Hace tiempo que vengo tropezándome con el anglicismo resiliencia, adaptación de resilience y resiliency en la lengua del Imperio, utilizado ya por Francis Bacon en 1625 y aplicado en física, biología, psicología, ecología, donde se habla de la resiliencia de los ecosistemas, sociología e historia.
Llegó a la lengua de Shakespeare a través del francés, donde résiler hacia 1501 y résilier hacia 1641 significaban rescindir un contrato, echar algo hacia atrás.
Pero el origen del término, en todo caso, es latino, formado como está a partir del verbo resilire, compuesto del prefijo re-, que indica repetición e insistencia, y el verbo silire (formado sobre salire con apofonía vocálica), saltar, el sufijo de agente -nt-, y el sufijo que indica cualidad -ia, de modo que en latín significaba capacidad de saltar hacia atrás, de reaccionar retirándose y replegándose.
El diccionario de la Academia recoge dos acepciones de este término: En primer lugar Capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos, y en segundo lugar Capacidad de un material, mecanismo o sistema para recuperar su estado inicial cuando ha cesado la perturbación a la que había estado sometido.
Según leo en la inevitable Güiquipedia, el sustantivo se aplica en esta segunda acepción sobre todo a la capacidad que tiene el acero de recuperar su forma inicial a pesar de los golpes que pueda recibir y los esfuerzos que puedan hacerse para deformarlo.
En cuanto al primer significado, se aplica en psicología y ciencias sociales para referirse a la capacidad que tienen algunas personas de sobreponerse a situaciones extremas y a no verse afectadas por ellas. Me extraña esta acepción ya que, según la etimología latina, la resiliencia sería la huida, no el enfrentamiento a situaciones adversas. Es decir, el hecho de que no nos afecte algo y nos „rebote“ se debe a nuestra capacidad para evitarlo.
En latín hay muchos usos de este verbo, obviamente. Me quedo con este precioso ejemplo de san Jerónimo que aparece en una epístola a un tal Nepociano, donde le dice: Una flecha nunca se clava en una roca (sagitta in lapidem numquam figitur), a veces de rebote (interdum resiliens) hiere al que la ha lanzado (percutit dirigentem).
El santo aplica el participio resiliens, como verbo intransitivo y de movimiento que es, a la flecha (sagitta) y no a la roca (lapidem), porque lo utiliza en su sentido primario de rebotando, saltando hacia atrás.
Sin embargo, los usos modernos de este término insisten más bien en la idea de resistencia y de capacidad de recuperación ante una agresión, propia de la piedra, que rechaza el flechazo haciendo que reverbere y repercuta sobre el emisor. Han cargado el verbo original de transitividad, haciendo que signifique no ya "saltar hacia atrás", sino "hacer saltar hacia atrás".
El verbo simple salire y su compuesto resilire son habitualmente intransitivos en latín, pero pueden utilizarse como transitivos, añadiéndoles un complemento directo semántico, como sucede en español con saltar, normalmente intransitivo, pero susceptible de transitividad como en saltar una valla, donde adquiere el significado de franquear o superar un obstáculo.
El verbo simple salire y su compuesto resilire son habitualmente intransitivos en latín, pero pueden utilizarse como transitivos, añadiéndoles un complemento directo semántico, como sucede en español con saltar, normalmente intransitivo, pero susceptible de transitividad como en saltar una valla, donde adquiere el significado de franquear o superar un obstáculo.
En el ejemplo citado, la resiliencia de la flecha consiste en retornar intransitivamente como un bumerán a quien la ha disparado, mientras que en los usos modernos del término la resiliencia se la aplicaríamos a la roca, que dura como una piedra, nunca mejor dicho, rechaza transitivamente la agresión del dardo desviándolo hacia su emisor.
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