
jueves, 18 de diciembre de 2025
¿Supergripe?

miércoles, 17 de diciembre de 2025
Pareceres XCIV

sábado, 29 de noviembre de 2025
Un Roto y varios descosidos:
A) El Roto:
"En las guerras, el arma definitiva es la paz". Al margen del dibujo y de que sea una mujer, probablemente un ama de casa desde la cocina del hogar, quien lo dice, que también es significativo por aquello de que la primera guerra es probablemente la de los sexos, el texto de José Luis Rábago, alias El Roto, es muy contundente: El arma definitiva de la guerra es la paz. No hay ninguna sola guerra en la que no se esgrima el arma y la excusa o coartada de la paz. Los militares y los ejércitos en general son los más pacifistas, pero no olvidemos a Órgüel: war is peace (la guerra es la paz, y viceversa).
B) Los descosidos:
Vuelve la pesadilla de las mascarillas:
Crece la gripe, que todavía no tocaba, a raíz de lo que sí: la vacuna contra ella. El reyno de Aragón ordena ya mascarillas volungatorias en centros sanitarios.
Influenza aviaria:
En compás de espera:

viernes, 19 de julio de 2024
Mensajería en el buzón
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sábado, 24 de febrero de 2024
El fraude enmascarado
lunes, 28 de agosto de 2023
Tres documentos contra la amnesia histórica reciente
Pero esto mismo sucedía allende nuestras fronteras, como demuestra esta fotografía publicada por el semanario alemán Der Spiegel el 5 de septiembre de 2020, pronto hará tres años, tomada en Melbourne (Australia). Una imagen como esta vale más que mil palabras para que las generaciones venideras tengan un testimonio de lo que consentimos que pasara en aquellos días oprobiosos. Cinco agentes detienen a un hombre y le ponen a la fuerza el bozal reglamentario que ellos llevan y que él había decidido no llevar.
De nada servía que se razonara que la mascarilla, esa des-medida político-sanitaria, nunca ha servido para frenar a un virus respiratorio (?), ya que lo que hace es dificultar nuestra respiración haciendo que volvamos a inhalar, en lugar de oxígeno, el anhídrido carbónico, ahora llamado CO2 con más propiedad, que hemos exhalado, como demostraba la sensación de ahogo (sobre todo con las mascarillas más 'eficaces' y recomendadas), y los dolores de cabeza producidos por la hipoxia, que es el término médico para la deficiente oxigenación. La mascareta, si acaso, puede ser útil frente a la penetración de las bacterias, como las de la tuberculosis, pero nunca de los virus respiratorios que entran y salen por sus poros sin ninguna dificultad. Sin embargo había que imponerla, porque era el signo visible de la obediencia sumisa, y había que hacerlo por las buenas o por las malas, por lo civil o por lo militar, como dijo un presidente de una taifa hispánica a propósito de la inoculación. Nos hicieron creer que si no lo hacíamos íbamos a matar a alguien, como si nosotros mismos fuésemos el virus asesino al que habían declarado la guerra, lo que vuelve a repetirse con el dióxido de carbono, anhídrido carbónico o simplemente carbono, que ahora también somos nosotros, pobres de nosotros, que quieren reducir.
Pero uno de los responsables de este desaguisado mundial, el doctor Anthony Fauci, ese burócrata gubernamental recientemente retirado, acaba de salir de sus catacumbas y participar en un evento virtual titulado “Lecciones sobre una pandemia y papel de los profesores en la preparación de una pandemia”.
Hay un vídeo en youtube, del que doy el enlace, donde se recogen las declaraciones de este impresentable, pero le ahorro al lector los cuarenta minutos que dura y le resumo los aspectos más destacados de la entrevista. La entrevistadora, en primer lugar, la doctora Teena Chopra, presenta al entrevistado como “one in the greatest minds in medicine”. Y dice que este es el rostro (la cara dura, más bien) de la salud pública y la política pública en el mundo:
Fauci declara durante la entrevista que los confinamientos estaban "absolutamente justificados" y sugiere que deberían utilizarse nuevamente para forzar la vacunación (suponemos que de cara a la temporada otoño-invierno que se avecina). Dice literalmente en la lengua del Imperio: lockdowns are a great tool to forcibly “vaccinate” people, ("los confinamientos son una gran herramienta para 'vacunar' a la gente por la fuerza"). E insiste en la defensa a ultranza de los encierros: "Había que tener algo para detener inmediatamente el tsunami de infección", afirma, y añade, "ese confinamiento estaba absolutamente justificado".domingo, 27 de noviembre de 2022
Máscar(ill)as
jueves, 22 de septiembre de 2022
Ad maiorem Medicinae gloriam
sábado, 16 de julio de 2022
Flipante
En la playa con 37 grados bajo el ardor de justicia canicular de don Lorenzo, tomando el sol en traje de baño y con mascarilla quirúrgica en los morros.
Uno no sabe si echarse a reír o a llorar desconsolado. Al final del verano el tomador de baños de sol, como se decía antaño, tendrá un bronceado cuasiperfecto si no fuera por las marcas blancas del bañador y del tapabocas.
Hablando de mascarillas. ¿Es posible hacerse no ya una limpieza de boca en la clínica dental sino una simple revisión bucal sin quitarse el bozal? Según la Ley, no: Hay que llevar mascarilla en los centros, servicios y establecimientos sanitarios. En este apartado están incluidos los hospitales, centros de salud, farmacias, consultas médicas, centros de diálisis, diagnóstico, obstetricia, ginecología, banco de semen, ópticas o farmacias, clínicas dentales y un largo etcétera.

No digamos ya si alguien estuviera en cueros en una playa nudista con el barbijo, cosa que también se ha visto que de todo hay en la viña del Señor, aunque no se haya fotografiado, porque en las playas naturalistas están prohibidas las cámaras de los mirones.
Que la mascarilla, hablando en serio, es ineficaz e incluso nefasta, es algo que salta a la vista, dado que su uso generalizado no ha permitido controlar los víruses, que entran y salen por sus diminutos poros, que para ellos son gigantescos, a su antojo, por lo que no ha tenido ningún efecto positivo a la hora de evitar la propagación del virus coronado, y sí a la hora de aumentar, por el contrario, los problemas psicológicos y las patologías respiratorias. Pero además de saltar a la vista, como siente cualquiera, lo corroboran decenas de estudios y artículos científicos.
Se me objetará que no todos ellos tendrán la misma validez, por supuesto, que los habrá buenos y menos buenos. Claro. Y se me objetará que también hay muchísimos más estudios, sufragados por la industria farmacéutica y de fabricación de mascarillas made in China que avalan lo contrario, aunque, por supuesto, no todos ellos tendrán tampoco la misma calidad.
Dos ejemplos
clásicos: el tabaco y la leche maternizada. En los años sesenta se
publicaron numerosos estudios sobre las bondades del tabaco, hasta el
punto de que la mayoría de los médicos eran adictos a la nicotina, y se aconsejaba fumar hasta a las embarazadas... Nestlé, por su
parte, pagó muchos estudios sobre las bondades de la leche en polvo
maternizada en el sentido de que liberaba a las mujeres de la
obligación de la lactancia, permitía a los varones lactar a los
infantes, y poseía numerosas virtudes... ocultando la buena ciencia
de que la leche materna trasmite al infante la inmunidad.
lunes, 21 de marzo de 2022
¡Fuera máscar(ill)as!
Aunque la imposición de las máscar(ill)as en la curtida piel del toro ibérico ha sido levantada en espacios exteriores y pronto lo será, por fin, también en los interiores, muchísima gente, traumatizada como está en su inmensa mayoría por la propaganda terrorífica, persiste en embozársela en todos los espacios públicos permanentemente porque así se siente más segura de no contagiar(se), tal es el poder de la publicidad machacona del Régimen vigente.
Este miedo a la muerte que le hemos cogido es estúpido, por dos razones, porque, primera, el peligro de morir del síndrome coronavírico es prácticamente nulo: 0,2 por ciento o 2 por mil; y, segunda, porque la muerte es algo natural a lo que no hay que temer ni tener ni más ni menos miedo que a la vida.
Pero, claro, las máscar(ill)as y todas las restricciones sociales que han impuesto los gobiernos so pretexto de la pandemia nos han enloquecido de forma que a fuerza de inculcarnos el pánico al virus, hemos acabado viralizándolo y olvidando lo esencial: nos hemos olvidado de vivir, como decía la canción.
La evidencia acumulada hasta la fecha sobre la eficacia de las máscar(ill)as, incluidas las asfixiantes FFP2, proveniente tanto de ensayos controlados como de estudios basados en la observación directa, indica que el uso extendido a la población general, incluyendo niños, tiene un impacto nulo a la hora de evitar la propagación de virus respiratorios como la influenza (vulgo gripe) y el coronavirus.
El uso de la máscar(ill)a se recomienda a los profesionales sanitarios durante actuaciones en las que el riesgo de contaminación es alto como, por ejemplo, procedimientos dentales, cirugías y otros tratamientos invasivos como la intubación orotraqueal, etc. También se recomienda a estos profesionales durante el cuidado o la asistencia de pacientes inmunodeprimidos. Y se aconseja finalmente a los enfermos sintomáticos -los enfermos asintomáticos, por definición, no contagian y no son enfermos, sino personas en perfecto estado de salud- cuando estén en lugares cerrados y muy concurridos por personas infectadas. Nunca debió recomendarse -y menos imponerse- a personas sanas como se hizo, habida cuenta de que la evidencia científica era reconocidamente nula o de calidad baja o muy muy baja. Pero era una medida política más que sanitaria.
Los defensores de la reducción de la huella personal de C02 que originamos individualmente en nuestra vida cotidiana pueden estar contentos: la pandemia -no hay mal que para bien no venga- ha provocado la mayor reducción de CO2 de la que tengamos registro de la historia. El uso de máscar(ill)as ha colaborado, queriendo o sin querer, modestamente con el objetivo de desarrollo sostenible de la ONU para la salvación del planeta. Al tragarnos nuestro propio dióxido de carbono hemos rebajado nuestras emisiones de gases de efecto invernadero que aceleran el cambio climático.
Hay quien estima que cada habitante del planeta genera una media de casi cuatro toneladas anuales de CO2, media que se cuadruplica en algunos países como los Estados Unidos por año y por persona.
Nuestros gobernantes, atentos a este fenómeno,
creyeron que encerrándonos y tragándonos nuestras propias emisiones
reduciríamos los gases de efecto invernadero: es verdad. Si dejamos
de respirar, la palmamos. Y si la palmamos ya no nos desplazamos, no
consumimos compulsivamente, no nos alimentamos y no utilizamos los
recursos energéticos, por lo que no contaminamos y salvamos el planeta dejando de habitarlo, dejando de vivir.
lunes, 7 de marzo de 2022
La escuela enmascarada
Se recogen en este vídeo de Odysee algunos testimonios de maestros, profesores y médicos en contra de la imposición de las mascarillas en los centros escolares españoles. Se quiere romper con él el silencio (por fin, después de casi dos años), ahora, cuando parece que pronto se levantará la obligación general de llevarlas en interiores de lugares públicos, cuando hace poco se ha levantado en exteriores, y también, por lo tanto en los patios escolares, aunque no así en las aulas ventiladas con las ventanas abiertas en pleno invierno, donde siguen imperando los viejos protocolos.
En el vídeo se dicen cosas como que en educación infantil, desde los primeros meses hasta los tres años, los niños han nacido prácticamente durante la pandemia, y los primeros rostros que han visto de los adultos, aparte de sus padres, estaban enmascarados. A niños y adolescentes se les ha privado de la expresión de los rostros durante dos años de su vida, y de buena cantidad de oxígeno. El encubrimietno del rostro dificulta la emisión de la voz y el diálogo. Ellos se han sentido tristes, cansados, ahogados, sofocados, con malestar general. En la escuela y en el instituto se les ha inculcado básicamente miedo. Esa es la educación que han recibido: miedo al contagio, miedo a la enfermedad, miedo a la muerte.
En este otro vídeo, tomado de la televisión, hablan jóvenes que confiesan que están tan acostumbrados a la 'mascareta' que no van a quitársela nunca porque se sienten seguros. Las chicas principalmente confiesan que se sienten feas sin ella. Quizá estas jovencitas comprendan ahora a las mujeres musulmanas que optan por el nicab o velo que las cubre el rostro.
Finalmente, a propósito de algo de lo que ya se habla en el primer vídeo, que es el desastre ecológico que han supuesto, el Ministerio de Sanidad se descuelga con el siguiente mensaje en el que se nos ordena que si se nos ha caído al suelo o ha salido volando la mascarilla, que la depositemos en el contenedor de restos (sic, por basura) más cercano, y se nos informa, ahora, del desastre ecológico que supone el hecho de que una mascarilla tarde 300 o 400 años en degradarse. Y lo peor de todo es que no eran necesarias en niños ni adolescentes, ni en adultos sanos, para evitar el contagio. Sí eran necesarias, desde el punto de vista político, como instrumento de control sobre la gente. Increíble, pero cierto.
jueves, 1 de julio de 2021
El síndrome de la cara sin rostro
Ahora bien, aquellas personas que creen que la mascarilla las protege pueden padecer, inducidos por esa falsa creencia, el síndrome de la cara vacía que les generará ataques de pánico y crisis de ansiedad cuando vean a otras personas, potenciales contagiadores, sin ellas.
jueves, 1 de abril de 2021
Mascarillas playeras
La distancia interpersonal ya no será determinante para obligar al uso de la mascarilla, como al parecer era hasta ahora y no nos habíamos enterado muy bien... El Boletín Oracular del Estado (BOE) promulga una ley que obliga a llevar el tapabocas en cualquier espacio público, sin importar la distancia a la que uno se encuentre de sus congéneres.
Hasta ahora, en la vía pública o en los espacios al aire libre era obligatorio el uso de mascarilla si no se podía mantener una distancia mínima de un metro y medio con el resto de la humanidad, según la norma estatal, aunque las comunidades autónomas, más papistas que el papa, es decir que papá Estado, habían establecido exigencias más duras con sus propias excepciones que confirmaban la regla y que chocaban con la legalidad vigente de ámbito estatal.
El Ejecutivo ha hecho los deberes y se
ha puesto al día, actualizando su página güeb para incluir que el cubrebocas* es obligatorio “siempre”. Y eso quiere decir que
también en la playa, ahora que llega el buen tiempo. Y esto
significa que también en las playas nudistas donde se permite a los
naturistas tomar el sol in puris naturalibus, pero con la mascarilla puesta en su
sitio... Se convierte así esta prenda en un complemento playero
imprescindible junto con el traje de baño, las chanclas, las gafas
de sol, la sombrilla... y los arenales de las playas, por su parte, se convierten en quirófanos y clínicas donde cada toalla es una cama de hospital de campaña atiborradas de enfermos imaginarios con máscaras quirúrgicas, gracias al Estado Terapéutico que vela por nuestra óptima salud.
Si uno no se ahoga bañándose con el bozal reglamentario, es probable que este se deteriore y pierda su funcionalidad y se venga abajo por su propio peso, desprotegiéndonos a nosotros y a los demás, lo que acrecentará sin duda la incidencia de los contagios estivales. Uno se arriesga así, además, a que algún agente de policía que patrulle por allí para vigilar el cumplimiento de la legalidad vigente le proponga amablemente para una sanción...
NOTA BENE.- La docta Academia de la lengua aclara que "los términos tapaboca(s) y cubreboca(s), referidos a la mascarilla sanitaria, son igualmente válidos y se documentan en el español americano, con diversa preferencia según las áreas". Cubreboca(s) me parece a mí más políticamente correcto porque insiste en la cobertura protectora que supuestamente ofrece la prenda, mientras que tapaboca(s), más realista, aporta a la idea de "cubrir" la de cerrar lo que está descubierto o abierto. Además, la propia Academia recoge la locución verbal, de uso coloquial, "tapar la boca a alguien" y la define como "cohecharlo con dinero u otra cosa para que calle", y también "citarle un hecho o darle una razón tan concluyente que no tenga qué responder".















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