El
catolicismo sólo concebía la salvación definitiva en el otro mundo
si previamente nos resignábamos y padecíamos en este valle de
lágrimas y no nos aliábamos con el Diablo, bendito sea, vendiéndole
nuestra alma, que ojalá se pudra para siempre. El sufrimiento, lejos
de ser una desgracia para los cristianos, era la mayor bendición y
máxima prueba de virtud que Dios todopoderoso podía enviarnos a sus
humanas criaturas. Las vidas ejemplares de los mártires y los
santos, así como la pasión del propio Jesucristo -Dios encarnado-
señalaban el camino del martirio.
El
capitalismo global, que es el catolicismo del dinero, supuso un giro
curioso. El sufrimiento ya no es una muestra de virtud, sino de
fracaso individual. La felicidad ya no se inscribe en el más allá,
sino en el más acá: tiene precio y fecha de caducidad. Las vidas
ejemplares o modelos que debemos imitar son ahora las figuras del
mundo del espectáculo y del espectáculo del mundo: deportistas
triunfadores, bellos actores, ricachones, banqueros,
empresarios...Pero esta nueva moral, lejos de ser tan nueva como
parece, no deja de ser una refinada versión y perversión de la
otra, de la vieja moral paleocristiana del sacrificio.
El
que no alcanza la felicidad en el más acá de la vida cotidiana es
porque está enfermo de la mente. Según ha evolucionado la sociedad,
el loco del tarot ha sido progresivamente encerrado, uniformado y
desarmado. La noción de “enfermedad mental” surge en el siglo
XIX, una noción que es fruto de la sociedad en la que se produce, se
consolida en el XX, tras los embates de la contrapsiquiatría, que en
lugar de acabar con la psiquiatría la fortaleció, - lo mismo que
hizo la contracultura con la cultura oficial, que la asimiló como
nueva forma de cultura enseguida- y se ve robustecida en el XXI en el
que nos hallamos.
La
noción de salud mental quedó así ligada indisolublemente a la de
propiedad privada y a la responsabilidad individual. Cada cual es
responsable o culpable de lo que tiene. Pero, ¿cómo redefinir la
normalidad psíquica?
La
Biblia de la psiquiatría, que es el DSM (Diagnostic and Statistical
Manual, o sea, Manual Diagnóstico y Estadístico) de los trastornos
mentales, editado por la Asociación Estadounidense (ellos dicen
Americana) de Psiquiatría, en la que se categorizan y clasifican los "mental disorders", ha simplificado extraordinariamente las
clasificaciones para los trastornos mentales. La homosexualidad, por
ejemplo, ya no es una enfermedad mental. El vademécum de los
psiquiatras ha procurado vincular a los enfermos mentales a las
soluciones farmacológicas en la medida en la que le ha sido posible,
algo a lo que no son ajenos los intereses de la todopoderosa
industria farmacéutica.
Son
los demonios interiores los que nos impulsan al desorden mental.
Frente a ellos, la psicofamarcología y los libros de autoayuda
ofrecen soluciones (?) sencillas, rápidas y cada vez más baratas,
insistiendo siempre en la responsabilidad/culpabilidad individual,
sin cuestionar nunca el sistema de dominio vigente.
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