El último libro publicado en España del filósofo coreano que escribe en alemán Byung-Chul Han lleva por título “La sociedad paliativa” (Herder, 2021). Se trata de un breve opúsculo de 90 páginas, donde abundan las frases cortas de estilo aforístico que hacen fácil su lectura y resultan muy sugerentes.
No aporta gran cosa a las que son sus obras más significativas “La sociedad del cansancio” y, sobre todo, “Psicopolítica”. A lo que escribía allí se une aquí el análisis que hace de la pandemia.
Caracteriza el tiempo que nos toca vivir con el término “algofobia”, un miedo generalizado al sufrimiento y al dolor, que acarrea una sociedad analgésica, que no tiene el valor de enfrentarse al dolor. De ahí el título del libro: “La sociedad paliativa”.
La
sociedad que describe, nuestra sociedad, ha olvidado que el “dolor
purifica”, que opera una catarsis, y que el arte tiene que
perturbarnos y hacer que nos duela la herida.
Critica la obligación que nos hemos impuesto de “ser felices”, el imperativo “sé feliz”. Y repite la tesis que ya aparecía en su “Psicopolítica” de que el sometido no es consciente de su sometimiento. “Se figura que es muy libre. Sin necesidad de que lo obliguen desde afuera, se explota voluntariamente a sí mismo creyendo que se está realizando. La libertad no se reprime, se explota. El imperativo de ser feliz genera una presión que es más devastadora que el imperativo de ser obediente.”
El sufrimiento que genera la sociedad “se privatiza” y se convierte en un problema psicológico. Y quizá el hallazgo más importante que expone aquí es que (pág. 25): “Los analgésicos, prescritos masivamente, ocultan las situaciones sociales causantes de dolores. Reducir el tratamiento del dolor exclusivamente a los ámbitos de la medicación y de la farmacia impide que el dolor se haga lenguaje e incluso crítica.”
El análisis que hace de la pandemia no deja de ser sugerente (pág. 29): “El virus invade la zona paliativa de bienestar transformándola en una cuarentena en la que la vida se anquilosa por completo en una supervivencia. Cuanto más se reduce la vida a mera supervivencia tanto más miedo se tiene de morir. La algofobia es en último término una tanatofobia. La pandemia vuelve a hacer visible la muerte, que meticulosamente habíamos reprimido y desterrado. La omnipresencia de la muerte en los medios de masas pone nerviosa a la gente”.
La pandemia nos ha llevado a la histeria por sobrevivir. Constata que “Acatamos sin rechistar el estado de excepción, que reduce la vida a la mera supervivencia (…) Somos demasiado vitales para morir, y estamos demasiado muertos como para vivir”. Vuelve sobre su tesis de la autoexplotación del individuo, donde se da una flagrante lucha de clases en la que uno guerrea contra sí mismo y “la explotación por otros da paso a la autoexplotación voluntaria”, y uno es al mismo tiempo explotador y explotado.
En el último capítulo, titulado “El último hombre”, critica la tesis de Fukuyama de que el triunfo del liberalismo pondría fin a la historia. La sociedad paliativa no presupone necesariamente la democracia liberal. “A raíz de la pandemia nos encaminamos hacia un régimen biopolítico de control policial... Se acabará imponiendo la evidencia de que, para combatir la pandemia, conviene centrar la mirada en el individuo particular. Pero esta vigilancia biopolítica del individuo es incompatible con los principios del liberalismo.”
Ya
estamos viendo cómo la gestión de la pandemia nos está llevando a
renunciar a los principios liberales. “Ya el régimen de vigilancia
digital, que entre tanto está asumiendo rasgos totalitarios, socava
la idea liberal de libertad”. Y concluye diciendo que el último
hombre “no es ningún defensor de la democracia liberal. El
confort representa para él un valor superior a la libertad (...)
Cuando la dictadura interior se topa con la vigilancia biopolítica,
esta última no se percibe como opresión, pues viene en nombre de la
salud. Por eso el último hombre se siente libre en el régimen
biopolítico. Dominación y libertad coinciden aquí de nuevo (…)
Pero una vida sin muerte ni dolor ya no es una vida humana, sino una
vida de muertos vivientes. El hombre abjura de sí mismo para
sobrevivir. Posiblemente llegue a alcanzar la inmortalidad, pero
habrá sido al precio de la vida”.
«Cuanto más se reduce la vida a mera supervivencia tanto más miedo se tiene de morir»
ResponderEliminarLa Economía se ha impuesto sobre la vida al reducir la existencia y su salvación a la mera sobrevivencia, exigiéndonos la medicalización de los cuerpos. Una vida paralizada y satisfecha con la “conservación de sí”, mientras escucha el cuento retransmitido del conteo y sus parámetros estadísticos de contagios y muertes a conveniencia. La abstracción de la Vida y el consumo obediente integrados cibernéticamente en el dispositivo farmacéutico y su Estado terapéutico, donde no puede faltar el diseño de productos para enfermar y debilitar, generando demanda sanitaria como el Mercado manda, no es que te quieren matar sin más, pero precisan que te veas débil y te creas enfermo (asintomático), así como esperanzado con sus tratamientos inoculados. El pensamiento no resulta funcional para adaptarse a esta Tiranía sanitaria, pero frente a ella vivir adquiere más relevancia.
De lo que se trataba, decían, era de salvar vidas, de salvar la vida a cualquier precio, y el precio ha sido precisamente muy caro, porque se echó la vida a perder. Sí, gracias por el comentario.
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