viernes, 7 de febrero de 2020

¿Quién que no esté loco?

El catolicismo sólo concebía la salvación definitiva en el otro mundo si previamente nos resignábamos y padecíamos en este valle de lágrimas y no nos aliábamos con el Diablo, bendito sea, vendiéndole nuestra alma, que ojalá se pudra para siempre. El sufrimiento, lejos de ser una desgracia para los cristianos, era la mayor bendición y máxima prueba de virtud que Dios todopoderoso podía enviarnos a sus humanas criaturas. Las vidas ejemplares de los mártires y los santos, así como la pasión del propio Jesucristo -Dios encarnado- señalaban el camino del martirio.


El capitalismo global, que es el catolicismo del dinero, supuso un giro curioso. El sufrimiento ya no es una muestra de virtud, sino de fracaso individual. La felicidad ya no se inscribe en el más allá, sino en el más acá: tiene precio y fecha de caducidad. Las vidas ejemplares o modelos que debemos imitar son ahora las figuras del mundo del espectáculo y del espectáculo del mundo: deportistas triunfadores, bellos actores, ricachones, banqueros, empresarios...Pero esta nueva moral, lejos de ser tan nueva como parece, no deja de ser una refinada versión y perversión de la otra, de la vieja moral paleocristiana del sacrificio.



El que no alcanza la felicidad en el más acá de la vida cotidiana es porque está enfermo de la mente. Según ha evolucionado la sociedad, el loco del tarot ha sido progresivamente encerrado, uniformado y desarmado. La noción de “enfermedad mental” surge en el siglo XIX, una noción que es fruto de la sociedad en la que se produce, se consolida en el XX, tras los embates de la contrapsiquiatría, que en lugar de acabar con la psiquiatría la fortaleció, - lo mismo que hizo la contracultura con la cultura oficial, que la asimiló como nueva forma de cultura enseguida- y se ve robustecida en el XXI en el que nos hallamos.


La noción de salud mental quedó así ligada indisolublemente a la de propiedad privada y a la responsabilidad individual. Cada cual es responsable o culpable de lo que tiene. Pero, ¿cómo redefinir la normalidad psíquica?


La Biblia de la psiquiatría, que es el DSM (Diagnostic and Statistical Manual, o sea, Manual Diagnóstico y Estadístico) de los trastornos mentales, editado por la Asociación Estadounidense (ellos dicen Americana) de Psiquiatría, en la que se categorizan y clasifican los "mental disorders", ha simplificado extraordinariamente las clasificaciones para los trastornos mentales. La homosexualidad, por ejemplo, ya no es una enfermedad mental. El vademécum de los psiquiatras ha procurado vincular a los enfermos mentales a las soluciones farmacológicas en la medida en la que le ha sido posible, algo a lo que no son ajenos los intereses de la todopoderosa industria farmacéutica.


Son los demonios interiores los que nos impulsan al desorden mental. Frente a ellos, la psicofamarcología y los libros de autoayuda ofrecen soluciones (?) sencillas, rápidas y cada vez más baratas, insistiendo siempre en la responsabilidad/culpabilidad individual, sin cuestionar nunca el sistema de dominio vigente.

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