sábado, 22 de febrero de 2020

Pederotismo o pedopornografía, el caso Marzella

Marzella pronto cumplirá ciento once años en el Museo Moderno de Estocolmo. Cuando Kirchner (1880-1938), la pinta desnuda en este retrato, sólo contaba nueve años. Es más que una obra del expresionismo alemán, emblemática del grupo Die Brücke, el puente,  una muestra del arte degenerado según el nazionalsocialismo hitleriano. 

Su verdadero nombre era Liza Franziska Fehrman y el apelativo de Marzella o Franzi es apodo cariñoso por su edad y proximidad al artista. Ella, la Lolita que nos mira desde la pared del museo es, según los críticos de arte, más que el objeto de la mirada masculina el sujeto, a pesar de su desnudez, que objetiviza nuestra mirada. 

Marzella,  Ernest Ludwig Kirchner (1909)

Nos mira, como la Medusa mitológica, y nos convierte en piedra: nos deja petrificados. Es una putilla barata que ha vendido su virginidad, o sea, la honra: sus labios y sus uñas están pintados de un rojo chillón. 

Sería muy provocador decir que la Marzella de Kirchner es pedopornografía, es decir, pornografía infantil. Sería, acaso, una monstruosidad, porque es arte, erotismo, no pornografía, en todo caso. Pero eso, si nos ponemos a discutir la diferencia entre ambos conceptos, sólo afecta al precio de la obra: mucho más cara cuanto más erótica y menos pornográfica, y mucho más artística cuanto menos cruda y procaz. 

Hay un tabú muy fuerte que roza la histeria sobre el sexo con menores de edad que nadie osa romper. Las leyes y la opinión pública se muestran unánimes en la reprobación de las relaciones sexuales de adultos con infantes, negando cualquier autonomía al preadolescente, y retrasando su emancipación hasta la mayoría de edad establecida por las leyes a los dieciocho años.

Y ese tabú se acrecienta en el caso de la prostitución infantil. Escandaliza que haya niñas prostitutas, y no escandaliza tanto que haya prostitución, porque aceptamos la existencia del dinero, que es lo que nos prostituye, como un mal necesario, corroborando así la necesidad del mal. Lo mismo sucede con el trabajo infantil. Lo que nos parece aceptable en los adultos (la prostitución, el trabajo asalariado) nos resulta intolerable aplicado a los menores de edad, porque queremos preservar una infancia inocente y pura.

Marzella, que pronto cumplirá ciento once años, se ríe de nosotros piadosa- e impúdicamente desnuda.

No hay comentarios:

Publicar un comentario