Estamos en pleno otoño y pronto llegará el invierno y con él, como todos los años pese al cambio climático y con el cambio de hora, las infecciones mil respiratorias. La campaña de vacunación otoño-invierno 2025-2026 ha empezado ya, y se basa en la propagación del virus del miedo a la infección que provoca tantas muertes y en el fomento del sentimiento de culpa(bilidad) de que debo hacerlo no solo egoístamente por mi propia salud sino, altruistamente, por los demás: mi sacrificio personal en beneficio de los otros (“por los nietos”, “por mis pacientes”, “por mis padres”, “por mis alumnos”, etcétera): por mí y por todos mis compañeros, como decíamos cuando éramos niños, pero aquello era el juego del escondite, y esto de ahora no es precisamente un juego, sino una campaña perfectamente orquestada para lograr la aceptación masiva de unos sueros que son caros -aunque a nosotros nos resulten gratis-, de corta duración porque hay que renovarlos anualmente como la moda de las pasarelas cada temporada, y que no evitan ni el contagio propio ni el ajeno, por lo que resultan, al fin y a la postre, ineficaces para prevenir daños y con efectos adversos a veces más graves que el daño que pretenden combatir.
Cuando la Ministra de Sanidad o los Consejeros respectivos del gremio declaran que la gripe estacional y las infecciones respiratorias colapsan las urgencias están defendiendo los intereses de los laboratorios farmacéuticos, haciendo propaganda de las vacunas. Esparcen tanto miedo las campañas de vacunación a la gripe, al covid, al virus sincitial y demás virus que no es raro que ante el menor y primer síntoma de algo parecido los ciudadanos acudan despavoridos al servicio de urgencias porque les han dicho que pueden haber contraído una enfermedad mortal.
Las vacunas son un gran negocio milmillonario que hace que el sistema sanitario público se ponga a trabajar para los accionistas de las empresas farmacéuticas. Consumen muchos recursos, dinero sobre todo, pero también humanos como el tiempo que dedica el personal sanitario a poner vacunas a trochemoche, porque, dicen, vale más vacunar que curar, cosa que es mentira, lejos de sus ocupaciones habituales, como si estuvieran en una cadena de montaje.
El consentimiento informado de los pacientes se resume en decirles para que acepten y reclamen los pinchazos que las vacunas salvan vidas -cosa que es mentira porque todo lo que nace muere y no hay vida que se salve- y funcionan porque son seguras y eficaces, cosa que tampoco es verdad. Lo hemos oído muchas veces. Y como en este país de María santísima no hay un sistema de compensación por daños de vacunas, que sí hay en muchos otros, si tienes efectos adversos como resultado de ellas, te dicen que ha sido decisión tuya, porque nadie te ha obligado a vacunarte.
Antaño
a las embarazadas, hoy 'personas gestantes', se les desaconsejaba la ingesta de cualquier
fármaco, hasta una simple aspirina, hoy, sin embargo, se les
recomienda la vacunación antigripal y contra el covid 'en beneficio'
propio y del bebé, matándose así, como suele decirse figuradamente, dos pájaros de un tiro. ¿Quiénes
estaban equivocados los expertos de antes o los modernos de ahora?
Hemos visto cómo en Gaza han vacunando a los niños gazatíes contra la poliomielitis (lo que no está mal) pero para, acto seguido, asesinarlos o mutilarlos con los bombardeos del ejército de Israel. Es decir, hay que salvar vidas para que estén sanas a la hora de matarlas.
Ni por mí, ni por ti, ni por los demás. Las vacunas contra la gripe, la enfermedad del virus coronado y el virus sincitial ni impiden el contagio ni impiden contagiar. Entonces, ¿me vacuno contra la gripe? ¿y contra la covid? Cada cual que haga de su capa un sayo, pero yo, desde luego, no voy a vacunarme.
Estas dos vacunas se promocionan como "milagrosas" pues dicen que son capaces de reducir un 50% la mortalidad por todas las causas, incluso cuando no hay epidemia de gripe ni olas de virus coronado, milagrosas de verdad, como el agua de Lourdes, como el bálsamo de Fierabrás. Más información aquí.



