La
escuela nos ha inculcado, como quien no quiere la cosa y como la vieja zorra embustera de la fábula, un currículo
oculto. ¿Qué es el currículo oculto?
Es un concepto pedagógico de enorme interés, aunque parezca
mentira. Consiste en imbuirnos subliminalmente unos contenidos que no
figuran en los programas oficiales y
que no se reconocen como tales, por ejemplo, la uniformidad, la
competitividad deportiva fruto de la examinación y la constante
evaluación, la aceptación acrítica
de la sumisión, la justificación sagrada de la autoridad como jerarquía y
de la
moral, es decir, de la norma, basadas no ya en la gracia de Dios sino
en la gracia democrática, diríamos, del pueblo, que jamás se
cuestiona, y sobre todo el sometimiento a los horarios y calendarios
impuestos, así como a la segmentación del ocio (no en
vano a los recreos los han llamado con ridículo eufemismo ”segmentos de ocio”)
y el trabajo, lo que supone el fomento del aburrimiento consustancial a
toda institución educativa que se precie tanto pública como privada.
Donde
más se nota la existencia
de un currículo oculto es en la obligación y el control más o
menos escrupuloso de la asistencia de los alumnos a clase por parte
de los llamados centros educativos -ya no centros de enseñanza, como
aquellos antiguos Institutos Nacionales de Enseñanza Media (INEM), sino
de Educación Secundaria (IES) como los llaman ahora-, que los
escolarizan manu militari hasta la edad
obligatoria de los dieciséis años a la fuerza. Ya se habla incluso de
ampliar la escolarización tanto por abajo desde los cero años en las
guarderías hasta la mayoría de edad a los dieciocho. De hecho cuando
oímos una expresión como "edad escolar" no nos extraña, nos parece lo
más normal del mundo que haya una edad de la vida humana, la infancia y
la adolescencia, asociadas al aprendizaje y a la escuela, la edad de
estar recluidos obligatoriamente en un centro escolar. Olvidamos lo que
significaba la scholé griega: libertad, vida no sujeta al trabajo, juego, lo mismo que su calco semántico latino ludus: ocio.
Da igual el programa, da igual lo que se enseñe o no se enseñe, ya sabemos que no se aprende nada. Si la escuela ha reducido el analfabetismo, por ejemplo, ha sido a costa de ahogar el gusto y el interés por la lectura al hacer de lo que constituía un placer voluntario una obligación. Es curioso cómo la institución compagina o sustituye los exámenes tradicionales por la tarea o el deber -los famosos deberes contra los que se revuelven algunos padres- de leer un libro y "hacer un trabajo" sobre él.
Da igual el programa, da igual lo que se enseñe o no se enseñe, ya sabemos que no se aprende nada. Si la escuela ha reducido el analfabetismo, por ejemplo, ha sido a costa de ahogar el gusto y el interés por la lectura al hacer de lo que constituía un placer voluntario una obligación. Es curioso cómo la institución compagina o sustituye los exámenes tradicionales por la tarea o el deber -los famosos deberes contra los que se revuelven algunos padres- de leer un libro y "hacer un trabajo" sobre él.
Lo importante de los centros educativos es que los niños estén allí acuartelados a tiempo parcial y subordinados a un horario y a un calendario escolares impuestos desde arriba por el ministerio correspondiente del gobierno, es decir, dependiendo del reloj y el almanaque con sus días rojos y negros que les mandan y sus período lectivos y vacacionales. Algunos centros educativos no difieren mucho de los presidios, con puertas cerradas, rejas, muros y celosías, y con profesores que cubren muchas veces su horario lectivo con las llamadas "guardias de recreo o de patio", para vigilar como si fueran gendarmes o guardias de la porra que los pequeños no se escapen del recinto escolar o no se peguen entre ellos e inflijan malos tratos.
Y es que la vieja zorra embustera que es hoy la escuela democrática no
pretende inculcar solamente unos valores confesables y
constitucionales incluidos en las programaciones de las llamadas
asignaturas de antaño o
materias curriculares y unidades didácticas de ahora con sus ejes
transversales y demás mandangas y monsergas de competencias incompetentes -¡qué fárrago terminológico, que palabrería especializada en no decir nada!-, sino también,
y sobre todo, otros menos respetables y más crípticos, que no críticos,
subyacentes en todo caso a la
propia institución, pero que son los que verdaderamente interesan: eso
es el currículo oculto, nuestro curriculum uitae.
Algo
parecido ha sucedido con las llamadas actividades extraescolares -una vez acabado el paréntesis que ha durado dos años de la pandemia-, cada
vez más prolíficas al haber aumentado los años de escolarización
entendida como reclusión obligatoria. Es necesario que los colegios que
se precian organicen a porfía, al modo de las agencias de viajes,
actividades que se desarrollen fuera del encierro de las aulas, de
manera que las actividades escolares o académicas propiamente dichas
vengan a ser sólo un pretexto, es decir un texto que se antepone o pone
por delante, para las otras, que son las que realmente interesan, porque
suponen una "salida" de la rutina escolar, un simulacro de liberación
que, como el fin de semana o las vacaciones, pueda hacer más tolerable
la vuelta a la normalidad, la semana laboral/escolar, y la clausura de
las clases, de modo que los alumnos y las alumnas, como dicen ahora para
visiblizar el sexo femenino, como si no estuviera incluido en el
genérico o no marcado que es el masculino, puedan cantar en los
autobuses la cantilena aquella de "Qué buenos son, qué buenos son los
padres escolapios (o salesianos, o qué buenas son, para el caso, las
madres teresianas, o los profes y las profas del colegio, si de la
enseñanza privada-concertada pasamos a la pública), qué buenos y buenas
son, que, acabada por ahora la pandemia, nos llevan de excursión".
El sistema tampoco quiere ya
viejos profesores casposos que den lecciones magistrales ex
cathedra, abusando de un verbalismo hoy en día tan denostado por
las nuevas tecnologías y métodos de exposición audiovisuales e
informáticos, sino vídeos y powerpoints. Por eso las autoridades gubernativas han venido
optando por prejubilarlos. El sistema prefiere modernos showmen, pedagogos lúdicos y alternativos y progresistas; jóvenes
psicólogos que entiendan al niño -y a la niña- y se pongan en su lugar y que, en
el colmo de los colmos, se sientan responsables del fracaso escolar de sus alumnos -y alumnas- y entonen el mea culpa, mea maxima culpa, y eduquen a sus padres, si hace falta, para lo
que crean, oh aberración pedagógica, las “escuelas de padres o de adultos”.
La
escuela democrática de hoy
pretende convertir al ciudadano en un policía de sí mismo, y es que
la represión en la era democrática que vivimos, la buena represión,
digamos, es, como la buena educación de antaño, la que no se ve, la
que no se nota, la que casi pasa inadvertida, la auto-represión y el
auto-control, lo que no quiere decir obviamente que no exista la
represión, sino todo lo contrario: existe y muy mucho, mucho más que
antes, más interiorizada que nunca, por eso no se nota, porque para
eso existe, para que no se note. Su eficacia radica en su
invisibilidad y en que no procede de fuera, sino de dentro de nosotros
mismos: se trata de una autoexigencia y autoimposición que nos lleva por
el camino de la depresión y la amargura. Por eso hay que denunciar el
currículo oculto. Para
que se vea.
Que bien traída la función 'educativa' en esta sociedad de la visibilidad y proyección de cien imágenes por segundo para ocultar la agitada e interactiva mansedumbre.
ResponderEliminarQuién necesita enseñanzas pudiendo aprender a prenderse de dispositivos y aplicaciones que evitan el complicado sentido del lenguaje y el razonamiento (emocionarse sale más barato que pensar) porque son totalmente prescindibles para estar a la última y conectarse a lo que está mandado en el momento.
Nota sobre los tres mantras pedagógicos al uso: aprender a aprender, educación en valores, y educación en competencias. Lo de "aprender a aprender" -enseñarse no se enseña nada- puede muy bien resumirse, como muy bien dices, en "aprender a prenderse" de los cachorros y cachivaches tecnológicos de los que nunca ya podrán desprenderse. El otro mantra de "educación en valores" oculta el adjetivo calificativo y definidor: "bursátiles". ¿Qué vamos a decir de la educación incompetente y competitiva por "competencias" con la que se les hace la boca agua y se ahogan?
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