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viernes, 19 de julio de 2024

Mensajería en el buzón

Se reduce un veinte por ciento la tasa de vacunación en España tras la pandemia. Los sanitarios dicen que es un grave problema que denominan "fatiga vacunal". 
 
El anciano senil, después de tantas vacunas contra el virus coronado, ha contraído el bicho que puede acabar con su candidatura por prescripción facultativa. 
 
Lo que no ha logrado su palmario y evidente deterioro mental, que él y muchos verificadores han negado, puede lograrlo el bicho, si el virus no es el deterioro. 
 
 
 La gente ya no coquetea como antes, presencialmente, ahora lo hace en redes sociales vía mensajes de texto: los vínculos humanos se sustituyen por conexiones. 
 
¿Por qué en esta época en que la comunicación a distancia es más fácil que nunca hay tanta soledad física y ponemos leguas por medio para tele-así-comunicarnos? 
 
 En lugar de tristes monumentos a los soldados que murieron por la patria, erijamos mausoleos a los desertores que murieron maldiciendo las guerras justicieras.
 
El bozal vuelve al Tour de France este verano, si quieres acercarte a los ciclistas, no vayas a contagiarlos, te pones la mascarilla como Dios manda colocada. 
 
El Tour de France con este tour de force impone la distancia de seguridad y ha sacado lo peor del fondo de nuestros armarios roperos otra vez: las mascarillas. 
 
 
La imagen familiar de un pararrayos en lo alto de la torre de una iglesia es, según Karl Kraus, el voto de censura contra Dios más fuerte que se pueda concebir. 
 
 La vida de los tontos, según Lucrecio, es un infierno terrenal. ¿Quiénes son los tontos? Los que creen poseer la sapiencia: sus tormentos son autoinfligidos. 
 

Tanto el ayer como el hoy y el mañana están siempre en construcción constante, reinventándose a cada instante: disculpen las molestias que esto pueda ocasionar. 
 
 Recordar es demoler y reconstruir, derribo y construcción. “La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda,” García Márquez escribió en sus memorias. 
 
Deberíamos evitar el uso de palabras absolutistas como nunca, siempre, todos, nadie, amar, odiar... que nos hacen ver las cosas en blanco y negro, sin matices. 
 
 "Sólo merece vivir quien por un noble ideal esté dispuesto a morir" es el aguerrido lema del Escuadrón de Zapadores Paracaidistas del ejército aéreo español.
 
¿Cómo se llama esa especie de nostalgia que consiste en añorar un mundo que nunca existió, ese mundo nuevo que acaso llevamos inscrito en nuestros corazones?
 
 'Muertes masivas por el calor extremo', titula el periodista subrayando que el impacto de la crisis ya no es una ficción de la ciencia, sino ciencia de ficción. 
 
Un junio más frío de lo habitual no desmonta la teoría del cambio climático, la refuerza; el fenómeno contrario se explicaría por el calentamiento planetario. 
 
Si hace calor en verano, se debe obviamente al calentamiento global; y si refresca, al cambio climático: ambos fenómenos, frío y calor, son efecto de lo mismo.
 
La ONU quiere que comamos insectos porque, dada la situación climática crítica que atravesamos, son una fuente de proteínas mucho más sostenible que el ganado.
 
 
Singapur ha aprobado la ingesta para el consumo humano de dieciséis tipos de insectos comestibles, una señal de lo que está por venir y lo que acaso nos espera. 
 
Delicia gastronómica ofrecida por un restaurante singapurense: sushi, el plato estrella de la cocina japonesa, aderezado con guarnición de gusanos de la seda. 
 
Funcionó el cordón sanitario para frenar a la extrema derecha. ¿Funcionará también para frenar a las demás opciones políticas en las elecciones democráticas?

sábado, 24 de febrero de 2024

El fraude enmascarado

    ¿Para qué es crucial, señora ministra, ya que no lo fue ni para salvar vidas ajenas ni la propia tampoco, como está ya demostrado suficientemente y hay evidencia científica probada de ello, llevar siempre una mascarilla "a mano", se supone que en el bolso o en el bolsillo, en las entrañables fechas navideñas y en las carnavalescas? Díganoslo, explíquenoslo usted, que tanto predicaba con el ejemplo corriendo cuesta arriba con el bozal amordazándole nariz y boca y diciéndonos que si nos faltaba el aire no era por la puta mascarilla sino porque no estábamos en forma.
 
"Máscara que espalda" (de Eneko)
 
     ¿Y por qué "a mano" y no embozada, señora ministra y doctora de la iglesia de la medicina, como nos obligaron tanto tiempo a llevar en espacios exteriores aunque estuviéramos solos en plena naturaleza? ¿Para que se lucren personalmente algunos politicastros, familiares, amigos o asesores de estos y que algunos partidos se financien con comisiones en torno al negocio de los tapabocas, imponiéndose obligatoriamente en los centros sanitarios para todo el personal? 
 
 
    Recordemos cómo el propio Estado se lucró y se sigue lucrando de la venta de mascarillas cuando estaban sujetas al 21 por ciento de Impuesto de Valor Añadido, que luego se rebajó al 4%, porque estaba mal visto que el salvavidas obligatorio estuviera sujeto a impuesto, en el caso de las quirúrgicas o azules, aunque no en el de las FPP2, que ofrecían mayor protección según se decía, y eran por lo tanto más caras, ya que impedían prácticamente la inspiración no ya de virus respiratorios, sino de oxígeno. 
 
    Recuérdese también cómo nos decían que no había que reutilizarlas, por lo que una misma persona necesitaba más de una al día, ya que la quirúrgica debía cambiarse cada cuatro horas, y cómo además había que hacer un cursillo para aprender a utilizarlas, tanto al ponérselas como al llevarlas y quitárselas, que no era moco de pavo.
 
     En todo caso resulta curioso que en la prensa oficial se hable, siguiendo la pista del dinero, de “fraude” y de “mascarillas” a la vez. Sale a la luz que no hubo informes técnicos que avalaran la imposición de las mascarillas. Sanidad reconoce que no hubo comité de expertos ni actas de reuniones ni nombres propios de los responsables. Lo que hubo fue una decisión política y, detrás de ella, unos inconfesables intereses económicos, cuya trama criminal emerge ahora. ¿Veremos pronto la asociación de “fraude” y de “vacunas”?

lunes, 28 de agosto de 2023

Tres documentos contra la amnesia histórica reciente

    Esto sucedió aquí mismo, en algún punto de nuestra sufrida geografía no hace tanto tiempo. Y merece la pena recordarlo para que no se nos olvide. Este vídeo, visto a comienzos de la pandemia, en marzo o abril de 2020, refleja muy bien lo que es brutalidad y abuso de poder. Juzguen ustedes mismos si hacía falta tanta presencia policial y tanta violencia para 'reducir' a este pobre hombre.
 
 
    Pero lo más grave no es solo la actuación de las fuerzas del orden, sino el aplauso desde las ventanas y los balcones de la gente que permanecía encerrada en sus hogares por mandato gubernamental y que, por orden televisiva, se asomaba a las ocho a aplaudir a los sanitarios y a las fuerzas de orden público que estaban luchando contra un virus invisible, "arriesgando su vida y dando lo mejor de sí mismos", que decían. Y lo hacían debido al miedo inducido por la política y sus cómplices, los medios de comunicación. 
 
    Esto sucedió aquí mismo, y es digno de una de las estampas goyescas de la España negra, y me duele que haya sido aquí, porque me duele, como decía el otro, por no decir que me jode, y mucho, España, un país en el que la mayoría idiotizada de la población no sólo bendice, sino que incluso aplaude tal brutalidad policial, en nombre de una nueva subnormalidad que se imponía por la fuerza. 
    

    Pero esto mismo sucedía allende nuestras fronteras, como demuestra esta fotografía publicada por el semanario alemán Der Spiegel el 5 de septiembre de 2020, pronto hará tres años, tomada en Melbourne (Australia). Una imagen como esta vale más que mil palabras para que las generaciones venideras tengan un testimonio de lo que consentimos que pasara en aquellos días oprobiosos. Cinco agentes detienen a un hombre y le ponen a la fuerza el bozal reglamentario que ellos llevan y que él había decidido no llevar.

 

    De nada servía que se razonara que la mascarilla, esa des-medida político-sanitaria, nunca ha servido para frenar a un virus respiratorio (?), ya que lo que hace es dificultar nuestra respiración haciendo que volvamos a inhalar, en lugar de oxígeno, el anhídrido carbónico, ahora llamado CO2 con más propiedad, que hemos exhalado, como demostraba la sensación de ahogo (sobre todo con las mascarillas más 'eficaces' y recomendadas), y los dolores de cabeza producidos por la hipoxia, que es el término médico para la deficiente oxigenación. La mascareta, si acaso, puede ser útil frente a la penetración de las bacterias, como las de la tuberculosis, pero nunca de los virus respiratorios que entran y salen por sus poros sin ninguna dificultad. Sin embargo había que imponerla, porque era el signo visible de la obediencia sumisa, y había que hacerlo por las buenas o por las malas, por lo civil o por lo militar, como dijo un presidente de una taifa hispánica a propósito de la inoculación. Nos hicieron creer que si no lo hacíamos íbamos a matar a alguien, como si nosotros mismos fuésemos el virus asesino al que habían declarado la guerra, lo que vuelve a repetirse con el dióxido de carbono, anhídrido carbónico o simplemente carbono, que ahora también somos nosotros, pobres de nosotros, que quieren reducir.

    Pero uno de los responsables de este desaguisado mundial, el doctor Anthony Fauci, ese burócrata gubernamental recientemente retirado, acaba de salir de sus catacumbas y participar en un evento virtual titulado “Lecciones sobre una pandemia y papel de los profesores en la preparación de una pandemia”.

    Hay un vídeo en youtube, del que doy el enlace, donde se recogen las declaraciones de este impresentable, pero le ahorro al lector los cuarenta minutos que dura y le resumo los aspectos más destacados de la entrevista. La entrevistadora, en primer lugar, la doctora Teena Chopra, presenta al entrevistado como “one in the greatest minds in medicine”. Y dice que este es el rostro (la cara dura, más bien) de la salud pública y la política pública en el mundo:

 

     Fauci declara durante la entrevista que los confinamientos estaban "absolutamente justificados" y sugiere que deberían utilizarse nuevamente para forzar la vacunación (suponemos que de cara a la temporada otoño-invierno que se avecina). Dice literalmente en la lengua del Imperio: lockdowns are a great tool to forcibly “vaccinate” people, ("los confinamientos son una gran herramienta para 'vacunar' a la gente por la fuerza").  E insiste en la defensa a ultranza de los encierros: "Había que tener algo para detener inmediatamente el tsunami de infección", afirma, y ​​añade, "ese confinamiento estaba absolutamente justificado".
 
    La conversación continúa y el veterano jefe del NIAID (National Institute of Allergy and Infectious Diseases) declara, haciendo encaje retórico de bolillos, que el “cambio climático” está “desempeñando un papel” en la causa de los rebrotes o repuntes del virus. Luego pide un “compromiso internacional para disminuir la huella de carbono en la sociedad”, y continúa culpando de la tragedia de Maui, la isla volcánica que forma parte del archipiélago jaguayano, al cambio climático.

domingo, 27 de noviembre de 2022

Máscar(ill)as

    Los estudios que indican que las mascarillas son efectivas en la prevención de la enfermedad del virus coronado y entronado, en los que se basa la obligatoriedad de dicha prenda en ciertos ámbitos, sólo evalúan sus efectos puntuales ante un foco de contagio concreto, no los de su uso prolongado e innecesario, que podría ser contraproducente y provocar infecciones respiratorias como las que pretendía evitar. Dichos estudios destacan que su efectividad está ligada a otros factores, como la distancia de alejamiento del foco. Es decir que el uso de mascarillas por sí solo no es significativo a la hora de frenar la propagación de la enfermedad. Las mascarillas  se han utilizado habitualmente en el ámbito médico cuando había que tratar a un enfermo sintomático, a un tuberculoso, por ejemplo. Tanto este como su cuidador las utilizaban cuando no podían guardar la distancia necesaria. 
 
 
    Lo que nunca se había visto hasta ahora es que personas sanas tuvieran que usarlas obligatoriamente en la falsa creencia de que así no serían contagiadas.  Si a esto se suman los estudios que muestran que más del 80% de los infectados con SARS-CoV-2 usaban mascarilla siempre o casi siempre, se tiene una flagrante contradicción entre la obligatoriedad  y las recomendaciones de uso de parte de la autoridad y lo que puede leerse en la literatura científica menos vendida.  
 
    Se han reportado, además del alto coste psicológico, daños fisiológicos cuando se utilizan durante el ejercicio físico, así como diferentes tipos de afecciones en la piel, lo que no ha impedido que en muchos colegios e institutos se haya exigido a niños y adolescentes el uso de la mascarilla durante la actividad física de la práctica gimnástica. 
 
Ocho mil millones de máscaras, Gabriel Pérez-Juana (2022)
 
     La adhesión, por parte de la población general, a las mascarillas se ha debido a la presión social de los líderes políticos, los científicos y las fuentes de información, y relacionada con la propaganda positiva a la que han contribuido las redes sociales. También ha sido reforzada por el miedo a la enfermedad y la falsa percepción de su gravedad sobremanera. 
 
    Las mediciones de aire en el interior de la mascarilla han mostrado niveles elevados de dióxido de carbono y otros contaminantes, y se han visto partículas sueltas del material de fabricación, dióxido de titanio y ftalatos. Las mascarillas de fabricación china son las más contaminadas y las que muestran un mayor riesgo carcinogénico para el ser humano. 
 
   No hay evidencia científica que sustente de forma significativa que el uso de mascarillas en la población general detenga la transmisión de la infección, por lo que las autoridades sanitarias no deberían recomendarlo ni exigirlo, y la decisión debería ser en cualquier caso personal. Quien diga, por lo tanto, que hay razones sanitarias  que avalan su uso obligatorio, miente descaradamente. Ya puede decirlo el inexistente comité de expertos anónimos en el que se basa el gobierno de las Españas. No tienen razón sanitaria de ser ni en transportes públicos, ni en farmacias ni tampoco en hospitales, fuera del quirófano. Hay otras razones, sin duda, de control social y de imposición política de normas contra natura, como la de no dejarnos respirar.
     

jueves, 22 de septiembre de 2022

Ad maiorem Medicinae gloriam

    La señá ministra de Sanidad, que no de salud, ha defendido en varias ocasiones la postura institucional de seguir manteniendo la imposición de las mascarillas en los ámbitos en los que aún es obligatoria: en el transporte público, en los entornos sanitarios, incluidas farmacias, y para los trabajadores de las residencias de mayores. 
 
    Cuando alguien la interpela y le dice que en muchos países europeos como Portugal, Francia o Reino Unido han retirado ya la obligatoriedad del bozal en el transporte público y no ha pasado nada malo, ella saca a colación que, sin embargo, en otros países con los que nosotros preferimos alinearnos, como Alemania -donde es obligatoria la FPP2 en el transporte público-, Austria o Italia se mantiene todavía. 
 
     Si alguien vuela desde España al Reino Unido debe llevar la mascarilla puesta porque es obligatoria a bordo, pero si lo hace desde el Reino Unido a España no. ¿Dónde está la lógica de este sinsentido?
 
    Cuando se llama la atención de su señoría sobre la contradicción de acudir a un evento multitudinario donde se reúnen miles de personas sin mascarilla, y tener que tomar el metro para ir y tener, por lo tanto, que embozarse el tapabocas durante el trayecto porque es un transporte público, lo que es una situación bastante surrealista, se mire como se mire, ella, echando el balón fuera del campo de juego y políticamente corregida e 'inclusivista', dice que no se puede actuar al margen del asesoramiento de las ¿personas expertas?, en lugar del genérico "los expertos”, con lo que la señá ministra, muy salerosa ella, utiliza dos palabras en vez de una, y lo hace varias veces, repitiendo hasta la saciedad la lección bien aprendida de lenguaje políticamente correcto y superfluo a guisa de mantra, con el que parece que dice cosas de más enjundia y más de lo que dice.
   
 
   Esas expertas (personas) avalan que en las Españas de María Santísima se siga manteniendo a fecha de hoy esa medida incomprensible. El razonamiento, si se puede llamar así, es que la situación de la pandemia es ahora buena gracias a la gestión, loada sea,  del Gobierno de España,  y loado sea su consejo de ministros y ministras del que forma parte, junto con los reinos de taifas que son las diecisiete comunidades autónomas, lo que ha reconocido la OMS, que fue quien organizó el cotarro de la pandemia ad maiorem Medicinae gloriam
 
    Afirma también su señoría que la clave de esa buena gestión gubernamental ha sido el seguimiento de las propuestas de las 'personas expertas', que son las que tienen experiencia, porque los gobernantes son unos inexpertos y necesitan el asesoramiento de los peritos.
 
    Asimismo, la señá ministra de Sanidad, que no de salud, anuncia la llegada prevista para el último cuatrimestre del año en curso de cuarenta y cuanto (44) millones de dosis, que se dice pronto, del experimento génico que ella y toda la prensa oficial denomina genérica- y alegremente 'vacunas'. Asegura, además, que dentro de este mes de septiembre recibiremos ya 16 millones de dosis de sueros innecesarios y pagados con dinero público “para seguir protegiendo a la ciudadanía, para seguir protegiendo a las personas más vulnerables”. 
 
 
     Ha manifestado que "todas las vacunas" -se refiere a las sustancias aprobadas por la AEM (EMA en inglés), las de las casas Moderna y Pfizer- tienen una altísima protección (sic) contra la variante 'omicrón' (sic), que es la de mayor circulación ahora que ya no circula o, si circula, no nos enteramos. Resulta gracioso, si no fuera sarcástico, eso de la “altísima protección”, porque van por la cuarta dosis o 'segundo refuerzo' en no hace todavía dos años, y aún dicen que necesitan seguir protegiéndonos. ¿De qué? ¿De un virus inofensivo para el que, cuando sacan el suero, ya ha cambiado, semper mutabilis como Proteo?
 
    Pero ¿quién nos protege de los efectos secundarios de la protección que deprime nuestro sistema inmunitario despertando en él una falsa alarma? Si no sirve para protegernos, para algo tendrá que servir, algo tendrá que hacernos, dice resignadamente la gente, sobre todo los mayores, que ya se han metido tres balas y que se pondrán la cuarta ahora que incrustan en el cargador de la ruleta rusa. Y se meterán todas las que hagan falta y que les digan.

sábado, 16 de julio de 2022

Flipante

 

En la playa con 37 grados bajo el ardor de justicia canicular de don Lorenzo, tomando el sol en traje de baño y con mascarilla quirúrgica en los morros. 

Uno no sabe si echarse a reír o a llorar desconsolado. Al final del verano el tomador de baños de sol, como se decía antaño, tendrá un bronceado cuasiperfecto si no fuera por las marcas blancas del bañador y del tapabocas. 

¿Cómo sobrevivir a la falsa pandemia de un virus mundial letal?

Hablando de mascarillas. ¿Es posible hacerse no ya una limpieza de boca en la clínica dental sino una simple revisión bucal sin quitarse el bozal? Según la Ley, no: Hay que llevar mascarilla en los centros, servicios y establecimientos sanitarios. En este apartado están incluidos los hospitales, centros de salud, farmacias, consultas médicas, centros de diálisis, diagnóstico, obstetricia, ginecología, banco de semen, ópticas o farmacias, clínicas  dentales y un largo etcétera.

  No digamos ya si alguien estuviera en cueros en una playa nudista con el barbijo, cosa que también se ha visto que de todo hay en la viña del Señor, aunque no se haya fotografiado, porque en las playas naturalistas están prohibidas las cámaras de los mirones. 

Que la mascarilla, hablando en serio, es ineficaz e incluso nefasta, es algo que salta a la vista, dado que su uso generalizado no ha permitido controlar los víruses, que entran y salen por sus diminutos poros, que para ellos son gigantescos, a su antojo, por lo que no ha tenido ningún efecto positivo a la hora de evitar la propagación del virus coronado, y sí a la hora de aumentar, por el contrario, los problemas psicológicos y las patologías respiratorias. Pero además de saltar a la vista, como siente cualquiera, lo corroboran decenas de estudios y artículos científicos.

Se me objetará que no todos ellos tendrán la misma validez, por supuesto, que los habrá buenos y menos buenos. Claro. Y se me objetará que también hay muchísimos más estudios, sufragados por la industria farmacéutica y de fabricación de mascarillas made in China que avalan lo contrario, aunque, por supuesto, no todos ellos tendrán tampoco la misma calidad. 


 Como demostró John P. A. Ioannidis en un estudio publicado en 2005 que hizo historia, como suele decirse, quince años antes de la falsa pandemia, la mayoría de los resultados de los estudios científicos de investigación publicados en las revistas especializadas son fraudulentos, subvencionados como están por las industrias correspondientes.

Dos ejemplos clásicos: el tabaco y la leche maternizada. En los años sesenta se publicaron numerosos estudios sobre las bondades del tabaco, hasta el punto de que la mayoría de los médicos eran adictos a la nicotina, y se aconsejaba fumar hasta a las embarazadas... Nestlé, por su parte, pagó muchos estudios sobre las bondades de la leche en polvo maternizada en el sentido de que liberaba a las mujeres de la obligación de la lactancia, permitía a los varones lactar a los infantes, y poseía numerosas virtudes... ocultando la buena ciencia de que la leche materna trasmite al infante la inmunidad.

lunes, 21 de marzo de 2022

¡Fuera máscar(ill)as!

    Aunque la imposición de las máscar(ill)as en la curtida piel del toro ibérico ha sido levantada en espacios exteriores y pronto lo será, por fin, también en los interiores, muchísima gente, traumatizada como está en su inmensa mayoría por la propaganda terrorífica, persiste en embozársela en todos los espacios públicos permanentemente porque así se siente más segura de no contagiar(se), tal es el poder de la publicidad machacona del Régimen vigente.

    Este miedo a la muerte que le hemos cogido es estúpido, por dos razones, porque, primera, el peligro de morir del síndrome coronavírico es prácticamente nulo: 0,2 por ciento o 2 por mil; y, segunda, porque la muerte es algo natural a lo que no hay que temer ni tener ni más ni menos miedo que a la vida. 

       Pero, claro, las máscar(ill)as y todas las restricciones sociales que han impuesto los gobiernos so pretexto de la pandemia nos han enloquecido de forma que a fuerza de inculcarnos el pánico al virus, hemos acabado viralizándolo y olvidando lo esencial: nos hemos olvidado de vivir, como decía la canción.

    La evidencia acumulada hasta la fecha sobre la eficacia de las máscar(ill)as, incluidas las asfixiantes FFP2, proveniente tanto de ensayos controlados como de estudios basados en la observación directa, indica que el uso extendido a la población general, incluyendo niños, tiene un impacto nulo a la hora de evitar la propagación de virus respiratorios como la influenza (vulgo gripe) y el coronavirus. 

Galicia en vilo, fotografía de Miguel Riopa (2021)
 

    El uso de la máscar(ill)a se recomienda a los profesionales sanitarios durante actuaciones en las que el riesgo de contaminación es alto como, por ejemplo, procedimientos dentales, cirugías y otros tratamientos invasivos como la intubación orotraqueal, etc. También se recomienda a estos profesionales durante el cuidado o la asistencia de pacientes inmunodeprimidos. Y se aconseja finalmente a los enfermos sintomáticos -los enfermos asintomáticos, por definición, no contagian y no son enfermos, sino personas en perfecto estado de salud- cuando estén en lugares cerrados y muy concurridos por personas infectadas. Nunca debió recomendarse -y menos imponerse- a personas sanas como se hizo, habida cuenta de que la evidencia científica era reconocidamente nula o de calidad baja o muy muy baja. Pero era una medida política más que sanitaria.


      Los trastornos que provoca, en cambio, el uso generalizado de la máscar(ill)a no son pocos, máxime en los niños: dificultades en la adquisición del lenguaje y en el desarrollo de la afectividad, bajo rendimiento intelectual y asfixia por hipoxia: la máscar(ill)a no sólo no impide la entrada de gérmenes patógenos actuando como barrera, sino también la adecuada eliminación del dióxido de carbono (o CO2), sustancia de desecho que expulsamos con cada espiración y que, ante la presencia del tapabocas, es reinhalada durante la inspiración impidiendo de esta forma la adecuada oxigenación del organismo. 

     Los defensores de la reducción de la huella personal de C02 que originamos individualmente en nuestra vida cotidiana pueden estar contentos: la pandemia -no hay mal que para bien no venga-  ha provocado la mayor reducción de CO2 de la que tengamos registro de la historia. El uso de máscar(ill)as ha colaborado, queriendo o sin querer, modestamente con el objetivo de desarrollo sostenible de la ONU para la salvación del planeta. Al tragarnos nuestro propio dióxido de carbono hemos rebajado nuestras emisiones de gases de efecto invernadero que aceleran el cambio climático.

 

    Hay quien estima que cada habitante del planeta genera una media de casi cuatro toneladas anuales de CO2,  media que se cuadruplica en algunos países como los Estados Unidos por año y por persona.

    Nuestros gobernantes, atentos a este fenómeno, creyeron que encerrándonos y tragándonos nuestras propias emisiones reduciríamos los gases de efecto invernadero: es verdad. Si dejamos de respirar, la palmamos. Y si la palmamos ya no nos desplazamos, no consumimos compulsivamente, no nos alimentamos y no utilizamos los recursos energéticos, por lo que no contaminamos y salvamos el planeta dejando de habitarlo, dejando de vivir.

lunes, 7 de marzo de 2022

La escuela enmascarada

    Se recogen en este vídeo de Odysee algunos testimonios de maestros, profesores y médicos en contra de la imposición de las mascarillas en los centros escolares españoles. Se quiere romper con él el silencio (por fin, después de casi dos años), ahora, cuando parece que pronto se levantará la obligación general de llevarlas en  interiores de lugares públicos, cuando hace poco se ha levantado en exteriores, y también, por lo tanto en los patios escolares, aunque no así en las aulas ventiladas con las ventanas abiertas en pleno invierno, donde siguen imperando los viejos protocolos.  

    En el vídeo se dicen cosas como que en educación infantil, desde los primeros meses hasta los tres años, los niños han nacido prácticamente durante la pandemia, y los primeros rostros que han visto de los adultos, aparte de sus padres, estaban enmascarados. A niños y adolescentes se les ha privado de la expresión de los rostros durante dos años de su vida, y de buena cantidad de oxígeno. El encubrimietno del rostro dificulta la emisión de la voz y el diálogo. Ellos se han sentido tristes, cansados, ahogados, sofocados, con malestar general. En la escuela y en el instituto se les ha inculcado básicamente miedo. Esa es la educación que han recibido: miedo al contagio, miedo a la enfermedad, miedo a la muerte. 

 

    En este otro vídeo, tomado de la televisión, hablan jóvenes que confiesan que están tan acostumbrados a la 'mascareta' que no van a quitársela nunca porque se sienten seguros. Las chicas principalmente confiesan que se sienten feas sin ella. Quizá estas jovencitas comprendan ahora a las mujeres musulmanas que optan por el nicab o velo que las cubre el rostro.

    Finalmente, a propósito de algo de lo que ya se habla en el primer vídeo, que es el desastre ecológico que han supuesto, el Ministerio de Sanidad se descuelga con el siguiente mensaje en el que se nos ordena que si se nos ha caído al suelo o ha salido volando la mascarilla, que la depositemos en el contenedor de restos (sic, por basura) más cercano, y se nos informa, ahora, del desastre ecológico que supone el hecho de que una mascarilla tarde 300 o 400 años en degradarse. Y lo peor de todo es que no eran necesarias en niños ni adolescentes, ni en adultos sanos, para evitar el contagio. Sí eran necesarias, desde el punto de vista político, como instrumento de control sobre la gente. Increíble, pero cierto.


  Los que justifican su uso llegan a decir cosas como que, estéticamente, nos hacen más atractivos, lo que quizá explica lo que dicen estas chicas de que se sienten feas y que la mascareta las protege.

jueves, 1 de julio de 2021

El síndrome de la cara sin rostro

    El síndrome de la cara sin rostro afecta, según los psicagogos, a las personas que se sienten inseguras pensando en la despenalización de la mascarilla, que ellos interpretan erróneamente que es un escudo protector, ahora que va a dejar de ser obligatoria en exteriores hasta nueva orden siempre que se respete la distancia de seguridad. 
 
    Se sienten desprotegidos si no llevan nada que cubra sus vías respirartorias ante posibles contagios del virus coronado de espículas. La retirada de la mascarilla en exteriores no es obligatoria, al contrario de lo que era su uso hasta ahora. Si una persona se siente protegida por llevarla es por el efecto placebo, no porque esté efectivamente protegida. 
 
    Recordemos lo que decían las autoridades cuando empezó todo esto, hace ya más de un año y medio: las mascarillas sólo sirven para que el que está enfermo no contagie a los demás, no para no ser contagiado. De ahí se sacó la norma totalitaria de que si todos llevábamos mascarillas no nos contagiaríamos los unos a los otros, olvidando que si uno está sano, no necesita llevarla porque no va a contagiar a nadie. 
 


    Ahora bien, aquellas personas que creen que la mascarilla las protege pueden padecer, inducidos por esa falsa creencia, el síndrome de la cara vacía que les generará ataques de pánico y crisis de ansiedad cuando vean a otras personas, potenciales contagiadores, sin ellas.
 
    Los psicagogos recomiendan a las personas que quieran tratarse la estrategia de la aproximación sucesiva y paulatina para que se acostumbren a la situación que les provoca miedo y ansiedad de manera gradual y flexible. 
 
    Igual que aprendimos hace año y medio a convivir con la mascarilla, algo que era impensable, podemos adaptarnos ahora como camaleones a vivir sin ella. 
 

     Este síndrome no es todavía un trastorno o enfermedad mental, dado que aún no ha sido tipificado en los manuales psiquiátricos de diagnóstico. Sí que se trata de un síndrome, es decir, de un conjunto de síntomas característicos que, según la docta Academia, pueden ser de una enfermedad o de un estado determinado, cuyas características en este caso son el miedo a contagiar o ser contagiado, la sensación de inseguridad o de desnudez y la incomodidad de interactuar con personas que no la llevan, lo que puede inducirnos a evitar los contactos sociales y a desarrollar una fobia social. 
 
    Una vez que hemos sido engañados al hacernos creer el Estado sanitario, provocándonos una distorsión cognitiva, que la mascarilla nos protegía a todos y cada uno, es normal sentirse ahora desprotegido y sufrir este síndrome de la cara sin rostro, máxime cuando el levantamiento de la prohibición viene de arriba y se interpreta se quiera o no se quiera como una orden. 
 
    Da risa el diagnóstico de los psicólogos, esos psicagogos o manipuladores de almas, del síndrome de la cara sin rostro. Si un individuo se quita la mascarilla, etimológicamente la personilla, lo peor que le puede pasar, si se mira en el espejo, es descubrir lo feo que es.

jueves, 1 de abril de 2021

Mascarillas playeras

    La distancia interpersonal ya no será determinante para obligar al uso de la mascarilla, como al parecer era hasta ahora y no nos habíamos enterado muy bien... El Boletín Oracular del Estado (BOE) promulga una ley que obliga a llevar el tapabocas en cualquier espacio público, sin importar la distancia a la que uno se encuentre de sus congéneres.

    Hasta ahora, en la vía pública o en los espacios al aire libre era obligatorio el uso de mascarilla si no se podía mantener una distancia mínima de un metro y medio con el resto de la humanidad, según la norma estatal, aunque las comunidades autónomas, más papistas que el papa, es decir que papá Estado, habían establecido exigencias más duras con sus propias excepciones que confirmaban la regla y que chocaban con la legalidad vigente de ámbito estatal. 

 

      El Ejecutivo ha hecho los deberes y se ha puesto al día, actualizando su página güeb para incluir que el cubrebocas* es obligatorio “siempre”. Y eso quiere decir que también en la playa, ahora que llega el buen tiempo. Y esto significa que también en las playas nudistas donde se permite a los naturistas tomar el sol in puris naturalibus, pero con la mascarilla puesta en su sitio... Se convierte así esta prenda en un complemento playero imprescindible junto con el traje de baño, las chanclas, las gafas de sol, la sombrilla... y los arenales de las playas, por su parte, se convierten en quirófanos y clínicas donde cada toalla es una cama de hospital de campaña atiborradas de enfermos imaginarios con máscaras quirúrgicas, gracias al Estado Terapéutico que vela por nuestra óptima salud.


    No dice nada el BOE sobre el baño. Se admite como exención de la mascarilla la práctica del deporte individual, pero bañarse en la playa sorteando las olas y sumergiendo de vez en cuando la cabeza en el agua no es practicar la natación, que es un deporte olímpico, por lo que el baño de olas, como se decía antaño, no nos eximiría de llevar el embozo. Pero aquí empiezan los problemas: si uno decide pegarse un chapuzón con la mascarilla obligatoria puesta, es muy probable que esta dificulte su respiración, y si se empeña en meter la cabeza debajo del agua pueda provocar su propia asfixia. Claro que si uno se ahoga con el barbijo no habrá contagiado afortunadamente a nadie, gracias a lo que se habrá logrado lo que se pretendía con esta medida profiláctica, que era que descienda la tasa de contagios. 

    Si uno no se ahoga bañándose con el bozal reglamentario, es probable que este se deteriore y pierda su funcionalidad y se venga abajo por su propio peso, desprotegiéndonos a nosotros y a los demás, lo que acrecentará sin duda la incidencia de los contagios estivales. Uno se arriesga así, además, a que algún agente de policía que patrulle por allí para vigilar el cumplimiento de la legalidad vigente le proponga amablemente para una sanción... 



NOTA BENE.- La docta Academia de la lengua aclara que "los términos tapaboca(s) y cubreboca(s), referidos a la mascarilla sanitaria, son igualmente válidos y se documentan en el español americano, con diversa preferencia según las áreas". Cubreboca(s) me parece a mí más políticamente correcto porque insiste en la cobertura protectora que supuestamente ofrece la prenda, mientras que tapaboca(s), más realista, aporta a la idea de "cubrir" la de cerrar lo que está descubierto o abierto. Además, la propia Academia recoge la locución verbal, de uso coloquial, "tapar la boca a alguien" y la define como "cohecharlo con dinero u otra cosa para que calle", y también "citarle un hecho o darle una razón tan concluyente que no tenga qué responder".

jueves, 5 de noviembre de 2020

Mascarillas y bragas

Recibo un correo electrónico de esos que se reenvían múltiples veces cuya gracia consiste en una inesperada asociación de ideas que compara dos prendas de vestir en principio muy distintas. Copio y pego: “Trata la mascarilla como tratas tus bragas (o tus calzoncillos, que para el caso viene a ser lo mismo, digo entre paréntesis yo): -Ponte una limpia cada día; -Haz que se ajuste sin que te apriete; -No la intercambies con otras personas; -No te la pongas del revés; - Asegúrate de tapar lo que hay que tapar; -Evita toqueteos innecesarios; -Y sobre todo, si tienes que quitártela, que no sea en público en lugares concurridos”. A la retahíla anterior añadiría yo ahora un nuevo y último consejo que también valdría para las braguitas y gayumbos: -Quítatela solamente para dormir.

Y es que esto era lo que nos faltaba: Las mascarillas no solamente son recomendables fuera del hogar tanto en lugares cerrados como abiertos en plena naturaleza, sino ahora también en la propia casa de uno. El primer ministro galo, eminente cráneo privilegiado del país vecino, ha sentenciado que el uso de la mascarilla es fundamental, que hay que portar la mascarilla “y compris chez soi”, incluso en casa de uno mismo, que era lo que nos faltaba. 


Otro cráneo privilegiado del país vecino, un infectólogo del hospital de la Pitié Salpêtrière de París, afirma que sería menester renunciar, en aras de la salud familiar, incluso a la comida en familia sentada en torno a la misma mesa, dado que para comer hay que desprenderse obviamente de la mascarilla, con lo que uno se expone y expone a los demás al contagio, ya que todos somos, a la vez, contaminados y contaminantes, y el riesgo en el seno familiar no es hipotético, sino real. Renunciando a la comida en familia, y a la comida entre amigos y compañeros de trabajo y de empresa el acto social de comer desaparece, y se convierte en un acto individual, recluido a la privacía del retrete, como el de defecar y el de orinar. En el apartado de hacer uno sus necesidades individuales incluiríamos también la de comer más solo que la una.

Al reputado virólogo alemán Christian Drosten, otro cráneo privilegiado, asesor de Angela Merkel, se le va a menudo la olla también. Ya este verano se le ocurrió que elaborásemos un diario de contactos donde apuntásemos los contactos y relaciones que habíamos tenido cada día de manera que en el caso de infectarnos pudieran las autoridades sanitarias hacer un seguimiento de rastreo de nuestros contactos poniendo freno a la expansión del virus al adoptar las medidas pertinentes...  Definitivamente se le ha vuelto a ir la olla ahora también haciendo en una entrevista al Neue Osnabrücker Zeitung la siguiente recomendación paranoica sobre cómo deberíamos actuar en, según él, plena segunda ola de la pandemia: Lo mejor sería que nos comportáramos como si estuviéramos contagiados y quisiéramos evitar la transmisión de la enfermedad. ¿Cómo puede comportarse alguien que no tiene ningún síntoma aparente de contagio ni por asomo y que por lo tanto está sano como un roble como si estuviera contagiado? ¿Cómo puede ser lo mejor emular al Enfermo Imaginario de Molière, es decir, ser un aprensivo hipocondriaco? La característica esencial, en efecto, de la hipocondría, como se sabe, es la preocupación y el miedo irracionales agravados por la convicción de padecer una enfermedad grave que no se padece y que va a llevarnos al otro barrio a nosotros o a nuestros seres queridos y no de una forma instantánea e indolora, sino lenta y a fuerza de sufrimientos, a partir de la interpretación personal de alguna sensación corporal, física o psíquica, o de cualquier otro signo que aparezca en el cuerpo o se manifieste en la mente. Si la salud es el olvido, la preocupación por la salud es cualquier cosa menos saludable, es más, es enfermiza: la enfermedad de nuestro tiempo.


Acto seguido, después de dicho esto se queda tan tranquilo y en una pirueta genial, reconoce el virólogo, galardonado con la medalla más importante que un civil puede recibir en su país por la invención y gestión de la pandemia,  que también podía verse la cosa del revés, y considerar, cambiando las tornas, que los enfermos son los otros (l'enfer c'est les autres, que dijo Sartre), y nosotros los sanos. Todos los demás están contagiados, y nosotros no, por lo que debemos protegernos del contacto de nuestros prójimos. Pero ¿cómo podemos vernos al mismo tiempo como enfermos y como sanos sin que eso sea una enfermedad mental que distorsiona la realidad? Ha pronosticado además este cráneo privilegiado teutón una profecía que suena a amenaza: no se espera una normalización a corto plazo, sino hasta el verano que viene por lo menos, por lo que por ahora no hay remisión que valga.

Esto era lo que nos faltaba. ¿O nos faltaba aún algo más? Ya alguien había sugerido que incluso era conveniente mantener el bozal durante las relaciones sexuales con nuestras parejas esporádicas o habituales... 

 

Frente a tanta insensatez, a uno no se le ocurre otra cosa que contestar con aquel viejo refrán popular de nuestras tatarabuelas que puede resultar algo insolente y barriobajero pero que expresa a las mil maravillas la repugnancia contra tantos escrúpulos y miramientos, y no solo la dificultad de hacer algo a lo que uno no está acostumbrado ni maldita la falta que le hace: “Al que no está hecho a bragas las costuras le hacen llagas”. Que en lengua portuguesa suena más contundente: “A quem não traz bragas, as costuras o matam”. Y en italiano resulta más escatológico: Chi non è abituato a portare le braghe, quando va al cesso se le caca (El que no está acotumbrado a llevar bragas, cuando va al retrete se las caga).

La palabra braga, cuyo uso por su forma doble justifica el plural “bragas” con valor de singular, procede del latín “braca” con el significado de “calzón”, es decir, de prenda que se pone de abajo arriba por los pies (calx, calcis, talón, pie), que a su vez procede del galo, porque es sabido que las tribus galas usaban estas prendas. Era los bárbaros los bragados, frente a los romanos, togados. Por lo que el refrán de nuestros tatarabuelos no se refiere a la prenda interior femenina, sino a un tipo de calzón masculino que cubría de la cintura hasta las rodillas. 


La medicina ha venido a ser la enfermedad de nuestros días: todos somos pacientes, todos estamos enfermos ya sea en acto o en potencia aristotélica. En acto, como los ingresados en hospitales y unidades de cuidados intensivos, o en sus propios hogares, donde son atendidos en el mejor de los casos por médicos teleoperadores; y en potencia todos los demás. ¿No es esto un delirio colectivo, una histeria sin precedentes, una psicosis gravísima?

Con palabras muy sencillas, Agustín García Calvo en sus Adioses al mundo (núm. 6: ¡Adiós, profilaxis, matasanos!), razonaba lo siguiente, despotricando contra la Medicina: “Lo que son las cosas, Medicina, lo que es la Historia: tú, que habías nacido para sanar con tu salivita las heridas de la guerra o los achaques de la paz podrida, si se producían, cuando se produjeran, habías venido, con el progreso del Poder y de los Tiempos, a convertirte en guardiana de la falsa salud, en profilaxis de males ideales, a introducir la enfermedad futura en la salud presente (o sea desconocida), a ser pre-ocupación, imposición y consagración del miedo, y así habías venido a ser tú la enfermedad de nuestras vidas”.


domingo, 4 de octubre de 2020

De las mascarillas

“Persona” significa “máscara” en latín. La personalidad, tal que la máscara, es algo ajeno a nosotros, el papel que ponemos en escena en el teatro de la vida.


El dicho latino alicui aliquam personam imponere significa hacerle a uno desempeñar un papel, asignarle la máscara de un personaje, es decir, una personalidad. 

 

La mascarilla, aunque la personalicemos, nos despersonaliza, borra nuestra expresividad, anula nuestra sonrisa, nos impone una personalidad y un personaje. 


Le parecía a Cicerón que los ojos del actor ardían literalmente a través de la inexpresiva máscara: ex persona mihi ardere oculi hominis histrionis uiderentur. 

 

A los portadores del escapulario del Carmen, signo externo de devoción mariana, la Virgen les promete que su alma va a salvarse y no a pudrirse en el infierno.

(Wear a mask and safe your life) Ponte mascarilla y salva no ya tu vida, sino la de los demás, porque el apestado eres tú, aseguran las autoridades sanitarias. 

 

La segunda ola, desaparecida ya la epidemia en la vieja Europa, consiste en la secuela de efectos secundarios y colaterales, peores que la propia enfermedad. 

 

-¿Cómo es posible que el virus se ensañe con tanta virulencia en España, el país que aplicó el cerrojazo más severo del mundo? -Por esa misma e idéntica razón.

 

Que nos obliguen a portar mascarilla y a sumar a su precio el Impuesto de Valor Añadido del 21% revela la intimísima relación que hay entre Estado y Capital.

 

Si no se sanciona al que infringe la ley, que no simple recomendación, de portar mascarilla, la mayoría democrática y obediente se siente y se ve como estafada.

 

El vudú sólo hace mella en los que creen en él, como el agua de la fuente de la Virgen de Lourdes, que sólo cura a los que tienen fe, no a los descreídos. 

 

Tesis doctoral por escribir: Ritos (ablución de manos, distancia social...) y amuletos (mascarilla) que, so pretexto científico, crean una nueva religión. 

 

"Wear a mask or go to jail" 

La mascarilla no nos libra del virus, sino de multa, detención o reproche de los afirmacionistas, que son creyentes a pies juntillas en el relato del gobierno.

 

La mascarilla es un amuleto como el devoto escapulario de la Virgen del Carmen, talismán al que se atribuyen poderes mágicos, vano exorcismo contra el virus. 

 

La epidemia ya había concluido en el país pero no las medidas excepcionales y desproporcionadas que había impuesto el gobierno a la gente a fin de someterla.


El éxito pandémico: todos estamos apestados porque los que no lo están en acto, lo están en potencia. Todos somos, aunque no lo seamos de hecho, contagiosos.

 

El éxito de la pandemia consiste en considerarnos a todos contagios por activa y por pasiva, bien en acto o bien en potencia, según la falacia aristotélica. 

 

El arte médica se ha vuelto profiláctica en vez de curativa. No trata enfermedades, se dedica a prevenirlas; a tal fin necesita, para que existan, inventarlas. 

 

La gran peste de Marsella de 1720 supuso el primer confinamiento general de una ciudad: murió la mitad de su población y la plaga se propagó por la Provenza.