Ahora que
la OMS da por finiquitada la catastrófica pandemia universal, y que el BOE, o sea El
País sentencia en su editorial del ocho de los corrientes titulado el “Fin oficial de la covid” (sic, en femenino) que hemos
dejado atrás la mayor amenaza sanitaria que ha tenido que
afrontar la humanidad desde la mortífera gripe de 1918 (tal
cual), es hora de hacer balance.
El
editorialista de El Periódico Global se deshace en elogios apologéticos de la 'vacuna'. No
es extraño cuando, consultando la página de las subvenciones de la Bill and Melinda Gates Foundation, comprobamos que Ediciones El País, S.L. recibió en octubre del año pasado una cuantiosa subvención de 1.205.016 (un millón doscientos cinco mil dieciséis) dólares norteamericanos a fondo perdido por su contribución a
la “Global Health and Development”, o sea al Desarrollo y la Salud Mundial, a través de la “Public Awareness and Analysis”, es
decir, gracias al análisis y a la concienciación pública que lleva a cabo la línea editorial del rotativo.
El
editorialista lamenta, claro está, que las eficientes (?) 'vacunas' no
llegaran a todo el globo y que los países pobres, donde la
mortalidad fue por cierto bien escasa, se hayan quedado desprovistos de ellas, pobrecitos: Pero
no hay que olvidar que muchos países pobres siguen desprotegidos por
falta de vacunas, lo que constituye uno de los fracasos más
lamentables de la estrategia mundial contra la pandemia. Fue un gran
hito desarrollar vacunas eficaces en tan poco tiempo, pero ese éxito científico -le faltó también el eufemismo 'letalis'- no se ha
completado con una estrategia justa de distribución en el ámbito
planetario.
El éxito
se debe a que hemos alcanzado un grado de inmunidad (les ha faltado
decir 'rebañega') inducida por las vacunas o por la respuesta
natural a la infección suficientemente amplio como para mantener el
patógeno bajo control. Admiten al menos -les ha costado, pero lo admiten al fin y a la postre- que la inmunidad no se debe
exclusivamente al inóculo, sino también a la respuesta natural,
es decir, a la exposición al virus, una exposición que, so pretexto de protegernos, nos prohibieron a nosotros encerrándonos 99 días
y sus respectivas 99 noches aquí en España, por poner el caso, donde
padecimos uno de los confinamientos más severos del mundo, según
palabras de nuestro propio presidente que lo decretó sin empacho y que nos vendió que la vacuna era la libertad. Lo dijo tres veces quizá por aquello de que no bastaba una dosis, sino tres.
Sin embargo nuestro benemérito Periódico Global advierte, citando a la propia
Organización, también subvencionada por la mentada Fundación del señor y la ex señora Gates, lo siguiente: La extinción de la emergencia según la OMS
no elimina las secuelas de la pandemia, entre ellas la covid
persistente. Bonita contradicción: oficialmente ha finalizado,
pero, sin embargo, persiste "la" covid persistente, valga la redundancia: Afecta a entre el 10% y el
15% de las personas infectadas, incluidas muchas que ni siquiera
tuvieron que ser hospitalizadas. Se trata de un cuadro muy amplio de
afecciones, que aqueja mayoritariamente a personas de entre 30 y 50
años. En España puede alcanzar a 1,5 millones de personas, muchas
de ellas aún por diagnosticar. Todavía se investigan las causas,
pero la hipótesis más plausible es que persisten en el organismo
partículas virales que provocan una respuesta inflamatoria
permanente con muy diferentes y a veces graves afecciones, también
en el ámbito de la salud mental.
¿No será, me pregunto yo, que lo que persiste no es "la" covid, sino las secuelas de la 'vacuna'? ¿No será que ha sido peor el remedio -la inoculación- que la enfermedad?
La
mortalidad ha sido baja en todos los países del mundo pese al dato
que manejan la ONU y la propia OMS de que las muertes por covid-19
sumarían quince millones en los dos primeros años
de la pandemia.
Según el editorial que estamos comentando de nuestro benemérito Periódico
Global, alias El País: A día de hoy ha dejado un balance de 765
millones de contagios notificados —la cifra real nunca se llegará
a saber— y 6,9 millones de muertes oficialmente registradas, aunque
la propia OMS estima que la cifra real supera los 20 millones.
Muy significativo el inciso entre guiones de que la cifra real nunca llegaremos a saberla.
Si hubo un exceso de mortalidad fue de
ancianos, personas con problemas cardiovasculares y respiratorios a
los que se les dejó morir literalmente porque se dijo, falsamente, que no había
tratamiento para sus dolencias hasta que no saliera una vacuna. El inóculo salió deprisa,
corriendo y mal, con carácter experimental y no impedía
contagiarse ni transmitir la enfermedad. Como la gente se
inoculó mayoritariamente y pilló la enfermedad, cuya letalidad era
baja, se difundió la idea de que la sospechosa sustancia protegía
de las formas graves y de la muerte, hasta que se fue viendo que
tampoco eso era verdad, aunque algunas almas cándidas creyeron que gracias al inóculo habían sobrevivido y salvado su vida y se dijeron aliviadas: ¡Menos mal!
A la hora de hacer balance, salta a la
vista que ha sido peor el remedio, insisto, que la enfermedad. Y con el remedio me refiero a la salvífica 'vacuna', auténtica hostia consagrada, y a las medidas que impusieron la mayoría de los
gobiernos, salvo el sueco y pocos más, que no sirvieron para nada bueno, la verdad.
Hoy esa “nueva” enfermedad se llama gripe,
bronquitis, catarro, neumonía, trancazo, y se puede tratar como siempre se han
tratado esas enfermedades, sin recurrir a ningún producto experimental mágico y
maravilloso, que al final ha resultado que no sólo no era eficaz y seguro, como cacareaban al unísono políticos, periodistas orgánicos y personajones de la tele, sino francamente tóxico, lo que
se traduce, ahora sí, en un aumento de la mortalidad por causas
desconocidas que nadie se explica, así como en un incremento de miocarditis, trombosis, accidentes
cerebrovasculares, embolias, cánceres, además del aumento
significativo de la esterilidad que afecta tanto a varones como a
mujeres.
La gran ola de Kanagawa, Hokusai (1831)
No hay que bajar la guardia, señala el benemérito rotativo subvencionado por la Fundación de Bill y Melinda: Que la covid-19 haya dejado de ser una
emergencia sanitaria global no implica que la pandemia haya
terminado. La lección más potente para el futuro está en saber
prever y articular un mecanismo de gobernanza y solidaridad global
que permita dar una respuesta más justa y equitativa ante una
eventual futura amenaza.
Habrá que tener cuidado con la articulación de ese "mecanismo de gobernanza y solidaridad global" que proponen y es como para echarse a temblar ante una eventual amenaza futura mortífera siempre por venir.