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sábado, 18 de marzo de 2023

Defensa de los niños contra padres, maestros y escuelas

    Ante la proximidad de las vacaciones, muchos padres se plantean cómo van a soportar a sus hijos y a sobrevivir. Ellos son seguramente lo que más quieren en este mundo,  y durante el año echan de menos poder pasar más tiempo juntos, pero cuando llega el verano no saben qué hacer con sus vástagos y optan por mandar a las adorables criaturas a un campamento en el norte de Burgos, a estudiar inglés a Irlanda o a Gran Bretaña o a clases particulares y actividades extraescolares y complementarias de lo que sea.


    Y es que una vez liberados los niños del yugo de la institución escolar en verano (aestate pueri si ualent, satis discunt, que dijo Marcial: en verano los niños si están bien de salud, bastante aprenden ya), lo que sirve para que el yugo sea más tolerable en septiembre, se ve cuál es la función real de la escuela, esencialmente represiva y de guardería de la infancia: un parking temático donde so pretexto de educación se recluye a los niños en estado semisalvaje para su domesticación y que entren por el aro como fierecillas domadas. El amor paternofilial se resiente como una especie de obligación, una suerte de deber contraído al que hay que resignarse, no un gozo, por lo que hay que hacer de tripas corazón o ponerle al mal tiempo buena cara. 



Viñeta de Liniers


    Si “misoginia” designa una especie de odio, aborrecimiento o mero juicio despectivo hacia las mujeres característico de nuestra sociedad patriarcal; “misopedia” designa lo mismo -odio, desprecio, μίσος misos en griego-  pero relativo esta vez a los niños -παῖς παιδός pais, paidós-, tan insoportables para el “misopeda” como las mujeres para el misógino, lo que, no menos que lo primero, define a nuestra sociedad esencialmente patriarcal.

    La enorme misopedia inherente a nuestras tribus desarrolladas del primer mundo se caracteriza porque hay que proteger a la infancia y salvaguardarla de sí misma, lo que conlleva aparejados malos tratos -"es por tu bien", se les dice a las criaturas-  y el hecho de que muchas parejas prefieran criar perros o gatos, que les resultan más gratificantes, aunque cuando llegan las vacaciones tampoco sepan muy bien qué hacer con sus mascotas y, en el peor de los casos, las abandonen en una gasolinera.

    Los niños ya no salen a jugar bulliciosos a la calle porque hay coches que pueden atropellarlos, pederastas que pueden violarlos -aunque hay una excesiva alarma social en torno a las violaciones de niños, quizá sean más frecuentes de lo que se piensa en el seno del "dulce" hogar que en la calle;  ¿por qué, si no,  ni siquiera se bañan ya niños y niñas, gloria bendita de verlos, despreocupados y desnudos en las playas?-, hay peligrosos psicópatas, secuestradores, terroristas asesinos que hacen la guerra santa musulmana, traficantes de órganos, trata de blancas y muchos otros peligros indefinidos acechando a la vuelta de cada esquina, por lo que se quedan, qué pena, enclaustrados en casa, como si eso fuera lo mejor, enchufados a la consola de viedojuegos o al móvil que los inmoviliza en internet o a la caja tonta y estupefaciente, o a las tres cosas a la vez. El hogar está lleno de instrumentos tecnológicos y juegos para que el niño pueda quedarse el mayor tiempo posible en casa, cadenas y rejas que le impiden ser libre.


    Los niños ya no recorren las calles de la ciudad para ir andando al colegio o al juego porque no tienen autonomía ni movilidad, por eso un adulto los acompaña como si fuera su Ángel de la Guarda y los lleva en coche casi siempre a todas partes en sus desplazamientos cotidianos hasta bien entrada la adolescencia. 

    Habría que reeducar a los niños en el placer de trasladarse a pie o en bicicleta, invitándolos a ir sin el acompañamiento paterno o de un adulto, sin miedo ninguno a cualquier parte. Los niños ya no pueden jugar en las plazas y en las calles porque se han convertido en aparcamientos y vías para automóviles, lo que supone un excesivo acaparamiento del suelo público y urbano por parte de los coches. Sería bello, muy  hermoso, que liberáramos las plazas de los aparcamientos automovilísticos y las recuperásemos para paseo, descanso y juego de niños,  y que los peatones reconquistásemos las calles, y que todas ellas, no sólo algunas céntricas de las ciudades, fueran peatonales.




    Un niño no puede jugar a la pelota si no se mete a entrenar en un equipo con camiseta, pantalones cortos,  zapatillas y chándal, con un entrenador y toda la parafernalia; a poco que se descuide se lo profesionaliza desde bien pequeño, convirtiendo el juego en deporte, que es lo peor que hay.

    La infancia es un lujo que los niños de hoy están privados de disfrutar por sus mayores, quienes, sin embargo, disfrutaron de la suya. Los adultos los controlan, dirigen y entrenan, condenándolos a una nueva doble enfermedad: la soledad y la dependencia.

    Necesitan permiso paterno para estar fuera de casa, y hasta para tirarse un pedo. Se reduce así su movilidad, restringiéndose además a determinados lugares controlados y videovigilados. No les dejan encontrarse libremente en la calle con otros niños que no sean sus amigos ni con otros adultos que no sean sus padres, porque se les inculca el miedo a los desconocidos y al mismo tiempo que vale más lo malo conocido que lo bueno por conocer, y, en definitiva, que vale más lo malo que lo bueno, porque el mal es por su propio bien,  lo que es un auténtico disparate.


Viñeta de Liniers


     El empeño de los padres, profesores y educadores ya no es como hace algunas generaciones, promover progresivamente la autonomía de los infantes, sino garantizar su dependencia y su tutela. Fuera de casa, prosperan las ludotecas y los parques temáticos siempre bajo la atenta mirada sobreprotectora y la custodia y control videovigilante de los adultos.

    Los mayores consideran al niño un “educando”, es decir, un sujeto que debe ser educado cuanto antes, lo antes posible, que tiene valor no por lo que es sino por lo que llegará a ser el día de mañana. El niño de carne y hueso es negado, no importa, no existe. El niño está, como la poesía de Celaya, “cargado de futuro”, excesivamente sobrecargado, diría yo más bien; no es una realidad, sino un proyecto "educativo". 

    No importa lo que es, sino lo que será mañana, para lo que se le hace que no sea nada ahora, se mata, de alguna de las maneras que hemos descrito, su infancia, subordinada a un bosquejo en perspectiva, al boceto de un plan trazado por otros. El futuro ciudadano democrático, votante y contribuyente, será, por consiguiente, un niño frustrado, sin infancia. Recordemos el Principito de Antoine de Saint-Exupéry: “Todas las personas mayores han sido niños antes. (Pero pocas se acuerdan).” O a Jean Genet, que escribió en alguna parte: "Vivir es sobrevivir a un niño muerto".

lunes, 7 de marzo de 2022

La escuela enmascarada

    Se recogen en este vídeo de Odysee algunos testimonios de maestros, profesores y médicos en contra de la imposición de las mascarillas en los centros escolares españoles. Se quiere romper con él el silencio (por fin, después de casi dos años), ahora, cuando parece que pronto se levantará la obligación general de llevarlas en  interiores de lugares públicos, cuando hace poco se ha levantado en exteriores, y también, por lo tanto en los patios escolares, aunque no así en las aulas ventiladas con las ventanas abiertas en pleno invierno, donde siguen imperando los viejos protocolos.  

    En el vídeo se dicen cosas como que en educación infantil, desde los primeros meses hasta los tres años, los niños han nacido prácticamente durante la pandemia, y los primeros rostros que han visto de los adultos, aparte de sus padres, estaban enmascarados. A niños y adolescentes se les ha privado de la expresión de los rostros durante dos años de su vida, y de buena cantidad de oxígeno. El encubrimietno del rostro dificulta la emisión de la voz y el diálogo. Ellos se han sentido tristes, cansados, ahogados, sofocados, con malestar general. En la escuela y en el instituto se les ha inculcado básicamente miedo. Esa es la educación que han recibido: miedo al contagio, miedo a la enfermedad, miedo a la muerte. 

 

    En este otro vídeo, tomado de la televisión, hablan jóvenes que confiesan que están tan acostumbrados a la 'mascareta' que no van a quitársela nunca porque se sienten seguros. Las chicas principalmente confiesan que se sienten feas sin ella. Quizá estas jovencitas comprendan ahora a las mujeres musulmanas que optan por el nicab o velo que las cubre el rostro.

    Finalmente, a propósito de algo de lo que ya se habla en el primer vídeo, que es el desastre ecológico que han supuesto, el Ministerio de Sanidad se descuelga con el siguiente mensaje en el que se nos ordena que si se nos ha caído al suelo o ha salido volando la mascarilla, que la depositemos en el contenedor de restos (sic, por basura) más cercano, y se nos informa, ahora, del desastre ecológico que supone el hecho de que una mascarilla tarde 300 o 400 años en degradarse. Y lo peor de todo es que no eran necesarias en niños ni adolescentes, ni en adultos sanos, para evitar el contagio. Sí eran necesarias, desde el punto de vista político, como instrumento de control sobre la gente. Increíble, pero cierto.


  Los que justifican su uso llegan a decir cosas como que, estéticamente, nos hacen más atractivos, lo que quizá explica lo que dicen estas chicas de que se sienten feas y que la mascareta las protege.

viernes, 17 de septiembre de 2021

La rentrée escolar

    Publica el tristemente célebre semanario satírico francés Charlie Hebdo una portada que no tiene desperdicio: un niño -de azul, con pantaloncito corto- y una niña -de rosa, con faldita corta- enmascarillados ambos como mandan los protocolos escolares caminan de la mano. ¿A dónde van? Se supone que al colegio. A sus espaldas cargan con su mochila respectiva que consiste... en un ataúd: el de él, acorde con su estatura, un poco mayor que el de su supuesta hermanita. La humorística revista da rienda suelta así a lo que se suele denominar 'humor negro'. 

     La escena está decorada con cinco mariposas que contrastan como símbolo de vida y libertad con las mascarillas y los ataúdes, y dos rótulos: uno dice 'rentrée scolaire', que es propiamente el título de la composición, que nosotros podemos traducir por 'vuelta al cole', y el otro es una pregunta: Vont-ils finir l'anné? Se entiende que se pregunta si van a acabar el año escolar, es decir, el curso que ahora comienza, y se supone que quiere decir sanos y salvos como lo empezaron, o acabarán encerrados para sus restos en el sarcófago que portan a sus espaldas. 
 
    ¿Qué quiere decir o insinuar esta macabra portada, no poco polémica en el sentido etimológico del término, que es "guerrera", dado que pólemos es el nombre de la guerra en la lengua de Homero, y lo que pretende es sembrar la guerra entre los creyentes y los no creyentes? ¿Por qué cargan con el féretro a sus espaldas? Dicen los exegetas que Charlie Hebdo quiere poner en duda así que la seguridad en el regreso a las (j)aulas se haya hecho con las debidas garantías sanitarias... 
 
    ¿Por qué llevan mascarilla? Bueno, lo de la mascarilla es fácil de responder: porque se lo exige el protocolo escolar, a ellos y a sus profesores, habida cuenta de la guerra contra el virus que desde hace más de un año y medio que la declararon sostienen todavía los gobiernos del universo mundo aguijoneados por la Organización Mundial de la Enfermedad. Respecto a lo del ataúd, parece que se quiere dar a entender que en la situación actual de emergencia sanitaria, como revela la mascarilla quirúrgica que portan estos pequeños cirujanos, volver a la escuela pudiera ser un peligro mortal... 
 
    Pero deberíamos ir un poco más lejos todavía y, haciendo abstracción de la 'emergencia sanitaria' y de la actualidad, olvidarnos del virus y del miedo que nos quieren seguir infundiendo en nuestros adentros entre bromas y veras, y ver en esta imagen algo más de lo que hemos dicho: la vuelta al cole, la famosa 'rentrée scolaire', que coincide entre nosotros con los últimos coletazos del verano y el barrunto del otoño, supone siempre una vuelta al aburrimiento, supone siempre que ha sonado el timbre que determina que se ha acabado el recreo y que toca volver a clase, porque la mochila donde llevan los materiales escolares -libros de texto, cuadernos y demás parafernalias para aprender- es en realidad la caja donde va el cadáver de los saberes que van a ser enterrados o incinerados. 
 
Estudio para pompas de jabón, Fotografía de Gabriel Pérez-Juana (2021)
 
 
    El niño y la niña vuelven al cole a morir de aburrimiento, a matar su curiosidad, y a someterse al currículum oculto del calendario escolar de días lectivos y no lectivos, que equivalen a los futuros días laborales y festivos de sumisión al trabajo asalariado, vuelven pues a inmolarse en las aras sangrientas del más cruento de los dioses al que nos sacrificamos desde bien pequeños: el Futuro.
 
    El niño y la niña, los dos hermanos, van a la escuela a aprender a morir, van al cementerio donde serán adoctrinados para el día de mañana, independientemente de que puedan contagiarse de algún virus que por allí campee... Y es en ese sentido en el que la portada de Charlie Hebdo dice mucho más de lo que pretendía decir en principio, que era una simple tontería como que los niños vuelven a la rutina escolar donde corren el peligro mortal de contraer un virus que ha matado ya según los más alarmistas a uno de cada cien de sus mayores que lo habían contraído y según otros a dos de cada mil, pero no a los niños, que a esos ya los mata Herodes, es decir, el único pedagogo que en el mundo ha sido: el sistema educativo y escolar.