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jueves, 6 de febrero de 2025

Corrección política universitaria española

    Cincuenta y cinco universidades españolas tanto públicas como privadas firman un documento que llama a cambiar la gramática de la lengua española contra el "sexismo lingüístico", instando entre otras cosas a sustituir el término genérico "hombre" por "ser humano" o “humanidad” para no incurrir en el pecado gramatical de excluir al sexo femenino, que se vería ninguneado o invisibilizado en el primer caso. Recomiendan al alumnado (que no a los alumnos) y al profesorado (que no a los profesores) hacer un uso adecuado políticamente correcto o cortés, como diría Gracián, del lenguaje para “alcanzar una igualdad efectiva entre hombres y mujeres”. 
 
    El documento ha surgido del Grupo de Trabajo de Políticas de Igualdad de Género de la Conferencia de Rectores y Rectoras de Universidades Españolas (CRUE, aunque quizá deberíamos escribir CRRUE por lo de Rectores y Rectoras). El texto persigue combatir el «modelo androcéntrico», que «considera al hombre como medida de todas las cosas y refleja, transmite y refuerza un modelo no igualitario». Algunas de sus perlas políticamente correctas: «El respeto a las otras personas a través del lenguaje contribuye a la sostenibilidad del planeta». Según ellos el planeta se vendría abajo porque no se sostendría en el caso de seguir hablando en román paladino cual fabla el pueblo a su vecino. 
 
    De esta censura políticamente correcta no se salva el artículo plural masculino “los". Se aconseja prescindir de él para no incurrir en redundancia que nos obligaría a repeticiones innecesarias como en la expresión: la opinión de los profesionales y las profesionales, por lo que aconsejarían: "la opinión de profesionales"). Llegan a plantear «cambiar la redacción» y en lugar de decir cosas como "todos suspendieron" -que para no ser políticamente incorrecto nos obligaría a redundar "todos y todas suspendieron" alargando innecesariamente el mensaje- podríamos decir "nadie aprobó" (o se me ocurre a mí, como se dice a veces, "no aprobó ni Dios". 
 
 
    Para referirse a las personas no binarias y no ofenderlas, proponen «evitar las palabras que evidencien el género masculino o femenino y, en su lugar, modificar la frase de manera que se utilicen palabras neutras o cambios gramaticales». Otra opción es «utilizar el femenino anteponiendo la palabra persona o preguntar directamente con qué pronombres se identifica». 
 
    Algunas propuestas caen en la más pura y descarnada abstracción que roza el ridículo. No es lo mismo, como proponen, sustituir "los niños" como genérico que incluye a niños y niñas de carne y hueso por "la niñez", una idea abstracta y descarnada. "Dejad que los niños se acerquen a mí" no es equiparable a "Dejad que la niñez (o la infancia) se acerque a mí."
 
    Hay quien piensa que estas reglas pretenden invisibilizar lo masculino más que visibilizar lo femenino, pero la cosa no es tan simple: estas reglas pretenden que no se vea que el género gramatical masculino tiene en nuestras lenguas romances un uso no marcado o genérico que incluye también al femenino, lo que no tiene nada que ver con la discriminación sexual de la mujer, sino con la gramática de las lenguas. Supongamos que todos habláramos así, o, cambiemos la redacción, supongamos que nadie hablara como solemos hablar y que hiciéramos caso de las recomendaciones de la Conferencia de Rectores y Rectoras, no por eso mejoraría la condición de la mujer, que quizá de esa manera quedaría invisibilizada.
 
    El masculino genérico, hay que repetirlo una vez más, es una característica de la arquitectura morfológica de las lenguas derivadas del latín y no un mecanismo perverso para anular a las mujeres. Que estas recomendaciones en favor del lenguaje inclusivo o incluyente (en verdad exclusivo y excluyente) nos vienen del mundo anglosajón no debe pasarnos desapercibido. Una de sus propuestas es la utilización del gerundio, que en castellano resulta la mayoría de las veces bastante feo, para evitar el masculino genérico, y en vez de decir cosas como "los que se inscriban en el curso recibirán tres créditos", proponen "Inscribiéndose en el curso se recibirán tres créditos", emulando, que es gerundio, a Fray Gerundio de Campazas, alias Zotes, como si quienes se inscriban fueran a recibir los tres créditos en el mismo momento de la inscripción. 
 
 
    Pero lo que más sorprende de este despropósito es que personas con titulación universitaria como los miembros (y miembras) de ese grupo de trabajo de políticas de igualdad de género asuman con naturalidad la idea de que cambiando la gramática cambiamos la realidad como por arte de magia. Me recuerda, salvando las distancias, a lo que hizo el comunismo soviético con el término "tovarich", o sea, camarada: Si nos dirigimos al CEO, acrónimo de Chief Executive Officer en la lengua del Imperio, por utilizar este anglicismo que se ha introducido últimamente entre nosotros subrepticiamente para disimular el tufo autoritario de jefe, como "camarada", no por eso estamos aboliendo la jerarquía ni la figura carismática del Jefe Ejecutivo ni la Jefatura en sí sino que la estamos camuflando. Las recomendaciones de ese documento  son mandamientos de la iglesia de lo políticamente correcto que pretenden incapacitarnos para hacer un uso libre de lengua y pensamiento. 

sábado, 25 de septiembre de 2021

"Todos tenemos que morir"

 “Todos tenemos que morir… ” Lo ha sentenciado la Dirección General de Tráfico del Ministerio del Interior del Gobierno de España atropellándonos con un tuite (twitt en la lengua del Imperio) que resucita el tópico literario del memento mori, condenándonos así a todos efectivamente a muerte. 



Sin embargo, un grupo políticamente correcto de feministas ha protestado por el uso machista que se hace del lenguaje y ha pedido que se tomen las medidas oportunas a fin de corregir el agravio que se les inflige a las mujeres(sic), fiel reflejo de la secular opresión masculina y patriarcal que sufren, excluyéndolas e invisibilizándolas al no mencionarlas.
 
Y proponen que, como contrapartida, se sustituya el lema por: “Todas tenemos que morir…” Y argumentan que no excluyen así al sexo masculino, ya que se sobreentiende “personas”, y por lo tanto, incluye a seres de ambos sexos y transexuales,  cosa bastante difícil de sostener porque si no se advierte previamente siempre parecerá que los varoncitos se libran de la condena a muerte que dicta el Ministerio del Interior del Gobierno de España, y no es así. 

Para incluir a todo el mundo, hombres y mujeres, no basta con sobreentender "personas", habría que decirlo explícitamente: "Todas las personas tenemos que morir…” o bien, con género gramatical masculino motivado por la concordancia, “Todos los seres humanos tenemos que morir…”, lo que alarga demasiado innecesariamente la frase y la contundencia del aserto.

Otros proponen que se escriba con arrobas pansexuales “Tod@s tenemos que morir...” o con asexuadas equis, semejantes a las incógnitas matemáticas, “Todxs tenemos que morir…”, o "Todos/as tenemos que morir", e incluso "Todo/as tenemos que morir..." con lo que resultan palabras ilegibles, siendo difícil si no imposible su pronunciación, pues a la hora de leer ahí hay que decidir qué vocal se lee, así que a ver cómo nos las apañamos.

Han llegado otros a pontificar que se escriba “Todes tenemos que morir…”, inventándose una especie de género neutro que, a parte de ser una imposición artificiosa que se le aplica a la lengua materna, suena a femenino plural asturiano, por lo que no resulta muy apropiado.
 
 
Pero la Ministra de Igualdad, doña Irene Montero, ha rizado el rizo del lenguaje inclusivo políticamente correcto abriendo un acto electoral con el siguiente saludo a la audiencia: "Buenas tardes a todos, y a todas y todes". Parece que ahí el "todes" no es género masculino ni femenino, ni neutro no marcado, sino neutro marcado dirigido a transexuales, asexuales y a quienes no admiten una sexualidad binaria. Si ya el "todos y todas" alargaba el mensaje, no digamos ahora lo que lo alarga innecesariamente el "todos, todas y todes", y más aún si tenemos que emplear adjetivos como "bienvenidos, bienvenidas y bienvenides".

Por lo que la mayoría de los feministas ha optado por que se diga, como el Dios de la corrección política manda: “Todos y todas tenemos que morir…”, aunque, bien mirado, no tenemos por qué empezar con la forma masculina y podríamos hacerlo con la femenina "Todas y todos tenemos que morir...", si no fuera porque esta cortesía gramatical (primero las damas) podría interpretarse también como rancia caballerosidad machista y patriarcal. El caso es que con esta fórmula incluimos  a todo el mundo,  no vaya a ser que se libren algunos listillos o algunas listillas de la muerte a la que la DGT nos condenaba  sin excepción. 


Han argumentado que no cuesta nada aplicar pequeñas pautas lingüísticas inclusivas como esta,  que fomentan, aseguran con ingenua candidez, la igualdad de género y acaban con las actitudes misóginas y discriminatorias  hacia el sexo femenino de las mujeres. 

Hay que tener en cuenta, sin embargo, que el género gramatical no se da en todas las lenguas. En algunas, como en inglés se ha visto reducido a los pronombres personales de 3ª persona  (he/she/it, pero sólo en singular; en plural sólo hay they), y eso no hace a los hablantes de la lengua del Imperio menos machistas, imperialistas o patriarcales  que nosotros, por ejemplo.
 
Y lo que hay que recordarles a estos feministas bienintencionados es que de buenas intenciones está empedrado el infierno, y que valía más que se olvidaran de lo que les enseñaron en la escuela de que el género gramatical masculino significa “hombre o macho” y el femenino “mujer o hembra”, porque eso es, sencillamente, mentira: ahí están los gorros y las gorras, los huevos y las huevas, los charcos y las charcas, los bancos y las bancas para desmentirlo.

Mientras tanto, la DGT, responsable del caos organizado del tráfico por esas calles de asfalto, carreteras  y autopistas de Dios por donde circulan los automóviles innecesarios a toda velocidad como si supieran a dónde van, cuando no van a ninguna parte, coches fúnebres que conducen a peatones atropellados y reducidos a la condición servil de chóferes, nos aconseja que seamos prudentes y nos pongamos el cinturón de seguridad para no morir antes de tiempo... que ya nos llegará la hora, nuestra hora, la hora de nuestra muerte, de la que no nos libra ni Dios.

miércoles, 26 de mayo de 2021

Lenguaje inclusivo (y exclusivo)

    El Gobierno, a través sobre todo del Ministerio de Igualdad, suscita debates estériles para justificar así su existencia, disimulando tras una cortina de humo la radical impotencia de todos los poderes y poderosos de este mundo y del otro. En este sentido, le pidió a la Real Academia Española de la Lengua, los cancerberos del idioma, que revisase el lenguaje de la Carta Magna para adecuarlo al lenguaje inclusivo de las nuevas exigencias de la sociedad en aras de la corrección política y la no discriminación de las mujeres. 

    ¿En qué consisten estas nuevas exigencias? Básicamente en que las féminas, tradicionalmente ausentes de los centros de poder, rompan los “glass ceiling barriers” o techos de cristal que las excluyen de las altas esferas y cuadros de mando de la política económica y de la economía política y puedan acceder a los puestos jerárquicos en igualdad de condiciones que los varones. ¿Eso es, realmente, lo que quieren las mujeres de verdad? Dejo la pregunta suspensa en el aire para recogerla e intentar responderla más adelante.




    No pretende el Gobierno, entiéndase bien, derogar la Constitución ni modificarla sustancialmente, nada más lejos de su intención, sino maquillarla con algunos cambios retóricos y en definitiva cosméticos referentes a lo que se ha dado en llamar lenguaje inclusivo, es decir, que incluya a las mujeres, a las que se equipara erróneamente con el género gramatical femenino, cuando se utiliza el género gramatical masculino como no marcado, es decir como genérico o válido para ambos géneros gramaticales, lo que no deja de ser un mecanismo de economía de la lengua. 


    Se trata, en definitiva, de imitar la constitución bolivariana de Venezuela, que ha incorporado dicho lenguaje inclusivo y políticamente correcto y dice cosas tan redundantes y campanudas como estas: Para ejercer los cargos de diputado o diputada a la Asamblea Nacional, Ministro o Ministra, Gobernadores o Gobernadoras y Alcaldes o Alcaldesas de Estados y Municipios no fronterizos, los venezolanos y venezolanas por naturalización deben tener domicilio con residencia ininterrumpida en Venezuela no menor de quince años y cumplir los requisitos de aptitud previstos en la ley. (Artículo 41)

    ¿Qué sucederá, me pregunto yo, cuando la reforma de la Carta Magna española llegue al escollo del artículo 56 “De la Corona”. ¿Se mantendrá el punto 1, que dice actualmente: “El Rey es el Jefe del Estado...” o se modificará de la siguiente forma: “El Rey o la Reina es el Jefe o la Jefe (¿quizá Jefa?) del Estado...?"

    El feminismo que persigue el empoderamiento de la mujer -no estoy hablando, por lo tanto, del anarcofeminismo- refuerza el machismo y el patriarcado, lejos de oponerse a ellos: la pretensión igualitaria pretende que la diferencia sexual sea indiferente a la hora de desempeñar el poder. Los feministas fomentan que la mujer desempeñe el papel de reina en igualdad de condiciones que el varón, lo que al fin y a la postre resulta poco republicano y viene a reforzar a la vieja monarquía, y lo que de aplicarse aquí y ahora destronaría a Felipe VI en favor de su hermana mayor la infanta Elena, proclamándola reina de todas las Españas, así como príncipe heredero, supongo, a su hijo el infante don Felipe Juan Froilán de Marichalar y Borbón. Con la equiparación de la mujer y el varón a la hora de ascender al trono, no se acaba el poder monárquico, se consolida. Ya lo dice el refrán: Tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando. Igual da que la voz de mando sea masculina que femenina. 
 

    La diferencia, por cierto, entre una y otra voz radica, al parecer, en el grosor y la longitud de las cuerdas vocales: cuanto más finas y cortas son éstas, más femenina resulta la voz, y cuanto más gruesas y largas, más grave y masculina. Hasta la pubertad, voces de varones y mujeres no se diferencian, y las voces infantiles se caracterizan por ser muy agudas. Sin embargo, a partir de los 11, 12 y 13 años de edad se produce la mutación vocal, debida a los niveles más altos de estrógenos y progesterona en las mujeres y testosterona en los varones. Este hecho fisiológico podría hacernos pensar ingenuamente a primera vista que una voz de mando femenina, al ser más aguda, algo más nítida y más musical en su entonación, resultaría menos imperativa que la masculina. La experiencia de algunas mujeres  en los primeros puestos de mando desmiente este hecho: una vez en el poder, las mujeres hacen lo mismo que los varones: mandar; y, al hacerlo, demuestran que ellas también saben ser unas mandadas. 

    Habrá que recordarles acaso a ministras y ministros la vieja etimología latina de esta palabra: tanto el masculino minister como su femenino ministra  -de donde viene también el nombre del potaje de verduras que se suministra en la mesa, la menestra- son sinónimos de esclavo, sirviente, empleado, y proceden del adverbio minus, que significa "menos", porque son los de menos valer,  y son lo contrario de magister y magistra -¿quién iba a decirlo?-, que están formados sobre el adverbio  magis que quiere decir "más" y eran los de más valer, por lo que se contraponen el magisterio de maestros y maestras y el ministerio de ministras y ministros, que son los menesterosos ministriles que nos administran desde los despachos ministeriales y que, como es menester, son los primeros administrados como la sugerencia etimológica de la palabra suministra.


    Estos debates suscitados por los decretos y declaraciones del consejo de ministros y ministras son una cortina de humo para distraernos de lo esencial: que el gabinete del gobierno no gobierna porque no puede gobernar, porque los gobernantes y las gobernantas, los que mandan, son los más mandados. La medida obedece a un intento de distraer a la población de los problemas reales de la gente, que son los que importan, suscitando el debate de cuestiones en las que todo el mundo entra al trapo a opinar visceralmente, mientras la realidad, esencialmente falsa, permanece estanca.
  

    Es hora de retomar la pregunta que hemos dejado pendiente: ¿Es el poder lo que quieren de verdad las mujeres?  Algunas, sí, desde luego, no cabe la menor duda, a juzgar por sus declaraciones, pero no todas. Siempre habrá algunas otras, que son la sal de la tierra, y que, lo mismo que algunos varones, no aspiran a romper los techos de cristal para asaltar ningunos cielos y así empoderarse, sino todo lo contrario: desprecian la jerarquía y se levantan contra el poder, tradicionalmente masculino, haciéndole la higa. Y esa lucha no reside en un enfrentamiento político entre la izquierda y la derecha: la auténtica pelea está entre arriba y abajo. Y quienes estamos más o menos por aquí abajo sabemos que de arriba nunca puede venirnos nada bueno. 
 
Rosie la remachadora, J. Howard Miller (1942)
 
    Hace tiempo que hemos caído en la cuenta de que la diferencia entre lo que dice y hace un partido político en el gobierno y otro contrapuesto ideológicamente a él, sean sus respectivos líderes lideresos que lideresas -igual da que da lo mismo-, se reduce a cambiar las posaderas que se asientan en las poltronas de los ministerios, de las cortes, de los despachos y de la mismísima Moncloa, sin que la acción de gobierno -la gobernanza- cambie ni un ápice la realidad. El cacareado cambio es sólo nominal o, si se prefiere, gramatical.