Mostrando entradas con la etiqueta Giorgio Gaber. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Giorgio Gaber. Mostrar todas las entradas

sábado, 11 de marzo de 2023

No me siento español

(Homenaje a Giorgio Gaber por su “io non mi sento italiano”)


     Perdón, señor presidente del gobierno y señor rey de España, pero yo no tengo la culpa de haber nacido donde he nacido y que me pase lo que me pasa: que no se nace español, se hace uno, y yo, sin duda, estoy mal hecho ya que ni sé ni me interesa lo que es España, ni me creo el cuento ese de la vieja patria ni del patriotismo constitucional, que algunos alardean ahora en una versión más moderna, y que es el mismo perro con distinto collar: la metamorfosis de la misma patraña.

    Debo decirles con todo mi respeto que no me emociona en absoluto nada el himno nacional, sino que, por el contrario, me repatea mucho cada vez que oigo sus primeras rimbombantes notas. Afortunadamente no tiene letra (y es mejor que sea así y que carezca de palabras).

     Y es que no me siento español, aunque sin embargo, lo soy, por suerte o quizá por desgracia. 

    Asimismo, no me dice nada ni me infunde ningún respeto tampoco ese otro sacrosanto símbolo de la patria que es la bandera rojigualda, colores que dicen que nos representan pero que para mí no representan absolutamente nada. Una vez tuve yo que jurarle fidelidad a esa bandera y besarla, y, vive Dios, ni besé ese trapo ni juré hasta la última gota de mi sangre por ella derramarla. Tampoco me merecen ningún respeto los diecisiete pendones autonómicos en los que se ha vertebrado la madre patria. Y es que no me gusta esta España que antaño se quiso una, grande y libre, pero tampoco esta que ahora se desmiembra en diecisiete autonomías o reinos de taifas.

     Y es que no me siento español, aunque sin embargo, lo soy, por suerte o quizá por desgracia.

 

    Perdón, señor presidente y señor rey de España, pero no me siento orgulloso tampoco de esta democracia, heredera de la dictadura de Franco, por la que dicen que tantos lucharan. Siento, además, vergüenza ajena de los candidatos que prometen puestos de trabajo, el oro y el moro para que les demos el cheque en blanco de nuestro voto, y así poder hacer carrera política al amparo del capital y del Estado y a nuestras espaldas, todo a fin de que las cosas no cambien para nada, o que si cambian lo hagan sólo para poder seguir igual: que lo que quieren es que todo cambie para que no cambie nada.

    Y es que no me siento español, aunque sin embargo, lo soy, por suerte o quizá por desgracia.

    Perdón, señor presidente y señor rey de España, pero soy consciente de que tenemos un pasado con el que no me identifico en absoluto de religiones monoteístas de moros, judíos y cristianos –cuando el único y solo Dios verdadero que hay es don Dinero, el más todopoderoso de todos los caballeros-, y de un imperio donde no se ponía nunca el sol, y, de hacerle caso a usted, sé que también tenemos mucho futuro por delante, pero a mí el futuro me importa todavía menos que el pasado, o sea: nada.

    Y es que no me siento español, aunque sin embargo, lo soy, por suerte o quizá por desgracia.

    Perdón, señor presidente y señor rey de España, pero a mí el grito de ¡que viva España! me la trae más que floja, flojísima, ¿qué le voy a hacer?. Ni me pone la monarquía borbónica ni su despotismo tan poco ilustrado. Para mí no hay más reyes, de hecho, que los cuatro de la baraja. Que se entere, pues, Su Majestad de por qué este menda no se calla: porque no le da la real gana.

    Y es que no me siento español, aunque sin embargo, lo soy, por suerte o quizá por desgracia.

    Me duele España. Me ahogo, me ahogo, me ahogo en este albañal y me duele España en el cogollo del corazón, Unamuno scripsit. A mí no solo me duele España, como a don Miguel, sino que también me jode, hablando claro y castellano. España es el problema, porque España no es una entidad natural, sino una abstracción real y existente en el mapamundi, pero falsa, que sólo sirve para subyugar a todos los españoles, que no nacemos españoles, sino que nos hacemos (o nos hacen) españoles. España, se vista de rojo o de azul, se vista como se vista, igual que la mona, mona se queda. España es el problema, una abstracción real como una casa, pero falsa como Judas, o más falsa que Judas, si cabe, todavía.

  Y es que no me siento español, aunque sin embargo, lo soy, por suerte o quizá por desgracia.

    Por mucho que quiera dar otra imagen, señor presidente y señor rey de España, en este país de María Santísima, en esta vieja y curtida piel de toro que es el rabo de Europa, sólo hubo un don Quijote, y era un personaje literario, pero muchos, muchísimos, demasiados Sanchopanzas.

    Y es que no me siento español, aunque sin embargo, lo soy, por suerte o quizá por desgracia.

domingo, 5 de marzo de 2023

¡No enseñéis a los niños!

(Variaciones sobre el tema “Non insegnate ai bambini” del imprescindible Giorgio Gaber)



Maestros, no les enseñéis a los niños esa
lección sabida y consabida, por favor.
Y no les inculquéis a los pupilos vuestros,
señor maestro, señorita, no señor,
lo que a vosotros os inculcaron: la moral
y unos ideales, viejos trastos obsoletos,
para amueblar su cabeza: no les enseñéis.
haciéndolos maleducados a fuerza y golpe
de educación. Y no les programéis, robots,
para el futuro porque el porvenir está
igual que espada de Damoclés que cuelga siempre,
o zanahoria por delante o trampantojo
muy lejos todavía, tanto que nunca llega.
No les enseñéis a los chiquillos los adjetivos
calificativos de “bueno” y “malo” de las cosas
y las personas. Saben ellos, bien lo saben,
sin que se lo digáis vosotros, lo que es bueno
y lo que es malo. No les enseñéis, maestros,
lo que a vosotros os enseñaron: los prejuicios,
las ideas establecidas. Sed, más bien, vosotros
sus amigos, los amigos de los niños. Si
queréis enseñarles algo, enseñad el arte
de la magia, o sea, la poesía. Permitid,
en cambio, que ellos os enseñen a vosotros
a vosotros que os creéis muy sabios y muy listos,
porque tenéis colgado un título en la pared
lo que ellos saben y vosotros olvidasteis..
Dejad que ellos os enseñen a vosotros
ellos, los niños, pues tenéis que aprender muy mucho
de ellos, aunque os parezca que es mentira. Sí,
dejad que ellos os enseñen a olvidar
todas las cosas que vosotros aprendisteis.


 

jueves, 3 de junio de 2021

Sólo yo, yo solo, y nadie más que yo

La palabra “yo” es un monosílabo aparentemente inofensivo pero no poco egoísta que decimos todos y que poco a poco va ganando terreno a lo largo de la vida. 

Hace gracia en el niño cuando está aprendiendo a hablar y lo pronuncia por primera vez porque suena como eco todavía lejano de lo que será en el futuro. 

Pero con el paso lento y pausado del tiempo la palabra va desplegando su cola de pavo real y adquiriendo sin querer un tono más imperioso y avasallador. 

En la adolescencia, el globo de la personalidad se infla, y en la juventud, lejos de desinflarse, se hincha mucho más para no dejar de crecer en el adulto. 

La esgrime el matón del colegio, que será poco después el matón del barrio, y el macarra que chulea a las putas, y todo el que se cree poseedor de la verdad.
 

Se diría que el ego tiene miedo de ser un Don Nadie, uno de tantos, uno como otro cualquiera, y siente la necesidad imperiosa de ser alguien y ser algo. 

El ego se mira en el espejo como Narciso, donde se encuentra con su propia imagen, de la que se enamora perdidamente hasta la extenuación y egocentrismo.

Yo que no nací, me digo yo también, para ocultarme en el anonimato, yo salgo adelante como sea, no soporto la idea de ser uno más del montón como cualquiera.

Cada día que pasa me crezco al grito de ¡Viva yo!, y ¡Nadie más que yo!, pues mi destino es ser el centro del universo, en torno al que gira todo lo demás. 

Estoy dispuesto yo a cualquier cosa para ser y para sentirme importante, pero debo darme prisa, no vaya a ser que otro llegue antes que yo y ocupe mi lugar.

En esta ascensión imparable, puedo simular que soy altruista y puedo pensar en los demás y no sólo en mí, pero hasta eso lo hago por egolatría y egoísmo. 

Tengo claro, sediento como estoy de poder, que debo dominar: soy yo quien manda, el que tiene la sartén por el mango, aquí se hace lo que yo diga porque sí.

La palabra “yo”, aquel dulce monosílabo que parecía inofensivo, resultó ser bala mortal de pistola, cóctel Molotov, tanque que apisona, ráfaga de metralleta:

yo vanidoso, presuntuoso, exhibicionista, jactancioso, orgulloso, soberbio, necio, megalómano, exagerado, ávido, posesivo, envidioso, arrogante, prepotente;

ególatra, egocéntrico, egoísta, yo, solamente yo, por todas partes yo, yo y sólo yo, solo en el mundo a fin de cuentas, idéntico a mí mismo, como todos. 


(Versión libre de la canción "La parola io" del imprescindible Giorgio Gaber, arriba original del autor y abajo interpretada por el grande y llorado Franco Battiato).


sábado, 8 de febrero de 2020

Orgullo nacional

La nacionalidad nos viene dada por derecho de nacimiento, como la raza y el sexo. ¿A qué fin voy a sentirme yo orgulloso de ser blanco, por ejemplo, español y macho o hembra? ¿Acaso las ratas parduscas españolas macho pueden sentirse orgullosas de ser españolas, pardas y machos y no portuguesas, albinas y hembras, por ejemplo? 

Puedo sentirme orgulloso de lo que hago o de lo que dejo de hacer, porque eso depende de mi voluntad, pero no de lo que soy, de mis señas de identidad o huella dactilar, porque eso sería un orgullo ontológico, y metafísico, ajeno por completo a mí. 

Por la historia española o por la de cualquier otra nación, por cierto, no puede sentir uno mucha simpatía tampoco sin avergonzarse también bastante. Podría enorgullecerme de la corte de Toledo, donde convivieron bajo Alfonso X el Sabio moros, judíos y cristianos en paz y armonía, pero no me enorgullezco, sino todo lo contrario, de la España de los Reyes Católicos, que expulsaron –excluyeron, diríamos hoy- a moros  y judíos de la península ibérica, y patrocinaron el genocidio del descubrimiento de América subvencionándolo. 

En la historia de España hay tantos episodios y tan diversos unos de otros que resulta imposible hacer una suma y un balance y decir si sentimos más orgullo o vergüenza de ser españoles.



La nacionalidad no es algo que se elija, nos viene dado genéticamente de nacimiento. Lo mismo que resultaría absurdo decir que me siento orgulloso de ser europeo, porque eso no tiene ningún mérito. Yo no he hecho nada para nacer en Europa ni para sentirme orgulloso de ser europeo. 

La nacionalidad no se puede elegir, pero se puede elegir ser nacionalista o no. Eso sí que depende de nosotros. Y yo, desde luego, no soy nacionalista, sino todo lo contrario: me declaro antinacionalista. Y, en ese sentido, soy español, sí, eso no puedo negarlo, pero no españolista, ni siento ningún orgullo patriotero de ser español, sino todo lo contrario. Me enorgullezco de no ser españolista. 

Y es que yo me avergüenzo de España. A mí también me duele España. Es más, me jode España, lo mismo que me joden Francia y Portugal, y no digamos las patrias chicas que, no contentas con la grandeza de su pequeñez, aspiran a ser estados y naciones, es decir, cárceles como las otras. 

Porque me duele que haya naciones y nacionalidades y nacionalismos, que no dejan de ser jaulas del zoológico de estos monos pelones que somos los seres humanos. Me duele que haya patrias. Sólo tengo cierto cariño por las patrias que son tan chicas, tan minúsculas que no existen.