martes, 4 de febrero de 2020

Placer electoral

Echar a los que están. Es el único placer que puede brindarnos el sistema democrático vigente de dominación electoral que padecemos: votar contra el gobierno actual, desalojarlos del Poder. ¿A qué precio? Al precio de tener que alojar a otros en su lugar. Eso es lo malo. No nos dejan desalojar a los que están sin más, sin un pronto recambio como contrapartida, como si lo único que importase fuera el que no se queden vacantes nunca a ningún precio las poltronas del Poder que ocupan, los escaños del parlamento.


“Otro vendrá que bueno me hará” dice la sabiduría popular desengañada, lo que significa que el otro que venga no va a ser mejor. Si era bueno, el ejercicio del Poder lo echará a perder, corrompiéndolo y maleándolo para siempre. Si era malo empeorará. 





El placer electoral de echar a los que están se enturbia con la necesidad de tener que poner a otros enseguida en su lugar que ocupen sus puestos y sus cargos, otros que acabarán siendo expulsados y recambiados por otros que a su vez acabarán echados...  Siempre hay que alojar a alguien para desalojar a otro: a rey muerto, rey puesto. 

Eso es lo que envenena el placer de ir a votar: no nos dejan votar en contra sin más, no nos dejan votar en negro, nos exigen que votemos en blanco o que propongamos a otros que, lo sabemos, estamos seguros e íntimamente convencidos, acabarán haciéndolo igual de mal o peor que los que ahora están.


 El voto en blanco suele interpretarse como un voto de confianza en el sistema, lo que le lleva al ciudadano a participar en el proceso electoral, a la vez que denota desonfianza en los partidos que concurren. Si el blanco es el color que se produce por la unión de todos los colores, y por eso su luz es más pura, el voto en blanco es votar a todos los partidos, mostrando una indiferencia total por el que pueda salir y ganar:  voto y participo en la farsa electoral pero no sé a quién elegir, no me aclaro. Frente al blanco, el negro es la ausencia de color y, por lo tanto, la negación de la luz. El voto de castigo, por lo tanto, del elector que niega su apoyo a un partido debería llamarse voto negro.

¿Llegará el día en que desalojemos a todos los inquilinos de La Moncloa, La Zarzuela, la Casa Blanca y demás Palacios de Invierno, y que para ello no tengamos que sustituir a reyes de rancias dinastías y obsoletas monarquías, a dictadorzuelos tercermundistas y a presidentes  de viejas repúblicas por otros reyes y presidentes y jefes de Estado de recambio?


2 comentarios:

  1. Me alegro de poder seguir leyéndole por aquí. Fui alumna suya hace muchos años aunque no se acordará ya de mí. Soy Bea Fernández.

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  2. Gracias, Bea. Un placer tenerte por aquí. Claro que me acuerdo de ti. Escríbeme a mi correo personal, si quieres: galmeidaarce@gmail.com.

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