¿Dónde encontrará su hora,
verde aceituna?
¿Dónde a la negra Parca,
su última Musa?
¿Dónde hallará la muerte
si no en Granada,
donde escupe el fusil
rabia de balas?
Le entran en el costado
cuatro puñales
dando en claveles rienda
suelta a la sangre;
cruz de cuatro balazos
que se le clavan
y hunden entre las telas
rotas del alma.
Han matado al chiquillo,
y hecho un hombre;
malditos asesinos,
no tienen nombre.
Se tiñen los alcores
de roja sangre:
la negra tierra, herida,
abre sus carnes.
Ya se viste la lira
toda de luto
y en el silencio se hunde,
crótalo oscuro.
Llora la seguidilla.
Las plañideras
mudas de espanto mesan
sus cabelleras:
Que han fusilado a Lorca,
allá, en España,
donde pintan ahora
bastos y espadas.
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