domingo, 16 de febrero de 2020

Buenos y malos recuerdos

Los investigadores de una Universidad española, de cuyo nombre no quiero acordarme, víctimas de un ataque agudo de alopecia, se han quedado calvos y  herniado descubriendo el Mediterráneo al asegurar que la predisposición psíquica de las personas ante los eventos pasados, las vivencias presentes o las expectativas futuras, influye en su salud y calidad de vida, de modo que quienes tienen una actitud negativa, por ejemplo, hacia los hechos pasados de su biografía, porque no consiguen olvidar los  malos recuerdos y los tienen siempre presentes como experiencias traumáticas, tienen mayores problemas en sus relaciones con los demás y presentan los peores indicadores en calidad de vida y en salud tanto física como mental. 

La conclusión que se desprende del sesudo estudio,  para el que se evaluaron 50 personas adultas de ambos sexos de una muestra aleatoria, es que los recuerdos negativos deterioran la salud, y, por lo tanto, se impone la conclusión de Perogrullo de que para vivir es mejor olvidarlos. Las personas que no logran olvidar quiénes son, marcadas por este lastre negativo, reportan dificultades para esforzarse en actividades cotidianas y presentan limitaciones físicas para el rendimiento en la esclavitud laboral del trabajo asalariado; perciben mayor dolor corporal y tienen mayor predisposición a enfermar.  Además, están abocadas a sufrir estados depresivos, ansiosos y alteraciones de la conducta en general. 

 

Los tres perfiles temporales encontrados entre los participantes del estudio corresponden a los siguientes modelos: uno predominantemente negativo e influido por el pasado, otro predominantemente orientado al futuro, los dos más extremos,  y un tercero, más equilibrado, que sería el intermedio, por aquello de los clásicos de que en el término medio está la virtud. 

El perfil equilibrado sería el de las personas que aprenden positivamente de las experiencias pasadas, se orientan al cumplimiento y autoexigencias de metas en el futuro, pero no descuidan la posibilidad de vivir emociones y experiencias agradables y placenteras intensamente en el presente. Asimismo, estas personas contarían con una mayor puntuación en las capacidades de esfuerzo físico, mejor salud mental general, menos tendencia a enfermar y menor percepción de molestias o dolores corporales. 

Por otro lado, las personas que viven pendientes de la espada de Damoclés del futuro, es decir, que se olvidan de vivir experiencias agradables presentes y guardan poca conexión con sus experiencias pasadas gratificantes, no son la alegría de la huerta,  porque no viven, atentos sólo como están al incierto día de mañana que, por definición, no llega nunca porque está siempre... por venir, porvenir que no llega nunca.  

Para este viaje, como suele decirse, no necesitábamos alforjas. Para llegar a estas conclusiones de estos investigadores carpetovetónicos no  necesitábamos ningún estudio científico de psicología barata, quién sabe si tesina de la que surja como por arte de magia una futura tesis, de ninguna Universidad que se precie, porque cualquiera -y cualquiera es lo mismo que decir todo el mundo-  sabe en su fuero interno que  tanto el pasado como el futuro y el tránsito del presente son el trampantojo de una fantasmagoría. No vamos a decir que no existan, porque si ponemos empeño en ello haremos que conjurándolos existan, y será peor para nosotros, pero sí afirmaremos que no son verdad.

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