Los psicólogos son los modernos capellanes laicos encargados de hacer más llevadera nuestra inserción laboral en el sistema; modernos curánganos de almas que predican la nueva resignación cristiana, que es la resignación laica: la vuelta a la normalidad de la rutina tras el fin de semana o el período vacacional, que hay que afrontar con una actitud optimista, es decir, con una estúpida sonrisa de oreja a oreja y una necia visión positiva de la vida.
Los psicólogos, mejor dicho: los psicagogos aconsejan a los trabajadores, precisamente, que valoren el hecho de tener un empleo, y que éste les aporte identidad, maldita la falta que les hace, y les haga sentirse útiles a la sociedad, es decir utilizados, cuando sólo valen para una cosa, pongamos por caso que para poner una tuerca a un perno, y son unos perfectos inútiles para casi todo lo demás, debido a la cada vez mayor especialización del trabajo asalariado.
Los piscólogos aconsejan a los empresarios que retribuyan, por su parte, a los empleados con un “salario emocional”, además del sueldo que establezca el convenio laboral, preocupándose de su bienestar a fin de tenerlos contentos, valorando sus aportaciones originales o manteniendo, simplemente, un buen trato con ellos, organizando comidas y cenas de hermandad, y celebraciones varias de carácter lúdico y sociocultural, que estrechan lazos y fomentan relaciones personales.
Los psicólogos aconsejan a los trabajadores que si tienen problemas en el trabajo se conviertan en sus pacientes, y que consideren que, aparte de la amenaza del trabajo y de la semana laboral que se cierne sobre su más cercano horizonte de lunes a viernes como una maldición veterotestamentaria, también existe el fin de semana para liberarse momentáneamente de la semana laboral, por lo que hay que ser optimistas y no dramatizar la situación más de lo que es, que ya es de por sí bastante dramática.
Los psicólogos aconsejan que nos tomemos «con filosofía», o sea, con resignación -maldita la ecuación que hace iguales dos cosas que no deberían serlo- después de las vacaciones volver a la vida cotidiana: los madrugones, los atascos, la rutina, las horas en la oficina y el trabajo, y que pongamos nuestras miras más largas en volver a disfrutar de otras “merecidas” vacaciones, el año que viene.
Los psicólogos dicen que tras las vacaciones suele presentarse el síndrome posvacacional, que es un malestar pasajero, como un sarampión que se circuscribe a las dos primeras semanas de vuelta a la normalidad del curro, por lo que no se ha de dar más relevancia de la que tiene: lo que importa es el trabajo. Si lo tienes malo, si no lo tienes peor, porque estás condenado al desempleo y al sentimiento de que te falta algo en la vida que es fundamental.
Los psicólogos afirman que los niños, angelitos ellos, tiernas criaturitas, también sufren, a su modo, ese síndrome posvacacional de rechazo a la normalidad, la «vuelta al cole». Tras varias semanas de descanso, los más pequeños no ven con buenos ojos, volver a tener que madrugar, ir a clase, hacer deberes, o realizar actividades extraescolares que son tan escolares como las clases propiamente dichas.
Por eso los piscólogos aconsejan que animemos a los niños para que no se depriman y vuelvan felices y contentos al colegio, donde les van a enseñar "lo que es bueno", o sea, que lo malo es bueno y que lo bueno es malo.
Padres y profesores, asesorados por estos mercachifles del alma humana, enseñan a los niños a ser fierecillas domadas para pasar sumisamente por el aro.