martes, 18 de febrero de 2020

Reflexión tras el campeonato mundial

Parece que se oye un poco de silencio, ahora.  Bienvenido sea, porque ya iba siendo hora. ¡Qué cansino ha sido todo! Parece que han enmudecido, víctimas de la resaca, las estruendosas vuvuzelas chovinistas que sólo sabían decir: "je suis Chauvin, je suis Chauvin". O para el caso: "Soy español, soy campeón." 

Parece que se han callado los sones machacones de los tantanes tribales. Pero después de este mundial de balompié, y a pesar de que seamos campeones del mundo mundial, nos han metido, por usar la metáfora futbolística,  los goles de todos los nacionalismos y gregarismos, fomentados desde arriba a través de todos los medios de masificación. 


Hordas pintarrajeadas con los colores nacionales y abanderadas han invadido las calles esparciendo sus hormonas juveniles alcoholizadas y vociferantes. No hay argumentos, sólo sentimientos gregarios de rebaño y aborregamiento  masivo.

El vecino ha colgado la bandera nacional en el balcón, donde sigue izada todavía;  mejor sería colgarla en el tendal,  donde se secan al sol, recién lavados, los trapos sucios. Las banderas nacionales son trapos ensangrentados.

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