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sábado, 16 de julio de 2022

Flipante

 

En la playa con 37 grados bajo el ardor de justicia canicular de don Lorenzo, tomando el sol en traje de baño y con mascarilla quirúrgica en los morros. 

Uno no sabe si echarse a reír o a llorar desconsolado. Al final del verano el tomador de baños de sol, como se decía antaño, tendrá un bronceado cuasiperfecto si no fuera por las marcas blancas del bañador y del tapabocas. 

¿Cómo sobrevivir a la falsa pandemia de un virus mundial letal?

Hablando de mascarillas. ¿Es posible hacerse no ya una limpieza de boca en la clínica dental sino una simple revisión bucal sin quitarse el bozal? Según la Ley, no: Hay que llevar mascarilla en los centros, servicios y establecimientos sanitarios. En este apartado están incluidos los hospitales, centros de salud, farmacias, consultas médicas, centros de diálisis, diagnóstico, obstetricia, ginecología, banco de semen, ópticas o farmacias, clínicas  dentales y un largo etcétera.

  No digamos ya si alguien estuviera en cueros en una playa nudista con el barbijo, cosa que también se ha visto que de todo hay en la viña del Señor, aunque no se haya fotografiado, porque en las playas naturalistas están prohibidas las cámaras de los mirones. 

Que la mascarilla, hablando en serio, es ineficaz e incluso nefasta, es algo que salta a la vista, dado que su uso generalizado no ha permitido controlar los víruses, que entran y salen por sus diminutos poros, que para ellos son gigantescos, a su antojo, por lo que no ha tenido ningún efecto positivo a la hora de evitar la propagación del virus coronado, y sí a la hora de aumentar, por el contrario, los problemas psicológicos y las patologías respiratorias. Pero además de saltar a la vista, como siente cualquiera, lo corroboran decenas de estudios y artículos científicos.

Se me objetará que no todos ellos tendrán la misma validez, por supuesto, que los habrá buenos y menos buenos. Claro. Y se me objetará que también hay muchísimos más estudios, sufragados por la industria farmacéutica y de fabricación de mascarillas made in China que avalan lo contrario, aunque, por supuesto, no todos ellos tendrán tampoco la misma calidad. 


 Como demostró John P. A. Ioannidis en un estudio publicado en 2005 que hizo historia, como suele decirse, quince años antes de la falsa pandemia, la mayoría de los resultados de los estudios científicos de investigación publicados en las revistas especializadas son fraudulentos, subvencionados como están por las industrias correspondientes.

Dos ejemplos clásicos: el tabaco y la leche maternizada. En los años sesenta se publicaron numerosos estudios sobre las bondades del tabaco, hasta el punto de que la mayoría de los médicos eran adictos a la nicotina, y se aconsejaba fumar hasta a las embarazadas... Nestlé, por su parte, pagó muchos estudios sobre las bondades de la leche en polvo maternizada en el sentido de que liberaba a las mujeres de la obligación de la lactancia, permitía a los varones lactar a los infantes, y poseía numerosas virtudes... ocultando la buena ciencia de que la leche materna trasmite al infante la inmunidad.