sábado, 8 de febrero de 2020

Orgullo nacional

La nacionalidad nos viene dada por derecho de nacimiento, como la raza y el sexo. ¿A qué fin voy a sentirme yo orgulloso de ser blanco, por ejemplo, español y macho o hembra? ¿Acaso las ratas parduscas españolas macho pueden sentirse orgullosas de ser españolas, pardas y machos y no portuguesas, albinas y hembras, por ejemplo? 

Puedo sentirme orgulloso de lo que hago o de lo que dejo de hacer, porque eso depende de mi voluntad, pero no de lo que soy, de mis señas de identidad o huella dactilar, porque eso sería un orgullo ontológico, y metafísico, ajeno por completo a mí. 

Por la historia española o por la de cualquier otra nación, por cierto, no puede sentir uno mucha simpatía tampoco sin avergonzarse también bastante. Podría enorgullecerme de la corte de Toledo, donde convivieron bajo Alfonso X el Sabio moros, judíos y cristianos en paz y armonía, pero no me enorgullezco, sino todo lo contrario, de la España de los Reyes Católicos, que expulsaron –excluyeron, diríamos hoy- a moros  y judíos de la península ibérica, y patrocinaron el genocidio del descubrimiento de América subvencionándolo. 

En la historia de España hay tantos episodios y tan diversos unos de otros que resulta imposible hacer una suma y un balance y decir si sentimos más orgullo o vergüenza de ser españoles.



La nacionalidad no es algo que se elija, nos viene dado genéticamente de nacimiento. Lo mismo que resultaría absurdo decir que me siento orgulloso de ser europeo, porque eso no tiene ningún mérito. Yo no he hecho nada para nacer en Europa ni para sentirme orgulloso de ser europeo. 

La nacionalidad no se puede elegir, pero se puede elegir ser nacionalista o no. Eso sí que depende de nosotros. Y yo, desde luego, no soy nacionalista, sino todo lo contrario: me declaro antinacionalista. Y, en ese sentido, soy español, sí, eso no puedo negarlo, pero no españolista, ni siento ningún orgullo patriotero de ser español, sino todo lo contrario. Me enorgullezco de no ser españolista. 

Y es que yo me avergüenzo de España. A mí también me duele España. Es más, me jode España, lo mismo que me joden Francia y Portugal, y no digamos las patrias chicas que, no contentas con la grandeza de su pequeñez, aspiran a ser estados y naciones, es decir, cárceles como las otras. 

Porque me duele que haya naciones y nacionalidades y nacionalismos, que no dejan de ser jaulas del zoológico de estos monos pelones que somos los seres humanos. Me duele que haya patrias. Sólo tengo cierto cariño por las patrias que son tan chicas, tan minúsculas que no existen.

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