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viernes, 24 de febrero de 2023

El papel de la prensa (1)

    Cuando comenzó la psicosis colectiva de la pandemia, pronto hará tres años de ello si tomamos como punto de referencia la declaración de la OMS del 11 de marzo de 2020 (previamente, el 30 de enero se había ido preparando el terreno al declarar que la epidemia era una “emergencia de salud pública de preocupación internacional”), casi todo el mundo vivía pendiente de la televisión y de interné a través de los ordenadores, móviles y tabletas, y veía con pánico el número creciente de muertos que los medios reportaban a todas horas del día y de la noche, presentándonos los datos y las imágenes fúnebres en cruda bandeja para infundirnos un pánico cerval.


     Ahora, tres años después, sabemos que, como dice la pintada popular sevillana "emosido engañado(s)" convertida en un neón artístico en la feria de Arte Contemporáneo por algún avispado artisto,  esas muertes eran al menos en algunos países las que estadísticamente cabía esperar por esas fechas como consecuencia de la gripe estacional, ni más ni menos, que, como todos los años, colapsaba los servicios de urgencias de los hospitales con pacientes con problemas respiratorios, y que ese año desapareció misteriosamente como por arte de magia. No hubo el exceso de mortalidad que se había pronosticado, pero sí hubo, sin embargo, un exceso de información, una inflación informativa -lo que luego se ha denominado infodemia, una epidemia o mejor pandemia brutal informativa. 
 
Pintada original de una pared sevillana.
 

    Al declararse falsamente una emergencia sanitaria, había que hacer algo a toda costa, a costa de lo que fuera, y fue a costa de la salud física y psíquica de la ciudadanía: en nombre de la Sanidad nos arruinaron la salud. Hubo muchas muertes que podían haberse evitado de no haberse declarado dicha crisis sanitaria que hizo que cundiera el pánico y que se implementaran unos protocolos irracionales que llevaron a encerrar a la gente sana en sus domicilios, algo nunca visto, a imponer el uso de mascarillas que luego se desechan como si fueran basura normal, cuando se supone que estaban atiborradas de virus tóxicos, a guardar una ridícula distancia social que nos aislaba físicamente de los demás, a someterse a una terapia génica experimental llamada torticeramente 'vacuna', y a unos protocolos, por si fuera poco, que en las residencias de ancianos donde se cumplieron a rajatabla se llevaron por delante al otro barrio a muchos abueletes.

    Se sabe que en las residencias de mayores españolas murieron casi 30.000 ancianos durante la primera ola de la pandemia, en la primavera del año 2020, por causa de la pandemia virocoronal, se dijo, pero en verdad porque no fueron derivados a los hospitales donde podían haber sido tratados, y donde, pese a lo que se dijo, había camas libres para ingresarlos. La cifra de fallecidos hubiera sido muchísimo menor de haberlo hecho y de no haber sido abandonados los mayores en los geriátricos sin poder recibir ni siquiera el consuelo de la visita de sus seres queridos y allegados. 

Lo que echan por la tele y las redes
 

    En los geriátricos donde supuestamente entró el coronavirus, los mayores recibieron un trato inhumano no solo por los protocolos, sino también por el miedo infundido, que al final mata tanto o más que el propio virus. 

    Habrá que recordar a este respecto lo que se cuenta que le dijo el Cólera a la Viruela cuando se encontraron un día accidentalmente: Esta le dijo a aquel que lo suponía muy cansado, después de haber matado, según había oído contar, a veinte mil personas en cierto lugar; a lo que respondió el Cólera: 'Yo no maté sino diez mil, la mitad de los que dicen, la otra mitad se murió de miedo', 'Cosa parecida me sucede a mí', respondió la Viruela poniendo el dedo en la llaga de la iatrogenia; 'todos los que matan los médicos y los boticarios me los achacan a mí'.