El que fuera ministro de
Cultura en el reino de las Españas bajo la égida de Felipe
González, el ya fallecido Jorge Semprún, escribió una novela que leí
en mi adolescencia y que me impresionó bastante: Le long voyage.
Se trataba de la narración de su largo viaje en tren hacia el campo
de concentración en el que estuvo prisionero.
El octogenario fallecido
ha confesado en más de una ocasión que durante sus dos años de
estancia en el campo de exterminio de Buchenwald le venían a la
memoria estos hendecasílabos del poeta cántabro, bastante mediocre, por
cierto, José del Río Sainz, que le evocaban sus veraneos en la
capital santanderina, y que le ayudaron a sobrevivir.
Otra vez, Santander, aquí me tienes,
descansando en la paz de tu Bahía;
¡Dame para ponérmela en las sienes,
la corona de tu melancolía!
Es la evocación, a
través de la poesía, del paraíso perdido de la infancia lo que nos
ayuda a soportar lo intolerable. Quizá sea esa una y no poco
importante la función más noble de la poesía: devolvernos el
niño que hemos sido, o mejor dicho, "lo" niño que nos pertenece, lo que
nos ha sido arrebatado pero que llevamos en el fondo de nuestro
corazón, como esa bahía verde y gris coronada por la eterna
melancolía que nos evoca el norte de España abierto al bravío mar
cantábrico.
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