Andaba
un poco errático el otro día el Papa Francisco dando consejos un
tanto paternalistas a un grupo de monjas dominicas de la Unión de
Santa Catalina de Siena de los Misioneros, instándolas a
no ser chismosas, evitar caras avinagradas, ser amables y a
hablar con todo el mundo, excepto, insistió mucho en esto... con el Diablo,
argumentando que el Señor nunca había hablado con el Diablo.
No
mostraba Su Santidad mucho conocimiento de las sagradas escrituras,
pues ignoraba o no recordaba, víctima del diagnóstico del doctor Alzheimer, aquel pasaje evangélico (Mateo, 4: 1-10) en el que el Diablo tentó con seductoras promesas a Jesús, que había ayunado durante cuarenta días y cuarenta noches diciéndole que convirtiera aquellas piedras en pan, y Él entonces le dijo aquellas célebres palabras que todavía sirven para contrarrestar a aquellos que dicen que hay que ganarse el pan con el sudor de la frente o como sea, subordinándose a don Dinero, el más poderoso de todos los caballeros: "No solo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios". Acto seguido, le ofreció a Jesús llevándolo a un monte muy elevado la
irresistible tentación de ser el dueño y señor del mundo, el poder
absoluto sobre todos los reinos de esta Tierra que desde aquellas
alturas se divisaban. Y le dijo: “Te daré todo esto, si postrándote
ante mí me adoras”, cosa que Jesús rechazó diciéndole dos palabras muy bien pronunciadas: “Vete, Satanás”. No se negaba, pues, el Verbo divino a hablar con Satanas, que es el nombre del Diablo, sino que le decía lo que tenía que decirle, que era que no.
La tentación de Cristo, Vasili Surikov (1872)
El
argumento que esgrime Jesús para declinar la generosa oferta del
demonio es que sólo hay que adorar a Dios y servirle a Él. Lo que no
sabía era que, con el correr del tiempo, el Diablo se había convertido en realidad en el alter ego de Dios, y que era
lo mismo, por lo tanto, adorar al uno que al otro, pero eso no le impedía hablar amablemente con él, oponiéndose así al consejo que, ahora, dos mil años después Bergoglio les daba a las hermanas dominicas.
La tentación de Cristo, Ary Scheffer (1854)
En
todo caso, nuestros políticos, poco cristianos ellos, menos cristianos
que Jesús, no sólo no rehúsan el poder que les ofrece el Diablo (consistente en 'omnia regna mundi et gloriam eorum',
como decía el evangelista: todos los reinos del mundo y su esplendor),
sino que lo persiguen infatigablemente, dejándose tentar y sobornar por el
Diablo, es decir, por Dios, o, más claramente, por el Dinero, que es lo
mismo, al que adoran e idolatran arrodillándose ante los designios del
mercado como vulgares teólogos economistas.