viernes, 28 de mayo de 2021

Contra el pasaporte sanitario

         En Charleroi la ciudad más importante de la Valonia, la Bélgica de habla francesa, un sencillo cartel propagandístico anima a los ciudadanos a inocularse “para comer mañana en el restaurante, me vacuno”, estableciendo un período hipotético irracional: si cumplo el requisito, puedo comer mañana en el restaurante, es decir, puedo recuperar mi vida anterior a la (falsa) pandemia; si no lo hago, no. 

    El sector de la hostelería se preocupa ante esta consigna difícil de digerir que exige a los clientes la obligación de presentar un pasaporte "verde" -que a modo de semáforo te da vía libre-, pase sanitario o salvoconducto de vacunación, en realidad certificado de buena conducta cívica, para acceder al comedor, lo cual introduce una discriminación significativa. Cuesta trabajo imaginar a un chef o al dueño de un restorán pidiendo el certificado de vacunación, quizá en forma de código QR en el adminículo imprescindible que es el móvil o celular, a sus clientes para autorizarles la entrada y servirles una comida. 

 


    El sitio web dedicado a lanzar dichas proclamas se llama jemevaccine.be -"be" es abreviatura de Bélgica, aunque podría ser repetido múltiples veces la onomatopeya del balido de las ovejas camino del matadero. En todos los eslóganes publicitarios de propaganda que han elaborado aparece como un talismán la palabra “mañana”. Además del citado mensaje han sacado estos otros: “Para volver al festival mañana, me vacuno”, “Para ver a mis allegados cuando quiera mañana, me vacuno”, “Para quedar con mis amigos mañana, me vacuno” y también: “Para respirar mejor mañana, me he vacunado hoy”. Como decía Lope, “¡Oh dulces desvaríos! / Siempre mañana, y nunca mañanamos”. ¿Por qué no nos preguntamos por qué no podemos hacerlo hoy mismo y hemos de esperar al incierto día de mañana? ¿Qué o quién nos lo impide?

"Una inyeccioncita de nada... y le devuelvo su libertad..."

    La campaña es sintomática de un totalitarismo delirante que avanza a pasos gigantescos con la complicidad de los que se prestan como cobayas humanas al experimento. La propaganda del Régimen nos promete un futuro halagüeño de vino y rosas que en realidad es una vuelta al pasado sólo para los que se vacunen. No hace falta decir que es un chantaje. Comprobar el estado de vacunación de una persona plantea serias cuestiones de violación de la privacidad de su historial médico, y además plantea la cuestión de quién debe supervisar dicho requisito. ¿Se nos pide a los ciudadanos que nos controlemos los unos a los otros, convirtiéndonos en policías del prójimo? ¿Será la policía la encargada que se limita, como siempre, a hacer el trabajo sucio de cumplir órdenes sin cuestionárselas?


     Lo que más cuesta creer es cómo la gente obedece sumisamente y traga. Unos lo hacen engañados pero convencidos de que van a inmunizarse, haciendo caso de la falsa ecuación que han establecido los medios de propaganda del Régimen consistente en utilizar el verbo “inmunizar” como sinónimo de “vacunar” indiscriminadamente, cuando no está demostrado que estas presuntas “vacunas”, vamos a llamarlas así para entendernos, inmunicen a nadie. Y otros lo hacen porque aceptan el caramelo envenenado que las autoridades sanitarias les ofrecen a cambio. 
 
    Tanto unos como otros están colaborando y son por lo tanto responsables de la implantación del certificado de buena conducta sanitaria, que no podría imponerse sin la aceptación de la población. Los que lo aceptan “por imperativo legal”, como dicen algunos imitando a los diputados y senadores que estando en contra de la Constitución la acataban contra su voluntad para recibir el acta y el salario correspondiente a su condición democrática recién estrenada, están legitimándolo con su aceptación y cediendo al chantaje. Los que lo aceptan como “mal menor” no se dan cuenta de que lo que están aceptando es el mal sin adjetivos, como decía Hannah Arendt, y que por lo tanto son cómplices colaboracionistas del apartheid sanitario que establece una segregación serológica que discrimina a la población. En realidad ni siquiera se trata de una cuestión relacionada con la salud, no es, como pretende, un pasaporte sanitario, sino de control de la gente, como la mascarilla obligatoria, otro símbolo visible de sumisión.

1 comentario:

  1. La estupidez entre los inoculados es de una candidez sospechosa, asumiendo dicha condición por una movilidad celeste y acceso a restaurantes y gimnasios; angelitos ellos, que les dure el cielo porque, aquí en la tierra, hasta ellos sufrirán las inoculadas "interferencias".

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