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viernes, 14 de octubre de 2022

La hidra de Lerna

     La Hidra, hija de Tifón y Equidna, vivía en las ciénagas pantanosas de Lerna, no lejos de Argos en el Peloponeso. Era un enorme dragón policéfalo, cuyo solo aliento mataba a todo ser viviente que se le acercara. Según la mayor parte de las leyendas tenía nueve cabezas, siendo ocho de ellas mortales, e inmortal la central. Se diría que este monstruo estaba destinado a la eternidad, como escribió Borges en su Libro de los Seres Imaginarios. Si se le cortaba una cabeza, enseguida le brotaban dos en el mismo lugar, duplicándose su número.

    Se cuenta que Hera, la acérrima enemiga del héroe que lleva sin embargo su nombre,  Heraclés, que significa paradójicamente "Gloria de Hera",  la crió para que el hijo que ella tanto hubiera deseado y que no tuvo de su marido se midiera con la monstruosa criatura. De hecho, fue el objeto del segundo de los doce hercúleos trabajos. 



Hidra de Lerna, The Greek Monsters,  Beetroot (2014)

    El semidiós, hijo como era de Zeus y de una mortal, Alcmena, logró vencerla no sin la ayuda de su sobrino Yolao. El héroe cortaba las cabezas y su ayudante le quemaba los muñones con una antorcha, evitando así al cauterizarlas que se reprodujesen. Heraclés enterró la última cabeza bajo una enorme losa a modo de lápida fúnebre impidiendo que se multiplicara, sepultando al monstruo. El héroe untó victorioso sus flechas en la hiel de la hidra, razón por la que las heridas de sus dardos serían incurables y mortales de necesidad.

    A pesar de que Heraclés acabó con el monstruo, este renace y sobrevive en la mitología medieval sin embargo como dragón de múltiples cabezas y llega así hasta nosotros en la actualidad, que no somos semidioses precisamente ni héroes, sino simples mortales que queremos emular a los ídolos de nuestra infancia creando endriagos con los que enfrentarnos.

  
    La imagen de esta hidra de múltiples cabezas se ha convertido en nuestro imaginario actual colectivo en el símbolo de un problema polifacético y sin solución. Este monstruo encarna como ningún otro los muchos problemas que cuando se intentan resolver se multiplican hasta el infinito con numerosas complicaciones, por lo que resultan así irresolubles. La perspectiva de un monstruo policéfalo que se replica a perpetuidad parece el fruto de una horrible pesadilla. La imposibilidad de destruir por completo al endriago hace que corramos el riesgo de provocar nuestra propia destrucción en el intento. Lo mejor sería aceptarlo como tal, porque es imposible destruirlo sin que acabe él con nosotros en ese empeño. A fin de cuentas, nosotros no somos Heraclés.
 
    Examinemos por un instante la etimología de la palabra "problema", que es griega como la propia hidra de Lerna y es lo que ella representa con sus múltiples ramificaciones: está formado por el prefijo pro- que quiere decir “hacia delante”, la raíz verbal -ble- que significa "lanzar" y que comparte con otras palabras como bala, balón y discóbolo, y el sufijo -ma, que indica "resultado de la acción". Un problema es aquello inalcanzable que se proyecta y pone por delante como la zanahoria atada al palo del borrico, para que ande y sólo vea eso en el reducido campo visual que delimitan sus orejeras

 Hércules lucha contra la hidra de Lerna, Zurbarán (1634)


    Cuando queremos resolver los problemas que nos plantean los demás y que nos planteamos nosotros mismos, sólo con pensar en ellos se acrecientan, y se van añadiendo a la madeja, que se enreda fatalmente y se hace cada vez más gruesa y complicada. Los problemas no existen: no hay problemas: los crea nuestra mente. Nuestra obsesión por resolverlos los acrecienta, los alimenta, los multiplica.

    Desde pequeños nos enseñan en la escuela a plantear y a resolver problemas que no tienen solución. Sin ellos no sabríamos vivir ni qué hacer, estaríamos perdidos. Si no los tenemos, los inventamos, los creamos. Al resolver uno, ya hay dos: uno menos y otro más.

miércoles, 3 de agosto de 2022

Mitología comparada: Heraclés y Cristo.

    En cuanto al mito de Cristo, se puede hacer mitología comparada y establecer algún paralelismo con  la figura heroica de Hércules, al que los griegos denominaron Heraclés, un personaje hoy en día totalmente desacreditado en el sentido de que no es objeto, que yo sepa, de ninguna fe ni culto, y que sólo en la historia del arte (literatura, pintura y escultura básicamente) encuentra  lugar en nuestro mundo.  

    Hijo de Dios. Tanto Hércules o Heraclés como el Cristo son hijos de un dios todopoderoso: hijo de Zeus, en el caso del héroe griego, y por lo tanto semidiós,  hijo de Jehová, Yahvé o Dios en el de Cristo. Ambos son, además, hijos de una virgen: Alcmena en el primer caso y María en el segundo. Ambas mujeres llegaron vírgenes a la procreación de sus primogénitos. En el caso de María se trataría de una unión espiritual, mientras que en el caso de Alcmena, que todavía no había consumado su matrimonio con su esposo Anfitrión,  de una unión carnal: Zeus se presentó ante ella bajo el aspecto de Anfitrión, simulando que era su marido que volvía de la guerra. 

 Hércules Farnesio, copia romana en mármol del original de bronce de Lisipo (320 a. C.).


    Ascensión a los cielos: Tras su muerte, tanto Heraclés como Jesús fueron ascendidos al Olimpo y al Reino de los Cielos, respectivamente. La apoteosis de ambos es, obviamente, favorecida por su condición heroica, es decir, de hijos de un dios y de una mortal.  En el caso del griego, su glorificación se produjo cuando el héroe iba a ser incinerado pero Zeus decidió salvarlo de sus llamas y ascenderlo al Olimpo en un carro de caballos. Por su parte, la ascensión de Jesucristo se produce tras su resurrección del reino de los muertos al tercer día de su óbito.