viernes, 7 de mayo de 2021

La mejor de las vacunas

    La Ministra de Defensa, doña Margarita Robles, visitó en Navarra el acuartelamiento de Aizoáin para expresar sus condolencias y trasladar su “cariño y solidaridad” a la familia y a los compañeros del cabo don Francisco Pérez Benítez de 35 años de edad que falleció a última hora del viernes 23 de abril en la Clínica Universidad de Navarra como consecuencia de una “trombosis de senos cerebrales con trombocitopenia y hemorragia cerebral”.

    A preguntas de los periodistas, doña Margarita Robles señaló que “en principio” y con los informes médicos en la mano que se han elaborado “parece que no hay ninguna duda” de que la causa de la muerte “fue la administración de la vacuna”. El cabo, en efecto, habría fallecido como resultado de la inoculación del suero de la empresa farmacéutica AstraZeneca contra la enfermedad del virus coronado el pasado 7 de abril a raíz de la cual había comenzado a sentirse mal.

    La Ministra contó que le habían comentado “la ilusión” con la que el cabo había recibido la vacuna. Con esta declaración daba a entender que nadie le había obligado a hacerlo, sino que él se había prestado voluntaria- e ilusionadamente, sin prescripción facultativa médica, a la inoculación. De esta forma, despejaba dudas Margarita Robles sobre la responsabilidad de quién le había mandado vacunarse al cabo: nadie, porque la inoculación no es obligatoria, sino voluntaria, por lo que, se deduce, tiene más valor el sacrificio individual.

    La Ministra, en la misma declaración, también subraya la importancia de seguir vacunándose, pese “a los momentos duros y dolorosos”. Se arrogaba así ella, que es la Ministra de la Guerra, como se denominaba antes al Ministerio que regenta, el punto de vista de la Medicina,  y decía: “Desde el punto de vista médico hay que seguir vacunándose, hay que animarse y que todo el mundo se vacune”. Con la mención de la “vacuna” se refería a lo que algún periódico del ruedo ibérico denominó “el fármaco anglosueco”, el preparado de los laboratorios AstraZeneca, fabricantes de Crestor, las estatinas que reducen el colesterol, que no es tan fiero como lo pintan (el colesterol, me refiero), ni tan perjudicial para la salud como decían, sino bastante saludable, pero el Crestor hay que tomarlo de por vida,  y como contrapartida te enferma de diabetes. Y con lo de "todo el mundo" incluye, a las personas jóvenes que no tienen riesgo porque están fuera de peligro. La intención autoritaria y totalitaria de la vacuna quiere extenderse también a los niños, tiernos angelitos, que parecían hasta ahora estar exentos de esa necesidad.

    Traigo aquí a colación de esto una estupenda viñeta de la Mafalda de Quino, que quiere vacunarse contra "el despotismo", que sería sin duda la mejor de las vacunas. Ella y sus amigos prestan su brazo a la jeringuilla de la enfermera estupefacta para que les inmunice contra el más peligroso de todos los viruses. Quizá habría que sustituir la palabra "despotismo", que procede del griego δεσπότης (despótēs), que significaba "señor, amo, dueño, soberano", que emplea Quino y suena ya un poco arcaica, por "autoritarismo" o "totalitarismo", de rabiosa modernidad.

 

     Parece que en este caso se impone algo así como el dicho popular “Al que le toca le tocó”. Lógicamente es una posibilidad que le toque a uno si uno decide entrar en el sorteo. Es como la lotería. Si no quieres que te toque, no juegues. Nadie te obliga. Pero si decides participar, puede recaer en ti por muy poco probable que sea estadísticamente el Premio Gordo, porque como suele decirse tienes una papeleta que podría resultar premiada. Lo que está claro, al margen de la estadística, es que si no entras en el sorteo no te va a tocar.

    Pero, en todo caso, no parece haber razones suficientes para que una persona joven, en buen estado de salud, decida libremente jugar a la ruleta rusa, y entrar en un sorteo que puede resultar mortal. Por eso no se entiende, yo al menos no lo entiendo, la obstinación de la Ministra en afirmar que hay que seguir vacunándose contra viento y marea como si la vacuna fuera beneficiosa o inocua y estuviera lejos de ser perjudicial como ha demostrado en el caso que nos ocupa.

    “Queríamos estar hoy aquí para transmitir nuestro agradecimiento, nuestro cariño, y, al mismo tiempo, pues para dar ese toque (sic) de que al virus lo tenemos que vencer y que la mejor manera de vencerlo, aunque haya momentos duros y dolorosos, es, precisamente, vacunarse.” Ha dicho la Ministra, como si el suero de AstraZeneca fuera el Santo Grial o el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo.

    ¿A qué se refiere con la expresión “momentos duros y dolorosos”? Quiere, sin duda, con esta fórmula abarcar por un lado los efectos secundarios adversos, o daños colaterales, como pueden ser dolores de cabeza, mareos, fiebre, diarreas y demás molestias que suelen desaparecer pasadas unas horas o al cabo de unos días de la inoculación, pero también a la muerte del inoculado, que sería estadísticamente poco frecuente y bastante rara, pero que puede suceder, y de hecho ha sucedido, lo que es obviamente más doloroso para los seres queridos por la pérdida de una vida humana que conlleva.

  

    No entiendo yo cómo puede nadie animarse a la inoculación después de esto que le ha pasado al cabo, que llevaba siete años en Navarra y estaba a punto de ser padre dentro de cuatro meses, y cuya vida se ha visto truncada por la administración del suero.

    En el caso de los militares, estas pérdidas de vidas humanas parece que son gajes del oficio, que pueden suceder en el desarrollo de cualquier ejercicio, maniobra o actividad bélica en el desempeño de su función, bien sea accidentalmente como consecuencia del manejo de las armas, que carga el diablo, o por el desarrollo de alguna misión humanitaria de pacificación y defensa de los derechos humanos, como llaman ahora a las escaramuzas guerreras.

    En el caso del militar que nos ocupa no estamos ante ninguno de estos dos supuestos. Él se había vacunado voluntariamente. La Ministra (y a través de ella la clase política en general) insiste en “el toque” que viene a darnos de que la solución a una enfermedad igual de letal o menos que la Gripe (según la OMS) es ponerse vacunas experimentales que pueden matar a gente joven y sana como el interfecto, porque es un sacrificio que exige la Causa Sanitaria. No sé si decir que ha dado su vida por España o por una causa aún mayor que esa, como sería la del bien de la Humanidad. En todo caso, la vieja retórica militar lleva a decir cosas como: “Gloria y honor a los que dieron su vida por la Patria”, es decir, por las Ideas.

    Destaca en el discurso de la Ministra, desde mi punto de vista la insistencia de “que al virus lo tenemos que vencer”. ¿Por qué? Porque hay una guerra implícita y explícita, y el enemigo es el virus, y en esa lucha las únicas armas de que disponemos son las supuestas vacunas. La guerra sigue adelante. El cabo ha sido el chivo expiatorio, que los antiguos griegos llamaban “pharmakós”, de donde le viene el nombre a la industria armamentística que está detrás de esta guerra. La industria farmacéutica, probablemente la más poderosa del mundo, no está interesada en curar ninguna enfermedad, sino en hacer que se conviertan en crónicas. 

    Creían, en efecto, los griegos que la muerte del “pharmakós” sanaba y redimía a la ciudad entera, y que su sacrificio merecía la pena, a lo que vino a añadirse el ideal cristiano del martirio, que daba así algún sentido además a la vida que se ofrecía voluntariamente, porque había muerto por "algo". La muerte vendría así a dar un sentido determinado y heroico a la vida.

    ¿Qué es lo que hay detrás de esta historia? Un sacrificio individual, un buco emisario que se ha prestado voluntariamente al experimento en aras del fetiche de la Sanidad Pública. Iba a decir salud en vez de Sanidad, pero la salud es otra cosa. Y esa Causa Sanitaria es una  cruenta divinidad que exige estas eventuales inmolaciones en sus altares. 

    Pero no nos engañemos con lo de “voluntariamente”; cuando la voluntad de uno es la misma que la del Gran Dictador,  voluntariamente es lo contrario de libremente.

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