Mostrando entradas con la etiqueta playa. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta playa. Mostrar todas las entradas

domingo, 25 de julio de 2021

Un paseo por el Sardinero

    Vivo en Santander, la novia del mar, pero prefiero mil veces los días soleados vivir de espaldas al mar, y quedarme leyendo un libro en casa tranquilamente o escuchar música antes que hacer cola para acceder al aforo limitado, restringido y controlado de la playa de El Sardinero, donde al parecer circula un virus de una virulencia letal y muy contagioso, y antes que tostarme la espalda y la barriga, y achicharrarme con las debidas precauciones profilácticas, eso sí, como hace el bañista que se protege del Sol plastificándose.

 Hombre precavido...

    Las autoridades sanitarias higienistas y autoritarias, valga la redundancia, malditas sean, le han puesto puertas al mar, o eso han pretendido convirtiendo la playa de El Sardinero en un recinto. Ya el verano pasado hicieron lo mismo, y yo también quedándome en casa los días de playa. No entiendo cómo hay que hacer cola para entrar a un lugar público al aire libre y abierto a la brisa marina y al agua de la mar salada, de lo más sano y saludable que hay.

    Ayer, que estuvo el día nublado y aun morrinaba, como decimos aquí cuando llovizna ligeramente, fui sin embargo a dar un paseo a la vera del mar, por la arena, dejando que las olas bañaran mis pies descalzos, sin tener que guardar colas para acceder,  sin cadenas que cierran el acceso libre por las escaleras y las rampas, y sin que ningún policía uniformado me dijera amable- o desabridamente, según su estado de ánimo,  por dónde tenía que entrar y por dónde que salir. 

En una playa desconocida...

     No obstante la presencia de un helicóptero a modo de molesto abejorro amenazante revoloteaba ruidoso y vigilaba desde las alturas como si fuera el ojo de Dios la playa a lo largo y a lo ancho. Una ambulancia, además, recorría aullando como si fuera una manada de lobos el paseo marítimo con la sirena a tope y las luces parpadeantes sembrando el pánico... Iba a decir innecesariamente, pero no puedo decirlo; enseguida me doy cuenta de que esa es su función: que cunda el pánico, el miedo a la espada de Damoclés que pende sobre nuestras cabezas es necesario para mantener el terrorismo del Estado progresista. 

    También merodeaba por allí la policía, que desde sus vehículos repetía por megafonía la matraca del consabido mensaje: que se guardase la distancia interpersonal o, en su defecto, se utilizase la mascarilla. También se repetía que si la playa superaba el aforo se procedería inmediatamente al cierre y desalojo de la misma, pese a que había marea baja con una impresionante bajamar y muy poca gente como yo paseando bajo la fina morrina.

 

Cola para entrar en El Sardinero
 

    Cavilaba, imbuido yo en mis pensamientos, sobre el homo sanitarius, no sé cómo se me ocurrió el latinajo, que es el último eslabón de la evolución del chimpancé humano entrado en el siglo XXI de la era cristiana, que aterrorizado por la perspectiva de su mortalidad, se empeña en hacerse y hacernos a los demás la vida imposible so pretexto de salvar vidas con su paradójico modo de actuar, que consiste en dejar de vivir, renunciar a la vida, para alcanzar la salvación, lo que antes se llamaba la vida eterna o inmortalidad, y ahora, simplemente, la salud inalcanzable como la zanahoria que le ponen al burro delante de las orejeras para que arree. El homo sanitarius, como Moisés, no entrará jamás en la Tierra Prometida del Futuro.

    En mis oídos resonaba, bajo la menuda morrina, una tarantela napolitana en tono hipodórico para levantar el ánimo y celebrar el don maravilloso de la música, capaz de resucitar a los muertos vivientes en vida en estos duros tiempos de peste y ensañamiento y en medio de tanta cantilena terrorista, como dice el amigo Eugenio.



jueves, 1 de abril de 2021

Mascarillas playeras

    La distancia interpersonal ya no será determinante para obligar al uso de la mascarilla, como al parecer era hasta ahora y no nos habíamos enterado muy bien... El Boletín Oracular del Estado (BOE) promulga una ley que obliga a llevar el tapabocas en cualquier espacio público, sin importar la distancia a la que uno se encuentre de sus congéneres.

    Hasta ahora, en la vía pública o en los espacios al aire libre era obligatorio el uso de mascarilla si no se podía mantener una distancia mínima de un metro y medio con el resto de la humanidad, según la norma estatal, aunque las comunidades autónomas, más papistas que el papa, es decir que papá Estado, habían establecido exigencias más duras con sus propias excepciones que confirmaban la regla y que chocaban con la legalidad vigente de ámbito estatal. 

 

      El Ejecutivo ha hecho los deberes y se ha puesto al día, actualizando su página güeb para incluir que el cubrebocas* es obligatorio “siempre”. Y eso quiere decir que también en la playa, ahora que llega el buen tiempo. Y esto significa que también en las playas nudistas donde se permite a los naturistas tomar el sol in puris naturalibus, pero con la mascarilla puesta en su sitio... Se convierte así esta prenda en un complemento playero imprescindible junto con el traje de baño, las chanclas, las gafas de sol, la sombrilla... y los arenales de las playas, por su parte, se convierten en quirófanos y clínicas donde cada toalla es una cama de hospital de campaña atiborradas de enfermos imaginarios con máscaras quirúrgicas, gracias al Estado Terapéutico que vela por nuestra óptima salud.


    No dice nada el BOE sobre el baño. Se admite como exención de la mascarilla la práctica del deporte individual, pero bañarse en la playa sorteando las olas y sumergiendo de vez en cuando la cabeza en el agua no es practicar la natación, que es un deporte olímpico, por lo que el baño de olas, como se decía antaño, no nos eximiría de llevar el embozo. Pero aquí empiezan los problemas: si uno decide pegarse un chapuzón con la mascarilla obligatoria puesta, es muy probable que esta dificulte su respiración, y si se empeña en meter la cabeza debajo del agua pueda provocar su propia asfixia. Claro que si uno se ahoga con el barbijo no habrá contagiado afortunadamente a nadie, gracias a lo que se habrá logrado lo que se pretendía con esta medida profiláctica, que era que descienda la tasa de contagios. 

    Si uno no se ahoga bañándose con el bozal reglamentario, es probable que este se deteriore y pierda su funcionalidad y se venga abajo por su propio peso, desprotegiéndonos a nosotros y a los demás, lo que acrecentará sin duda la incidencia de los contagios estivales. Uno se arriesga así, además, a que algún agente de policía que patrulle por allí para vigilar el cumplimiento de la legalidad vigente le proponga amablemente para una sanción... 



NOTA BENE.- La docta Academia de la lengua aclara que "los términos tapaboca(s) y cubreboca(s), referidos a la mascarilla sanitaria, son igualmente válidos y se documentan en el español americano, con diversa preferencia según las áreas". Cubreboca(s) me parece a mí más políticamente correcto porque insiste en la cobertura protectora que supuestamente ofrece la prenda, mientras que tapaboca(s), más realista, aporta a la idea de "cubrir" la de cerrar lo que está descubierto o abierto. Además, la propia Academia recoge la locución verbal, de uso coloquial, "tapar la boca a alguien" y la define como "cohecharlo con dinero u otra cosa para que calle", y también "citarle un hecho o darle una razón tan concluyente que no tenga qué responder".