La
palabra “yo” es un monosílabo aparentemente inofensivo pero no poco
egoísta que decimos todos y que poco a poco va ganando terreno a lo
largo de la vida.
Hace
gracia en el niño cuando está aprendiendo a hablar y lo pronuncia por
primera vez porque suena como eco todavía lejano de lo que será en el
futuro.
Pero
con el paso lento y pausado del tiempo la palabra va desplegando su
cola de pavo real y adquiriendo sin querer un tono más imperioso y
avasallador.
En
la adolescencia, el globo de la personalidad se infla, y en la
juventud, lejos de desinflarse, se hincha mucho más para no dejar de
crecer en el adulto.
La esgrime el matón del colegio, que será poco después el matón del barrio, y el macarra que chulea a las putas, y todo el que se cree poseedor de la verdad.
La esgrime el matón del colegio, que será poco después el matón del barrio, y el macarra que chulea a las putas, y todo el que se cree poseedor de la verdad.
Se
diría que el ego tiene miedo de ser un Don Nadie, uno de tantos, uno
como otro cualquiera, y siente la necesidad imperiosa de ser alguien y
ser algo.
El
ego se mira en el espejo como Narciso, donde se encuentra con su propia
imagen, de la que se enamora perdidamente hasta la extenuación y
egocentrismo.
Yo
que no nací, me digo yo también, para ocultarme en el anonimato, yo
salgo adelante como sea, no soporto la idea de ser uno más del montón
como cualquiera.
Cada
día que pasa me crezco al grito de ¡Viva yo!, y ¡Nadie más que yo!,
pues mi destino es ser el centro del universo, en torno al que gira
todo lo demás.
Estoy
dispuesto yo a cualquier cosa para ser y para sentirme importante, pero
debo darme prisa, no vaya a ser que otro llegue antes que yo y ocupe mi
lugar.
En
esta ascensión imparable, puedo simular que soy altruista y puedo
pensar en los demás y no sólo en mí, pero hasta eso lo hago por
egolatría y egoísmo.
Tengo
claro, sediento como estoy de poder, que debo dominar: soy yo quien
manda, el que tiene la sartén por el mango, aquí se hace lo que yo diga
porque sí.
La
palabra “yo”, aquel dulce monosílabo que parecía inofensivo, resultó
ser bala mortal de pistola, cóctel Molotov, tanque que apisona, ráfaga
de metralleta:
yo
vanidoso, presuntuoso, exhibicionista, jactancioso, orgulloso,
soberbio, necio, megalómano, exagerado, ávido, posesivo, envidioso,
arrogante, prepotente;
ególatra,
egocéntrico, egoísta, yo, solamente yo, por todas partes yo, yo y sólo
yo, solo en el mundo a fin de cuentas, idéntico a mí mismo, como todos.
(Versión
libre de la canción "La parola io" del imprescindible Giorgio Gaber,
arriba original del autor y abajo interpretada por el grande y llorado Franco
Battiato).
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