Mostrando entradas con la etiqueta vuelta al cole. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta vuelta al cole. Mostrar todas las entradas

lunes, 11 de septiembre de 2023

¡Mamá, no quiero volver al cole!

    Ahora que comienza el curso escolar con la operación de "vuelta al cole" conviene releer a Giovanni Papini (1881-1956), que se adelantó en su libro ¡Cerremos las escuelas! (1914), a los teóricos de la antipedagogía como Ivan Illich y su La sociedad desescolarizada (1970), y a darle la razón a ese niño que todos llevamos dentro y que llora porque no quiere volver al cole.

    Un Giovanni Papini, especialmente cáustico y provocador, escribe un texto que cien años después resulta de plena vigencia y expresa un malestar hoy en aumento, cuando la enseñanza, reconvertida en educación, como se denomina al adoctrinamiento más pernicioso que se camufla de liberación, se ha vuelto obligatoria desde los seis hasta los dieciséis años, y se considera un logro social irrenunciable, hablándose incluso de alargar la obligatoriedad hasta los dieciocho años, que es la mayoría de edad, y de hacer obligatoria la enseñanza preescolar de 0 a 6 años, sin que pocas voces tengan el coraje de poner en cuestión y expresar su disconformidad.

 
    La escuela enseña muchas cosas inútiles, que luego hay que desaprender para aprender muchas otras cosas uno mismo. Enseña muchísimas cosas falsas o cuestionables y cuesta mucho esfuerzo luego librarse de ellas, y no todo el mundo lo consigue. 
 
 
    (...) Casi nunca enseña lo que un hombre tendrá que hacer realmente en la vida, para lo cual se requiere entonces un largo y arduo noviciado autodidacta. Enseña (pretende enseñar) lo que nadie puede enseñar nunca: pintura en las academias; gusto en las escuelas de letras; pensamiento en las facultades de filosofía; pedagogía en los cursos normales; música en los conservatorios. Enseña mal porque enseña las mismas cosas a todos de la misma manera y en la misma cantidad sin tener en cuenta la infinita diversidad de ingenio, raza, extracción social, edad, necesidades, etc. 
 
    No se puede enseñar a más de uno. No se aprende nada de los demás salvo en conversaciones entre dos, donde el que enseña se adapta a la naturaleza del otro, explica, ejemplifica, cuestiona, discute y no dicta desde arriba. 
 
    Casi todos los hombres que han hecho algo nuevo en el mundo o no fueron nunca a la escuela o huyeron pronto de ella o fueron "malos" estudiantes. (Los mediocres que consiguen en la vida una carrera honorable y regular y tal vez alcanzan cierta fama han sido a menudo los 'primeros' de la clase). 

 
    La escuela no enseña precisamente lo que más se necesita: en cuanto uno ha aprobado sus exámenes y obtenido sus diplomas, tiene que vomitar todo aquello de lo que se ha atiborrado en esos banquetes forzados y empezar de nuevo. Si queda algo de inteligencia en el mundo, hay que buscarla entre los autodidactas o los analfabetos. 
 
    Hay que cerrar todas las escuelas. De la primera a la última. Jardines de infancia y guarderías; colegios e internados; escuelas primarias y secundarias; gimnasios y liceos; escuelas técnicas e institutos técnicos superiores; universidades y academias; escuelas de oficios; escuelas superiores, facultades y universidades de ciencias aplicadas; escuelas politécnicas y escuelas normales. (...)
 

    Todo se asentará y calmará con el tiempo. La gente encontrará formas de saber (y de saber mejor y en menos tiempo) sin tener que sacrificar los mejores años de su vida en los bancos de las cuasiprisiones gubernamentales. Habrá más hombres inteligentes y más hombres de genio; la vida y la ciencia progresarán aún mejor; cada uno se las arreglará por su cuenta y la civilización no se ralentizará ni un segundo. 
 
    Habrá más libertad, más salud y más alegría. El alma humana por encima de todo. Es lo más precioso que cada uno de nosotros posee. Queremos salvarla al menos cuando está desplegando sus alas.
     Extraído de ¡Cerremos las escuelas!, Giovanni Papini.

jueves, 9 de septiembre de 2021

La vuelta al cole de la niña adoctrinada

        A la pregunta de qué opinaba de tener que volver al cole con la mascarilla puesta, la niña de la foto declaraba hace un año por estas mismas fechas (pero sus palabras siguen estando de rabiosa actualidad) : Es un poquito peor porque no puedes respirar del todo, pero no pasa nada, es mejor eso que morirte. El brazo de un adulto, quizá de su padre, apoyado en su hombro, parece darle cuerda a la niña adoctrinada por todos los medios para que recite como un papagayo la lección bien aprendida y salga por la tele y por las redes sociales, y sea protagonista por un día del evento de la vuelta al cole. Hay, evidentemente, detrás de esas declaraciones una enorme tarea pedagógica del Ministerio de Sanidad. 


             Es mejor “eso” que morirte, dice la niña. ¿Quién le ha dicho a esta niña que “eso” (respirar un poquito peor, con el encantador diminutivo infantil 'poquito' que minimiza la cosa y le quita hierro al asunto) es mejor que morirse? ¿Quién le ha dicho a esta niña que va a morirse, haciéndola entrar de ese modo de una forma brutal en la sociedad adulta? ¿Iba acaso a morirse ella por no llevar un ridículo pañal en los morros con el que se respira, como ella misma reconoce, un poquito peor? ¿Acaso se respira mejor cuando uno está muerto? El adoctrinamiento educativo que ha padecido esta niña (y toda la sociedad española) por todos los medios es brutal.

            Padres y maestros pueden sentirse orgullosos de haber logrado que sus vástagos sean más responsables que muchos adultos, como revela esta niña adoctrinada, que para muchos es la expresión lúcida del sentido común. Pero nada más lejos de la razón que un sentido que se pretende común a fuerza de inculcárselo desde arriba a las masas de individuos, porque lo que expresa la encantadora niña por su boquita amordazada es una opinión personal que sólo conecta bien con las inquietudes de alguien previamente anestesiado, hipnotizado e idiotizado, como la  mayoría democrática del país, con la creencia de que si contrae el virus va a morirse ipsofacto. Quizá los padres de esta niña tengan miedo de que pueda pasarle algo, como suele decirse, pero no deberían en todo caso habérselo trasmitido a esta tierna criaturita.


           Que morirse, además, es lo peor que puede pasarle a uno es, en efecto, otra creencia muy extendida pese a que quienes lo afirman no tienen ninguna experiencia previa de su propia muerte para corroborarlo. Mucha gente se pregunta a veces: ¿Puede haber algo peor que la muerte? Y se responde: Seguramente que no. Pero hay algo peor que la muerte, que no sabemos lo que es, señores míos: una vida mala, una mala vida como esta que nos hacen llevar a cuestas, que eso sí que lo sabemos.

        Que veamos en declaraciones como la de esta niña adoctrinada un modelo de ciudadanía responsable dice mucho del grado de infantilización que hemos alcanzado, carentes de sentido crítico, dispuestos a acatar cualquier medida restrictiva y a comulgar con cualquier piedra de molino que se nos ofrezca como si fuera una salvífica hostia consagrada.