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viernes, 4 de julio de 2025

Dirección de personal y recursos humanos.

Un tratado de ganadería y agricultura, escrito hace más de dos mil años por Marco Terencio Varrón como es De las cosas del campo (De re rustica), nos ofrece, parece mentira, modernísimos consejos de lo que se ha dado en llamar con flagrante anglicismo personnel management, es decir, tratamiento o más propiamente manejo del personal laboral para la optimización de los 'recursos humanos', según la moderna neolengua babélica.

El capítulo XVII del libro primero, en efecto, está dedicado al trato que se debe dispensar a los esclavos y trabajadores "libres", hoy diríamos a los "recursos humanos". Cierto que la esclavitud ha sido abolida de la faz de la tierra, pero no su moderna epifanía, que es el trabajo asalariado, por lo que los consejos de un antiguo terrateniente romano como era Varrón siguen siendo válidos, mutatis mutandis, y de  plena actualidad y vigencia para un moderno empresario o emprendedor, dicho sea con término más insidioso, por aquello de que "hoy es siempre todavía".
1º.- "...Deben procurarse obreros que puedan soportar el trabajo, que no sean menores de 22 años y predispuestos a la agricultura. Puede hacerse esa conjetura tras los encargos de otras cosas y, sobre eso, con la investigación entre los que son nuevos de qué habían hecho para el dueño anterior". Se trata de obtener referencias anteriores, bien directas o indirectas para la contratación de los trabajadores a través de entrevistas personales, evaluaciones psicológicas, análisis de currículos...

2º.- Conviene que quienes estén al mando estén imbuidos en letras y alguna cultura humanística, tengan buena conducta, mayores en edad que los obreros que he mencionado; pues obedecen sus órdenes más fácilmente que las de los que son más jóvenes. Además, conviene sobre todo que quienes manden sean conocedores de las cosas del campo, pues no sólo debe mandar sino también trabajar para que lo imite en el trabajo y para que advierta que está al frente de él con razón porque lo supera en conocimiento

Se expresan aquí las cualidades que deben tener los líderes o mánagers, jefes y subjefes o jefecillos: experiencia, cierta cultura humanística y literaria, ejemplaridad, superioridad moral y técnica, etc.
 

3º.- Y no hay que permitirles que manden de forma que obliguen más con latigazos que con palabras,  si así se puede conseguir el mismo resultado. (…) Hay que hacer que los administradores estén mejor dispuestos con incentivos y procurar que tengan algunos bienes y compañeras esclavas como esposas de las que tengan hijos; pues con ello se los hace más seguros y más ligados a la finca.
 
Se fomenta aquí el refuerzo positivo y lo que hoy se da en llamar el “salario emocional”, buscando la implicación del trabajador en la empresa y su fidelización (sic, por el palabro). Como sugiere Varrón con un juego de palabras en latín,  no hay que ser autoritario (uerberibus es el nombre del látigo), sino persuasivo (uerbis, con referencia a las palabras). El trato humanitario que se predica aquí hacia los esclavos será el defendido por la Iglesia, que históricamente no cuestionó la esclavitud, sino sólo los malos tratos infligidos, abogando por la mejora de las condiciones laborales, y, por lo tanto, por la pervivencia y supervivencia de la esclavitud, porque eso hará a la larga que perdure la servidumbre y que vaya adquiriendo nuevas modalidades, desde el modo de producción esclavista, pasando por el feudal, hasta el actual capitalista, en la terminología de Karl Marx.

4º.- Hay que atraer la voluntad de los administradores concediendo alguna distinción, y asimismo, en cuanto a los trabajadores que han de estar sobre otros, hay que tratar también con ellos sobre los trabajos que hay que hacer porque, si así se hace, piensan que son menos infravalorados y que son tenidos en cierta consideración por el propietario. Se los hace más aplicados en el trabajo con un trato más liberal ya sea con más generosidad en la comida o en el vestido, con la remisión de trabajos o con alguna concesión (...), y con otras medidas del mismo tipo, para que compensando a los que se ordenó o advirtió de algo con dureza, se les restituya la voluntad y bienquerencia hacia su dueño

 
El propietario, empresario o emprendedor debe procurar que sus subordinados y empleados se impliquen emocionalmente con él y se identifiquen con la empresa. Algunos incentivos de los que habla Varrón (generosidad en la comida o en el vestido) están lógicamente fuera de lugar y desfasados, pero no la remisión de trabajos o las primas de productividad, o el "salario emocional" que consiste en considerarlos indispensables para el buen funcionamiento de la empresa, logrando que los "explotados" ni siquiera se consideren tales a sí mismos. Si no sienten la explotación que padecen, la soportarán más fácilmente porque no son conscientes de que existe. El buen líder, en definitiva, no es el jefe autoritario, que ya no se lleva, sino el que es consciente de que liderar no es mandar y dar órdenes a los subordinados. El buen jefe predica con el ejemplo, remangándose y dando ejemplo, y poniéndose a barrer o a fregar el establecimiento si hace falta. El buen jefe ni siquiera se llama jefe a sí mismo, sino uno más en la empresa, un compañero, cuyo secreto es creer mucho en lo que hace y en su identidad. En definitiva, ay, nada nuevo bajo el sol.

lunes, 18 de abril de 2022

Zelenski, o 'il dolce stil novo' de liderazgo

    Aparte de la guerra que tiene lugar en el campo de batalla y de la que nos informan más que cumplidamente a todas las horas del día y de la noche, hay otra guerra mediática más sutil que se desarrolla en las redes sociales, una guerra en la que priman más las emociones que los razonamientos, que ya ha ganado Zelenski, una guerra decisiva para la suerte del país, Ucrania, que regenta.

 


    Zelenski era un actor de una comedia televisiva que ha logrado captar al electorado, retrasmitiendo la guerra en vivo y en directo, en streaming, por decirlo en la lengua del Imperio. Su rival, el zar del kremlin moscovita, comparado con él, resulta distante y frío. El actor ucraniano, sin embargo, llega enseguida, aunque sólo fuera por su torpe aliño indumentario, como decía Machado, vestido muchas veces de faena y a veces sin afeitar, con cara de sueño atrasado, lo que provoca una respuesta emotiva de simpatía hacia alguien tan cercano que interpreta muy bien su papel de víctima, lo que hace que aumente la corriente de empatía hacia su causa, la causa de un David que se enfrenta a un gigantesco Goliath.

 

Pose de guerra

    Mientras los ucranianos se visten como Zelenski, los rusos, herederos del imperio zarista y de su heredero sucesor el soviético, parecen unos burócratas desalmados. Zelenski, además, ejerce un liderazgo de nuevo cuño, a diferencia del zar del Kremlin moscovita. No parece un presidente de un gobierno al uso. No parece un político, un jefe de Estado, sino un civil, un hombre del pueblo, alguien muy cercano. Apenas se le ve con traje y corbata en las muchas imágenes que de él proliferan por la red, sino vestido como cualquiera de nosotros, muy cercano, pero eso no quiere decir que no cuide, como actor que es, no sé si bueno o malo, su imagen propia, no poco estudiada. A fin de cuentas, buen o mal actor, no deja de ser un actor muy consciente del papel que desempeña en el teatro del mundo.

  

    Una guerra tan devastadora y brual como la que se libra en el suelo ucraniano contra el invasor ruso no le impide a Zelenski, por ejemplo, organizar visitas guiadas, mirando sonriente a la cámara, a políticos que saludan a los medios, como el primer ministro británico.


     Hemos visto cómo se ha dirigido al parlamento español, disculpándose por el retraso debido a problemas técnicos y pidiendo encarecidamente perdón, mendigando acto seguido ayuda humanitaria para su devastado país (armamento y endurecimiento de sanciones para el enemigo), y logrando la empatía con su causa al citar los bombardeos de Guernica que inmortalizó Picasso, algo que seguramente le llegó al alma al Partido Nacionalista Vasco, y ha arrancado la ovación encendida de diputados y senadores puestos en pie en el hemiciclo que presentaba la composicón de las ocasiones solemnes.

 

lunes, 29 de marzo de 2021

Jefe o jefa ¿qué importa?

    “Que un jefe sea hombre o mujer no es algo que sea relevante”. Esto lo ha declarado la primera fémina que alcanza el grado de Teniente Coronel (“¿Tenienta Coronela?”) en el Ejército de España y que lucirá, por lo tanto, las dos estrellas de ocho puntas en las hombreras de su guerrera, recibiendo el tratamiento correspondiente, si todavía se estila, de Usía, abreviatura de Vuestra Señoría.

    Y tiene razón la mujer (no menciono su nombre propio, porque no viene al caso: lo que dice ella lo podría decir cualquiera, y, por usar su misma expresión, "no es relevante"): ya no importa el sexo biológico de quien ejerce el mando. Lo mismo da que da lo mismo que la jefatura la ejerza el macho o la hembra. Como dijo el rey católico de Aragón fascinado por la anécdota de Alejandro Magno y el nudo gordiano “Tanto monta, monta tanto”. Contaba la leyenda que quien desatara el nudo que se hallaba en el templo de Gordio dominaría Asia. Impaciente Alejandro, no lo desanudó sino que lo cortó de un tajo de su espada, como si diera lo mismo la manera de hacerlo con tal de lograr el objetivo. Se adelantó a Maquiavelo: el fin justificaría los medios. El caso es que el lema fernandino era algo así como "Tanto monta cortar como desatar", abreviado "Tanto monta" a lo que luego se añadió la coletilla popular "... monta tanto / Isabel como Fernando",  creando un pareado de octosílabos con rima asonante. 
 

    Algunos feministas consideran esto un progreso. Y tienen razón en parte: es un progreso en la historia de la dominación del hombre (incluida la mujer en el mismo saco) por el hombre. Pero no se puede hablar de un progreso en el sentido contrario de la liberación de ese dominio, en el de la lucha del pueblo contra el yugo que le impone el poder, el yugo que cantó Miguel Hernández (“Yugos os quieren poner, / gentes de la tierra mala, / yugos que habéis de dejar, / rotos sobre sus espaldas”).

    Efectivamente. Ya no es relevante que el jefe de la manada humana sea macho o hembra. Lo que sigue siendo bastante relevante es que haya jefes, tengan o no tengas testículos, y que haya ejércitos profesionales, porque lo que no se cuestiona, pese al feminismo, es la jerarquía y la propia existencia de las fuerzas armadas, sino la participación de las mujeres en dichas fuerzas y jerarquía, que comenzaron a integrarse voluntariamente en el ejército español a partir de 1988, haciendo realidad así el mito de las amazonas.
 

 (Heraclés luchando contra las amazonas)

    La palabra jefe entró en castellano según Corominas a mediados del siglo XVII como préstamo del francés chef, que a su vez deriva del latín CAPVT CAPITIS cabeza de donde ya teníamos en castellano "cabo" y "capitán" y "capataz", y en italiano "capo". A partir de 1843 está documentado en nuestra lengua su femenino "jefa".

    Fuera del ámbito militar, tener un jefe o una jefa es algo que comienza a estar mal visto, cuando es una característica de todas las personas que trabajan por cuenta ajena, o propia, si son sus propios jefes o jefas. Últimamente se habla mucho de que el jefe (boss en la lengua del Imperio) debe tratar de ser un líder (leader, que es anglicismo). ¿En qué consiste eso? Se supone que en ser empático, comunicador, en no mandar, sino en conseguir que sus subordinados hagan las cosas sin necesidad de que se les ordene cómo y cuándo hay que hacerlas, tan motivados que se identifiquen con la empresa y sean capaces de sacarla adelante, en un estado de total felicidad. 

    Hay que huir del jefe a la vieja usanza, autoritario, que sólo sabe dar órdenes. El moderno jefe ha de procurar ser uno más, un compañero y amigo, agradable, que no dice una palabra más alta que otra, un líder carismático que ejerce una jefatura trasformadora o liderazgo transformacional (vil traducción de transformational leadership en la lengua del Imperio), el nuevo estilo que tiene como objetivo influir positivamente en las forma de ser o actuar de las personas subordinadas -“personas subordinadas” es término inclusivo y políticamente correcto en lugar de “subordinados”-, logrando que el equipo -idem- trabaje con entusiasmo hacia el logro de sus metas. Esta tendencia, no poco patética, no deja de ser el viejo cuento del lobo que aclara la voz y enseña por la puerta la patita enharinada a los cabritos para hacerse pasar por mamá cabra...