lunes, 10 de febrero de 2020

Mercadillo solidario

Las damas de la caridad, que durante muchos años fueron profesoras de un centro educativo sostenido con fondos públicos, ya jubiladas, colaboran en la actualidad con una Organización No Gubernamental que promueve el desarrollo y el progreso del África Subsahariana. 

Partidarias del sedicente "comercio justo", que no deja de ser mal que les pese una justificación del comercio y del capitalismo, expían así sus pecados profesionales y su mala conciencia de funcionarias del Estado, como voluntarias de una oenegé, poniendo a la venta bagatelas y fruslerías artesanales africanas, así como donaciones particulares en el tenderete del mercadillo solidario que montan al efecto y despachan con devota entrega como parte de su proyecto misionero en el instituto donde impartieron sus clases durante muchos años, destinando la recaudación obtenida íntegramente a proyectos de cooperación con el mal llamado Tercer Mundo. 
 

De esta forma subvencionan la pobreza con su limosna no ya caritativa cristiana, sino laica y solidaria. Hay en su dedicación un espíritu altruista de consagración, no poco egoísta por otra parte, fomentado por el empeño de conseguir la salvación individual de sus almas monjunas tras la redención de sus faltas que dé sentido a sus vidas a la vez que mejoran las condiciones económicas de otras personas,  y hay sobre todo muchísima fe, la vieja virtud teologal, que unida a su espíritu caritativo, las convierte en Hermanitas de la Solidaridad.
 
Y como no hay dos sin tres, no les falta tampoco sino que les sobra, en concomitancia con las otras dos virtudes teologales que albergan, la tercera, la esperanza descomunal en que lo que hacen, su granito de arena, como dicen ellas, por poco que sea, sirve para algo.

Creen, no poco ingenuas, que con pequeños cambios pueden conseguir grandes logros, como, por ejemplo, la transformación del mundo. Hay un innegable espíritu de lucro en ellas. No en el sentido de que vayan a beneficiarse económicamente con los escasos beneficios obtenidos del rastrillo, no sugiero yo ni por lo más remoto tal cosa, sino de lucro espiritual: lograr su salvación mientras colaboran para que el mundo siga con algunos pequeños retoques cosméticos igual. 

De alguna manera padecen el síndrome de Viridiana, aquella novicia santurrona, beata meapilas sin sangre en las venas a punto de ordenarse monja, atenta sólo a sus obras egoístas de caridad, que realiza por el único  afán de salvarse personalmente y redimir así su alma individual, que retrató magistralmente Buñuel en una película inolvidable. 

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