Un
tratado de ganadería y agricultura, escrito hace más de
dos mil años por Marco Terencio Varrón como es De las cosas del
campo (De re rustica), nos ofrece, parece mentira, modernísimos consejos de lo que
se ha dado en llamar con flagrante anglicismo personnel
management, es decir, tratamiento o más propiamente manejo del
personal laboral para la optimización de los 'recursos humanos', según la
moderna neolengua babélica.
El
capítulo XVII del libro primero, en efecto, está dedicado al trato que
se debe dispensar a los esclavos y trabajadores "libres", hoy diríamos a los "recursos humanos". Cierto que la
esclavitud ha sido abolida de la faz de la tierra, pero no su moderna
epifanía, que es el trabajo asalariado, por lo que los consejos de un
antiguo terrateniente romano como era Varrón siguen siendo válidos, mutatis mutandis,
y de plena actualidad y vigencia para un moderno empresario o
emprendedor, dicho sea con término más insidioso, por aquello de que
"hoy es siempre todavía".
1º.- "...Deben procurarse obreros que puedan soportar el trabajo, que
no sean menores de 22 años y predispuestos a la agricultura. Puede hacerse esa conjetura tras los encargos de otras cosas
y, sobre eso, con la investigación entre los que son nuevos de qué habían hecho para el dueño anterior". Se
trata de obtener referencias anteriores, bien directas o indirectas para
la contratación de los trabajadores a través de entrevistas
personales, evaluaciones psicológicas, análisis de currículos...
2º.-
Conviene que quienes estén al mando estén imbuidos en letras y alguna
cultura humanística, tengan buena conducta, mayores en edad que los
obreros que he mencionado; pues obedecen sus órdenes más fácilmente que
las de los que son más jóvenes. Además, conviene sobre todo que quienes
manden
sean conocedores de las cosas del campo, pues no sólo debe mandar sino
también trabajar para que lo imite en el trabajo y para que
advierta que está al frente de él con razón porque lo supera en
conocimiento.
Se
expresan aquí las cualidades que deben tener los líderes o mánagers, jefes y subjefes o jefecillos: experiencia, cierta cultura
humanística y literaria, ejemplaridad, superioridad moral y técnica, etc.
3º.-
Y no hay que permitirles que manden de forma que obliguen más con
latigazos que con palabras, si así se puede conseguir el mismo
resultado. (…) Hay que hacer que los administradores estén mejor
dispuestos con incentivos y procurar que tengan algunos bienes y
compañeras esclavas como esposas de las que tengan hijos; pues con
ello se los hace más seguros y más ligados a la finca.
Se fomenta
aquí el refuerzo positivo y lo que hoy se da en llamar el “salario
emocional”, buscando la implicación del trabajador en la empresa y su fidelización (sic, por el palabro).
Como sugiere Varrón con un juego de palabras en latín, no hay que ser autoritario (uerberibus es el nombre del látigo), sino persuasivo (uerbis,
con referencia a las palabras). El trato humanitario que se
predica aquí hacia los esclavos será el defendido por la Iglesia,
que históricamente no cuestionó la esclavitud, sino sólo los
malos tratos infligidos, abogando por la mejora de las
condiciones laborales, y, por lo tanto, por la pervivencia y
supervivencia de la esclavitud, porque eso hará a la larga que
perdure la servidumbre y que vaya adquiriendo nuevas modalidades, desde
el modo de producción esclavista, pasando por el feudal, hasta el actual
capitalista, en la terminología de Karl Marx.
4º.-
Hay que atraer la voluntad de los administradores concediendo alguna
distinción, y asimismo, en cuanto a los trabajadores que han de
estar sobre otros, hay que tratar también con ellos sobre los trabajos
que hay
que hacer porque, si así se hace, piensan que son menos infravalorados y
que son tenidos en cierta consideración por el propietario. Se los hace
más aplicados en el trabajo con un trato más liberal ya sea con más
generosidad en la comida o en el vestido, con la remisión de
trabajos o con alguna concesión (...), y con otras medidas del mismo
tipo, para que compensando a los que se ordenó o advirtió de algo con
dureza, se
les restituya la voluntad y bienquerencia hacia su dueño.
El
propietario, empresario o emprendedor debe procurar que sus subordinados
y empleados se impliquen emocionalmente con él y
se identifiquen con la empresa. Algunos incentivos de los que habla
Varrón
(generosidad en la comida o en el vestido) están lógicamente fuera
de lugar y desfasados, pero no la remisión de trabajos o las primas de
productividad, o el "salario emocional" que consiste en considerarlos
indispensables para el buen funcionamiento de la empresa, logrando que
los "explotados" ni siquiera se consideren tales a sí mismos. Si no
sienten la explotación que padecen, la soportarán más fácilmente porque
no son conscientes de que existe. El buen líder, en definitiva, no es el jefe autoritario, que ya no se lleva, sino
el que es consciente de que liderar no es mandar y dar órdenes a los
subordinados. El buen jefe predica con el ejemplo, remangándose y dando
ejemplo, y poniéndose a barrer o a fregar el establecimiento si hace
falta. El buen jefe ni siquiera se llama jefe a sí mismo, sino uno más en la empresa, un compañero, cuyo secreto es creer mucho en lo que hace y en su
identidad. En definitiva, ay, nada nuevo bajo el
sol.
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