¿Qué nos dicen desde su mutismo estos “dos mendigos en las afueras de un pueblo”, pintados por David Teniers el Joven? Son dos indigentes que piden limosna “por Dios”: pordioseros que apelan a la caridad, convertida en una virtud por el cristianismo, que la hermana con la fe y la esperanza, formando las tres llamadas virtudes teologales, de las que San Pablo en la carta primera a los corintios, afirma que la más grande de las tres es la caridad.
El término griego ἀγάπη (agápe), que es el original paulino, se vertió al latín como caritas, y este a su vez se ha vertido al español como “caridad”, así, por ejemplo en la traducción citada de la Biblia que manejo que es la de Nácar-Colunga. Sin embargo, hay quien traduce el término caritas legítimamente por “amor”: Ahora permanecen estas tres cosas: la fe, la esperanza, el amor; pero la más excelente de ellas es el amor.
No es ningún disparate: Según Corominas, el término “caridad” entró en castellano, tomado directamente del latín caritate(m), hacia el año 1140. El significado latino es, efectivamente, amor, relacionado como está con el adjetivo carus -a -um “querido, amado”.
La caridad, interpretada como amor al prójimo, es término que ya ha quedado un tanto obsoleto y recluido prácticamente a la sacristía, por lo que ha perdido su barniz religioso y se ha convertido en la laica y moderna solidaridad: un comportamiento altruista, opuesto en principio al egoísmo que sólo mira por su propio beneficio.
Una traducción más moderna y laica de esta sentencia paulina debería decir, sin embargo: Ahora permanecen estas tres
cosas: la fe, la esperanza, la solidaridad; pero la más excelente de
ellas es la solidaridad.
Pero el altruismo de la solidaridad o la caridad o el amor y el egoísmo no están tan divorciados como puede parecer a simple vista, sino que, por el contrario, son un matrimonio muy bien avenido. Forman una pareja perfecta como las dos caras de la misma moneda que son. El que ayuda al necesitado dándole, por ejemplo, una limosna obtiene el beneficio interior de la satisfacción egoísta, en el sentido de que espera que Dios se lo pagará, porque lo hace por el amor de Dios, o que, al menos, la sociedad laica y humanitaria se lo reconocerá aceptándolo entre los elegidos como uno de sus miembros predilectos.
Los dos mendigos, volviendo a ellos, con su silencio y con su mirada nos están diciendo: Hemos heredado todo lo que tenemos, todo aquello que vosotros poseéis y de lo que nosotros carecemos. O mejor aún: Nuestras pertenencias, que son lo que veis, es lo que nosotros hemos heredado, nuestra herencia son todas nuestras carencias. Dos pobres hombres que, a su modo, nos recuerdan como Proudhon, el anarquista: La propiedad es un robo.
Ellos son los desheredados, los expropiados, los parias de la tierra, famélica legión, los desahuciados, los excluidos que llevan consigo todas sus escasas o nulas pertenencias. No tienen un techo que los proteja de las inclemencias del tiempo. Ni un hogar que los acoja: son homeless en la lengua del Imperio. Son "sin techo" en la nuestra. Su techo es el cielo. Pero el cielo mismo, se preguntan más de una vez mirando las nubes pasar por el día delante de sus ojos o las estrellas que titilan en la fría bóveda de la noche, ¿tiene techo propiamente dicho? Ellos no lo tienen.