieren decir los políticos y los economistas porque es palabra más altisonante y rimbombante que culpa, que sólo tiene dos sílabas y es vocablo llano, mientras que culpabilidad tiene cinco y además es palabra oxítona, la culpa, decía, se quedó, como suele decir la gente, soltera, como la tía Hortensia. 

El gesto de Pilatos de lavarse públicamente las manos después de condenar a muerte a Jesús como le pedía el populacho, sirve para exculparse, como si lavarse las manos contribuyera no sólo a su limpieza física sino también a su pureza moral. La vinculación entre el acto de lavarse las manos y la expiación de la culpa está arraigada en muchas religiones, incluido el cristianismo. Algo tiene el agua que sirve para higiene de las manos, que arrastra consigo las impurezas del polvo y la suciedad. En ese sentido, el agua en el cristianismo sirve también para “borrar” la mancha del pecado original del recién nacido en el sacramento del bautismo, pero ha de ser el agua bendita, esto es, bendecida de la pila bautismal. 

En el Islam, la otra gran religión monoteísta, por su parte, la ablución de manos es necesaria antes de la oración, tanto en el plano físico como en el espiritual. 

Por lo que se refiere a la simbología de la mano, hay que decir que para los romanos, como advierte Juan Eduardo Cirlot en su Diccionario de Símbolos (Editorial Siruela, Madrid 1998): "La manus simboliza la autoridad del pater familias y la del emperador; por ello aparece rematando algunos signa de las legiones en vez del águila." En relación con la autoridad del cabeza de familia, están bajo su mano los hijos, hasta que se emancipan, esto es, se liberan de su "manus", y su esposa, que pasaba a estar bajo su absoluta dependencia, de donde procede el origen como se sabe de nuestra expresión "pedir la mano". 

En particular, la enseña del manípulo del Ejército romano era una mano abierta colocada en la parte superior de un asta. Posteriormente fue complementado con un estandarte (uexillum) o placa metálica con el nombre de la unidad. La mano abierta serviría para realizar el juramento de fidelidad de los legionarios al centurión.

Frente a la simbología del lavado de manos y de tener las manos limpias, está la contraria de las manos sucias. Jean Paul Sartre escribió en 1848 la obra de teatro Les mains sales (Las manos sucias), donde plantea el dilema entre la ética y la política, es decir, entre las convicciones morales y los intereses. En la obra, el joven Hugo asesina a instancias del partido a Hoederer, líder comunista sospechoso de traición, cuya figura, sin embargo,  es rehabilitada con el tiempo, mientras que Hugo, el héroe, pasa a convertirse en un villano que debe pagar por su crimen cometido en el pasado. El texto de Sartre se abre a muchas interpretaciones, como toda obra literaria, pero quizá la que se impone es que nadie se libra de sus acciones, de su responsabilidad, que es la versión laica de la culpabilidad, sobre todo si tiene las manos manchadas de sangre. Sartre ha escrito que hay que mancharse las manos y que no se puede hacer política sin mancharse las manos... de sangre. 

Al parecer hay hasta un Día Mundial de la Higiene de Manos (Global Handwashing Day, en la lengua del Imperio el 15 de octubre) que presenta el hábito del lavado de manos como el principal símbolo de la higiene social: la salud está en tus manos.  

Después de ver y escuchar este vídeo sobre el lavado higiénico y saludable de las manos descubro que llevo sesenta años lavándome mal las manos, pero me digo que nunca es tarde para aprender algo nuevo. Ya sabéis, no te acostarás sin saber una cosa más.