El Ministerio de Sanidad de la Gobernación de las Españas nos larga ahora una campaña, cofinanciada por los fondos REACT EU next generation de la Unión Europea, bajo el lema de «Necesitamos dosis de recuerdos para olvidarnos de la Covid». La campaña se lanza con abrumadora presencia en televisión, radio, exteriores, internet e inevitables redes sociales, compuesta por una cuña radiofónica, gráficas y una pieza audiovisual pensada para hacer recordar a los espectadores lo pasado, agradecerles los esfuerzos realizados y animales a seguir tomando las medidas necesarias para estar protegidos, es decir los refuerzos vacunales.
Analicemos esta sugerente fórmula breve y original utilizada como lema. Emplea por un lado una palabra culta como es «dosis», un helenismo relacionado con la medicina y con la drogadicción que significa 'entrega', 'acción de dar', y por otro lado una palabra patrimonial, popular como «recuerdos», que nos trae a la memoria, literalmente, al corazón (cor cordis, en latín), vivencias pasadas. Malamente se avienen estos dos términos, uno cultísimo y otro popular, pero ahí quizá radica el éxito del eslogan propagandístico de la campaña: Hay que ponerse una dosis -un pinchazo más- de recuerdo, cuando lo que se quiere decir es "refuerzo", es decir fortalecimiento de algo que se ha debilitado. Pero la contradicción sublime es que hay que ponerse una dosis de recuerdo... para olvidar. Este es el auténtico logro publicitario: el ridículo oximoro de recordar para olvidarse de lo que la OMS ha denomiando la 'fatiga pandémica' que hace que la gente se desmotive ante las consignas sanitarias que hay que seguir paradójicamente si se quiere olvidar uno del asunto: "completa tu vacunación, ponte dosis de recuerdo". Hay que completar la vacunación porque está incompleta por definición y lo estará siempre porque nunca hallará su completitud, dada su rápida y evanescente obsolescencia.
Pongámonos una dosis, sí, de recuerdos, hagamos caso al Ministerio por una vez, y no olvidemos lo que hemos vivido, es decir, lo que hemos sufrido bajo este régimen sanitario terrorista del que por más que queramos librarnos no hemos salido todavía. Recordemos las calles vacías, los niños encerrados en sus casas y los perros paseando con sus dueños, las mascarillas obligatorias en interiores y exteriores, el ejército en las calles y en las ruedas de prensa del gobierno, la policía de los balcones, la televisión y la radio y los periódicos con la matraca constante de contagiados y muertos, las consignas lanzadas desde el Gobierno, las restricciones de los movimientos, la prohibición de reuniones... No olvidemos nada de eso, aunque precisamente queramos borrarlo de nuestra memoria histórica y hacer cuenta nueva como si no hubiera pasado nunca, como si hubiera sido una mala pesadilla.
Esta campaña embustera como ella sola alardea de que «hemos salvado muchas vidas», como afirma orgullosa en primer lugar, aunque, acto seguido, nos recuerde a los que «desgraciadamente ya no están con nosotros» y que han muerto sin poderse despedir de los vivos en las residencias geriátricas confinadas. Justamente el recuerdo de los que se ha llevado la Parca en la barca de Caronte al otro barrio sirve para corroborar que nosotros estamos vivos y que, por lo tanto, nuestras vidas se han salvado gracias a las medidas adoptadas por el Estado bienhechor del bienestar que es lo mismo, huelga decirlo, que por el bienestar del Estado malhechor.
A continuación se describe la medida estrella: la hostia consagrada de la vacuna salvífica. Si la Iglesia católica nos prometía la salvación del alma y el logro de la vida eterna, la Ciencia, que es la nueva iglesia que enarbolan los gobiernos, nos ha salvado la vida: «Somos uno de los países con más vacunados: el 93% de la población mayor de 12 años se ha administrado la pauta completa de primovacunación». (Se la ha administrado ella sola, voluntariamente, nótese la expresión, no se le ha administrado). Curioso el terminacho este de «primovacunación» que parece que se contradice con la «pauta completa» que se ha citado antes, dado que esa inoculación inicial no sirve para considerar al sujeto de ella inmunizado de por vida, sino sólo en un momento determinado, quizá no más allá de sies meses, dado que al cabo de este tiempo probablemente necesitará «dosis de refuerzo» para mantener el nivel de inmunidad necesario que lo proteja frente a la enfermedad y sus múltiples transformismos, máxime si su sistema inmunitario se ha visto debilitado.
Vuelve la propaganda oficial a repetir una de las consignas más repetidas y coreadas, habida cuenta de su éxito propagandístico confundiendo el egoísmo más recalcitrante delq ue quiere salvar su propia vida con el altruismo del que quiere salvar la vida de los demás, sobre todo de los más vulnerables, nuestros venerables ancianos: «Vacunarse es un acto de solidaridad con el que proteges a los más vulnerables». En el caso de la enfermedad que nos ocupa, la COVID-19, se ha visto que esto no era así, que es falso, sin embargo se sigue diciendo a fin de que repitiéndolo una y otra vez parezca hacerse verdadero.
Se vuelve a repetir el mantra principal que se ha demostrado completamente falaz en el caso que nos ocupa: «Las vacuans son seguras y eficaces».
Y finalmente se nos invita a los españolitos y españolitas a seguir actuando contra la pandemia y a recordar -con la connotación de reforzar- que no podemos darla por concluida.
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