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jueves, 30 de septiembre de 2021

¡Muéstreme su pase sanitario!

    La foto no está trucada. Las propias agencias de verificación lo reconocen. Muestra un cartel de la nueva película de cine holandesa "Mi mejor amiga Ana Frank" donde puede leerse diagonalmente, en mayúsculas negras sobre franja blanca, en neerlandés: "voor ongevaccineerden verboden", lo que en román paladino significa: “prohibido para los no vacunados”.

Cartel de la película "Mi mejor amiga Ana Frank", sólo para vacunados.
 

    Las agencias de verificación se han apresurado enseguida a investigar, y a desmentir la noticia, pese a que la imagen no está manipulada: “Una foto del cartel de una película holandesa sobre Ana Frank se está difundiendo en las redes sociales. Afirma que los no vacunados no pueden ver la película. Esto es falso.

    ¿Es verdad o es falso, como dicen las agencias de verificación, que no puedes ir al cine a ver esta película o cualquier otra si no estás vacunado?

    La afirmación es a la vez verdadera y falsa. En los Países Bajos se prohíbe la entrada al cine a las personas no vacunadas que no acrediten documentalmente que están libres de la mácula del pecado vírico mediante el green pass, pasaporte sanitario, certificado QR o como quiera llamarse al invento, o documento equivalente, porque se supone, y es demasiado suponer, que si has recibido  los pinchazos reglamentarios estás libre de contagio tanto por activa como por pasiva y media.

    La exigencia del salvoconducto se hace extensiva a los restaurantes o a cualquier espectáculo público cultural o deportivo. El gobierno holandés dice que las personas que no estén vacunadas o que no puedan demostrar que han pasado la infección pueden hacerse las pruebas correspondientes de forma gratuita, demostrando así el ejecutivo de ese país, que es como los periodistas llaman al gobierno, que no grava económica- y directamente a sus súbditos que no estén vacunados-¡menos mal, dentro de lo malo malo, faltaría más-!, aunque no por ello deja de hacerlo a través de los impuestos indirectos con que se pagan las pruebas y las vacunas y no por ello deja de obligarles a demostrar que están libres de pecado, es decir, de la mácula del virus. 

Tumbonas reservadas sólo para vacunados en Israel.

     Parece que hay una razón sanitaria de tipo médico detrás de esta segregación, pero no la hay, porque el hecho de estar vacunado no demuestra per se que uno esté libre del virus coronado, como se está viendo en países como Israel, pionero en la vacunación, donde hasta su propio gobierno lo ha reconocido, y donde ya van por la cuarta comunión de la dosis. Y suma y sigue. La razón es otra, es política, los fines de esta medida de apartheid son el control social. No tiene nada que ver, por lo tanto, con la salud. 

    La segregación de los no vacunados, que se justifica por su supuesto peligro de contagio, no tiene ningún sentido desde el punto de vista médico y epidemiológico si la vacuna cumple su función. Los certificados de vacunación y la propia vacunación son absurdos. Si la vacunación fuera efectiva no necesitaría ningún documento acreditativo, demostraría su eficacia por sí sola, lo que, por cierto, no se está viendo.

     La polvareda que ha levantado la cartelera de “Mi mejor amiga Ana Frank” es grande en las redes sociales, por mucho que quieran taparla los verificadores. Enseguida, y no sin razón, se ha comparado la segregación de los que no quieren o no pueden vacunarse contra el virus coronado por cualquier razón con la exclusión de los judíos bajo el nacionalsocialismo, y esto, precisamente, en una película sobre Ana Frank, la niña judía que se escondió de los nazis con su familia y conocidos durante algo más de dos años en una casa trasera de Ámsterdam, pero que finalmente fue descubierta y murió en el campo de concentración de Bergen-Belsen, de lo que nos dio cuenta en su famoso diario.

       

     Hay quien comenta, estableciendo con razón ciertos paralelismos: "La historia se repite". Las comparaciones se establecen con la estrella judía, la estrella amarilla que los judíos estaban obligados a llevar como marca distintiva en su solapa durante el nacionalsocialismo, y, en segundo, lugar con el pasaporte o salvoconducto sanitario, instaurado en algunos países europeos a imagen y semejanza del Gesundheitspass nazi.