Ahora que se acaba el curso académico con la llegada de las oleadas de calor extremo, o sea, el verano al hemisferio norte -aestate pueri si ualent satis discunt 'en verano los niños estando bien bastante aprenden'-, que escribió nuestro Marcial-, saco a relucir un viejo editorial de El Periódico Global, alias El País, que conservo del sábado 14 de septiembre de 2019 y que no tiene
desperdicio pedodemagógicamente hablando por su tremenda actualidad pese a lo llovido desde entonces. Llevaba por título “calidad
docente”, y como subtítulo “Más tiempo en el aula no es garantía de
mejor educación”, a lo que se añadía más adelante la coletilla
especificativa “ni en el caso de los profesores ni en el de los
alumnos”.
El editorial mencionaba el siguiente dato: Los escolares españoles de secundaria (…) tienen 1.054 horas lectivas al año, 246 más que los finlandeses y, en cambio, estos figuran desde hace años en los primeros puestos en los resultados de las pruebas de PISA, mientras que los españoles, pese a las mejoras de los últimos años, siguen en los puestos medios de la tabla. El hecho, sin entrar a juzgar la idoneidad de dichas pruebas, es incontrovertible: los escolares españoles tienen 246 horas lectivas al año más que los finlandeses, lo que a razón de 30 horas semanales supone ocho semanas y media o, lo que viene a ser lo mismo, dos meses al año más de clase, y no por ello obtienen mejores resultados que los nórdicos, sino, diría yo, peores precisamente por lo mismo.
El editorial mencionaba el siguiente dato: Los escolares españoles de secundaria (…) tienen 1.054 horas lectivas al año, 246 más que los finlandeses y, en cambio, estos figuran desde hace años en los primeros puestos en los resultados de las pruebas de PISA, mientras que los españoles, pese a las mejoras de los últimos años, siguen en los puestos medios de la tabla. El hecho, sin entrar a juzgar la idoneidad de dichas pruebas, es incontrovertible: los escolares españoles tienen 246 horas lectivas al año más que los finlandeses, lo que a razón de 30 horas semanales supone ocho semanas y media o, lo que viene a ser lo mismo, dos meses al año más de clase, y no por ello obtienen mejores resultados que los nórdicos, sino, diría yo, peores precisamente por lo mismo.
En
el citado párrafo hay un mensaje subliminal capcioso muy importante que
no quiero que pase desapercibido. Se dice que los finlandeses figuran
en los primeros puestos mientras que los españoles siguen en los puestos medios, pese a las mejoras de los últimos años.
¿A qué mejoras se refiere el periódico si los resultados siguen igual?
¿Qué mejoras son esas que no se ven por ninguna parte no sólo a juzgar
por los rendimientos sino porque ni siquiera se mencionan para que
podamos conocerlas? Se
supone que los resultados de los españoles eran peores años atrás, pero
se afirma que "siguen en los puestos medios", es decir, siguen siendo
mediocres, pero se oculta que ni siquiera
eran ni son los mismos ni muy parecidos en unas comunidades autónomas
que en
otras, observándose grandes diferencias y desigualdades entre ellas, como sigue habiendo todavía.
El editorialista se ha sacado de la chistera, como vulgar taumaturgo ilusionista, el conejo inexistente de
“las mejoras de los últimos años” para consuelo de los malos resultados.
Si
es verdad que “más tiempo en el aula no es garantía de mejor
educación”, como parece, quizá deberíamos cortar por lo sano y decir sin
más: el tiempo de reclusión en las aulas o barracones no supone ninguna
calidad docente per se, sino sólo más cantidad de tiempo invertido en el encierro forzoso -no se olvide la O de obligatorio,
en el acrónimo de la ESO española-. Y deberíamos concluir: la educación
no se imparte en las aulas o barracones, sino en casa, en la calle y en
cualesquiera otros espacios ajenos a la enseñanza reglada.
Lo
que sucede es que las aulas, que no dejan de ser jaulas -sólo hace
falta ver los modernos recintos de los centros educativos españoles de
primaria y secundaria, vallados como campos de concentración, conventos o
cuarteles y vigilados por maestros y profesores que montan guardia de
patios de recreo, y es que, como en la vieja mili española, los
profesores y maestros hacen guardias, para quien no lo sepa- sirven para
que los niños no estén tanto en casa y en la calle, sino para que pasen
más tiempo entretenidos y aburridos en las jaulas y aprendan en
consecuencia menos, cosa que no se debe, como insinúa el mentado
editorial, al “envejecimiento acelerado” de la plantilla de docentes del
sistema educativo español “que hace que en estos momentos dos de cada
tres profesores tengan más de 40 años”, ya que, como se afirma más
adelante, “la edad no es ningún impedimento para una excelente labor
docente”, sino en muchos casos, digo yo, todo lo contrario, ya que, como
dice el refrán popular, “más sabe el diablo por viejo que por diablo”.
Y
si bien es verdad que “la entrada de profesores jóvenes bien preparados
es un elemento especialmente importante” para conectar mejor e
interactuar con las nuevas generaciones, como dice el editorial, es
bastante discutible que los profesores españoles menores de 30 años,
víctimas todos ellos a su pesar de la LOGSE y sucesivas actualizaciones y apepés prácticas como la LOCE, LOE, LOMCE, y LOMLOE estén en su mayoría y salvo honrosísimas y muy contadas excepciones bien preparados.
La LOGSE, en efecto, estableció la escolaridad obligatoria hasta los 16 años, reduciendo el bachillerato de cuatro a dos años y permitiendo constitucionalmente a los reinos de democráticas taifas que eran las diversas comunidades autónomas construir sus propios currículos educativos, algunos en su lengua vernácula, lo que genera grandes y graves desigualdades, hasta el punto no ya de que no tengan el mismo nivel dentro de una misma asignatura unas y otras comunidades, sino de que ni siquiera se impartan las mismas materias.
La LOGSE, en efecto, estableció la escolaridad obligatoria hasta los 16 años, reduciendo el bachillerato de cuatro a dos años y permitiendo constitucionalmente a los reinos de democráticas taifas que eran las diversas comunidades autónomas construir sus propios currículos educativos, algunos en su lengua vernácula, lo que genera grandes y graves desigualdades, hasta el punto no ya de que no tengan el mismo nivel dentro de una misma asignatura unas y otras comunidades, sino de que ni siquiera se impartan las mismas materias.
Por poner un solo ejemplo que me resulta conocido de lo que estoy diciendo, en Castilla-León todos los alumnos (y alumnas, como añadiría innecesariamente por postureo feminista políticamente correcto la responsable de igualdad del centro, innecesariamente, digo, porque el género masculino, gramaticalmente hablando, es el no marcado, general o genérico de la oposición binaria) de 2º de Educación Secundaria Obligatoria cursan tres horas semanales de Cultura Clásica, que allí es una materia troncal, mientras que en Cantabria, y en el instituto donde yo trabajaba, sin ir más lejos, no la cursa a lo largo de toda la ESO nadie, y no estoy hablando de un centro pequeño. ¿Por qué? Porque aquí es una materia de las que llaman optativas de oferta obligatoria, sí, pero que nadie elige, porque prefieren otras de nombres y contenidos más atractivos, o que eligen muy pocos, como una alumna de Bachillerato de Humanidades que me contó, contrariada, que le dijeron que como sólo la había elegido ella en 3º de ESO, no podía cursarla dado que con un alumno no se formaba grupo: un grano no hace granero.
We dont need no education, Gerald Scarfe
El caso es que aquella alumna llegó al Bachillerato de Letras (o de Humanidades, como se llama ahora) sin haber cursado una materia fundamental para su formación cultural y para esos estudios como Cultura Clásica, cosa que no les importaba mucho a nuestros gestores, es más, que no les importaba en absoluto lo más mínimo, porque lo que pretendía el Ministerio de Educación y Formación Profesional y Deportes, como se llama ahora, según declaró la ministra que entonces lo regentaba, ignoro si sigue siendo la misma, es fomentar la efepé y, como decíamos el otro día, la educación física, para que nuestros futuros currantes estén sanos y saludables a fin de poder votar las veces que haga falta hasta que se les ocurra formar gobierno, y contribuir religiosamente al fisco con el diezmo de lo poco que ganen en el mercado de trabajo.